domingo, 26 de diciembre de 2010

Échale la Culpa al Diablo

A propósito del sacerdote de Fernando Karadima, y los comprobados abusos sexuales que cometió, se han escuchado voces que lo defienden alegando que él es una buena persona la cual fue impulsada por el demonio. Algo que recuerda lo sucedido hace años atrás con un caso similar, el del "cura Tato", a quien el inefable Jorge Medina excusó arguyendo que sus aberraciones fueron "una consecuencia de la desmedida erotización del ambiente", conclusión inaceptable si se considera que transforma a las víctimas en culpables. Ahora veamos: el primer calificativo tiene un uso tan amplio como vago, por lo que se puede afirmar que cualquiera cuenta con los méritos suficientes para ser definido como tal. Sin embargo, la segunda teoría conviene analizarla de manera muy detallada, pues constituye una flagrante desviación de la doctrina cristiana en general y de los dogmas católicos en particular, similar a las herejías que en el pasado acabaron con sus mentores en la hoguera.

Se puede aceptar la idea de que la sociedad está corrompida producto del pecado de sus componentes; de hecho así lo admiten tanto los evangelistas como Pablo. Pero hay una cosa en la cual el Nuevo Testamento es claro y unánime: la responsabilidad por los actos es tan personal como la salvación, y cuando cada hombre deba rendir cuentas, de nada le servirá recurrir a argumentos como la presión del grupo o el ambiente en el que le tocó vivir. Más aún: cuando alguien se disculpa asegurando que el entorno no le permite desarrollarse -tanto en los aspectos espirituales como seculares-, Dios le insiste que su cambio de actitud se convertirá en un testimonio que iluminará a los demás, quienes tarde o temprano le secundarán. En resumidas cuentas, que la dificultad no se encuentra en el exterior sino en el corazón. Y en ese contexto, ni siquiera los grupos católicos más reivindicativos, como la teología de la liberación -en una institución proclive a esta clase de tendencias-admiten el concepto de "pecado social": si existe el mal en una comunidad, es porque cada uno de sus individuos, al menos la mayoría de éstos, han contribuido con su particular y original aporte.

De hecho ni el mismo Satanás es malo por naturaleza. Él era un ángel que se rebeló contra Dios porque consideró que la posición en que se le había colocado era indigna en comparación con sus capacidades. Montó una reyerta y perdió. Lo que hirió su orgullo a tal extremo que decidió, desde ahí en adelante, intentar destruir todo lo obrado por su creador pensando que así le iba a amargar la vida. Tal vez, para no cargar con la vergüenza de tener que asumir la derrota. En definitiva, emociones comunes y corrientes que sólo pueden ser evaluadas de acuerdo a los pensamientos que las guían y en base al fin que se busca lograr con ellas. Pero si nos remontamos al mismo Génesis, nos enteramos que Adán y Eva fueron castigados a partes iguales por desobedecer y de nada les valió escudarse en que la serpiente los había engañado: incluso el hombre quedó menos justificado aún cuando se escudó en que se habría dejado seducir por su varona. Y si bien los antiguos israelíes tenían la concepción del mal heredado, ésta desde el principio fue atacada por los profetas. El Diablo puede tentar, no obstante es el sujeto quien da el paso adelante, de la misma forma que lo da cuando opta por convertirse.

Si se predica hasta el cansancio que el enemigo es astuto y que es capaz de valerse de las más insospechadas artimañas para hacer caer a los cristianos, por supuesto que en la primera categoría deben situarse los errores doctrinales. Si un hombre de fe se equivoca puede arrastrar a miles a su propio despeñadero. Y suele suceder tanto con un líder carismático que comete atrocidades -el caso de Karadima- como con sus defensores que, con la mejor de las intenciones, pueden hundir a quienes los escuchan buscando consejo. Y en tal sentido, atribuirle al demonio el mal producido por uno, es una falta grave que atenta contra la misma lógica del proceso de salvación. Que merece una condena tan severa como la mala acción que la incentiva.

domingo, 19 de diciembre de 2010

La Fiesta de la Discordia

Navidad es una época de contrastes. Son días en que se supone las personas deberían estar felices en sus casas disfrutando con sus familiares. Sin embargo, la mayoría de ellos deambula desesperado por los centros comerciales a la caza del último regalo. Lo cual a veces deriva en situaciones de violencia callejera, con una vehemencia que ni la más agresiva de las pandillas se hubiese imaginado. Y si se vive en el hemisferio sur, donde es pleno verano, mucho peor. Eso motiva la existencia de una pequeña pero importante cantidad de detractores de esta festividad, quienes además cuentan con un dato a su favor: el nacimiento de Cristo, origen de la conmemoración, ocurrió en una fecha desconocida; no obstante, y por causas que ya no es necesario detellar, se tiene la certeza de que no le corresponde el veinticinco de diciembre. Más todavía: ni siquiera es correcto que el Señor haya iniciado su vida terrenal en el año uno. Un factor que exaspera los ánimos de determinadas confesiones cristianas y también de ciertas organizaciones de ateos, quienes agregan el argumento -nunca comprobado- de que todo lo narrado por la Biblia no son más que supercherías.

