lunes, 30 de marzo de 2009

El Valor de las Vacas

Aunque la devoción por toda clase de animales es una práctica enraizada en la India y en la religión hindú, a los occidentales nos llama especialmente la atención la sacralización que ese pueblo le tiene a las vacas. Las reacciones que nos provoca esa conducta son encontradas: desde la admiración más incondicional, pasando por la sorpresa ante lo desconocido -y por lo mismo, extraño-, la incomprensión propia del desconocimiento, hasta el rechazo más unilateral y tajante. En esto último me quiero detener, porque no falta el cristiano desinformado que ven en dicha costumbre una muestra de lo ridículo que pueden llegar a ser algunas doctrinas heterodoxas. Y sí: el hinduismo cuenta con varios aspectos que son contraproducentes en materia de bienestar humano, tanto en este tema como en otros. Pero antes de despotricar contra lo que sólo hemos oído a través de anotaciones sensacionalistas, es recomendable analizar por qué un determinado pueblo le da a sus bovinos el calificativo de dioses.

Pues bien. La India es el segundo país más poblado del planeta, con aproximadamente novescienteos millones de habitantes. Muchos de ellos son niños, y varios de ellos, pobres y de familias numerosas. Resulta que el alimento esencial de un infante -y nosotros lo sabemos de sobra, ya que vivimos esa edad- es la leche. Y entre los principales proveedores de ese elemento, están los vacunos. Su sacralización es impuesta como un modo de impedir su eventual sacrificio en aras de consumir su carne. No es para menos: si matan a las vacas, luego millones de niños sufrirán desnutrición e inanción. En consecuiencia, se trata de una mentalidad práctica justificada por una prescripción religiosa. Una combinación que no debería sorprendernos, si consideramos que antes de la ciencia, la política, la filosofía o el arte, estuvo la religión, y que éste fue el primer factor que determinó las costumbres particulares de cada territorio. Y en Occidente nos admiramos de la India y su condición de cultura milenaria que ha sabido conservar sus tradiciones, algunas positivas y otras, como ya se señaló, bastante cuestionables.

En este último tiempo, a propósito de la crisis alimentaria que el mundo viene padeciendo desde el 2008 -y que parece andar de la mano con la crisis financiera- me he preguntado si sería o no aconsejable aprender de los hinduistas, y en vez de pasar a cuchillo a las vaquillas, mantenerlas para la producción láctea. En tal sentido, sugeriría que se prohibiera, al menos en tiempos de escasez, la faenación bovina, así como de otros animales que proveen de sustancias imprescindibles para la subsistencia. Por desgracia, en el Occidente orgullosamente cristiano, hay quienes ven en el consumo de vacuno y de cualquier otro tipo de carnes contundentes una señal de agradecimiento a Dios, por haber entregado Sus bendiciones en abundancia. Dicha actitud proviene de una costumbre ampliamente difundida en el Israel veterotestamentario, pero vetada por Jesús y por ende ajena a la profesión del cristianismo. Lo único que, en tal sentido, acaba exigiendo la Biblia, es consumir la comida que esté más disponible a la mano, así sea, como les ocurrió a los deportistas uruguayos de Los Andes, el cuerpo de un amigo recién fallecido. Y sin prejuicio de lo anterior, la gula es considerada un pecado, de igual forma que lo es dejar a alguien morir de hambre.

Más aún: solemos medir la prosperidad o la pobreza de un país mediante el acceso que sus ciudadanos tienen a ciertos pedazos de carne, como el vacuno o el cerdo. Ese fue, por ejemplo, el eslogan de los opositores al gobierno de la Unidad Popular, que hablaban de la "revolución de la merluza" con una mezcla de sorna, sensacionalismo y desesperación. De hecho, la caricatura del consevador ideológico siempre ha sido la de un padre de familia gordo sentado en el borde una buena mesa, rodeado de unos sonrientes mujer e hijos. De pronto podríamos detenernos en nuestra voracidad y no dejar de comer, sino comer lo estrictamente necesario. A fin de cuentas, la obesidad irreflexiva en una muestra de malnutrición intelectual, afectiva y espiritual.

lunes, 23 de marzo de 2009

Satánicos Que Unen a Las Familias

La banda "Iron Maiden" no figura entre mis preferidas. Los dos únicos álbumes que poseo de ellos "Number of The Beast" y "A Piece of Mind", los tengo en formato caset. Se trata de un rock ramplón, incluso dentro del estilo metalero, que ya es una simplificación decadente de la sicodelia y el progresivo. Tanto la música como las letras son inconsistentes, reduciéndose su atractivo a dos elementos: la rápida y a la vez violenta forma de tocar los instrumentos, y el supuesto satanismo que contienen sus textos, el cual, en todo caso, es exclusivamente una propuesta estética y una forma de protesta social, y que me parece, ni siquiera los propios miembros del conjunto se creen.

