domingo, 26 de diciembre de 2010

Échale la Culpa al Diablo

A propósito del sacerdote de Fernando Karadima, y los comprobados abusos sexuales que cometió, se han escuchado voces que lo defienden alegando que él es una buena persona la cual fue impulsada por el demonio. Algo que recuerda lo sucedido hace años atrás con un caso similar, el del "cura Tato", a quien el inefable Jorge Medina excusó arguyendo que sus aberraciones fueron "una consecuencia de la desmedida erotización del ambiente", conclusión inaceptable si se considera que transforma a las víctimas en culpables. Ahora veamos: el primer calificativo tiene un uso tan amplio como vago, por lo que se puede afirmar que cualquiera cuenta con los méritos suficientes para ser definido como tal. Sin embargo, la segunda teoría conviene analizarla de manera muy detallada, pues constituye una flagrante desviación de la doctrina cristiana en general y de los dogmas católicos en particular, similar a las herejías que en el pasado acabaron con sus mentores en la hoguera.

Se puede aceptar la idea de que la sociedad está corrompida producto del pecado de sus componentes; de hecho así lo admiten tanto los evangelistas como Pablo. Pero hay una cosa en la cual el Nuevo Testamento es claro y unánime: la responsabilidad por los actos es tan personal como la salvación, y cuando cada hombre deba rendir cuentas, de nada le servirá recurrir a argumentos como la presión del grupo o el ambiente en el que le tocó vivir. Más aún: cuando alguien se disculpa asegurando que el entorno no le permite desarrollarse -tanto en los aspectos espirituales como seculares-, Dios le insiste que su cambio de actitud se convertirá en un testimonio que iluminará a los demás, quienes tarde o temprano le secundarán. En resumidas cuentas, que la dificultad no se encuentra en el exterior sino en el corazón. Y en ese contexto, ni siquiera los grupos católicos más reivindicativos, como la teología de la liberación -en una institución proclive a esta clase de tendencias-admiten el concepto de "pecado social": si existe el mal en una comunidad, es porque cada uno de sus individuos, al menos la mayoría de éstos, han contribuido con su particular y original aporte.

De hecho ni el mismo Satanás es malo por naturaleza. Él era un ángel que se rebeló contra Dios porque consideró que la posición en que se le había colocado era indigna en comparación con sus capacidades. Montó una reyerta y perdió. Lo que hirió su orgullo a tal extremo que decidió, desde ahí en adelante, intentar destruir todo lo obrado por su creador pensando que así le iba a amargar la vida. Tal vez, para no cargar con la vergüenza de tener que asumir la derrota. En definitiva, emociones comunes y corrientes que sólo pueden ser evaluadas de acuerdo a los pensamientos que las guían y en base al fin que se busca lograr con ellas. Pero si nos remontamos al mismo Génesis, nos enteramos que Adán y Eva fueron castigados a partes iguales por desobedecer y de nada les valió escudarse en que la serpiente los había engañado: incluso el hombre quedó menos justificado aún cuando se escudó en que se habría dejado seducir por su varona. Y si bien los antiguos israelíes tenían la concepción del mal heredado, ésta desde el principio fue atacada por los profetas. El Diablo puede tentar, no obstante es el sujeto quien da el paso adelante, de la misma forma que lo da cuando opta por convertirse.

Si se predica hasta el cansancio que el enemigo es astuto y que es capaz de valerse de las más insospechadas artimañas para hacer caer a los cristianos, por supuesto que en la primera categoría deben situarse los errores doctrinales. Si un hombre de fe se equivoca puede arrastrar a miles a su propio despeñadero. Y suele suceder tanto con un líder carismático que comete atrocidades -el caso de Karadima- como con sus defensores que, con la mejor de las intenciones, pueden hundir a quienes los escuchan buscando consejo. Y en tal sentido, atribuirle al demonio el mal producido por uno, es una falta grave que atenta contra la misma lógica del proceso de salvación. Que merece una condena tan severa como la mala acción que la incentiva.

domingo, 19 de diciembre de 2010

La Fiesta de la Discordia

Navidad es una época de contrastes. Son días en que se supone las personas deberían estar felices en sus casas disfrutando con sus familiares. Sin embargo, la mayoría de ellos deambula desesperado por los centros comerciales a la caza del último regalo. Lo cual a veces deriva en situaciones de violencia callejera, con una vehemencia que ni la más agresiva de las pandillas se hubiese imaginado. Y si se vive en el hemisferio sur, donde es pleno verano, mucho peor. Eso motiva la existencia de una pequeña pero importante cantidad de detractores de esta festividad, quienes además cuentan con un dato a su favor: el nacimiento de Cristo, origen de la conmemoración, ocurrió en una fecha desconocida; no obstante, y por causas que ya no es necesario detellar, se tiene la certeza de que no le corresponde el veinticinco de diciembre. Más todavía: ni siquiera es correcto que el Señor haya iniciado su vida terrenal en el año uno. Un factor que exaspera los ánimos de determinadas confesiones cristianas y también de ciertas organizaciones de ateos, quienes agregan el argumento -nunca comprobado- de que todo lo narrado por la Biblia no son más que supercherías.

Gran parte de la responsabilidad de que se hayan conformado ambas conductas extremas, se le debe a algunas iglesias evangélicas. Revisemos la historia. Martín Lutero no sólo instó a sus seguidores a celebrar la Navidad, sino que además la envolvió de un significado teológico que, en buena parte, es la causa del prestigio y la popularidad de que goza hoy en día. A él siempre le llamó la atención esta paradoja de que Dios, el más grande de todos los seres, se redujera a la insignificante condición de un bebé desvalido, sólo por interés en salvar a los humanos. Eso lo impulsó a valorizar esta fiesta como una demostración de la misericordia divina, antepuesta al castigo y a la venganza, por otra parte atributos indiscutibles de Yavé si se entiende que los destinatarios son sus creaciones. Una vestimenta doctrinal que no existía en el seno de la iglesia católica, que en esas épocas y en las más recientes ha considerado como la mayor de las conmemoraciones a la Pascua de Resurrección. Sin embargo, el monje agustino decidió ir más allá, y recomendó ciertas tradiciones que hoy para los detractores resultan -de acuerdo con la opción religiosa que hubiesen tomado- superstición o idolatría, como el pino adornado o los obsequios a los niños. Pidió a los fieles que las adoptaran como un rasgo distintivo, que además delataran la alegría que los cristianos auténticos debían sentir por el arribo del Salvador, en tiempos difíciles donde la persecución papal rondaba por todos lados.

Pero, a poco de iniciado el movimiento reformista, aparecieron congregaciones que prácticamente demonizaban la Navidad, considerándola un rito pagano impuesto por los católicos, del mismo modo que sus celebraciones a los santos y las vírgenes. Cabe acotar, por desgracia, que aquello es cierto, ya que la natividad efectivamente fue superpuesta a una antigua fiesta romana, la de Cronos, equivalente al actual Año Nuevo. Lo mismo sucedió con otras efemérides papistas espúreas para el cristiano evangélico, como la Asunción o Todos los Santos. No obstante, ese dato incuestionable no explica del todo la aversión que las mencionadas comunidades empezaron a manifestar hacia la Navidad. Pues también, se pueden esgrimir consideraciones de carácter histórico, en especial aquellas que están relacionadas con el contexto en el cual progresó la Reforma, como el incesante conflicto, no sólo sostenido con el papado, sino entre los propios líderes del movimiento, que en determinados momentos fue más intenso y violento, llegando a constituir una amarga lucha fratricida. Ahí están las rupturas que el propio Lutero experimentó con Zwinglio o Münster -esta última, resuelta de forma trágica para él y sus iglesias de campesinos-, o las condenas de Calvino a Casiodoro de Reina y Miguel Servet. Varias de estas nuevas expresiones a su vez denostaron al hombre de las noventicinco tesis, diciendo que jamás se armó de valor suficiente para enviar al traste a los curas (de hecho, Lutero, hasta muy avanzada edad, sostuvo que sólo cabía una institución eclesiástica, ante la cual él prefería presentarse como un innovador). Al respecto, es preciso señalar que algunos dogmas suyos, como la consubstanciación, hoy se hallan superados. Muchos de estos hermanos, en el afán de huir de sus captores, acabaron refugiándose en América, donde lograron llevar adelante sus teorías con casi absoluta libertad.

El problema actual es que, al presentarse tal nivel de negación en el seno de los mismos evangélicos, la Navidad como celebración cristiana ha carecido de una protección adecuada, sobre todo en el siglo XX, cuando el comercio y el consumismo simple y definitivamente le pasaron por encima. A tal punto, que por estas fechas se tiende a exaltar la fiesta como un fin en sí misma y no en base al ser que la motivó. Por ejemplo, cosas como la "blanca navidad" o el "milagro de navidad", jamás mencionan a Jesús, y a veces parece que fuera alguien llamado precisamente Navidad quien nació en el Israel antiguo. Ésa ha sido la principal causa de su existencia casi folcrórica en nuestros tiempos: pues se trata de una fecha capaz de dejar felices a todas las personas, al menos las que tienen ciertos intereses. Por cierto, eso no significa que debemos obrar como aquellos hermanos y volver a declarar la conmemoración como algo sucio e incorrecto. Más eficaz es usarla para explicarles a los niños hijos de musulmanes, hinduistas, sintoístas o ateos, quién era el Cristo, el cual trajo para todos un regalo mucho más valioso que el que tienes en las manos.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Tú Sabes Que Soy Aguafiestas

Parece que las asociaciones de ateos norteamericanos ya no se contentan con llevar adelante su peculiar versión del proselitismo religioso. Ahora han colocado, en las avenidas de las principales ciudades de ese país, letreros publicitarios gigantes con una imagen del pesebre debajo de la leyenda "you know it's a Myth" ("sabes que es un mito"), instando a no participar en una fiesta que está basada en historias que supuestamente no han sido corroboradas por la ciencia. A modo de lápida y remate, tales afiches concluyen con otra frase: "en esta Navidad, celebra la razón". Desde luego, como opuesta a la fe cristiana.

Parece que una vez más, los enemigos de los dioses han sucumbido ante la tentación de responder con las tácticas de los movimientos religiosos más extremistas. Pues se pusieron a tiro de cañón para ser apuntados como los que este año pretenden "robarse la Navidad", ese término que usan todos los representantes de los ridículos pastiches que se dan por estas fechas -la banalización comercial, el seudo puritanismo, la cultura yanqui- para expresar el temor a perder las ganancias monetarias y de imagen que esperan conseguir. Y es que los sospechosos de tan abominable conducta -sobre todo pensando en los niños-, suelen ser tipos huraños, amargados y de permanente e incorregible mal carácter, carentes de emociones y que viven en un constante aislamiento en cuanto a relaciones humanas se refiere. Sujetos que en definitiva, no encuentran a quién entregarle cariño y que por ende acaban admitiendo que las muestras de afecto no tienen sentido. Algo muy diferente al goce que augura Richard Dawkins, uno de los más conocidos ateos militantes, para quienes optan por hacerse a la idea de que Dios no es real. Comparación que se torna interesante cuando nos metemos a analizar las dos caricaturas en las que se bifurca esa conducta. Por un lado, tenemos al acaudalado tacaño e insensible, al modo de Ebenezer Scrooge, que cumple con todos los rituales de su grupo social, incluyendo la asistencia regular al servicio religioso; pero que se ha encerrado en su individualismo por causas que ni él mismo puede explicar. En la otra vereda se halla el tipo marginado y resentido, al estilo de El Grinch, que ha padecido las injusticias de una población que no lo comprende, y a la cual pretende exigirle cuentas atacando su objeto más preciado. En ambos casos, se trata de productos no deseados y engendrados por una mala interpretación y una peor práctica del mensaje cristiano.

