domingo, 19 de diciembre de 2010

La Fiesta de la Discordia

Navidad es una época de contrastes. Son días en que se supone las personas deberían estar felices en sus casas disfrutando con sus familiares. Sin embargo, la mayoría de ellos deambula desesperado por los centros comerciales a la caza del último regalo. Lo cual a veces deriva en situaciones de violencia callejera, con una vehemencia que ni la más agresiva de las pandillas se hubiese imaginado. Y si se vive en el hemisferio sur, donde es pleno verano, mucho peor. Eso motiva la existencia de una pequeña pero importante cantidad de detractores de esta festividad, quienes además cuentan con un dato a su favor: el nacimiento de Cristo, origen de la conmemoración, ocurrió en una fecha desconocida; no obstante, y por causas que ya no es necesario detellar, se tiene la certeza de que no le corresponde el veinticinco de diciembre. Más todavía: ni siquiera es correcto que el Señor haya iniciado su vida terrenal en el año uno. Un factor que exaspera los ánimos de determinadas confesiones cristianas y también de ciertas organizaciones de ateos, quienes agregan el argumento -nunca comprobado- de que todo lo narrado por la Biblia no son más que supercherías.

Gran parte de la responsabilidad de que se hayan conformado ambas conductas extremas, se le debe a algunas iglesias evangélicas. Revisemos la historia. Martín Lutero no sólo instó a sus seguidores a celebrar la Navidad, sino que además la envolvió de un significado teológico que, en buena parte, es la causa del prestigio y la popularidad de que goza hoy en día. A él siempre le llamó la atención esta paradoja de que Dios, el más grande de todos los seres, se redujera a la insignificante condición de un bebé desvalido, sólo por interés en salvar a los humanos. Eso lo impulsó a valorizar esta fiesta como una demostración de la misericordia divina, antepuesta al castigo y a la venganza, por otra parte atributos indiscutibles de Yavé si se entiende que los destinatarios son sus creaciones. Una vestimenta doctrinal que no existía en el seno de la iglesia católica, que en esas épocas y en las más recientes ha considerado como la mayor de las conmemoraciones a la Pascua de Resurrección. Sin embargo, el monje agustino decidió ir más allá, y recomendó ciertas tradiciones que hoy para los detractores resultan -de acuerdo con la opción religiosa que hubiesen tomado- superstición o idolatría, como el pino adornado o los obsequios a los niños. Pidió a los fieles que las adoptaran como un rasgo distintivo, que además delataran la alegría que los cristianos auténticos debían sentir por el arribo del Salvador, en tiempos difíciles donde la persecución papal rondaba por todos lados.

Pero, a poco de iniciado el movimiento reformista, aparecieron congregaciones que prácticamente demonizaban la Navidad, considerándola un rito pagano impuesto por los católicos, del mismo modo que sus celebraciones a los santos y las vírgenes. Cabe acotar, por desgracia, que aquello es cierto, ya que la natividad efectivamente fue superpuesta a una antigua fiesta romana, la de Cronos, equivalente al actual Año Nuevo. Lo mismo sucedió con otras efemérides papistas espúreas para el cristiano evangélico, como la Asunción o Todos los Santos. No obstante, ese dato incuestionable no explica del todo la aversión que las mencionadas comunidades empezaron a manifestar hacia la Navidad. Pues también, se pueden esgrimir consideraciones de carácter histórico, en especial aquellas que están relacionadas con el contexto en el cual progresó la Reforma, como el incesante conflicto, no sólo sostenido con el papado, sino entre los propios líderes del movimiento, que en determinados momentos fue más intenso y violento, llegando a constituir una amarga lucha fratricida. Ahí están las rupturas que el propio Lutero experimentó con Zwinglio o Münster -esta última, resuelta de forma trágica para él y sus iglesias de campesinos-, o las condenas de Calvino a Casiodoro de Reina y Miguel Servet. Varias de estas nuevas expresiones a su vez denostaron al hombre de las noventicinco tesis, diciendo que jamás se armó de valor suficiente para enviar al traste a los curas (de hecho, Lutero, hasta muy avanzada edad, sostuvo que sólo cabía una institución eclesiástica, ante la cual él prefería presentarse como un innovador). Al respecto, es preciso señalar que algunos dogmas suyos, como la consubstanciación, hoy se hallan superados. Muchos de estos hermanos, en el afán de huir de sus captores, acabaron refugiándose en América, donde lograron llevar adelante sus teorías con casi absoluta libertad.

El problema actual es que, al presentarse tal nivel de negación en el seno de los mismos evangélicos, la Navidad como celebración cristiana ha carecido de una protección adecuada, sobre todo en el siglo XX, cuando el comercio y el consumismo simple y definitivamente le pasaron por encima. A tal punto, que por estas fechas se tiende a exaltar la fiesta como un fin en sí misma y no en base al ser que la motivó. Por ejemplo, cosas como la "blanca navidad" o el "milagro de navidad", jamás mencionan a Jesús, y a veces parece que fuera alguien llamado precisamente Navidad quien nació en el Israel antiguo. Ésa ha sido la principal causa de su existencia casi folcrórica en nuestros tiempos: pues se trata de una fecha capaz de dejar felices a todas las personas, al menos las que tienen ciertos intereses. Por cierto, eso no significa que debemos obrar como aquellos hermanos y volver a declarar la conmemoración como algo sucio e incorrecto. Más eficaz es usarla para explicarles a los niños hijos de musulmanes, hinduistas, sintoístas o ateos, quién era el Cristo, el cual trajo para todos un regalo mucho más valioso que el que tienes en las manos.

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