domingo, 5 de septiembre de 2010

Hawking y Godzilla Wojtyla

Mientras acá en Chile, otro sacerdote que ejerce en una parroquia de un remoto pueblo del interior es acusado de pedofilia, en Europa, el físico Stephen Hawking accionó varias veces su único pulgar útil para revelar que, hace unos años, el mismísimo Juan Pablo II le "sugirió" no continuar con sus investigaciones sobre el origen del universo. Las aprehensiones del fenecido papa estarían empezando a cobrar sentido actualmente, no porque haya quedado demostrado que el científico británico resulta incapaz de guardar un secreto, sino debido a que, en pocos días más, un libro de éste verá la luz en el mercado, con declaraciones poco alentadoras para la teología cristiana en general y la iglesia católica en particular, ya que en algunos de sus párrafos, el profesor inglés sentenciaría de manera categórica que el inicio del cosmos no depende, al menos de manera absoluta, de la intervención divina, con lo que se pasa por su silla ortopédica la doctrina de la Creación. Una cosa que los hombres y las mujeres empiristas han, en el peor de los casos, insinuado desde que entre ellos se hizo popular la evolución darviniana. Pero que nadie de sus filas se había atrevido a afirmar aparentemente de modo tan lapidario.

Vamos por partes. Lo de Wojtyla a estas alturas no debiera sorprender a nadie. No por su personalidad particular, sino todo lo contrario, ya que nunca fue más que el reflejo de lo que representaba, para colmo como máxima autoridad; esto es, la estructura, organización y modo de actuar del romanismo. Alguien que ante todo recurre al escándalo artificial para justificar la censura y la condena con el propósito de cerra el más insignificante atisbo de reflexión. Y en consecuencia, un sujeto que, producto de una mezcla perfecta entre vocación y mandato, se encarga de preservar a una institución que promueve cualquier cosa salvo el cristianismo verdadero. Pues si así fuera, el sumo pontífice no tendría la urgencia de reunirse en secreto con un respetado científico con el ánimo de exigirle que no siga adelante en una investigación inherente a su oficio, sólo porque compromete las bases en las cuales se sustentan sus propios privilegios. Él está consciente de su posición política y social, y sabe que al frente tiene un interlocutor que al menos intuye el grado de manejo que se da en dichas lides. En conclusión, está al tanto que su conducta en cuanto autoridad es capaz de infundir miedo o cuando menos preocupación. Y si hablamos de dominación mediante el terror, el papismo es una entidad que bien puede dictar cátedra.

Lo que más pueden lograr personas como Juan Pablo II, es que su séquito, el clero católico y los feligreses, eviten el debate y en consecuencia se pierdan una excelente oportunidad para enriquecer su nivel de cultura y su fe. Pero lo que es peor, arrastra a todos aquellos que están obligados a prestarle obediencia, a sostener concepciones erradas respecto del mismo dogma cristiano. Pues el propio Jesús rechazó el empleo de las campañas del terror, incluso verbal, como método para convertir almas, ya que es una forma solapada de valerse del uso de la violencia. El resultado de tales opciones sólo consigue provocar temor ante un eventual castigo, pero no conduce al arrepentimiento sincero. Si Wojtyla hubiese sido un cristiano de verdad en vez de un purpurado rico que convenció a innumerables líderes mundiales gracias a su correcta labia y su tendencia anticomunista, a él mismo no le habría temblado la conciencia al notar los avances del profesor Hawking. Muy por el contrario, habría analizado los planteamientos del científico con parsimonia y templanza, con el propósito final de elaborar contra argumentos sólidos y eficaces solventados en la honestidad de corazón, para presentarlos en un foro donde ambas partes se hallen en igualdad de condiciones. Quizás nunca haya conseguido derrotar al físico; pero el carisma que le era tan natural al instante de emitir bulas y documentos morales, bien que pudo haber ocasionado el interés de algún descarriado que acabare aceptando los planteamientos del Mesías. Por eso es que la verdad sólo hace libres a quienes la defienden. Porque su búsqueda es un deseo que nace desde el interior para vencer el susto propio de alguien que se da cuenta que está pensando distinto.

Y por lo tanto, los cristianos no debemos difundir el miedo. Así como tampoco dejarnos abrasar por él. Por muy respetable que sea el profesor Hawking, al parecer, por lo menos en base a lo que se ha anticipado de su libro, sus aseveraciones no están sustentadas en descubrimientos empíricos comprobables, sino en teorías y especulaciones que, en materias de ideas, están a la misma altura que la doctrina cristiana. Es decir, que cree en una tesis acerca del origen del universo que no ha podido corroborar. Igual que los creyentes aceptamos la Creación mediante el llamado diseño inteligente. No es el primero que en el campo de las ciencias se la juega por una elucubración sin contar con una prueba convincente. Sin ir más lejos, Albert Einstein permaneció los últimos treinta años de su vida ensimismado en la teoría del campo unificado, que tiene una estructura que se podría definir como propia de la testarudez religiosa, por lo cual sus mismos colegas lo criticaron: de hecho, no murió en paz al ver que era abandonado por su pares debido a que perseveraba en una cosa la cual estaba seguro que era una verdad absoluta. Hay que comprender la lectura y sólo después responder. Y con los instrumentos legados por Jesús y ningún otro. Pues ése es el único de salvar almas.

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