Lo curioso es que dentro de las organizaciones que aseguran seguir la doctrina de Jesús, hay determinados grupúsculos que se oponen a la celebración de la Navidad de manera tan enconada como lo hacen estos ateos. Quizá el caso más evidente sea el de los Testigos de Jehová, para quienes la natividad de Cristo tiene un origen poco menos que diabólico (si les falta una pizca para considerarla como tal, es porque niegan la existencia del infierno). Por ello, aquellos matrimonios pertenecientes a la congregación, que tienen hijos, no se hacen problema alguno cuando éstos se detienen a mirar a través de las ventanas los pinos adornados y rebozantes de regalos de, probablemente, sus compañeros de curso en la escuela. Tampoco les surge un inconveniente ético a los evangélicos que conmemoran el natalicio del Señor pero que igualmente rechazan los abetos y los obsequios por considerarlos una contaminación pagana (siendo que fue el propio Martín Lutero quien alentó dichas costumbres). Una clase de aguafiestas que justifican sus acciones basados en argumentos propios del integrismo, el fanatismo, la moralina irracional y la cerrazón enfermiza que tanto combaten los promotores del ateísmo, puesto que entre otras cosas, le hacen daño a sus semejantes, que en este caso son sus propios vástagos. Aunque ellos se comportan de la misma manera y sientan a los pequeños en sus rodillas para intentar explicarles lo que éstos nunca comprenderán: que la Navidad es fruto de la superchería y la ignorancia, y que a los vecinos se les ve con una sonrisa de oreja a oreja porque no saben que marchan camino a la perdición, que en este caso equivale a darle la espalda a la razón.

Tengo la fe -muy racional- que estos ateos militantes se rediman de la misma forma que ocurrió con Scrooge o El Grinch. No necesariamente en los términos de la conversión cristiana, aunque si llega a acontecer ese auténtico milagro de Navidad, sería bastante mejor. Pero al menos, que no se metan con la alegría de sus propios hijos, que todavía no cuentan con el discernimiento suficiente para distinguir lo bueno de lo malo, o para el caso, lo irracional de lo inteligente. Ya que les interesa mucho la acumulación de conocimientos, sería bueno que revisaran la historia de las religiones, para notar que esos padres autoritarios y ensimismados con lo espiritual, engendraron dos clases de descendientes: los herederos intelectuales que siempre desearon superar a sus progenitores, y los rebelados que no aguantaron más y se cambiaron de bando para eliminar lo que les había causado tanto sufrimiento. Cuando las dos tendencias se encontraron, siempre se suscitaron guerras y masacres atroces. Ahora estos muchachos podrían sin habérselo propuesto, repetir el círculo y dar origen a totalitarismos anti religiosos o a terroristas y sacerdotes pedófilos. Y estar sembrando la semilla de una próxima conflagración mundial.

domingo, 5 de diciembre de 2010

La Última Blanca

Pasó una nueva versión de La Teletón, y como ya se ha hecho costumbre, se ha "superado la meta": es decir que se recaudado más dinero del que se esperaba. Las aprehensiones de siempre, respecto a la honestidad de quienes participan en el evento -empresarios muy acaudalados y rostros de la farándula- no han dejado de salir al tapete. Pero, casi como un modo de repetir los ritos ancestrales, de nuevo chocan con la precaridad de los niños minusválidos, que son los beneficiarios de esta campaña. Lo cual fuerza hasta al detractor más radical a depositar su donación, antes los ojos inquisidores de sus propios vecinos y parientes.

Esta cuestión hace rato que se tornó una perogrullada, pero no está de más recordarla. La Teletón es el recurso que los ricos y los habituales de la televisión emplean para entregar una imagen positiva de sí mismos ante la opinión pública y, de paso, quedar bien con su propia conciencia. No hablemos en términos de la hipocresía más elemental (menos de parte del supuesto mentiroso que de los motes que puede colocar un analista bastante simple y poco dotado), sino que por un momento dejemos de dudar de las intenciones de los protagonistas, que a fin de cuentas es incorrecto culpar a alguien sin pruebas físicas concluyentes, y admitamos que son capaces de sentir un auténtico espíritu altruista o por último, desean pasar a la posteridad como sujetos útiles y serviciales. Algo que se les hace urgente cuando observan los roles que representan. Los grandes empresarios, desvelados por la búsqueda de más dinero, ya sea mediantes caminos despreciados tanto por la moralina conservadora (codicia, insensatez, tacañería, falta de sensibilidad) como por los movimientos reivindicativos (bajos sueldos, explotación de los empleados). Las figuras de la pantalla chica, relacionadas con ese universo paralelo e inverosímil denominado farándula, que mezcla a trozos iguales frivolidad -más bien habría que decir oquedad-, falso destape sexual
-porque es de carácter estrictamente masturbatorio- y una ausencia de neuronas que justifica en un mismo nivel tanto a quienes hablan de la "caja idiota" como a quienes se refieren a "el cajón del diablo". Dos grupos elitistas cada uno a su modo, despreciados por el ciudadano pedestre aunque suele recurrir a ellos cuando requiere diversión (otra vez se entrecruzan la hipocresía y la búsqueda de imagen), y que por ende precisan de una limpieza periódica en sus índices de popularidad. Una solución que un evento caritativo entrega prácticamente como maná caído del cielo.

La pregunta surge después del cierre del espectáculo. ¿Qué sucede con los propietarios y gerentes de aquellas firmas cuyos productos aportaban un porcentaje por concepto de ventas? De seguro van a festejar las utilidades obtenidas y por obtener, debido a ese asunto de la marca. ¿Qué ocurre con los rostros de la farándula, durante el resto del año? Continúan haciendo su trabajo, usufructuando de su estupidez congénita frente a una masa amorfa de televidentes que se ha acostumbrado a esta situación. Pero es válido hacer algunas proposiciones. A los hombres de negocios, pedirles que mantengan sus donaciones en forma permanente, que no se reduzcan al mes anterior a la celebración del evento. A las oquedades, que visiten los hospitales de rehabilitación de manera periódica, y que efectúen unos números para los niños que se atienden ahí. Sería interesante, pues se trata de iniciativas que no estarían sujetas a la odiosa alza de impuestos, y por ende, los involucrados quedarían sin un pretexto sobre el que reclamar. Sin contar el hecho de que la fundación existente detrás de La Teletón estaría financiada, y que le realización del circo podría llegar a resultar superflua.

Sin embargo, el inconveniente salta a ojos vista. Sin las luces y la parafernalia del evento, se acaba el elemento que permite los lavados tanto de conciencia como de imagen. Por otro lado, la caridad se transformaría en una actividad rutinaria y no excepcional, por lo que el interés de la opinión pública empezaría a perderse. Y como de paso decaería el atractivo de la colaboración, todos aquellos "productos que están en Teletón" no arrojarían las suculentas ganancias que suben las arcas de los más adinerados, para decepción de éstos, que además se verían obligados a cargar la joroba del desprendimiento permanente. Un círculo vicioso como se ha transformado La Teletón, del cual, como del sistema político y económico imperante en Chile, parece imposible salir.

domingo, 28 de noviembre de 2010

El Preservativo de Ratzinger

Lo único claro de las recientes declaraciones de Ratzinger acerca del uso del condón, es que han significado un triunfo mediático, tanto para la iglesia católica en general como para el papado en particular. Es obvio: si el representante máximo de una institución tan terca en lo relativo a estos asuntos, como es el romanismo, de pronto dice que el uso del preservativo es aceptable desde el punto de vista moral porque es eficaz en evitar la propagación del sida, genera de inmediato una alta expectativa cuya muestra más inmediata es el impacto en la prensa. Ya que la opinión pública tiende a creer que se ha roto una tendencia, y que el actual pontífice ha entendido que la testarudez reaccionaria no conduce a ningún lado, disponiéndose a una apertura que pretende darle una cara más amable a su organización.

Sin embargo, un simple análisis a las palabras del papa da cuenta de su escasez de contenido. Para empezar, sólo pronuncia la frase citada en el primer párrafo, de manera insustancial y como un auténtico eslogan publicitario. Si admitimos que el condón es un mecanismo eficiente a la hora de frenar el avance del sida, acto seguido se precisa especificar de qué modo ocurre finalmente esto. Lo cual se traduce en detallar minuciosamente casos y circunstancias. En qué instante hay que colocarse el profiláctico, en qué clase de relaciones resulta más imprescindible usarlo, quiénes son las personas más propensas a contraer la infección por VIH, y un extenso etcétera. Ninguna de estas consideraciones es mencionada siquiera en el discurso de Ratzinger. Es como si alguien regalara un producto sin entregar a su vez el libro de instrucciones, sólo aseverando que el artículo obsequiado va a mejorar la vida del beneficiario.

Lo único que afirma la declaración papal es que el preservativo debe emplearse dentro de los cánones de la moral sexual católica. En términos simples, coito sólo en un matrimonio heterosexual bendecido por un cura y pensando exclusivamente en la procreación. El problema es que en ese marco ya existe un método de control de la enfermedad, que es la abstinencia, capaz de asegurar la constitución de parejas donde los cónyuges pueden depositar mutua confianza, pues se supone que no han andado en las aberraciones que justamente acarrean estos males. Con la introducción del condón, la jerarquía sacerdotal reconoce que esa instancia, pilar fundamental de muchos aspectos dogmáticos romanistas, ha resultado en un completo fracaso, o al menos, no era lo tan aboluta que se imaginaba. Cuestión preocupante tratándose de cuestiones doctrinales y de fe. Pues el profiláctico se mueve en el ámbito de la promiscuidad, donde anidan quienes, por no seguir la auténtica religión, se desenvuelven en la total inseguridad. Un campo que es ajeno a la iglesia católica y por ende se torna incompatible con ésta, por lo que el fiel debe rechazar y excluir todo aquello que provenga de él. Lo contrario sería permitir el pecado.