La "Dama de Hierro" ha programado seis conciertos en Chile, incluido el que recién pasó. Aunque, por diversas circunstancias, sólo ha ejecutado cuatro. Entre los cancelados se encuentran uno de 1999 que iba ser parte del "Monster of Rock", que el mánager les recomendó evitar debido a la xenofobia anti británica que por acá produjo la detención de Pinochet en Londres. El otro, muy célebre, porque con él iban a debutar en este país, es aquél de 1992 que levantó tal polvareda con este cuento de la demonología, que al final la productora desistió de su organización y dejó a los fanáticos con un rencor contra la iglesia católica que hasta hoy no se soluciona. Fue la primera vez que los curas se sacaron la careta de luchadores por los derechos humanos y mostraron sus colmillos de leones rugientes sedientos de carne. Y lo hicieron en un aspecto en el que nunca debieron involucrarse, porque la búsqueda de mensajes satánicos en la música rock es algo que siempre han practicado los pastores y teólogos evangélicos, con mucho más desaciertos que logros, hay que admitirlo. Sin embargo, el desconocimiento de los papistas ayudó a aumentar aún más la histeria, pues en esos años eran los únicos ministros religiosos que tenían tribuna en los medios de comunicación, fuera de que, debido al pusilánime y antojadizo consenso que imperaba entonces, los políticos de todos lados les aplaudían hasta las más absurdas de sus sandeces. Esto, finalmente, remató en una situación especial: nuestras lumbreras traspasaron su temor a lo desconocido a la sociedad, que se llenó de pavor ante la posibilidad de que Lucifer declamara sus preceptos en los paseos públicos de Santiago.

Dieciséis años después este bochorno, las cosas son algo diferentes. El catolicismo, y los movimientos religiosos en general, ya no tienen una influencia tan fuerte. Por otra parte, mayores conocimientos en lo que a historia del rock se refiere, nos han permitido distinguir la verdadera intención detrás de tales o cuales letras. Sin contar que, siguiendo un proceso lógico, Iron Maiden y el género musical que representa se han convertido en un espectáculo universal y transversal, al que incluso se le puede pegar ese mote "atracción familiar" que legitima un producto cualquiera para las mentes bienpensantes y lo vuelve apto para todo público. Y algo de eso ocurrió en el último recital que esta banda ofreció en Chile. Entre los asistentes, se contaban niños de cinco años, pasando por adolescentes de ambos sexos, dueñas de casa de todas las edades, hombres y mujeres profesionales, personas adultas, obreros de toda clase de labores, hasta ancianos y representantes de la tercera edad. Un amplio mosaico social donde se podía encontrar hasta cuatro generaciones de una misma familia, y en el cual estaban representados todos los estratos sociales. Provincianos y capitalinos unidos por las poleras negras. Una imagen alejada del joven universitario borracho que uno espera encontrar en estos eventos, y por cierto, completamente distinta a la que nos suelen presentar los detractore de esta música.

Desconozco si los obispos ven televisión o escuchan radio. Pero si alguno oyó hablar del balance de este concierto, de seguro de sentirá sorprendido al constatar cómo un conjunto que se supone es propagador del satanismo - en todas sus acepciones posibles- y de los valores anticristianos es capaz de reunir a toda la familia, cuestión que tanto exigen en sus prédicas y que buscan allanar con sus proscripciones. "Familia unida jamás será vencida" "Familia unida es más fuerte" declaran, mientras lanzan sus diatribas contra el divorcio, la anticoncepción o la eutanasia. Pues bien: un movimiento que tanto ellos como ciertos evangélicos detestan -porque no todos lo hacemos- ha logrado reunir y fortalecer a muchas familias chilenas bastante mejor que un asado dominical. Y conste que nadie ha hablado del bien y del mal.

domingo, 15 de marzo de 2009

Fundamentalismo

El término " fundamentalismo" ha sido tan manoseado y usufructuado en los últimos años, casi siempre con una connotación despectiva, que muchos han olvidado o simplemente no tienen oportunidad de conocer su verdadero origen ni las motivaciones que llevaron a acuñarlo. Entre ellos, un número importante de cristianos evangélicos, quienes ignoran que el vocablo surgió en el seno de los mismos pastores, reverendos y teólogos reformados del siglo XIX, con un significado muy diferente e incluso diametralmente opuesto al que se le atribuye hoy.

