domingo, 22 de marzo de 2015

Fin de Semana de Pirados

En sólo un fin de semana, cuatro jóvenes murieron intoxicados producto de sobredosis de drogas o sustancias afines. Con ello se sobrepasó la cifra de fallecidos por causas similares del año pasado. Y quizá lo más triste de todo, es que entre los decesos había muchachos que no superaban los quince años.

Lo que más llamativo lo constituyen las sustancias que estos muchachos inhalaron y que los llevaron a la muerte. Dos hermanas, por ejemplo, aspiraron gas licuado contenido en un cilindro portátil, de ésos que se usan como combustible para las cocinillas. Mientras una pareja, junto a otros dos amigos (estos últimos sobrevivieron, aunque se encuentran hospitalizados con riesgo vital) se inyectó morfina, un componente más conocido por su aplicación, irónicamente, en las faenas médicas, pero cuya estructura y efectos son parecidos a los de la cocaína y la heroína. En ambos casos confluyen una serie de factores. Primero, la desesperación de una persona que, por diversos motivos, sufre una severa crisis de ansiedad que lo impulsa a drogarse con lo que tenga a mano. Luego, la ignorancia, y en idéntica medida la falta de educación, que caracteriza a un grueso de la población chilena, la cual, queda comprobado, debe estar instruida incluso respecto de ámbitos reñidos con la legalidad. Y finalmente, las consecuencias de la carencia de oportunidades, pero también de la pobreza y la desigualdad, que padecen muchos chilenos y que terminan haciendo la diferencia hasta al momento de buscar pirarse.

En lo cual también hay parte de culpa del Estado. Los aparatos públicos prácticamente carecen de una red, al menos eficiente, que auxilie a los adictos, incluso a los que se acercan de modo voluntario a pedir ayuda. Las únicas políticas al respecto han sido represivas, como aumentar las penas por porte de sustancias prohibidas y hacer punibles situaciones que son propias del consumo privado pero jamás del tráfico, caso emblemático lo que ha venido ocurriendo con las personas encarceladas por porte de algunos gramos de marihuana. O bien medidas más sutiles -y propensas a ser elogiadas desde el punto de vista práctico- como la eliminación de los solventes volátiles del neoprén, que impulsó a los chicos que consumían ese pegamento a pasarse al tolueno, la bencina o el gas. Por otra parte, las proscripciones sin ton ni son reducen la proliferación de drogas pero a la vez encarecen su precio, lo que arrastra a los dependientes a buscar salidas alternativas. Los que poseen mayor información y cuentan con mejores recursos económicos se contactarán con conocidos en el extranjero y traerán píldoras sintéticas que legalmente no se pueden perseguir porque no se hayan registradas y las entidades encargadas además las desconocen. Pero los que pertenecen al pueblo raso -la alta mayoría- se verán obligados a adquirir un medicamento o un elemento que por distintas circunstancias circula en el ambiente. Y por lo general, esos últimos casos son los que derivarán en consecuencias más graves, porque los compuestos ingeridos no fueron diseñados para la evasión.

                                                 
Es una situación similar a lo que está acaeciendo en el norte de Europa con el cocodrilo, una droga que produce una quemazón en los músculos que puede llegar a ser fatal, y que se popularizó tras la recesión económica que afectó a esa región y las férreas medidas anti drogas que tomaron los gobiernos en cuestión. No falta quien se pregunta por qué lo hacen sabiendo que colocarán en riesgo su vida. La respuesta es simple: cuando el adicto está desesperado, o ingerirá una dosis anormal o se arrojará del piso más alto de un edificio. Es como los reos cuando, apremiados por la falta de alcohol, elaboran el pájaro verde, un brebaje que mezcla barniz con restos de comida. Es ahí donde las instituciones deben estar alerta. Y evitar conducir a la muerte a un pobre desgraciado asegurando que realizan todo lo posible para salvarlo.

domingo, 8 de marzo de 2015

Día de la Mujer: Poco Que Festejar

Muchas mujeres -y no pocos hombres, aunque algunos de ellos sólo lo hicieran impulsados por un entusiasmo ambiental- han aplaudido el anuncio de la presidente de crear un ministerio que trate los asuntos del género, aún cuando se trata de una iniciativa puramente cosmética, pues el actual servicio nacional es una de las carteras del gabinete. La propuesta ha sido lanzada en el momento propicio: durante un discurso pronunciado este ocho de marzo, día en que se conmemora la inmolación del más de centenar de trabajadoras que perecieron en el incendio de la fábrica Triangle en New York, producto de que no lograron escapar a causa de que los empleadores mantenían las puertas cerradas en el afán de evitar eventuales fugas desde el sitio laboral.