Podríamos concluir que se trata de otro esfuerzo más por salvar a una institución como la iglesia católica, desprestigiada en todo el mundo producto de los abusos sexuales que sacerdotes han cometido con niños, así como de decisiones erradas tomadas en orientación de una ideología que nada contra la corriente científica y la lógica universal, lo cual no corresponde al verdadero cristianismo. El papado siente que la batalla se está perdiendo, y que las fuerzas divinas a las que se suele invocar, o no existen o no están de su parte, pues parecen hacer oídos sordos a las peticiones de auxilio. Cuando los golpes son violentos, el afectado, más por desesperación que otra cosa, tiende a efectuar minúsculas concesiones en los aspectos más sólidos y elementales de su pensamiento, con el afán de mantenerse a flote. Lo grave es que estas traiciones, una vez que por diversas causas o coincidencias el sujeto en cuestión consigue recuperar su estabilidad, se tornan en su contra y debido a ellas se transforma en pasto para conjeturas y reproches. Algo que en el seno del romanismo se empezará a notar tarde o temprano, y que puede dejar a esta institución con una situación todavía más precaria que la actual.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Fanáticos Buscan Dios

A través de internet, corre la noticia de que un grupo de activistas ateos de Estados Unidos se ha organizado en torno a un gran movimiento, que pretende ser el contrapeso de esas asociaciones cristianas y extremistas más o menos informales, como el Tea Party, que pese a su reciente formación está atrayendo adeptos en buena parte del país del norte. La iniciativa norteamericana pretende emular lo hecho en Europa por Richard Dawkins: esencialmente, realizar una especie de proselitismo invertido, en el sentido de que se intenta estimular al oyente a abandonar una determinado credo en lugar de abrazarlo. Para ello, se valen de las mismas artimañas que el científico británico: asegurar que la fe dogmática sólo ha traído masacres, supersticiones y violencia a granel, y que tales conductas son alentadas por libros como la Biblia y el Corán, menos fuentes de sabiduría que un cúmulo de declaraciones destempladas que incitan al odio y el exterminio.
Aunque ya hemos analizado en artículos anteriores a estos movimientos ateos, conviene una vez más revisar su forma de proceder. Es curioso, por decir lo menos, notar a simple vista que se comportan de la misma manera que aquellas religiones a las cuales tanto critican. Esto es, tratan de captar adeptos mediante un mensaje básico que sólo vale por sus aspectos concretos, donde se insiste en que la verdad única e irrepetible es la que pregonan ellos y que todo lo demás es de una falsedad condenable. Ahí donde el pastor de un templo de barrio asevera que los incrédulos arderán en el infierno, o el clérigo musulmán de un minarete perdido en el Medio Oriente ruega porque la guerra santa contra los infieles sea a gran escala: estos airados navegantes virtuales exigen el fin de lo que ellos califican como vulgar superchería e ignorancia. Y al igual que esos peligros a los que desean combatir, usan un lenguaje agresivo y ofensivo, donde las palabras pecador e inmundo son remplazadas por adjetivos tales como tarado o estúpido. Mientras unos temen que el enojo de su dios los termine enviando a un lago de azufre, otros miran con desesperación cómo el caudal intelectual podría mermarse por al contradecir la razón. Y cada uno lanza insultos al adversario y advierte que la decisión de éste le significará catastróficas consecuencias.

Una actitud que responde al intento de ciertos conservadores cristianos de exigir a los gobernantes que se rijan por sentencias puntuales de la Biblia, casi siempre aquellas en torno a las cuales se ha desarrollado la moralina más recalcitrante. Idéntica situación que ocurre con los clérigos islámicos y su deseo de implantar regímenes teocráticos en base a determinadas normas del Corán, también de carácter reaccionario en cuanto las sugerencias para la conducta privada. Y que en ambos casos se considera que es la única manera posible de agradar a sus respectivos dioses, excluyendo versiones algo más liberales o que introducen siquiera una porción de praxis nueva sin ninguna intención de destruir o modificar los mandamientos más esenciales, recurriendo a calificativos tales como blasfemia, herejía o apostasía. En definitiva, un factor de preocupación en el hipotético caso de que dichos paradigmas finalmente se apropien de la mayoría de las legislaturas (teniendo en cuenta que estos grupos suelen presentar sus alternativas políticas), que los ateos militantes por supuesto consideran. Y al que contestan con un fanatismo de trinchera idéntico y que poco tiene que envidiarle al de sus rivales, excepto porque la determinación de combatir el fuego el fuego, es un punto a favor de los ministros religiosos, quienes han oteado con satisfacción que su método se emplea como modelo.

La conclusión es muy sencilla. Si no es recomendable gobernar con la Biblia, el Corán, la Torá o los Vedas, tampoco es factible hacerlo con El Origen de las Especies, los tratados de sicoanálisis o los libros de Nietzche. Estos ateos militantes son en definitiva una nueva versión de los fanáticos religiosos. Y aunque no reconozcan filiación con alguno de los dioses en curso, eso no quiere decir que rechacen de plano colocar otro elemento en el pedestal. De hecho, ya han entronizado a algunos, como Darwin, la Razón (que se parece, por la forma en que se plantea, bastante al concepto de Dios cristiano, hebreo o musulmán) o a sus propios líderes, que en ciertas ocasiones se asemejan de manera amenazante a esos caudillos de sectas destructivas, como Jim Jones o David Koresh.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Perros y Fetos

Los canes de nuevo. Esta vez con saña, porque una jauría de ellos asesinó a dos mujeres en una zona rural de Peñaflor. Y si algunos aseguran que la historia se repite, entonces cabe tomar en cuenta este dato: otra vez se trataba de animales con dueño conocido, que además era vecino de las víctimas. Es más: las propias féminas salieron a defender a su mascota y pagaron con la vida ese atrevimiento.

Ahora, las autoridades políticas, al menos las del ejecutivo, no se anduvieron con rodeos y exigieron que el Congreso sancione a la brevedad una renovada ley de tenencia responsable de mascotas, se supone, para prevenir hechos horrendos como el mencionado en el primer párrafo. Aunque ya existen quienes, antes de recibir la herida, se han puesto el parche y han comenzado a tomar medidas de presión. Se trata de los inefables defensores de los derechos de los animales: nuestros poco queridos adoradores de bestias. Ya se los ha visto marchando por las calles en contra de la posible legalización de la eutanasia, por lo demás -nunca hay que dejar de insistir en ello- necesaria, pues a pesar de la controversia que desate, continúa siendo un recurso, extremo pero eficaz, a la hora de controlar las plagas. No obstante, y repitiendo la conducta de coyunturas anteriores, sus acciones no se han detenido ahí, ya que también están empezando a valerse de sus influencias sociales para frenar a los parlamentarios que han optado por esa decisión, para ellos, tan extrema. Y en su batalla han tenido la venia de otro grupo de legisladores, que se han cuadrado con sus irracionales reclamos.

Sin embargo, no se trata de los católicos a ultranza y de tendencia derechista que se oponen al aborto y la distribución gratuita de anticonceptivos (ambas cosas expuestas así, porque las consideran sinónimos), o que se escandalizan al plantearse el asunto de la eutanasia humana. En este caso, también nos referimos a fanáticos religiosos, pero vinculados a movimientos ecologistas, sincretistas y neoeristas, y que se ubican en la llamada izquierda verde. Agrupaciones que son tan intolerantes como el Opus Dei, el terrorismo islámico o el sionismo. Que cuentan con un no desdeñable poder político y económico, el que no trepidan en utilizar para imponer su verdad, que, como suele suceder, creen que es la verdad universal. Para quienes el credo perfecto y excluyente es aquel que reúne de la forma más liviana y conveniente un pedazo de todas las demás, las cuales, al presentar un aspecto parcial de la totalidad, deben ser fundidas en el nuevo orden, eliminando de pasada a los que osen mantener ideas caducas como la fe dogmática o la salvación.

Lo curioso, es que muchas de estas personas son partidarias de las prácticas que irritan al papismo más reaccionario. Así, algunos insisten en que la legalización del aborto evita el nacimiento de niños no deseados que a la larga sólo significan sufrimiento para la madre y el mismo hijo, que padece desde la cuna los efectos del rechazo social. Incluso, en ciertos países del primer mundo, la defensa desmedida de los animales crece a la par que aumenta la aceptación de la interrupción del embarazo y la eutanasia humana. Parece que se tratase de una reserva moral, a fin de que cada bando no sea tachado por el otro de asesinos de seres indefensos. No se trata de tomar partido por una u otra causa, tanto si se consideran las prescripciones y proscripciones que se proponen en cada trinchera. Pero cabe formularse la pregunta, si el animal debe ser protegido en cuanto ser desvalido propenso al abuso del más fuerte (entiéndase cualquier representante de la especie humana), ¿por qué no el feto? ¿O viceversa?. Al final sólo los más débiles acaban pagando los platos rotos de las teocracias.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Los Peripatéticos de Karadima

Al parecer, la intención de Fernando Karadima, el enésimo sacerdote hallado culpable de abusos sexuales y desfalcos monetarios a partes iguales, era conformar un reducido, selecto y hermético grupo de discípulos con el fin de tener ascendencia y dejar un legado, al menos en un puñado de personas. En consecuencia, decirle a las generaciones venideras que él existió y las pruebas de ello están aquí, en esta pléyade de seguidores que les ofrezco y que mantendrán vivo mi recuerdo. Una forma algo heterodoxa de dejar descendencia, apta para un cura, que no puede casarse ni engendrar hijos. Pero cuyos inicios pueden rastrearse ya en el pasado más remoto, ya que se trata del primer intento del hombre por establecer una educación formal. De hecho, gracias a esta práctica nació la filosofía, y se estableció un punto de partida para las ciencias y las artes, tanto en oriente como en occidente. Incluso, el mismo Jesús la empleó en la designación de sus apóstoles, que a su vez se valieron de ella, tras la resurrección del Señor, para cumplir el mandato de "ir por todo el mundo y predicar el evangelio a toda criatura.

Es un procedimiento que no tiene nada de malo ni mucho menos de perverso. Sino todo lo contrario: es la manera más eficaz de crear varones y mujeres particularmente preparados, capaces de resolver tareas muy específicas que se dan de modo esporádico y puntual, y que tampoco suelen ser comprendidas por el común de la gente. De hecho, sin el discipulado la expansión del cristianismo hubiese sido imposible. El problema es que, como toda herramienta que luce perfecta y radiante mientras se mantiene en el ámbito de la teoría, puede tornarse oscura y siniestra si cae en las manos equivocadas. Así, nos solemos encontrar con sujetos que emplean su alto poder de convencimiento, no para enseñar, sino para obtener beneficio propio a costa de seres más débiles. O que bien, intentan subsanar una serie de carencias vitales construyendo en torno a su figura un pequeño universo, cerrado e insignificante; pero dentro del cual son emperadores y bajo sus pies sólo observan autómatas que les obedecen ciegamente. Lo cual termina arrastrándolos junto a sus víctimas hacia las alcantarillas del sectarismo, donde un líder consigue gobernar las conciencias de sus seguidores con tal nivel de despotismo, que puede quebrantar su dignidad más esencial, cometiendo una serie imparable, sistemática y sistematizada de ultrajes intelectuales, espirituales y físicos. Tales desviaciones y versiones anómalas o apócrifas de la labor del maestro, pueden ser una tentación aún más fuerte en la actualidad, cuando este sistema de enseñanza ha sido relegado a un segundo plano en favor de los sistemas de escolaridad, transformándose en una serie de rara avis exótica y por ende curiosa. Fuera de que la poca atención que por causas obvias se le da hoy a esta forma de inculcar conocimientos, le da un aura de secretismo que abre paso a la opción muy rentable de ocultar aberraciones.

Y esto fue lo que sucedió con Karadima, un falso maestro en el sentido que Juan y Judas emplean el vocablo "charlatán". Quizá no era su intención original, aunque por los antecedentes entregados lo más seguro es que sí. Tal vez se creyó un cuento elaborado por él mismo, que al final se transformó en un callejón sin salida. En una de ésas, se sentía tan solo y rechazado (porque era un inútil, porque era un cura, porque no servía para los negocios familiares o para un trabajo más "convencional"), que este modo de actual se volvió una válvula de escape a sus ansias de conquistar fama y fortuna. Pero lo que no se puede dejar pasar son los resultados repugnantes que este ejercicio arrojó, y que deben ser sancionados de manera adecuada y ejemplar a la vez, sobre la persona que los cometió e hizo sufrir a quienes depositaron toda su confianza en una supuesta sabiduría. Pues este sacerdote siempre estuvo consciente de sus fechorías, y sus procedimientos aclaran que en todo instante buscó los propósitos abyectos que se le han descubierto recientemente. Y no se trata de salvaguardar el prestigio del discipulado (hay tantos que lo ejercen de modo incuestionable), ni de repetir la monserga de que los consagrados católicos debieran casarse (ya que ésa no es la raíz del problema; de hecho se puede servir mejor a Dios permaneciendo soltero). Sino de advertir acerca de las actitudes que dan a comprender que dicha práctica se está conduciendo de mala manera.

