domingo, 24 de octubre de 2010

El Pecado de la Xenofobia

Si hay un punto que en la Biblia se toca de forma majadera y persistente, prácticamente desde su inicio hasta su final, es el asunto del trato a los extranjeros y en términos generales, de las personas de origen foráneo, ya sea que vengan de visita a nuestra localidad o que, por diversas causas, decidan establecerse como vecinos temporales o permanentes. Pese a la abultada cantidad de pasajes que abordan el tema, en todos ellos puede observarse una coherencia y una continuidad, ya que en cada uno se reitera la condena contra quienes agreden a los forasteros por el sólo hecho de provenir de otro lugar, señalando tal actitud como uno de los peores pecados en los cuales puede incurrir un hijo de Dios.

En efecto, ya en el Antiguo Testamento se les prescribe a los israelíes respetar a los extranjeros, poniéndoles como argumento el recuerdo de lo que padecieron en Egipto. Es una justificación muy interesante, porque de cierto modo anticipa la regla de oro promulgada por Jesús en el Sermón del Monte: "haz el bien sin mirar y no hagas el mal si no quieres que te lo hagan". Es decir, antes siquiera que uno de sus componentes piense en maltratar a un forastero, se le insiste a la totalidad del pueblo escogido que se acuerde de lo mal que lo pasó cuando era inmigrante, cuando precisamente esa condición motivó que sus anfitriones los sometieran a la esclavitud. Cierto que dentro de los mismos textos de esa parte de las Escrituras, encontramos situaciones se alienta a los hebreos a conquistar tierras o a masacrar a los reinos limítrofes que constituyen una amenaza para su integridad. Sin embargo tales ordenanzas se ubican en el marco de la defensa propia, de acuerdo: no siempre legítima; pero aplicadas en un contexto espacial y temporal donde la guerra y la colonización de territorios eran la razón de ser y de vivir. En contraste, la Tierra Prometida, sin perder su condición de hogar esencial para la existencia de los judíos, aparece descrito en la Biblia como un sitio donde las puertas siempre están abiertas a todo aquel que buscase mejores expectativas, entre las cuales se situaba el conocimiento de Yavé.

Luego, esta condena a la xenofobia y de paso a la segregación racial se hizo más fuerte en la doctrina cristiana. De hecho, la sola descripción del principio de la evangelización hace imposible la convivencia de tales conductas con el mensaje del camino. La consigna expansiva obliga a "ir por todo el mundo y predicarle a toda criatura" la noticia del mismo modo y sin hacer distinción. Jesús deja establecido que su oferta sólo tendrá éxito si no se toman en cuenta las fronteras, así como tampoco la raza, la lengua o el desarrollo social de los sujetos a convertir. Es su forma de superar la cultura y la mentalidad imperantes en la sociedades de aquel entonces, donde cada nación, y muchas veces cada ciudad, contaba con sus propios dioses y sacerdotes. Y es una de las explicaciones más plausibles de por qué su propuesta caló tan hondo entre sus contemporáneos y en las generaciones inmediatamente siguientes. No por presentar una novedad, sino por partir de una base de sentido común. Los más escépticos, de seguro rebatirán diciendo que en esa época el imperio romano dominaba toda o casi toda el área conocida por los pueblos occidentales y semíticos, por lo cual resultaba fácil extenderse pues sólo había un país y por ende las demarcaciones en tal sentido eran desconocidas. Sin embargo el dogma de Cristo no sucumbió ante el cambio de condiciones y muy por el contrario, continuó extendiéndose, en especial entre los invasores bárbaros que en repetidas ocasiones arrasaron con Roma hasta provocar su caída. De seguro las palabras que criticaban la violencia y el racismo, les sirvió de apaciguamiento.

Es repugnante que en la actualidad, ante la coyuntura ocasionada por la crisis económica internacional y el terrorismo islámico, algunos líderes del mundo desarrollado pongan los "valores cristianos" frente al enfoque multi cultural. Cuando justamente la convivencia de diversos estilos de vida es la consecuencia de la correcta aplicación de la doctrina de Jesús. Es verdad que entremedio está el proselitismo y la insistencia en conseguir la conversión del otro, pero eso sólo es posible en un contexto de respeto mutuo, pues, si se desprecia al interlocutor por lo que es, entonces el acto de atraer su alma a la salvación carece de sentido, y se torna más pragmático su aniquilamiento. Cuando el incircunciso acepta a Dios de todo corazón y de manera incondicional, a su vez el Señor lo acepta con todos sus defectos y virtudes. De igual modo, sus discípulos deben proceder como lo dicta la canción: "no te importe la raza ni el color de la piel... al que viene de lejos, al que habla otra lengua, dale amor".

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