Gran parte de la responsabilidad de que se hayan conformado ambas conductas extremas, se le debe a algunas iglesias evangélicas. Revisemos la historia. Martín Lutero no sólo instó a sus seguidores a celebrar la Navidad, sino que además la envolvió de un significado teológico que, en buena parte, es la causa del prestigio y la popularidad de que goza hoy en día. A él siempre le llamó la atención esta paradoja de que Dios, el más grande de todos los seres, se redujera a la insignificante condición de un bebé desvalido, sólo por interés en salvar a los humanos. Eso lo impulsó a valorizar esta fiesta como una demostración de la misericordia divina, antepuesta al castigo y a la venganza, por otra parte atributos indiscutibles de Yavé si se entiende que los destinatarios son sus creaciones. Una vestimenta doctrinal que no existía en el seno de la iglesia católica, que en esas épocas y en las más recientes ha considerado como la mayor de las conmemoraciones a la Pascua de Resurrección. Sin embargo, el monje agustino decidió ir más allá, y recomendó ciertas tradiciones que hoy para los detractores resultan -de acuerdo con la opción religiosa que hubiesen tomado- superstición o idolatría, como el pino adornado o los obsequios a los niños. Pidió a los fieles que las adoptaran como un rasgo distintivo, que además delataran la alegría que los cristianos auténticos debían sentir por el arribo del Salvador, en tiempos difíciles donde la persecución papal rondaba por todos lados.

Pero, a poco de iniciado el movimiento reformista, aparecieron congregaciones que prácticamente demonizaban la Navidad, considerándola un rito pagano impuesto por los católicos, del mismo modo que sus celebraciones a los santos y las vírgenes. Cabe acotar, por desgracia, que aquello es cierto, ya que la natividad efectivamente fue superpuesta a una antigua fiesta romana, la de Cronos, equivalente al actual Año Nuevo. Lo mismo sucedió con otras efemérides papistas espúreas para el cristiano evangélico, como la Asunción o Todos los Santos. No obstante, ese dato incuestionable no explica del todo la aversión que las mencionadas comunidades empezaron a manifestar hacia la Navidad. Pues también, se pueden esgrimir consideraciones de carácter histórico, en especial aquellas que están relacionadas con el contexto en el cual progresó la Reforma, como el incesante conflicto, no sólo sostenido con el papado, sino entre los propios líderes del movimiento, que en determinados momentos fue más intenso y violento, llegando a constituir una amarga lucha fratricida. Ahí están las rupturas que el propio Lutero experimentó con Zwinglio o Münster -esta última, resuelta de forma trágica para él y sus iglesias de campesinos-, o las condenas de Calvino a Casiodoro de Reina y Miguel Servet. Varias de estas nuevas expresiones a su vez denostaron al hombre de las noventicinco tesis, diciendo que jamás se armó de valor suficiente para enviar al traste a los curas (de hecho, Lutero, hasta muy avanzada edad, sostuvo que sólo cabía una institución eclesiástica, ante la cual él prefería presentarse como un innovador). Al respecto, es preciso señalar que algunos dogmas suyos, como la consubstanciación, hoy se hallan superados. Muchos de estos hermanos, en el afán de huir de sus captores, acabaron refugiándose en América, donde lograron llevar adelante sus teorías con casi absoluta libertad.

El problema actual es que, al presentarse tal nivel de negación en el seno de los mismos evangélicos, la Navidad como celebración cristiana ha carecido de una protección adecuada, sobre todo en el siglo XX, cuando el comercio y el consumismo simple y definitivamente le pasaron por encima. A tal punto, que por estas fechas se tiende a exaltar la fiesta como un fin en sí misma y no en base al ser que la motivó. Por ejemplo, cosas como la "blanca navidad" o el "milagro de navidad", jamás mencionan a Jesús, y a veces parece que fuera alguien llamado precisamente Navidad quien nació en el Israel antiguo. Ésa ha sido la principal causa de su existencia casi folcrórica en nuestros tiempos: pues se trata de una fecha capaz de dejar felices a todas las personas, al menos las que tienen ciertos intereses. Por cierto, eso no significa que debemos obrar como aquellos hermanos y volver a declarar la conmemoración como algo sucio e incorrecto. Más eficaz es usarla para explicarles a los niños hijos de musulmanes, hinduistas, sintoístas o ateos, quién era el Cristo, el cual trajo para todos un regalo mucho más valioso que el que tienes en las manos.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Tú Sabes Que Soy Aguafiestas

Parece que las asociaciones de ateos norteamericanos ya no se contentan con llevar adelante su peculiar versión del proselitismo religioso. Ahora han colocado, en las avenidas de las principales ciudades de ese país, letreros publicitarios gigantes con una imagen del pesebre debajo de la leyenda "you know it's a Myth" ("sabes que es un mito"), instando a no participar en una fiesta que está basada en historias que supuestamente no han sido corroboradas por la ciencia. A modo de lápida y remate, tales afiches concluyen con otra frase: "en esta Navidad, celebra la razón". Desde luego, como opuesta a la fe cristiana.