Ahora. Muchos dirán de forma maliciosa, que cuando este estilo de enseñanza se consagró y se estructuró como lo conocemos hoy, allá por la Grecia clásica, incluía el amor pederástico, que a su vez implicaba contacto físico entre el maestro y sus discípulos. De acuerdo, sobre todo porque esa situación ha permitido que algunos utilicen el término pederastia como sinónimo de pedofilia. Pero los defensores más conspicuos del método, como Sócrates o Platón, criticaron la manera degradada como lo estaban asumiendo los griegos, limitándose, o poniendo en primer plano, las relaciones físicas. Más aún, el autor del "Banquete" estira la cuerda y condena esta simplificación que a la postre se convertía en una vulgar banalización. Luego, el propio Cristo suprimió estos detalles, lo que permitió concentrar el discipulado sólo en sus aspectos intelectuales y espirituales, a la larga los que interesan. Karadima, en cambio, se rigió por una conducta egoísta, opuesta al propósito original de un maestro, y usurpó esas funciones para construir una máquina de hacer dinero, que entretanto le permitiera satisfacer sus más ruines deseos sexuales.

sábado, 30 de octubre de 2010

De Persia a Peñalolén

Parece que el bahaísmo al fin va a poder instalar su templo soñado en Santiago. No será en el céntrico cerro Santa Lucía, como pretendían hace unos años atrás, sino en unos montes ubicados en la periférica comuna de Peñalolén. Ahí sólo han recibido las quejas de un grupo de vecinos medianamente acaudalados que temen que su tranquilo suburbio se vea invadido, primero por los pesados camiones que transportan materiales de construcción, y luego por los peregrinos que se espera acudirán en masa a ver el monumental edificio, aunque sólo los motive como atracción turística. Pero de todas formas, estos afectados han recalcado que no se oponen a la concreción del proyecto, el cual incluso les despierta una curiosidad en sentido positivo, sino que exigen vías de acceso más expeditas y acordes con el tamaño y la grandilocuencia del futuro recinto. Lo que a todas luces, es menos complicado que enfrentarse a los credos más mayoritarios del país, en especial a los representantes de la iglesia católica -consagrados y laicos- que frente al anterior intento armaron el escándalo correspondiente, alegando que la sede de una religión minoritaria establecida en un lugar tan importante en la historia de la capital chilena, como es el Huelén, ofendía las creencias de los cristianos, que en este caso eran los romanistas.

La fe bahaísta fue fundada a mediados del siglo XIX en el interior de Irán por un ex clérigo musulmán autodenominado Bab. Básicamente, es una mezcla de islamismo, cristianismo y antiguas religiones persas como los cultos a Zoroastro o a Mitras. Son monoteístas absolutos, en el sentido de que su dogma no acepta la posibilidad de, por ejemplo, una Trinidad, como sucede entre los seguidores de Jesús. El dios al cual le sirven, no obstante, habría enviado una serie de profetas y mensajeros -parece que ellos consideran ambas palabras como sinónimos-, entre los cuales se contarían Moisés, Buda, Jesús, Mahoma y, era de esperarse, el mismo Bab. En resumen, todos o casi todos los fundadores de los movimientos religiosos más conocidos. Y en consecuencia, otra iniciativa surgida desde la mente inquieta de un feligrés que deambula buscando las respuestas que su credo de origen no le puede entregar. Fenómeno que siglos atrás ya se había suscitado en el Oriente Medio, precisamente con el mencionado Islam. Y que conoció sus expresiones contemporáneas en el propio seno cristiano, con la aparición de los Testigos de Jehová o los Mormones. Sólo que en el caso de Smith o de Russell, a despecho de sus pretensiones conciliadoras, su afán de mostrarse a sí mismos y a los demás como dueños absolutos de la verdad, frente a la desesperación y la angustia que los embargaba el verse como testigos de una humanidad en sostenida decadencia y que según ellos estaba cerca de la inevitable autodestrucción, los condujo por el derrotero del sectarismo. Mientras que la organización de marras se transformó en un antecedente de los movimientos sincretistas que tanto pululan por el planeta estos días, ayudados por la pérdida de credibilidad de las iglesias tradicionales y el fenómeno de la globalización. De hecho, los bahaístas no efectúan proselitismo y sus templos están pensados para que gente de diversos credos se reúna a orar y a meditar, sin exigirle que abandone su fe inicial. Aunque, como siempre sucede en estas situaciones, tal principio tiene su letra chica, pues detrás de las buenas y auténticas intenciones se esconde un clero muy bien estructurado, que maneja considerables sumas de dinero y que por lo mismo también ha conocido de disputas de poder y escisiones.

Pero dejemos a un lado las discusiones dogmáticas y centrémonos en las consideraciones que rodean a la construcción del templo. Para empezar, es correcto que las autoridades en su momento hayan desistido de entregar los permisos para su edificación en el cerro Santa Lucía. No por los argumentos que esgrime la iglesia católica, sino porque se trata de un espacio público con un alto valor simbólico y un Estado no puede favorecer a una religión, ya que, al garantizar la libertad y la igualdad, se coloca por encima de ellas. Y no se trata de un asunto de unión o separación con una determinada iglesia. Pues, al imaginar a los bahaístas en la cima del Huelén, resulta imposible no comparar su imagen con la de aquella estatua de trece metros de Juan Pablo II que un grupo de católicos fervientes pretendían erigir en otro punto céntrico de Santiago, como es el barrio Bellavista. Es decir, que al final se trata de aplicar ley pareja, que es la esencia de todo sistema democrático. Ahora: la tentación que se produce con las religiones nuevas, desconocidas o exóticas, es que sus obras magnánimas no sean vistas desde el punto de vista del sentimiento religioso, sino desde la arquitectura o el urbanismo, como edificios que tienen potencial para transformarse en postales de la ciudad donde se instalan. Y en realidad, una vez terminado, el recinto de marras acabará siendo una de las fotografías en los folletos turísticos que describan Santiago, más si se trata de una urbe con escasos monumentos de este tipo que se pueden admirar. Por eso, al final igual era recomendable que se planificara aunque en otro sitio, por lo cual la elección de los extramuros de Peñalolén continúa siendo acertada.

El bahaísmo es una creencia con la cual los chilenos no están familiarizados. Aparte del asunto de la novedad, está todo un dogma que aspira a la realización de una utopía pacifista, de manera distinta a la cual lo proponen los credos cristianos, además de sus sacerdotes no fuerzan a las personas a ser miembros de sus congregaciones. Es en ese sentido una religión "buena onda" como diría un adolescente medio chileno. Y si vienen con un proyecto imponente bajo el brazo, que además es único en Sudamérica, generan mayor simpatía. Es como si de golpe y porrazo Santiago recibiera un templo comparable a las más grandes catedrales de Europa y América Latina, algo de lo cual se carece por estos pagos. Dejemos que canalicen sus deseos, que a fin de cuentas ya no ocasionarán la inquietud de ningún cristiano. Y demostremos que la fe se lleva en el corazón, y que el boato es tan vacío como el turista que se dedica a sacar fotos de lo cree es la realidad de un territorio extranjero.

domingo, 24 de octubre de 2010

El Pecado de la Xenofobia

Si hay un punto que en la Biblia se toca de forma majadera y persistente, prácticamente desde su inicio hasta su final, es el asunto del trato a los extranjeros y en términos generales, de las personas de origen foráneo, ya sea que vengan de visita a nuestra localidad o que, por diversas causas, decidan establecerse como vecinos temporales o permanentes. Pese a la abultada cantidad de pasajes que abordan el tema, en todos ellos puede observarse una coherencia y una continuidad, ya que en cada uno se reitera la condena contra quienes agreden a los forasteros por el sólo hecho de provenir de otro lugar, señalando tal actitud como uno de los peores pecados en los cuales puede incurrir un hijo de Dios.

En efecto, ya en el Antiguo Testamento se les prescribe a los israelíes respetar a los extranjeros, poniéndoles como argumento el recuerdo de lo que padecieron en Egipto. Es una justificación muy interesante, porque de cierto modo anticipa la regla de oro promulgada por Jesús en el Sermón del Monte: "haz el bien sin mirar y no hagas el mal si no quieres que te lo hagan". Es decir, antes siquiera que uno de sus componentes piense en maltratar a un forastero, se le insiste a la totalidad del pueblo escogido que se acuerde de lo mal que lo pasó cuando era inmigrante, cuando precisamente esa condición motivó que sus anfitriones los sometieran a la esclavitud. Cierto que dentro de los mismos textos de esa parte de las Escrituras, encontramos situaciones se alienta a los hebreos a conquistar tierras o a masacrar a los reinos limítrofes que constituyen una amenaza para su integridad. Sin embargo tales ordenanzas se ubican en el marco de la defensa propia, de acuerdo: no siempre legítima; pero aplicadas en un contexto espacial y temporal donde la guerra y la colonización de territorios eran la razón de ser y de vivir. En contraste, la Tierra Prometida, sin perder su condición de hogar esencial para la existencia de los judíos, aparece descrito en la Biblia como un sitio donde las puertas siempre están abiertas a todo aquel que buscase mejores expectativas, entre las cuales se situaba el conocimiento de Yavé.

Luego, esta condena a la xenofobia y de paso a la segregación racial se hizo más fuerte en la doctrina cristiana. De hecho, la sola descripción del principio de la evangelización hace imposible la convivencia de tales conductas con el mensaje del camino. La consigna expansiva obliga a "ir por todo el mundo y predicarle a toda criatura" la noticia del mismo modo y sin hacer distinción. Jesús deja establecido que su oferta sólo tendrá éxito si no se toman en cuenta las fronteras, así como tampoco la raza, la lengua o el desarrollo social de los sujetos a convertir. Es su forma de superar la cultura y la mentalidad imperantes en la sociedades de aquel entonces, donde cada nación, y muchas veces cada ciudad, contaba con sus propios dioses y sacerdotes. Y es una de las explicaciones más plausibles de por qué su propuesta caló tan hondo entre sus contemporáneos y en las generaciones inmediatamente siguientes. No por presentar una novedad, sino por partir de una base de sentido común. Los más escépticos, de seguro rebatirán diciendo que en esa época el imperio romano dominaba toda o casi toda el área conocida por los pueblos occidentales y semíticos, por lo cual resultaba fácil extenderse pues sólo había un país y por ende las demarcaciones en tal sentido eran desconocidas. Sin embargo el dogma de Cristo no sucumbió ante el cambio de condiciones y muy por el contrario, continuó extendiéndose, en especial entre los invasores bárbaros que en repetidas ocasiones arrasaron con Roma hasta provocar su caída. De seguro las palabras que criticaban la violencia y el racismo, les sirvió de apaciguamiento.

