domingo, 22 de diciembre de 2013

Protección del Medio Ambiente o Derecho a la Vida

Una de las excusas más recurridas por ciertos grupos de cristianos para no manifestarse con fuerza contra el daño al medio ambiente, a diferencia de lo que ocurre con otras contingencias como el aborto o el matrimonio homosexual, es que la destrucción del equilibrio ecológico sería una de las señales que anuncian la segunda venida de Cristo, que estaría precedida por una corrupción a todo nivel y de la más completa amplitud, la cual entre otras consecuencias, acarrearía un colapso del planeta en términos de hábitat natural. En consecuencia, los hermanos antes mencionados concluyen que los creyentes en general debemos preocuparnos por lo que suceda después del juicio final, cuando, de acuerdo a lo obrado en nuestras vidas, recibiremos un paraíso mucho mejor que esta tierra inestable que se halla condenada a perecer.

Si a esos cristianos se les propusiera organizar una protesta en rechazo a una legislación civil que flexibilizara la práctica del aborto, tengan por seguro que estarían prestos no sólo a marchar por las calles, sino a apoyar e incluso ejercer medidas de presión para que tal legislación finalmente se revoque. Y argüirán para justificar su actitud el ya consabido pretexto de la defensa de la vida. Pues bien:  en una situación como el daño medioambiental, ¿no se está atentando también contra la existencia humana? La contaminación atmosférica ha generado millones de muertes por enfermedades respiratorias, a las cuales debemos sumar los decesos por cáncer a la piel relacionados de manera directa o indirecta con el deterioro de la capa de ozono, fenómeno ligado a su vez a la emisión de gases. Este mismo fenómeno es el mayor responsable del efecto invernadero y el llamado calentamiento global, que no será la única, pero sí una de las principales causas de las alteraciones climáticas cuya muestra más palpable es la ocurrencia cada año más frecuente de desastres como severos huracanes y violentas sequías, que luego han provocado cifras considerables de fallecidos y damnificados. La tala indiscriminada y el mal empleo del suelo han significado la pérdida de cientos de hectáreas cultivables, aportando al desencadenamiento de hambrunas y a la existencia de poblaciones enteras que no cuentan con acceso a un recurso tan esencial como el agua. Vuelvo a interrogar, ¿hay algún punto de los descritos aquí, en que no esté involucrada la ya citada defensa de la vida?

Y citando el asunto del matrimonio homosexual: sólo cabe recordar a la gran mayoría de creyentes que lo vetan usando, entre otros argumentos, aquello de que la unión de dos personas del mismo género, al no poder reunir las condiciones necesarias, por causas obvias, para la reproducción, iría en contra de la preservación de la especie y por ende se opondría al mandato dejado por Dios para el hombre y la mujer del Edén y que se encuentra registrado en el Génesis (crezcan y fructifiquen). Es un subterfugio discutible, si se toma en cuenta que forma parte de la ley del Antiguo Testamento derogada por Jesús y que además su segunda mitad (llenen la Tierra y sométanla) se ha interpretado como un cheque en blanco para efectuar las modificaciones más dañinas a la naturaleza sin rendir cuentas porque el propio Señor eximiría a sus hijos de ello. Sin embargo, y retomando lo dicho al inicio de este párrafo, precisamente el equilibrio ecológico tiene como principio y finalidad la conservación de la humanidad, a través de la manutención del resto de las criaturas, ya que todas se necesitan de modo mutuo para subsistir. Quien no entiende eso simplemente es incapaz de comprender la Creación divina, y eso implica que se debe sospechar de su conversión y de la aceptación de Jesús en su corazón.

Por último, los subterfugios mencionados al comienzo de este artículo llevan también implícito un error teológico respecto de la Parusía. Pues la fecha de tal acontecimiento sólo Dios la sabe, y en consecuencia al hombre no le corresponde fijar un día y una hora exactos, pero tampoco cuenta con la facultad de realizar esfuerzos para adelantar dicho fenómeno, ya que se está tomando una atribución que sólo le compete al Señor. Menos, si tales acciones -incluso las que se efectúan por omisión- acaban produciendo un efecto negativo sobre otros seres humanos. Lo que corresponde es guiar a los incrédulos y a los impíos hacia el evangelio, y una manera de comenzar es justamente tomar conciencia del daño medioambiental y hacerle saber, aunque se trate de hermanos de fe, al del lado que el perjuicio hacia el planeta es un acto de ignominia.