Ocurre que en esta centuria se crearon y prosperaron casi todas las teorías evolucionistas y progresistas alimentadas por el entusiasmo tecnicista provocado, a su vez, por la Revolución Industrial, entre las que se cuentan el positivismo, el socialismo científico y la selección natural de Darwin. Por unanimidad, tales propuestas tendieron a ver a la religión - entendida en términos del cristianismo occidental- como un paso intermedio entre la magia primitiva y la nueva era dominada por el conocimiento científico: en cualquier caso, el mundo de la fe constituía una solución imperfecta que debía ser superada. En Europa, este espectro ideológico contagió también a los teólogos evangélicos, quienes impulsaron lo que se denominó la exégesis liberal de la Biblia, que esencialmente cuestionaba los hechos más fantásticos narrados por las Sagradas Escrituras, además de objetar la autoría de los libros y en varios casos también su fecha de composición. De este modo, el Pentateuco - los cinco primeros tomos del Antiguo Testamento- nunca fueron escritos por Moisés ni se redactaron hacia el año 1.200 AC, sino que vieron la luz cuatro siglos más tarde, gracias a la imaginación de autores anónimos que se los atribuyeron a una figura histótica o legendaria importante, a fin de que sus contemporáneos creyeran la recopilación de relatos orales que había unido y transformado merced a su peculiar ingenio. Como una situación se halla inevitablemente ligada a la otra, entonces de ahí a negar la existencia de Moisés o de cualquier otro héroe bíblico faltaba un paso, y las Sagradas Escrituras se reducían a otro compendio mítico más.

En Estados Unidos, donde el desencanto eclesiástico no había penetrado tan fuerte, esto fue visto como una traición, que en palabras propias del conservadurismo religioso, significa que el diablo convenció a cristianos otrora fieles para que clavasen nuevamente a Cristo en la cruz. Actitud más repugnante incluso que el más mundanal de los paganismos. En protesta, conminaron a sus hermanos europeos a abandonar discusiones que para ellos resultaban superficiales y volver al auténtico " fundamento", que era el mensaje de salvación propuesto en la Biblia y que trascendía lo escrito por manos humanas, fueran éstas guiadas o no por una revelación. Había que predicar la palabra de Dios a los inconversos y no detenerse en los paradigmás sociológicos de un determinado pueblo o comunidad, pues al final las
Sagradas Escrituras existían para eso y no otra cosa. Los fundamentalistas nunca proscribieron abiertamente las investigaciones que sus colegas hacían en el Viejo Mundo, pero el sólo carácter de la contrapropuesta, que era reactiva y reaccionaria, despejaba toda duda, dando a entender que la atribuían a la exégesis liberal el mote del satanismo.

El fundamentalismo tenía buenos propósitos. De hecho, habría sido imposible concebir toda la obra misionera y social que las iglesias evangélicas han desarrollado estos últimos tiempos, sin su existencia, ya que algunas de sus orientaciones -que sería muy extenso de explicar aquí- permitieron abandonar la predestinación calvinista, idea predominante por entonces entre los reformados, especialmente en los europeos. Sin embargo, esta reacción extrema se convirtió en una cerrazón donde no sólo no ingresaba la teología liberal, sino buena parte del cúmulo de hallazgos y avances científicos que han caracterizado los últimos siglos. Entonces, el vocablo pasó a tener el sentido peyorativo que le conocemos hoy, cuando es utilizado para identificar a los católicos y musulmanes que promulgan discursos que sólo dan pie para la ridiculización de sus respectivos credos. Designación que no corresponde, si atendemos a su estructura doctrinaria. Se tendría que hablar, por ejemplo, de católicos integristas y de musulmanes yihadistas. En el caso de los evangélicos sí se puede hablar de fundamentalistas, para bien, y, lamentablemente, pero por culpa de los propios creadores del concepto, para mal.

domingo, 8 de marzo de 2009

El Mundo de Ying y Yang

Las últimas décadas de nuestra historia han sido protagonistas de un inédito interés por las grandes religiones orientales, especialmente en aquellas zonas geográficas, como América o Europa, donde resultan exóticas, tanto por su origen como sus propuestas. Varios factores pueden explicar este fenómeno: el crecimiento económico de los países del Sudeste Asiático; la nostalgia aún vigente por el decenio de 1960, el más reciente periodo idealista vivido por la humanidad, cuyos protagonistas canalizaron su rebeldía contra lo establecido propagando estos credos, y la velocidad que en tiempos recientes ha adqirido el trasvasije de información, que nos permite un conocimiento acabado, incluso de los más inimaginables rincones del mundo.