Es repugnante que en la actualidad, ante la coyuntura ocasionada por la crisis económica internacional y el terrorismo islámico, algunos líderes del mundo desarrollado pongan los "valores cristianos" frente al enfoque multi cultural. Cuando justamente la convivencia de diversos estilos de vida es la consecuencia de la correcta aplicación de la doctrina de Jesús. Es verdad que entremedio está el proselitismo y la insistencia en conseguir la conversión del otro, pero eso sólo es posible en un contexto de respeto mutuo, pues, si se desprecia al interlocutor por lo que es, entonces el acto de atraer su alma a la salvación carece de sentido, y se torna más pragmático su aniquilamiento. Cuando el incircunciso acepta a Dios de todo corazón y de manera incondicional, a su vez el Señor lo acepta con todos sus defectos y virtudes. De igual modo, sus discípulos deben proceder como lo dicta la canción: "no te importe la raza ni el color de la piel... al que viene de lejos, al que habla otra lengua, dale amor".

domingo, 17 de octubre de 2010

Jesús el Innombrable

Respecto del acto de censura que ese anacronismo llamado Consejo Nacional de Televisión llevó a cabo contra el programa humorístico "El Club de la Comedia", porque en uno de sus segmentos se burlaba del Sermón del Monte, uno puede extraer los más diversos análisis. Pero existe una cosa donde todos de seguro coincidirán, salvo por supuesto quienes apoyan la medida, que nunca pasan de ser unos fanáticos irracionales: esta decisión a la postre arrojará resultados contraproducentes, y acabará siendo recordada como uno de esos tantos bochornos que ayudan a ahuyentar a las personas de los templos y a perder el interés por el mensaje cristiano. Cortesía de unos venerables ancianos que, como siempre, se valen de su posición social para erigirse como sabelotodos especialmente en temas relacionados con la teología y con la fe, en los cuales por cierto jamás le atinan al blanco.

El argumento de estos inquisidores consiste en que la figura de Cristo es demasiado solemne como para ser objeto de parodias humorísticas. Ignoro en qué pedestal particular tiene cada uno de ellos al Salvador. Pero al parecer, como le señalara el apóstol Pablo a Timoteo, son tipos cuya conciencia está cauterizada. Primero, si conocieran todas las bromas que se han hecho con el Señor como víctima a través de los siglos, lo más probable es que en ese mismo momento tomen la determinación de formar una secta hermética con la única finalidad de planificar un gran atentado suicida. Y segundo, Jesús es una entidad demasiado arraigada en el pensamiento occidental como para que estas terribles ofensas siquiera le hagan cosquillas. Además, de que la doctrina y los valores que representa son universales e inherentes a la esencia misma del ser humano, por lo cual jamás caerá en el olvido ni será carcomido por el más abyecto de los ridículos. No sólo puede defenderse a sí mismo sino que es capaz de proteger a los demás. Y en cuanto a los exaltados que se le ofrecían como guardaespaldas con espada en mano, cabe recordar que siempre estuvo presto a apartarlos o a conminarles que bajaran sus armas (por ejemplo Pedro cuando le cortó una oreja al centurión romano). Lo mismo vale para quienes hoy recurren a las metrallas o a los decretos verticales. El Mesías prefiere abrirse un espacio en medio de ellos, para obtener una visión más privilegiada de la gente que está enfrente, aunque se trate de enemigos peligrosos, porque entre se encuentran los perdidos a quienes busca redimir.

¿Qué han tratado de demostrar estos decrépitos censores? Probablemente, sospecharon que se abría una oportunidad para recalcar su condición de cristianos, mejor dicho de católicos, aullando al igual que los fariseos -los legalistas y pacatos más célebres descritos por la Biblia- para que todos se enteren de su acto de contrición. Que como siempre, los afecta a todos menos a ellos. Sin embargo, una vez más nos topamos con un infame y vergonzoso intento por disfrazar la hipocresía. Para empezar, los curas apenas mencionan a Cristo en los servicios religiosos, sustituyéndolo casi siempre por los santos, los papas, los obispos, la Virgen -que no es María-, la ley natural o la iglesia universal. El Señor se torna un tabú que es relegado a esos crucifijos donde se puede apreciar la imagen de una momia doliente, atada y desesperada por toda una eternidad. Han adoptado ese temor visceral que existía en el Antiguo Testamento por el nombre de Yavé, que los israelíes siquiera se atrevían a pronunciar. Un miedo que el propio Jehová se propuso superar enviando a su hijo al mundo. Y que se refleja en el espanto que estos conspicuos caballeros experimentaron cuando escucharon las blasfemas de la sátira de marras. Y que de seguro, sienten también cuando escuchan a un honesto predicador proclamar su fe en las calles.

En resumen, se puede aseverar que esta moción de censura fue diseñada por sus creadores para decir que aún siguen ahí, que están vivos y son una institución que en el momento menos pensado puede intervenir y colocar sus condiciones. Pero otra cosa es afirmar que están defendiendo al grueso de la población que se declara cristiana y que supuestamente se halla vulnerada en sus derechos. Ni siquiera se puede decir que están obrando de acuerdo a una fe genuina, ya que su conducta denota odio de corazón. Peor aún, da la impresión que se valen de Jesús para concretar sus propios intereses, lo cual es todavía más despreciable que escarnecer al Señor, algo que se hace al menos de manera honesta y consciente.

domingo, 10 de octubre de 2010

El Infierno de los Perritos

Hace mucho tiempo que no sucedía, o al menos, no se informaba con una cobertura más o menos visible, algún ataque de un perro callejero a un humano. Hasta la semana pasada, cuando un enfurecido pítbul estuvo a punto de descuartizar a un niño quien, como premio de consuelo tras sobrevivir, fue proclamado héroe por sus vecinos y por la prensa sensacionalista, ya que la agresión la sufrió tras socorrer a un amigo aún más pequeño, a quien primero se le había abalanzado la fiera. El incidente causó estupor, pues el can no se encontraba abandonado en la vía pública, sino todo lo contrario, ya que pertenece a una camada de animales igualmente peligrosos, mantenidos por un habitante de la misma calle donde fue de manera salvaje mordido el muchacho de marras. Un hecho que luego fue mencionado incluso por los defensores de los derechos de los animales, que además recordaron que son precisamente las mascotas que están a cargo de amos poco responsables las que casi siempre se ven involucradas en este tipo de eventos. Claro que lo plantearon de una forma que evitase la instalación de un posible -y a la luz de los acontecimientos, necesario- debate sobre la aprobación del proyecto de ley que favorece el uso de la eutanasia como mecanismo de control de la proliferación de los perros sueltos que deambulan por las aceras, tengan o no dueño conocido, y que se halla entrampado en el sus últimos trámites legislativos, pues los parlamentarios están temerosos de que se les venga encima todo un aparato consuetudinario que cuenta con ramificaciones entre los círculos de mayor influencia política y social. Un esfuerzo que dio sus frutos, pues casi no se levantó ninguna voz en favor de esa iniciativa legal, siendo ésta quizá la oportunidad más propicia para hacerlo.

Ya he expresado, en textos anteriores, mi opinión sobre los defensores de los derechos de los animales, a quienes en esta ocasión llamaré únicamente por su autónimo. Por ende, me abocaré al problema específico que abrió este artículo. En ese sentido, es imprescindible señalar que si uno aboga por el equilibrio de la naturaleza y el respeto a todas las criaturas vivientes del mundo, aún desde las posiciones más radicales, debe considerar conceptos como plaga y sobre población. Ambos, se refieren a la existencia de una especie que se multiplica con preocupante rapidez en un hábitat determinado, además sin control. Dicho crecimiento demográfico amenaza al resto de los seres vivos que también dependen de ese espacio, los cuales se ven enfrentados a la posibilidad de la extinción o en el mejor de los casos, a la supervivencia en medio de condiciones hostiles en su propio lugar de origen, que por lo tanto les pertenece. A fin de contrarrestar esas situaciones anómalas, es que se establece un freno planificado a la proliferación de las especies que tienden, en una determinada época y en un delineado sitio geográfico, a aumentar de manera insostenible su cantidad de individuos. De tales decisiones no se salva ni siquiera la especie humana, y por eso es que en los últimos años ha cobrado especial relevancia el llamado control de la natalidad. Con las plantas, mamíferos e insectos se practica un procedimiento idéntico, sobre todo cuando invaden una zona no explorada, donde se desenvuelven un sinnúmero de especies nativas, que podrían desaparecer si triunfan los nuevos colonizadores.

Por otra parte, las nociones más elementales de la ética indican que ante una controversia suscitada entre la vida de un humano y la de un animal inferior, siempre hay que obrar de modo inequívoco a favor del primero. Y no se trata de moral occidental cristiana, pues en las religiones orientales este principio, aunque con bastante menos fuerza, también suele recalcarse. Por ese motivo eliminamos los mosquitos que transmiten enfermedades, incluso a riesgo de desencadenar su extinción -que en cualquier caso, por sus condiciones reproductivas, nunca se va producir del todo-. No creo que los defensores de los "hermanos menores" alguna vez se hayan parado enfrente de un exterminador de cucarachas o ratones alegando que esas pobres criaturas también son objeto de derechos. Es más: alguno de los más conspicuos representantes de tales organizaciones, cuando se vio enfrentado al bochorno de ver un roedor corriendo por su cocina, de seguro no dudó en llamar a uno de estos profesionales, sin formularse aprehensiones por ello. De igual forma, los perros sueltos en la calle constituyen un grave problema de sanidad pública, ya que pueden morder a alguien y matarlo a dentelladas, además de que esparcen infecciones muy delicadas; y con esto no me refiero exclusivamente a la rabia, sino a la serie de parásitos que contienen sus excrementos. Y aunque los humanos nos hubiésemos apropiado de un paño de tierra que no nos pertenecía para edificar nuestras ciudades, desterrando, cuando no reduciendo a sus habitantes originales, al final los canes también son ajenos al paisaje, ya que su lugar es el patio o el antejardín de una casa bien cercada y segura, al menos para estos menesteres.

Volviendo a los defensores de los animales, éstos han argumentado que el problema no son los perros sino los amos irresponsables. De acuerdo. Pero entonces, podemos rebatir diciendo que una legislación blanda en esta materia permite la posibilidad de que tales inescrupulosos se sientan con la autoridad para hacer lo que les plazca, ya que jamás recibirán una sanción por actos que atentan contra la convivencia universal. En tal sentido, advertirles que si su can anda suelto por ahí corre el riesgo de ser sacrificado -aparte de la multa que puede caerle al propietario-, los forzará a tomar conciencia y a pensarlo dos veces antes de abrirle la puerta que da a la vereda. No se trata de meter la letra con sangre, sino del siempre necesario sentido común. Por lo demás, por cuestiones que revisten menos peligro, como los fuegos artificiales o el alcoholismo juvenil, se han promulgado leyes mucho más punitivas y por lo mismo bastante más absurdas. Regular una especie que amenaza con convertirse en plaga no es maltrato animal ni mucho menos un atentado al ecosistema. Es garantizar la existencia de todo tipo de género natural, incluso de quienes reclaman de manera desaforada cuando estos temas se abordan.

domingo, 3 de octubre de 2010

Aspirar a Un Vulgar Consumo

Mucho se ha venido hablando en la prensa acerca de los denominados "aspiracionales", un neologismo que, como muchos de los términos que se emplean en Chile para identificar a supuestos grupos cohesionados con el fin de escribir en torno a ellos un sinnúmero de mamotretos seudocientíficos que se busca hacer pasar por tratados sociológicos, no existe en la lengua española, y por lo tanto, se constituye a la larga en otro factor que alimenta ese prejuicio que asevera que en este territorio no nos comunicamos mediante el idioma de Cervantes, sino por un pidgin empobrecido que cada día asume características más peculiares.

