domingo, 29 de agosto de 2010

Yo Sólo Soy Cristiano

Existe un grupo muy importante de hermanos que, cuando alguien les pregunta si es o no evangélico, responde de manera tajante definitiva: "no, yo soy cristiano". Con esto, de partida, dejan al interlocutor sin recursos para insistir en la pregunta. Pero además ellos mismos sienten una suerte de alivio, aunque no por causas derivadas de la naturaleza de tal interrogación, o de las intenciones de quien la formula, hechos que casi siempre están intínsecamente unido. La sensación de distensión se produce porque creen haber cumplido su deber, al usar el título más propio de los seguidores de Jesús y su mensaje, de paso, arrebatándoselo a otras confesiones, como el catolicismo, que también suelen emplearlo, pese a que sus preceptos supuestamente no se condicen con la doctrina bíblica.

Es cierto que la palabra cristiano es la más adecuada como autónimo. Sobre todo, cuando se asegura, en cada reunión, que el Señor cuando vuelva "no vendrá a buscar letreros, sino a los hijos que cumplen su voluntad", lo cual es ratificado con un bullicioso y convincente "amén" de parte de la asamblea. Pero no son pocos los autores de las Escrituras quienes, a renglón seguido, nos advierten que los convertidos y los incrédulos son dos públicos diametralmente distintos. Y que, aún poniendo énfasis en el dogma teológico, se les debe aplicar igualmente un criterio diferenciado. Lo que desde luego incluye la forma de comunicarse con ellos, y por extensión, el uso del lenguaje. Términos que nosotros utilizamos para nombrar determinadas cosas, afuera pueden tener un significado poco reconocible y hasta opuesto. En ese contexto, para los hombres seculares, los vocablos "cristiano" o "cristianismo" aluden a un movimiento histórico digno de ser analizado desde la neutralidad científica. Nunca cuentan con la connotación tan especial que se les da dentro de las iglesias. Aunque muchos muestren las mejores intenciones cuando se valen de ellos en terrenos foráneos.

En consecuencia, si uno se presenta ante una muchedumbre inconversa y recalca que "es cristiano", y más aún si primero le preguntan si es evangélico, por supuesto que dichos oyentes sentirán que habla palabras hueras, vaciadas de su sentido y su significado. O en el mejor de los casos, no comprenderán una respuesta de semejante talante. Por lo cual, el mensaje que el hermano desea comunicar, lo más probable es que se desvirtúe. Incluso, esa actitud puede ser calificada de cobarde, pues contiene una cierta negación de la militancia en una comunidad reformada. Intento de ocultamiento que es condenado hasta por el mismo Jesús. A lo cual cabe agregar, que al obrar así, se tiene plena conciencia de que los católicos, los ortodoxos y uno que otro grupúsculo menor también se autoproclaman cristianos, por lo que el evangélico confesional acaba disolviéndose en una masa amorfa dentro de la que resulta imposible identificarlo. ¿Cristiano a secas? Sí, pero porque los pensamientos, las particularidades y la definición es lo que finalmente se agosta.

Los romanistas se autodenominan católicos, porque esa palabra, en lengua koiné -el griego neotestamentario- significa "universal". Pero eso les impulsa luego a proclamarse cristianos, pues recorren el mundo llevando consigo el Logos, uno de los mandatos más esenciales de la doctrina de Jesús. Los reformados se hinchan de orgullo para estampar que son cristianos, pero acto seguido, cuando se atreven, a duras penas y como un adjetivo, susurran que además son evangélicos. ¿Por qué, si la universalidad y la información acerca de la "buena noticia" son aspectos relacionados de manera indisoluble? No es una simple marca o nombre propio. Se trata de un dogma que define de forma preponderante y lapidaria la fe. La misma que nos da ese toque de distinción que nos permite reconocernos como salvos.

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