Parece que una vez más, los enemigos de los dioses han sucumbido ante la tentación de responder con las tácticas de los movimientos religiosos más extremistas. Pues se pusieron a tiro de cañón para ser apuntados como los que este año pretenden "robarse la Navidad", ese término que usan todos los representantes de los ridículos pastiches que se dan por estas fechas -la banalización comercial, el seudo puritanismo, la cultura yanqui- para expresar el temor a perder las ganancias monetarias y de imagen que esperan conseguir. Y es que los sospechosos de tan abominable conducta -sobre todo pensando en los niños-, suelen ser tipos huraños, amargados y de permanente e incorregible mal carácter, carentes de emociones y que viven en un constante aislamiento en cuanto a relaciones humanas se refiere. Sujetos que en definitiva, no encuentran a quién entregarle cariño y que por ende acaban admitiendo que las muestras de afecto no tienen sentido. Algo muy diferente al goce que augura Richard Dawkins, uno de los más conocidos ateos militantes, para quienes optan por hacerse a la idea de que Dios no es real. Comparación que se torna interesante cuando nos metemos a analizar las dos caricaturas en las que se bifurca esa conducta. Por un lado, tenemos al acaudalado tacaño e insensible, al modo de Ebenezer Scrooge, que cumple con todos los rituales de su grupo social, incluyendo la asistencia regular al servicio religioso; pero que se ha encerrado en su individualismo por causas que ni él mismo puede explicar. En la otra vereda se halla el tipo marginado y resentido, al estilo de El Grinch, que ha padecido las injusticias de una población que no lo comprende, y a la cual pretende exigirle cuentas atacando su objeto más preciado. En ambos casos, se trata de productos no deseados y engendrados por una mala interpretación y una peor práctica del mensaje cristiano.

Lo curioso es que dentro de las organizaciones que aseguran seguir la doctrina de Jesús, hay determinados grupúsculos que se oponen a la celebración de la Navidad de manera tan enconada como lo hacen estos ateos. Quizá el caso más evidente sea el de los Testigos de Jehová, para quienes la natividad de Cristo tiene un origen poco menos que diabólico (si les falta una pizca para considerarla como tal, es porque niegan la existencia del infierno). Por ello, aquellos matrimonios pertenecientes a la congregación, que tienen hijos, no se hacen problema alguno cuando éstos se detienen a mirar a través de las ventanas los pinos adornados y rebozantes de regalos de, probablemente, sus compañeros de curso en la escuela. Tampoco les surge un inconveniente ético a los evangélicos que conmemoran el natalicio del Señor pero que igualmente rechazan los abetos y los obsequios por considerarlos una contaminación pagana (siendo que fue el propio Martín Lutero quien alentó dichas costumbres). Una clase de aguafiestas que justifican sus acciones basados en argumentos propios del integrismo, el fanatismo, la moralina irracional y la cerrazón enfermiza que tanto combaten los promotores del ateísmo, puesto que entre otras cosas, le hacen daño a sus semejantes, que en este caso son sus propios vástagos. Aunque ellos se comportan de la misma manera y sientan a los pequeños en sus rodillas para intentar explicarles lo que éstos nunca comprenderán: que la Navidad es fruto de la superchería y la ignorancia, y que a los vecinos se les ve con una sonrisa de oreja a oreja porque no saben que marchan camino a la perdición, que en este caso equivale a darle la espalda a la razón.

Tengo la fe -muy racional- que estos ateos militantes se rediman de la misma forma que ocurrió con Scrooge o El Grinch. No necesariamente en los términos de la conversión cristiana, aunque si llega a acontecer ese auténtico milagro de Navidad, sería bastante mejor. Pero al menos, que no se metan con la alegría de sus propios hijos, que todavía no cuentan con el discernimiento suficiente para distinguir lo bueno de lo malo, o para el caso, lo irracional de lo inteligente. Ya que les interesa mucho la acumulación de conocimientos, sería bueno que revisaran la historia de las religiones, para notar que esos padres autoritarios y ensimismados con lo espiritual, engendraron dos clases de descendientes: los herederos intelectuales que siempre desearon superar a sus progenitores, y los rebelados que no aguantaron más y se cambiaron de bando para eliminar lo que les había causado tanto sufrimiento. Cuando las dos tendencias se encontraron, siempre se suscitaron guerras y masacres atroces. Ahora estos muchachos podrían sin habérselo propuesto, repetir el círculo y dar origen a totalitarismos anti religiosos o a terroristas y sacerdotes pedófilos. Y estar sembrando la semilla de una próxima conflagración mundial.