Pero ya que el vocablo, cual animal "inamible" ha sido echado a las calles por los inefables medios masivos de comunicación de este país, no nos queda sino convivir con él y eso significa, antes que nada, descubrir a qué segmento de la población está dirigido, como forma de descifrar los propósitos de quienes lo crearon o en su defecto se han esmerado en esparcirlo. Valiéndose de los análisis tanto del texto como del contexto, podemos trazar el perfil de un aspiracional: un sujeto de extracción popular, por lo general de origen medio bajo, aunque no necesariamente, proveniente de la miseria o la pobreza más identificable; quien, merced a un conjunto de causas -ya sea combinadas o separadas-, como sus estudios universitarios, un trabajo bien remunerado o el desarrollo de una pequeña empresa, ha logrado elevar sus ingresos económicos a un nivel que le permite vivir, no en el boato ni cerca de él, pero al menos con una relativa comodidad. Dicha situación, es divulgada por el agraciado a través de aspectos externos, casi siempre relacionados con el consumo: por ejemplo, la compra de bienes más o menos vistosos, como grandes televisores digitales o enormes automóviles del tipo cuatro por cuatro o sus afines. Además, habitan casas de mediano tamaño, espaciosas a la primera intuición, especialmente porque sus fachadas no guardan ninguna similitud con las viviendas otorgadas por los subsidios estatales. Dentro de tales habitaciones, se despliega una vida de familia que sigue el modelo de las tarjetas navideñas estadounidenses, pasado por el cedazo de las grandes casas comerciales. Hay un padre y una madre -casados o convivientes- y uno a tres hijos, que reparten su tiempo, los más pequeños, entre sus juguetes y la televisión por cable, y los que ya van a la escuela, entre esa instancia y el computador con internet. Todo este mundo perfecto, ha sido posible gracias al endeudamiento y al crédito, que les ha servido para acceder a ciertos productos considerados de lujo, aún estando disponibles en el mercado sus pares más baratos.

Basándose en esta descripción, podemos concluir que este fenómeno social lo conforman personas cuyo rasgo más sobresaliente es el consumo desmedido y a veces compulsivo en pro de crear en torno a ellos una buena imagen. De ahí que el término que pretende agruparlos (no lo olvidemos: está ausente en el diccionario español) derive del verbo aspirar, no en el sentido de absorber, sino de superarse a sí mismo escalando posiciones. El problema es que entonces se cae en un grave error semántico, pues la supuesta aspiración no alude ni en tono de broma a un afán de quemar naves mediante el esfuerzo individual, aunque sí haya sido una pieza fundamental en todo el proceso de arribo a la mentada condición. En cambio, la pretensión, una vez conseguidos un buen puesto, una casa aceptable y un cónyuge -o pareja, que para el caso es lo mismo-, es a través de la adquisición de bienes, provocar la apariencia externa de que se continúa ascendiendo. O visto de un modo más, si se quiere, positivo: demostrar que en un país democrático con un capitalismo nuevo liberal practicado a rajatabla, se puede vivir como lo hacen los más ricos, aunque sólo sea en el marco de las necesidades más básicas, y todo esto muy a pesar de las cacareadas acusaciones de desigualdad. Dicha demostración, además, y esto es lo que en definitiva la torna interesante, es a la vez exterior e interior, pues quien la ampara al final se hace la idea de que ha alcanzado las metas que se propuso, que no son sino adquirir los mismos bienes de los más adinerados. Una nueva clase social que como todas las que aparecen de tarde en tarde en Chile, va camino a transformarse en una casta para después de algunas décadas, sucumbir ante la próxima crisis financiera, mermada por el aumento del desempleo y la amenaza constante que representa esa patológica mala distribución del ingreso que se padece por estos lares. Un puñado de "desclasados", como se diría en la década de 1960 (otro neologismo, aunque en este caso, sí aceptado por la RAE), y que en la actualidad podrían calificarse de desorientados o incluso en ciertos casos, desubicados, quienes se encuentran obnubilados por su auto engaño, del cual no desean salir ni mucho menos que los saquen, pues la realidad es siempre dura cuando se despierta de un sueño tan agradable.

Durante los años 1990, fueron carne de los noticiarios de poca monta, esos esperpentos que deambulaban por la calle con un celular de palo o de juguete, y que iban todos los días al supermercado a rebalsar un carro que luego abandonaban en uno de los pasillos. Ellos fueron los primeros aspiracionales o en el mejor de los casos, el antecedente más directo y fidedigno de éstos. La diferencia es que aquellos teléfonos hoy están disponibles para todos los estratos sociales y no es de extrañar ver alguno de ellos -de los auténticos, se supone- en un campamento o una villa miseria. Y que el resto de los bienes de consumo también han bajado su coste o se han masificado. Con esos factores, y la propaganda que entrega un cartón universitario (que en Chile no son más que eso), no alcanza para romper la brecha de desigualdad, pero sí para estructurar una coraza dentro de la cual uno pueda sentirse realizado porque ve corretear a sus hijos por la casa en medio de televisores de última generación. Pero que en caso alguno, demuestra aspiración a un ascenso estamental, a una búsqueda por la instrucción cultural, ni siquiera a un buen pasar monetario.

domingo, 26 de septiembre de 2010

La Brutalidad del Lazo

Desde luego, uno sólo puede condenar lo acaecido durante el desarrollo de un rodeo en Ñuñoa en el marco de la reciente celebración de fiestas patrias. Allí, una menor de diecisiete años de edad, activista de los derechos de los animales, que de tarde en tarde hostigan a los practicantes de este deporte, fue laceada por uno de los jinetes, y acto seguido, ya con el ato rodeando su cintura, arrastrada hasta afuera de la medialuna. Es cierto: los manifestantes habían bajado al ruedo a gritar sus consignas, poniendo en riesgo su propia vida y la de los deportistas, algo que además se ha vuelto común en esta clase de acciones. Pero la violenta respuesta no es una conducta tolerable ni muchos menos elogiable, al contrario de lo expresado por el animador del certamen, quien siempre apoyó al micrófono una conducta inaceptable, alentando al público asistente a que también lo hiciera (y que enhorabuena, al parecer no siguió tal recomendación). De hecho, ese presentador se convirtió en cómplice de un delito, cual es la agresión con lesiones leves.

Lo peor, para los defensores y en general para las personas vinculadas de una u otra manera al rodeo, es que esta acción reflotó los estigmas y los prejuicios que la gente común suele formarse en torno a ellos. Incluso, la televisión, cada vez que informaba de este incidente, no dejaba de llamar "huasos" a los jinetes. Calificativo que por cierto los debe henchir de orgullo. Pero que en esta coyuntura, retrotrae a la imagen del campesino bruto, ignorante y cavernario que sólo es capaz de imponerse mediante el uso de la violencia. Ejercida, además, contra una mujer; mejor dicho, contra una adolescente. Situación que empeora todavía más las cosas. Porque se añade la caricatura del cobarde imbécil que sólo cuenta con la capacidad -física, mental y social- de descargar sus frustraciones con aquello que encuentra primero a mano, que es su propia prole. Y tales demostraciones retrógradas son un asunto que también se le suele atribuir a los habitantes de zonas rurales, quienes se supone, según este seudo razonamiento, son menos educados. Para colmo y remate, estamos en presencia de sujetos de ideología conservadora en lo que se refiere a la "moral y las buenas costumbres" que pertenecen a estratos más acomodados, los cuales son más asiduos a practicar este deporte. En definitiva, una pléyade de temidos y temibles hacendados, de esos mismos que en el pasado salían a caballo a perseguir a sus inquilinas buscando atraparlas con el lazo, para en seguida subirlas a la montura y llevarlas a un sitio eriazo donde pudieran violarlas en la total tranquilidad e impunidad. O que empleaban la misma arma para capturar, arrastrar y ahorcar a aquellos peones sospechosos de rebeldía; o bien, para atrapar las urnas en pleno local de votación y con idéntica rapidez perderse a través de los cerros. Lamentablemente para ellos, hay muchos connacionales que ven en el rodeo una representación simbólica de esa cultura, ya desterrada, por fortuna, de los campos chilenos.

Una consecuencia nefasta de este no menos ominoso proceder, es que también sirvió para validar los reclamos de los adoradores de bestias, autodenominados defensores de los derechos de los animales, que aquí terminaron de manera innegable transformados en víctimas. Si se examina bien, a poco andar cualquiera se da cuenta que estos chicos que irrumpieron en la medialuna, así como sus pares, comparten la característica de pertenecer a sectores de clase media alta equivalentes al nivel de ingreso y posición social de los vilipendiados jinetes. La diferencia es que se trata de un estamento urbano, que desde siempre han sostenido un conflicto con el universo rural, donde las recriminaciones y el desprecio son mutuos. Hay que decirlo con todas sus letras: los activistas en pro de los "hermanos menores", son niños ricos ociosos que se involucran en estas causas porque no se atreven a intervenir en instancias donde quienes sufren son seres humanos. Les han inculcado en sus escuelas, que esas reivindicaciones son propias de ideologías perversas como el socialismo y el comunismo, un ogro que además pretende quitarles su heredad para distribuirla entre los sucios y flojos pobres. Pero como son jóvenes y necesitan un ideal, se adhieren a estos movimientos donde pueden presentarse como luchadores contra un modelo que daña a otro ser vivo. Ambos grupos, los que sientan sobre un equino y quienes tratan de bajarlos de las monturas, aunque ahora aparezcan como antagónicos, a la postre conforman esa enorme masa de muchachos adinerados con todo resuelto desde la cuna, que para no quedar mal con sus padres, canalizan todas sus energías en divertimentos que disfrazados de labores altruistas o de recreaciones sanas. Un colectivo amorfo, pero a la vez y aunque suene contradictorio, consciente de sí mismo, en el cual participan otras montoneras, como esos adonis rubios y acomodados de colegios católicos ultramontanos, que durante los veranos salen a construir casuchas en los campamentos y embarazar a alguna mozalbete ingenua.

Toda vez que los adoradores de bestias también reflejan su ignorancia irreflexiva e impulsiva. Pues, si se detuvieran a leer y comprender los reglamentos del rodeo, caerían en cuenta de que su ejecución está planificada justamente sobre la base de no provocar daño al animal. De hecho, ése es el principio que rige el perfecto arreo de ganado, que es lo que se intenta recrear en este deporte. Lo cual se demuestra al penalizar ("puntos malos") las formas que puedan herir al novillo acorralado contra la pared. Y estas acotaciones en caso alguno buscan hacer una apología, pues el círculo que existe en torno al rodeo en verdad es bastante desagradable y eso quedó demostrado sobremanera en este injustificable acto de laceo. Se trata de analizar a las partes del conflicto antes de embanderarse en favor de uno o de otro. Y constatar que aquellos que en un primer vistazo aparecen como buenos, al final llegan al mismo punto de encuentro, aunque su partida sea desde un sitio diferente.

domingo, 19 de septiembre de 2010

La Distopía del Mundo Cristiano

Siempre me han llamado la atención aquellos hermanos que se horrorizan al observar cómo avanza, prácticamente sin contrapeso, lo que ellos denominan "la corrupción moral del mundo": un proceso de degradación irreversible y terminal, así descubierto por un único estándar de medición como es la subjetividad personal. Lo interesante es que quienes han llegado a este punto en su investigación, acaban reaccionando de dos maneras: o se resignan y aceptan que es un anuncio de la inminente y por cierto no tan lejana segunda venida de Cristo -que en tales circunstancias, debe leerse como el fin del mundo, en la manera más coloquial y menos teológica en la cual suele emplearse esa frase-, o prefieren tomar un rol más activo, reclamado por un mayor control de parte de las autoridades, lo que en la práctica se traduce en votar por quienes aceptan sus preocupaciones, cuando no deciden dar el paso siguiente y postularse ellos mismos como alternativa para detener el amenazante caos.