También es posible formular un cuarto argumento, relacionado estrechamente con los anteriores tres, y que incluso tiene características de conclusión global. Las religiones orientales no cuentan con ningún elemento que las vincule siquiera de modo rebuscado con la llamada civilización cristiana occidental, tanto en términos ideológicos como sociales o históricos. Crecieron en una suerte de universo paralelo, con el que quienes nacimos al otro lado del mundo tuvimos contacto real recién a mediados del siglo XX. Por ende, nuestra abulia, desencanto y disconformidad, comportamientos que arrastramos por ya doscientos años, y que solemos atribuir, en cualquier caso con un dejo de asertividad, a las enseñanzas piadosas de nuestra niñez, en consecuencia nos arrastran hacia la luz emanada desde el sol naciente, aunque en muchos casos, demostremos una ignorancia supina respecto de estos sistema de creencias, capaz de colocarnos en ridículo frente a sus profesantes ancestrales. Con todo, la fascinación por la novedad y lo desconocido, unido a la pureza de estas ideas al momento de compararlas con nuestra educación elemental, es suficiente para que algunos sientan la necesidad de un misticismo diferente y se atrevan a cruzar el río, que en cualquier caso no es para nada correntoso. A fin de cuentas, la religiosidad es ante todo emotividad inconsciente, y reserva poco, cuando no nulo espacio, al pensamiento frío.

Las justificaciones entregadas por algunos, además, revelan su desconocimiento respecto de lo que están defendiendo, a veces, con evidente y vergonzosa facilidad. Porque muchos dicen abrazar las teorías orientalistas hastiados por la represión moral y política que en toda su existencia han montado en Occidente el cristianismo, el judaísmo y el islam, impulsando guerras y matanzas que van en contra de un pensamiento religioso supuestamente basado en el amor, la paz y la hermandad. Sin embargo, las ofertas de la tienda del ying y el yang no han sido menos fructíferas en lo que a masacres y sujeción irracional se refiere. Buda, por ejemplo, consideraba a la mujer de mucho peor manera que el más extremista de los musulmanes; el sintoísmo, la religión de los samurayes, respaldaba la tortura y el asesinato masivo de "infieles", que en muchos casos fueron aldeanos que no les erigían altares a los dioses japoneses; mientras que el hinduismo utiliza ahora mismo la rencarnación para perpetuar el sistema de castas y los privilegios de los nobles de la India. Los gobiernos de esa parte del mundo han sido casi todos autoritarios y el grueso de ellos, especialmente crueles e inhumanos con su población. Por allá, incluso en épocas recientes, se han llevado a cabo campañas de exterminio que horrorizarían hasta a los nazis. Y por motivos bastantes comunes: cara y dioses diferentes a los de los atacantes. Ni siquiera las dictaduras neoliberales o comunistas que han pululado por este sector se salvan de esta tendencia mística por el crimen: Mao Tse-Tung transformó el culto a los antepasados y la veneración a los ancianos de las antiguas religiones chinas, en un culto a la personalidad, mientras que Suharto por poco hace desparecer a los timorenses con el pretexto de que practicaban el catolicismo, religión importada en Indonesia.

Existe una cuarta explicación que se puede esbozar y que, de todas formas, ya ha sido expuesta en anteriores artículos. Los credos orientales son ateístas, un rasgo que caracteriza, empero, a las religiones universalistas en general, y que al cristianismo no le es ajeno. Sin embargo, en estas confesiones es mucho más marcado y no sólo por su estructura ideológica. Entonces, para quienes desean zafarse de la tutela de un dios omnisciente, y no obstante aún buscan una salvación, este pensamiento resulta particularmente atractivo. Quizá sería bueno recordarles que, al final de la jornada, su actitud incrédula, que les permitió aterrizar en el Sudeste Asiático, hubiera sido imposible de ser estructurada en una formación que no fuese la cristiana occidental, que les entregó, además, la capacidad de discutir y de descubrir.