domingo, 14 de noviembre de 2010

Perros y Fetos

Los canes de nuevo. Esta vez con saña, porque una jauría de ellos asesinó a dos mujeres en una zona rural de Peñaflor. Y si algunos aseguran que la historia se repite, entonces cabe tomar en cuenta este dato: otra vez se trataba de animales con dueño conocido, que además era vecino de las víctimas. Es más: las propias féminas salieron a defender a su mascota y pagaron con la vida ese atrevimiento.

Ahora, las autoridades políticas, al menos las del ejecutivo, no se anduvieron con rodeos y exigieron que el Congreso sancione a la brevedad una renovada ley de tenencia responsable de mascotas, se supone, para prevenir hechos horrendos como el mencionado en el primer párrafo. Aunque ya existen quienes, antes de recibir la herida, se han puesto el parche y han comenzado a tomar medidas de presión. Se trata de los inefables defensores de los derechos de los animales: nuestros poco queridos adoradores de bestias. Ya se los ha visto marchando por las calles en contra de la posible legalización de la eutanasia, por lo demás -nunca hay que dejar de insistir en ello- necesaria, pues a pesar de la controversia que desate, continúa siendo un recurso, extremo pero eficaz, a la hora de controlar las plagas. No obstante, y repitiendo la conducta de coyunturas anteriores, sus acciones no se han detenido ahí, ya que también están empezando a valerse de sus influencias sociales para frenar a los parlamentarios que han optado por esa decisión, para ellos, tan extrema. Y en su batalla han tenido la venia de otro grupo de legisladores, que se han cuadrado con sus irracionales reclamos.

Sin embargo, no se trata de los católicos a ultranza y de tendencia derechista que se oponen al aborto y la distribución gratuita de anticonceptivos (ambas cosas expuestas así, porque las consideran sinónimos), o que se escandalizan al plantearse el asunto de la eutanasia humana. En este caso, también nos referimos a fanáticos religiosos, pero vinculados a movimientos ecologistas, sincretistas y neoeristas, y que se ubican en la llamada izquierda verde. Agrupaciones que son tan intolerantes como el Opus Dei, el terrorismo islámico o el sionismo. Que cuentan con un no desdeñable poder político y económico, el que no trepidan en utilizar para imponer su verdad, que, como suele suceder, creen que es la verdad universal. Para quienes el credo perfecto y excluyente es aquel que reúne de la forma más liviana y conveniente un pedazo de todas las demás, las cuales, al presentar un aspecto parcial de la totalidad, deben ser fundidas en el nuevo orden, eliminando de pasada a los que osen mantener ideas caducas como la fe dogmática o la salvación.

Lo curioso, es que muchas de estas personas son partidarias de las prácticas que irritan al papismo más reaccionario. Así, algunos insisten en que la legalización del aborto evita el nacimiento de niños no deseados que a la larga sólo significan sufrimiento para la madre y el mismo hijo, que padece desde la cuna los efectos del rechazo social. Incluso, en ciertos países del primer mundo, la defensa desmedida de los animales crece a la par que aumenta la aceptación de la interrupción del embarazo y la eutanasia humana. Parece que se tratase de una reserva moral, a fin de que cada bando no sea tachado por el otro de asesinos de seres indefensos. No se trata de tomar partido por una u otra causa, tanto si se consideran las prescripciones y proscripciones que se proponen en cada trinchera. Pero cabe formularse la pregunta, si el animal debe ser protegido en cuanto ser desvalido propenso al abuso del más fuerte (entiéndase cualquier representante de la especie humana), ¿por qué no el feto? ¿O viceversa?. Al final sólo los más débiles acaban pagando los platos rotos de las teocracias.

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