Este último grupo de hermanos sueña con un planeta poblado exclusivamente por cristianos, donde los gobiernos se rijan por algunos principios morales prescritos en la Biblia. Más bien, por normativas impulsadas en base a determinadas interpretaciones de las Escrituras, que no necesariamente tienen un total asidero, al menos de la forma en que sus partidarios las plantean. Por supuesto, asuntos relativos a las conductas en materia de recato sexual se hallan incluidas aquí, lo cual abarca desde la recomendaciones en cuanto a la vestimenta, pasando por el rechazo a la homosexualidad y al coito no marital, hasta la condena al uso de anticonceptivos y de ciertas posiciones durante la cópula, aunque ésta sea ejercida por dos felices esposos. No nos vamos a detener en estas discusiones, que no es el propósito final de este artículo. Sólo cabe recalcar que una utopía de tal clase, esto es que todos los habitantes del planeta sean cristianos, es una vana esperanza y así es como la tratan el mismo Jesús y los apóstoles. Y no porque entre ellos se halla impuesto la primera de las dos tendencias descritas en el anterior párrafo. Sino, debido a que una aspiración de tales características, atenta contra la esencia del mensaje de salvación, que debe ser recibido por las personas como una procesión de fe, que es un acto que sólo puede explicarse a partir del libre albedrío de cada uno de nosotros, el mismo rasgo que nos arrastra a decidir en plena conciencia y sin presiones externas, si tomamos o no la oferta que nos obsequia el Señor.

Lamentablemente, a través de los siglos no se ha entendido así y las consecuencia de aquello pueblan la historia. Cuando en el 380, el emperador romano Teodosio declaró al cristianismo como religión exclusiva del Estado, esa comunión de hombres y mujeres que durante tres siglos había luchado contra un enemigo común, ahora empezaba a experimentar divisiones y desencuentros. Las doctrinas falsas, si bien ya se habían manifestado casi desde la misma ascensión de Jesús, durante este periodo adquirieron una inusitada popularidad, y algunas, como el arrianismo, en un momento impregnaron a toda la feligresía. Por otro lado, los ciudadanos paganos que se vieron forzados a convertirse a la nueva realidad, además sin un proceso guiado en donde conocieran paulatinamente los dogmas, trajeron aspectos propios de sus costumbres y los mezclaron con las enseñanzas de Cristo, dando origen a un híbrido que en buena parte constituye la teología de la iglesia católica, al menos en su variante menos reflexiva o como la denominan ellos, popular. Eso, sin contar que se daba vuelta la tortilla y los seguidores del camino, de perseguidos pasaban a convertirse en perseguidores, en una conducta aberrante que dejó muchos más muertos que los ocasionados por la furia de los incircuncisos emperadores romanos.

Si todas las personas fuesen cristianas, aún siendo honestas en su fe, simplemente nos mataríamos de tanto aburrimiento. Y el deceso por abulia, ya lo sabrán, se obtiene recurriendo a un pecado: el suicidio. Lo interesante de esta ruta se encuentra en la posibilidad de atraer almas al redil; de otra manera, la doctrina de Jesús sería un completo absurdo. El hombre es por naturaleza libre y eso significa que tiene la capacidad de observar, plantearse preguntas y debatir. Les aseguro que en un universo poblado sólo por cristianos, los disidentes no tardarían en aparecer y nos enfrascaríamos en una pelea fratricida con ellos, causada por elementos ajenos al dogma y al mensaje. El desafío es convencer a los incrédulos con las armas de la buena convivencia que al fin y al cabo son las que nos legó Dios. Así conseguiremos enriquecer nuestra fe y tendremos un tesoro más en el cielo.


domingo, 12 de septiembre de 2010

Los Fanáticos del Fuego

Ha existido una exacerbación morbosa en este asunto del pastor norteamericano que anunció para el recién pasado once de septiembre -en el marco de la conmemoración de un nuevo aniversario del ataque al World Trade Center- la quema pública de un ejemplar del Corán, como respuesta al intento de un grupo de musulmanes de construir una mezquita relativamente cerca de lo que, tras los ominosos hechos del 2001, es conocido como la "zona cero". Después de todo, se trata de la afiebrada decisión de un reverendo que encabeza una minúscula congregación de una pequeña localidad al interior de los EUA, quien al parecer, está motivado por causas muy ajenas al sentimiento espiritual de los evangélicos, ya que al divulgar sus amenazas a través de los sitios más visitados de internet, dejó en claro que tenía un ambición al menos solapada de buscar fama y fortuna. Algo que ha conseguido con creces, al punto que se vio obligado a desistir de sus pretensiones, gracias a los grupos interesados en que situaciones como ésta, que no debieran pasar de la mera anécdota, adquieran por el contrario, ribetes de escándalo: pandillas que no sólo circunvalan al entorno musulmán, pues también se pueden encontrar en los círculos cristianos. Y que el hombre que deseaba encender la hoguera, está en pleno conocimiento de que existen, y que se les puede sacar provecho.

Quemar un libro es de por sí un acto que, ante los ojos de una persona común y corriente, se torna una mezcla de barbarie y terrorismo. Más aún, si se trata de una obra como el Corán, que, nos guste o no a los cristianos, tiene un sitial más que ganado en la historia y en la cultura universales. Es algo que -y discúlpenme el pastor de marras y la comunidad que regenta- sólo puede provenir desde las entrañas más profundas de la imbecilidad. De hecho, un buen número de países ni siquiera destruyen los textos piratas que se incautan en un determinado proceso judicial, optando en vez de aquello, por donarlos a tales o cuales bibliotecas. Sin embargo, la cremación como medida aleccionadora, es una práctica que a los hijos del camino, ya sea que se presenten en condición de victimarios o de víctimas, sólo les ha traído dolores de cabeza. Lo sabemos especialmente los evangélicos; o quizá no tanto, porque durante la Reforma algunas iglesias que abrasaron la disidencia de Lutero, prendieron hogueras donde incineraron a quienes les disgustaban, como aconteció en Ginebra con Miguel Servet. Pero los oprobiosos acaecimientos derivados de la actuación de tribunales como la Inquisición, debiera ser un incentivo suficiente para rechazar la reiteración de tales determinaciones a lo largo del tiempo. Aunque las sanciones ya no se apliquen sobre seres humanos sino contra hojas de papel. Por último no está de más recordar ciertas palabras vertidas en el llamado Sermón del Monte: "no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan"; o "bienaventurados los pacificadores".

Ahora. Se argumentará que la erección de un centro islámico en un sitio que despierta, por causas que no es necesario explicar, la sensibilidad de muchos cristianos, en especial de los cristianos estadounidenses, puede llegar a constituirse en una provocación. Y hablando con franqueza, lo es. Sobre todo, si consideramos que, debido a su cohesión religiosa, entre los musulmanes es bastante fácil la convivencia entre un moderado y un acérrimo defensor de la yihad. El mismo sentido de mancomunidad que posibilita ese fenómeno inexplicable para quienes no se manejan con la dinámica de los fieles a ese credo, cual es que jóvenes que residen en países del pimer mundo, con una amplia educación y excelente opciones de desarrollo personal, empero acaben adhiriéndose a un movimiento extremista, incluso terrorista, que de todas maneras es una tendencia minoritaria y muy puntual entre los seguidores de Mahoma. Pero como siempre la realidad tiene sus recovecos. Y en el caso específico, parace que los responsables de la construcción de la odiosa mezquita, no esconden ninguna intención mezquina o malsana contra los devotos de Jesús. Al parecer sólo se dio ese sitio y nada más. Ora porque en el sector habitan muchos fieles, ora porque era el único terreno disponible, si no el más barato. El resto son simples especulaciones: las mismas de las que se ha valido el a estas alturas también odioso pastor.

Dicho reverendo, está respondiendo a una agresión como la ocurrida el once de septiembre del 2001. Pero trata de contrarrestar el sufrimiento con otro acto de violencia: uno que además- y esto lo sabe muy bien, si por algo siente deseos de hacerlo- guarda una importante e innegable connotación simbólica. Como cuando los opositores a la guerra de Vietnam quemaban banderas norteamericanas en ese mismo suelo, cuestión que fue ampliamente condenada por los más diversos ministros religiosos. De nuevo, se puede solicitar auxilio a la regla de oro del Sermón del Monte. Es curioso que algunos líderes congregacionales, para determinadas circunstancias, consideren que estos son actos diabólicos mientras que contextos diferentes lo vean como un servicio divino. Ha pasado en los EUA con los colectivos homofóbicos y los extremistas anti aborto -que han asesinado médicos y puesto bombas en los hospitales-. El problema surge cuando uno se pregunta si Dios acepta que sus hijos recurran al mal para conseguir el bien. En particular, porque ya todos saben que ante todo evento, el demonio se alegra cuando las personas hacen el mal.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Hawking y Godzilla Wojtyla

Mientras acá en Chile, otro sacerdote que ejerce en una parroquia de un remoto pueblo del interior es acusado de pedofilia, en Europa, el físico Stephen Hawking accionó varias veces su único pulgar útil para revelar que, hace unos años, el mismísimo Juan Pablo II le "sugirió" no continuar con sus investigaciones sobre el origen del universo. Las aprehensiones del fenecido papa estarían empezando a cobrar sentido actualmente, no porque haya quedado demostrado que el científico británico resulta incapaz de guardar un secreto, sino debido a que, en pocos días más, un libro de éste verá la luz en el mercado, con declaraciones poco alentadoras para la teología cristiana en general y la iglesia católica en particular, ya que en algunos de sus párrafos, el profesor inglés sentenciaría de manera categórica que el inicio del cosmos no depende, al menos de manera absoluta, de la intervención divina, con lo que se pasa por su silla ortopédica la doctrina de la Creación. Una cosa que los hombres y las mujeres empiristas han, en el peor de los casos, insinuado desde que entre ellos se hizo popular la evolución darviniana. Pero que nadie de sus filas se había atrevido a afirmar aparentemente de modo tan lapidario.

Vamos por partes. Lo de Wojtyla a estas alturas no debiera sorprender a nadie. No por su personalidad particular, sino todo lo contrario, ya que nunca fue más que el reflejo de lo que representaba, para colmo como máxima autoridad; esto es, la estructura, organización y modo de actuar del romanismo. Alguien que ante todo recurre al escándalo artificial para justificar la censura y la condena con el propósito de cerra el más insignificante atisbo de reflexión. Y en consecuencia, un sujeto que, producto de una mezcla perfecta entre vocación y mandato, se encarga de preservar a una institución que promueve cualquier cosa salvo el cristianismo verdadero. Pues si así fuera, el sumo pontífice no tendría la urgencia de reunirse en secreto con un respetado científico con el ánimo de exigirle que no siga adelante en una investigación inherente a su oficio, sólo porque compromete las bases en las cuales se sustentan sus propios privilegios. Él está consciente de su posición política y social, y sabe que al frente tiene un interlocutor que al menos intuye el grado de manejo que se da en dichas lides. En conclusión, está al tanto que su conducta en cuanto autoridad es capaz de infundir miedo o cuando menos preocupación. Y si hablamos de dominación mediante el terror, el papismo es una entidad que bien puede dictar cátedra.