                                                                                                                                       

domingo, 1 de diciembre de 2013

Distintas Formas de Eutanasia

Un debate de altas proporciones ha ocasionado la iniciativa de algunos parlamentarios belgas, apoyados por los informes médicos específicos, de permitir la eutanasia para menores de edad, incluso niños, si se encuentran en una situación de enfermedad terminal. Desde luego que los representantes de los principales grupos religiosos se han colgado al cuello de quienes han promovido tal idea, y cosa que no se había visto antes y tal vez no volverá a suceder al menos por un buen tiempo, clérigos católicos, reformados, judíos y hasta musulmanes se han unido en un coro contra una propuesta que lo más probable es que de ser finalmente aprobada, señale un antes y un después en las legislaciones mundiales que definen el llamado "buen morir".

En lo personal, no resisto a la tentación de comparar la actual coyuntura de Bélgica con lo que ha acaecido hace algunas semanas atrás en otros países del mundo, incluyendo casos igualmente interesantes en la propia Europa. Por ejemplo, en Estados Unidos, un matrimonio residente en una comunidad amish se resistió a que una de sus hijas, de seis años, recibiera un tratamiento contra la leucemia que la aqueja, alegando que este tipo de procedimientos no siempre resulta exitoso y que por ende su consecuencia más palpable es el sufrimiento que en esta ocasión se causaría sobre una pequeña niña. Días antes, se supo que los miembros del denominado cinturón bíblico holandés -personas que a unos cuantos kilómetros del barrio rojo de Amsterdam viven como si estuvieran en las primeras décadas de la Reforma- mediante una declaración oficial expresaban su rechazo al empleo de las vacunas, sosteniendo que a los lactantes se les inoculaban sustancias que les podrían provocar efectos colaterales, que aunque no les dejasen secuelas, de todas maneras se hallaban dentro del umbral ético por implicar dolor sobre un inocente. En ambas situaciones, a través de las redes virtuales, cristianos de distintos sitios elogiaron la valentía de unos hermanos que se estaban oponiendo a la "dictadura secular" (primero científica y luego judicial, cuando las cortes respectivas fallaron a favor de los médicos y los servicios de salud). Los mismos creyentes que ahora lanzan sus diatribas en contra de la iniciativa gestada en Bruselas, y por idénticos medios de comunicación.

Veamos. En el caso de Bélgica se citan los alegatos característicos cuando se busca atacar la eutanasia más clásica. A saber, que se está atentando contra la naturaleza y por añadidura contra el plan divino; que se está incentivando el egoísmo y la cobardía de ciudadanos que no han tenido experiencias vitales importantes porque sólo han conocido los lujos de una sociedad de bienestar; que se estimula a no enfrentar la adversidad; que se está promoviendo una cultura de la muerte donde quien aplica el suicidio asistido no toma en cuenta que es una suerte de verdugo. Sin embargo, los padres amish mostraban también la intención de evitar el dolor de su hija, pero de paso el suyo propio, que entre otras consecuencias, incluía el intermitente abandono de su comunidad en la instancia de verse obligados a visitar a la niña a un centro asistencial, donde además permanecería un largo tiempo hospitalizada (quizá sin la opción de regresar a su entorno más íntimo, si el tratamiento finalmente fracasa). La misma sensación que experimenta un habitante del centro de Europa cuando tiene que salir periódicamente de su entorno familiar para acompañar a un vástago que padece una enfermedad terminal -y que por lo mismo ya no puede volver a casa-. Aparte de que el cáncer infantil es, con o sin terapia, muy complicado en términos de padecimiento físico, a lo que se une el desgaste mental de un muchacho que debe estar postrado en un recinto clínico. En el caso de los progenitores religiosos, querían impedir tal bochorno retornando a su pequeña al hogar. Mientras que el individuo más secular desea un idéntico futuro consintiendo que su hijo acepte la muerte indolora. Independiente de la diversidad de circunstancias que se reúnen en cada coyuntura, ¿no es evidente que a la larga quedan en igualdad de condiciones?

Muy bien. Se rebatirá que la injerencia de la medicina y la mentalidad secular está llevando la situación demasiado lejos. Pero cabe recordar, en el marco del mandato cristiano del respeto a la vida, que cualquier forma, ya sea natural o artificial, que consiga preservarla, mientras no atente contra la existencia de otros -para abordar los casos polémicos de tratamientos con células madre, entre otras cosas-, no sólo es una instancia legítima sino también obligatoria. Es verdad que el mantenimiento artificial e irracional de la vida es condenado, como aquellas personas con muerte cerebral a quienes se les insiste en conectar a respiradores mecánicos. No obstante, si un padre impide que a su hijo se le aplique un procedimiento que le entrega la opción de sobrevivir, puede que incluso falle contra el mandato bíblico de proteger al niño que tiene a cargo. Y de la misma forma que quien permite que se acelere su deceso, mediante estratagemas no naturales, Dios acabará pidiéndole cuentas.