¿Hay algo más que celebrar fuera de la concreción del mencionado Ministerio de la Mujer, que al fin y al cabo es sólo un cambio burocrático? La verdad es que muy poco. Primero que nada, y recordando el incendio en la empresa neoyorquina, aún los salarios femeninos son inferiores a los que gana un equivalente varón, si bien la diferencia es escasa y se circunscribe a algunas ocupaciones. Sin embargo, lo más cuestionable surge al momento de revisar la orientación a donde ha sido dirigida la igualdad de género en las últimas décadas, la cual además, y aunque muchas y muchos no quieran o les dé vergüenza reconocerlo, ha sido supervisada y encauzada por la iglesia católica y los círculos de empresarios más acaudalados, dos grupos de entidades con bastante poder en el país. Lo cual se ha intentado enganchar con un discurso de supuestos progresistas y socialdemócratas, una mezcla escasamente verosímil en realidad, pero que ha sido presentada a la opinión pública de un modo tal que la mayoría piensa que es, si no un logro perfecto, al menos un gran avance.

Partamos por la maternidad. Se ha aumentado la cobertura en salas cuna y se ha ensalzado a la madre trabajadora, a la par que el rechazo de carácter reaccionario al embarazo adolescente ha sido reducido a una expresión insignificante. Por supuesto que son transformaciones que no se pueden dejar de elogiar. Sin embargo, la omnipresencia de la iglesia romana a su vez ha permitido que se eche pie atrás en intentos por repartir anticonceptivos e impartir clases de educación sexual en las escuelas, factores que han resultado determinantes en el aumento de la preñez entre las jóvenes secundarias. A esto se suma el bombardeo publicitario donde de modo constante se muestran imágenes de féminas acompañadas de niños pequeños -en muchas ocasiones recostadas en el tronco de un varón-, lo que constituye un claro incentivo. Ante tal situación, el progresismo ofrece un premio de consuelo y entrega míseras ayudas económicas que no alcanzan para mantener a un bebé, y luego alienta a estas personas a demandar a los padres biológicos -cuya coyuntura monetaria no es mejor- a fin de que paguen la pensión alimenticia (incluso con la opción de sacar una gran tajada). Ya no se repudia a la púber con un feto, pero las posibilidades de que acaben concibiendo son mayores, y eso no es sino una manera diferente de imponer el conservadurismo. Mientras que las más adultas deben resignarse a ingerir fármacos para aliviar su supuesta neurosis, en circunstancias que los medicamentos son la droga adictiva femenina por excelencia, a la vez que el alcohol y las sustancias prohibidas son la masculina.

No se ha visto al actual servicio nacional de la mujer, en una actitud más enérgica frente a los arbitrarios planes femeninos que ofrecen las aseguradoras y las instituciones privadas de salud, así como de las administradoras de fondos de pensiones. Tampoco suele estar presente en los casos de abuso sexual, si bien sí lo hacen en las situaciones de violencia doméstica -que son más ambiguas-. Y en cuanto a políticas de planificación, lo más cercano a eso es insistir en ampliar los derechos para el aborto, que claramente no es un método anticonceptivo. Y que no constituye sino otro triunfo del catolicismo. Porque se trata de algo que todos sabemos finalmente no se aprobará -o se conseguirá con un alto número de restricciones- y debido a que su insistencia es el resultado de la intolerancia de los curas, quienes han provocado que al otro lado surja una posición igualmente extremistas en el afán de contrarrestar. Las féminas más famosas -Violeta Parra, Gabriela Mistral- no se hicieron famosas por lo que tenían entre las piernas. Así como tampoco lo fueron las trabajadoras sacrificadas a fuego hace ya más de un siglo.