Lo que más pueden lograr personas como Juan Pablo II, es que su séquito, el clero católico y los feligreses, eviten el debate y en consecuencia se pierdan una excelente oportunidad para enriquecer su nivel de cultura y su fe. Pero lo que es peor, arrastra a todos aquellos que están obligados a prestarle obediencia, a sostener concepciones erradas respecto del mismo dogma cristiano. Pues el propio Jesús rechazó el empleo de las campañas del terror, incluso verbal, como método para convertir almas, ya que es una forma solapada de valerse del uso de la violencia. El resultado de tales opciones sólo consigue provocar temor ante un eventual castigo, pero no conduce al arrepentimiento sincero. Si Wojtyla hubiese sido un cristiano de verdad en vez de un purpurado rico que convenció a innumerables líderes mundiales gracias a su correcta labia y su tendencia anticomunista, a él mismo no le habría temblado la conciencia al notar los avances del profesor Hawking. Muy por el contrario, habría analizado los planteamientos del científico con parsimonia y templanza, con el propósito final de elaborar contra argumentos sólidos y eficaces solventados en la honestidad de corazón, para presentarlos en un foro donde ambas partes se hallen en igualdad de condiciones. Quizás nunca haya conseguido derrotar al físico; pero el carisma que le era tan natural al instante de emitir bulas y documentos morales, bien que pudo haber ocasionado el interés de algún descarriado que acabare aceptando los planteamientos del Mesías. Por eso es que la verdad sólo hace libres a quienes la defienden. Porque su búsqueda es un deseo que nace desde el interior para vencer el susto propio de alguien que se da cuenta que está pensando distinto.

Y por lo tanto, los cristianos no debemos difundir el miedo. Así como tampoco dejarnos abrasar por él. Por muy respetable que sea el profesor Hawking, al parecer, por lo menos en base a lo que se ha anticipado de su libro, sus aseveraciones no están sustentadas en descubrimientos empíricos comprobables, sino en teorías y especulaciones que, en materias de ideas, están a la misma altura que la doctrina cristiana. Es decir, que cree en una tesis acerca del origen del universo que no ha podido corroborar. Igual que los creyentes aceptamos la Creación mediante el llamado diseño inteligente. No es el primero que en el campo de las ciencias se la juega por una elucubración sin contar con una prueba convincente. Sin ir más lejos, Albert Einstein permaneció los últimos treinta años de su vida ensimismado en la teoría del campo unificado, que tiene una estructura que se podría definir como propia de la testarudez religiosa, por lo cual sus mismos colegas lo criticaron: de hecho, no murió en paz al ver que era abandonado por su pares debido a que perseveraba en una cosa la cual estaba seguro que era una verdad absoluta. Hay que comprender la lectura y sólo después responder. Y con los instrumentos legados por Jesús y ningún otro. Pues ése es el único de salvar almas.

domingo, 29 de agosto de 2010

Yo Sólo Soy Cristiano

Existe un grupo muy importante de hermanos que, cuando alguien les pregunta si es o no evangélico, responde de manera tajante definitiva: "no, yo soy cristiano". Con esto, de partida, dejan al interlocutor sin recursos para insistir en la pregunta. Pero además ellos mismos sienten una suerte de alivio, aunque no por causas derivadas de la naturaleza de tal interrogación, o de las intenciones de quien la formula, hechos que casi siempre están intínsecamente unido. La sensación de distensión se produce porque creen haber cumplido su deber, al usar el título más propio de los seguidores de Jesús y su mensaje, de paso, arrebatándoselo a otras confesiones, como el catolicismo, que también suelen emplearlo, pese a que sus preceptos supuestamente no se condicen con la doctrina bíblica.

Es cierto que la palabra cristiano es la más adecuada como autónimo. Sobre todo, cuando se asegura, en cada reunión, que el Señor cuando vuelva "no vendrá a buscar letreros, sino a los hijos que cumplen su voluntad", lo cual es ratificado con un bullicioso y convincente "amén" de parte de la asamblea. Pero no son pocos los autores de las Escrituras quienes, a renglón seguido, nos advierten que los convertidos y los incrédulos son dos públicos diametralmente distintos. Y que, aún poniendo énfasis en el dogma teológico, se les debe aplicar igualmente un criterio diferenciado. Lo que desde luego incluye la forma de comunicarse con ellos, y por extensión, el uso del lenguaje. Términos que nosotros utilizamos para nombrar determinadas cosas, afuera pueden tener un significado poco reconocible y hasta opuesto. En ese contexto, para los hombres seculares, los vocablos "cristiano" o "cristianismo" aluden a un movimiento histórico digno de ser analizado desde la neutralidad científica. Nunca cuentan con la connotación tan especial que se les da dentro de las iglesias. Aunque muchos muestren las mejores intenciones cuando se valen de ellos en terrenos foráneos.

En consecuencia, si uno se presenta ante una muchedumbre inconversa y recalca que "es cristiano", y más aún si primero le preguntan si es evangélico, por supuesto que dichos oyentes sentirán que habla palabras hueras, vaciadas de su sentido y su significado. O en el mejor de los casos, no comprenderán una respuesta de semejante talante. Por lo cual, el mensaje que el hermano desea comunicar, lo más probable es que se desvirtúe. Incluso, esa actitud puede ser calificada de cobarde, pues contiene una cierta negación de la militancia en una comunidad reformada. Intento de ocultamiento que es condenado hasta por el mismo Jesús. A lo cual cabe agregar, que al obrar así, se tiene plena conciencia de que los católicos, los ortodoxos y uno que otro grupúsculo menor también se autoproclaman cristianos, por lo que el evangélico confesional acaba disolviéndose en una masa amorfa dentro de la que resulta imposible identificarlo. ¿Cristiano a secas? Sí, pero porque los pensamientos, las particularidades y la definición es lo que finalmente se agosta.

Los romanistas se autodenominan católicos, porque esa palabra, en lengua koiné -el griego neotestamentario- significa "universal". Pero eso les impulsa luego a proclamarse cristianos, pues recorren el mundo llevando consigo el Logos, uno de los mandatos más esenciales de la doctrina de Jesús. Los reformados se hinchan de orgullo para estampar que son cristianos, pero acto seguido, cuando se atreven, a duras penas y como un adjetivo, susurran que además son evangélicos. ¿Por qué, si la universalidad y la información acerca de la "buena noticia" son aspectos relacionados de manera indisoluble? No es una simple marca o nombre propio. Se trata de un dogma que define de forma preponderante y lapidaria la fe. La misma que nos da ese toque de distinción que nos permite reconocernos como salvos.

domingo, 22 de agosto de 2010

La Dictadura de los Creyentes

Ante la creciente liberalización de las costumbres culturales e individuales -que no es tal, porque jamás ha existido una sujeción moral tan estricta: lo que sucede es que por mucho tiempo el relajamiento fue ocultado o desconocido en términos del consenso oficial-, los cristianos observantes, independiente de la iglesia a la cual sigan, reaccionan de distintas maneras, pero manteniendo siempre una actitud negativa. Lo cual es lógico, e incluso en muchos casos, no debiera motivar una objeción, pues se trata de aplicar de forma correcta las enseñanzas de Jesús. Sin embargo, lo interesante es analizar algunas de las conductas que a la postre se manifiestan como respuesta. Por un lado, están quienes ven la antesala de la destrucción del mundo y el apocalipsis final. Pero por otro, aparecen aquellos que sugieren la instalación de gobiernos basados en determinados preceptos bíblicos, anulando toda clase de expresión que se encuentre alejada de éstos. Así, proponen administraciones políticas que prohiban la homosexualidad, las religiones no cristianas o los espectáculos artísticos que estén reñidos "con las buenas costumbres", a la vez que fuercen la proliferación de familias numerosas, gracias a que en la lista de proscripciones, cabría un espacio para la anticoncepción. Todo, en aras de evitar un severo castigo divino, pues el Señor no deja de observarnos desde arriba y ya sabemos que no le gusta la apostasía ni las aberraciones sexuales.

Uno puede comprender dicha forma de pensamiento. En especial, porque el abandono de los valores de Cristo casi siempre trae aparejado el desprecio hacia quienes lo defienden, aunque sea de manera moderada. Y en esto último, la época contemporánea no es la excepción. Pero a poco andar, uno, sin que ello signifique la abjuración de su fe, se da cuenta de que tales elucubraciones constituyen un absurdo y un contrasentido respecto al propio mensaje del Mesías y al mandato bíblico que de él se deriva. Pues, a los discípulos se les ordenó convertir en medio de una masa ajena y extraña de acuerdo a sus creencias, que a la postre se torna la esencia y la razón de ser de la doctrina cristiana. Más aún: si fuéramos todos unos devotos creyentes, entonces el mismo cristianismo no necesitaría existir, porque nace de la urgencia de rescatar a las almas de la perdición. De solucionarse tal problema, estaríamos aburridos, abandonados a merced de la depresión, preguntándonos el motivo que nos impulsa a defender un sistema que no sirve para nada. La utilidad está allá afuera, en el pecador cuya conducta siempre obedece a una causa, que no se puede descubrir negándola, aspecto que subyace en el planteamiento descrito a lo largo de este artículo. Ante todo, lo que se debe hacer es predicarle, pero también se puede debatir con él; y si exponemos nuestros argumentos con consistencia y coherencia -valiéndose de buen modo de las reglas impuestas justamente por el mundo exterior-, seremos capaces de conducir a más personas al redil de los redimidos. En cambio, sólo una abulia desesperante le aguarda a quien constate que todo está perfecto.

Ahora, se podrá contestar que hay una promesa en la Biblia, donde se remarca que una vez arraigada la palabra de Jesús en todo el mundo, acaecerá la Parusía. De acuerdo. Pero aquélla es una decisión que le compete exclusivamente a Dios, de la cual los hombres no pueden atribuirse la opción de adelantarla. Al respecto, es aleccionador revisar el pasado y comprobar que en muchos momentos se ha proclamado la conquista universal del cristianismo. Y ustedes y yo somos la prueba de que tales muestras de algarabía no se han traducido en el esperado regreso del Señor. Es más: cuando han acontecido dichas proclamas, en el seno de esa congregación global donde todos parecen formar parte del mismo cuerpo, al poco rato siempre surgieron disensiones que a veces fueron capaces de desatar conflictos que hasta el día de hoy no se han conseguido superar. Las diversas herejías de la Antigüedad, el cisma de Oriente o la Reforma, son los ejemplos más plausibles. Demostraciones que se dieron en un marco donde el camino se imponía de manera autoritaria, lo cual daba una falsa imagen de universalidad.

El cristiano siempre debe alegrarse incluso ante la peor de las adversidades. Y si bien tiene el permiso de indignarse, eso no lo puede impulsar a agredir al prójimo. Tampoco son correctos el susto y el espanto prolongados, pues son manifestaciones de cobardía. La flexibilización de las conductas individuales que estamos presenciando por estos días, no debe ser respondida con condenas pretendidamente ortodoxas que ocultan el deseo de protagonizar una campaña de extermino. Sino como una oportunidad para renovar la predicación, ya que no existe mayor entretenimiento que trabajar en pro de la sanación de los incrédulos. Es mucho más interesante desenvolverse en un mundo repleto de sujetos abominables que en otro donde todos tienen una postura de mantis religiosa. La democracia, por muy permisiva que parezca, es de cualquier manera bastante más beneficiosa que la teocracia, que el propios Jesús proscribió expresamente.