domingo, 5 de diciembre de 2010

La Última Blanca

Pasó una nueva versión de La Teletón, y como ya se ha hecho costumbre, se ha "superado la meta": es decir que se recaudado más dinero del que se esperaba. Las aprehensiones de siempre, respecto a la honestidad de quienes participan en el evento -empresarios muy acaudalados y rostros de la farándula- no han dejado de salir al tapete. Pero, casi como un modo de repetir los ritos ancestrales, de nuevo chocan con la precaridad de los niños minusválidos, que son los beneficiarios de esta campaña. Lo cual fuerza hasta al detractor más radical a depositar su donación, antes los ojos inquisidores de sus propios vecinos y parientes.

Esta cuestión hace rato que se tornó una perogrullada, pero no está de más recordarla. La Teletón es el recurso que los ricos y los habituales de la televisión emplean para entregar una imagen positiva de sí mismos ante la opinión pública y, de paso, quedar bien con su propia conciencia. No hablemos en términos de la hipocresía más elemental (menos de parte del supuesto mentiroso que de los motes que puede colocar un analista bastante simple y poco dotado), sino que por un momento dejemos de dudar de las intenciones de los protagonistas, que a fin de cuentas es incorrecto culpar a alguien sin pruebas físicas concluyentes, y admitamos que son capaces de sentir un auténtico espíritu altruista o por último, desean pasar a la posteridad como sujetos útiles y serviciales. Algo que se les hace urgente cuando observan los roles que representan. Los grandes empresarios, desvelados por la búsqueda de más dinero, ya sea mediantes caminos despreciados tanto por la moralina conservadora (codicia, insensatez, tacañería, falta de sensibilidad) como por los movimientos reivindicativos (bajos sueldos, explotación de los empleados). Las figuras de la pantalla chica, relacionadas con ese universo paralelo e inverosímil denominado farándula, que mezcla a trozos iguales frivolidad -más bien habría que decir oquedad-, falso destape sexual
-porque es de carácter estrictamente masturbatorio- y una ausencia de neuronas que justifica en un mismo nivel tanto a quienes hablan de la "caja idiota" como a quienes se refieren a "el cajón del diablo". Dos grupos elitistas cada uno a su modo, despreciados por el ciudadano pedestre aunque suele recurrir a ellos cuando requiere diversión (otra vez se entrecruzan la hipocresía y la búsqueda de imagen), y que por ende precisan de una limpieza periódica en sus índices de popularidad. Una solución que un evento caritativo entrega prácticamente como maná caído del cielo.

La pregunta surge después del cierre del espectáculo. ¿Qué sucede con los propietarios y gerentes de aquellas firmas cuyos productos aportaban un porcentaje por concepto de ventas? De seguro van a festejar las utilidades obtenidas y por obtener, debido a ese asunto de la marca. ¿Qué ocurre con los rostros de la farándula, durante el resto del año? Continúan haciendo su trabajo, usufructuando de su estupidez congénita frente a una masa amorfa de televidentes que se ha acostumbrado a esta situación. Pero es válido hacer algunas proposiciones. A los hombres de negocios, pedirles que mantengan sus donaciones en forma permanente, que no se reduzcan al mes anterior a la celebración del evento. A las oquedades, que visiten los hospitales de rehabilitación de manera periódica, y que efectúen unos números para los niños que se atienden ahí. Sería interesante, pues se trata de iniciativas que no estarían sujetas a la odiosa alza de impuestos, y por ende, los involucrados quedarían sin un pretexto sobre el que reclamar. Sin contar el hecho de que la fundación existente detrás de La Teletón estaría financiada, y que le realización del circo podría llegar a resultar superflua.

Sin embargo, el inconveniente salta a ojos vista. Sin las luces y la parafernalia del evento, se acaba el elemento que permite los lavados tanto de conciencia como de imagen. Por otro lado, la caridad se transformaría en una actividad rutinaria y no excepcional, por lo que el interés de la opinión pública empezaría a perderse. Y como de paso decaería el atractivo de la colaboración, todos aquellos "productos que están en Teletón" no arrojarían las suculentas ganancias que suben las arcas de los más adinerados, para decepción de éstos, que además se verían obligados a cargar la joroba del desprendimiento permanente. Un círculo vicioso como se ha transformado La Teletón, del cual, como del sistema político y económico imperante en Chile, parece imposible salir.