jueves, 27 de agosto de 2015

Y Las Abejas Qué

Con una más que comprensible preocupación, los científicos y expertos advierten cada día con mayor ahínco acerca de la disminución de la población de las abejas, tanto las que viven en estado silvestre como aquellas que son mantenidas en granjas apicultoras. Las causas más mencionadas para explicar este fenómeno son el aumento de las construcciones, el cambio climático y la contaminación. Sin embargo, la mayor gravedad radica en las consecuencias que puede acarrear esta situación, de continuar en el tiempo. Pues estos insectos realizan una función clave para la vida en la Tierra, como es la polinización, sin la cual la extinción de la totalidad de las especies que habitan el planeta, sería un hecho consumado.

Un asunto que el grueso de la humanidad aún no dimensiona. Al respecto, resulta sorprendente el silencio de los ciertos grupos como el de los llamados defensores de los derechos de los animales, los mismos que salen cual auténticas jaurías dispuestos a linchar a quien hable en favor de la eliminación de los gatos y perros asilvestrados, o que rayan las paredes de la ciudad y se tatúan el cuerpo con el lema "carne es crimen". ¿Por qué ocurre esto? ¿Acaso porque las abejas, al ser insectos, no entran en la categoría de animales, al menos los propiamente tales? ¿O debido a que son demasiado pequeñas en comparación con las ballenas, los cerdos o las especies de la jungla africana, también acaban siendo insignificantes? Tal vez ahí esté una explicación para esta dualidad de criterios. La muerte de un rinoceronte por un disparo, es relativamente lenta y espectacular. El bruto patalea y se desangra por varios minutos, lo que genera bastante más conmoción y choque emocional que el deceso de un minúsculo alado cegado por la emanación de un gas tóxico invisible e inodoro, en consecuencia imposible de palpar. Además de que ya estamos acostumbrados a apretar mosquitos y afines entre las palmas o contra una pared con el propósito de quitarlos de encima, o de pisotearlos, ejercicios mucho más rápidos y por lo tanto bastante más eficaces a la hora de buscar evitar sentimientos encontrados.

Todo lo cual no significa más que otro punto en contra de los adoradores de bestias. Al final, estos colectivos e individuos se reducen a la protección de aquellas especies cuya existencia les resulta explicable desde el punto de vista que les genera su propia comodidad económica y social. A las mascotas, porque alternan directamente con ellas y las pueden ver y poseer. Y a los animales exóticos, porque los han observado a través de la televisión de pago, medio de entretenimiento al que acceden gracias a su poder adquisitivo, y que ha sido diseñado atendiendo a sus necesidades y características como grupo de consumidores. Allí los rinocerontes o jirafas son expuestos usando un lenguaje emotivo, que sea asequible en términos comerciales, y que además provoque una sensación en el espectador que no se sustraiga de los cánones de lo denominado "políticamente correcto". Por ello, más que entregar información científica acerca de la sabana africana -que en cualquier caso sí se hace-, lo que existe en esos programas es una intención manifiesta de encauzar al receptor en una determinada corriente de pensamiento, que aparenta ser disidente, pero que finalmente es seguida por una amplia mayoría. Un observador completamente pasivo no sólo por estar frente a una cámara de televisión, sino que aparte desconoce la dinámica de los lugares sobre los que les están narrando, y que para demostrar afinidad con la cultura y el conocimiento, precisamente sintoniza estos espacios.

Lo que lleva a concluir una sola cosa. Que los pro animal son unos sabihondos engreídos. O dicho en un solo término -y con la intención manifiesta de ser políticamente incorrecto- unos ignorantes, en el sentido de un sujeto que cree saberlo todo -o que se atribuye la facultad de opinar sobre todo- sólo porque cuenta con suficiente dinero para darse ciertos lujos -entre ellos mantener un puñado de mascotas en estado saludable- y pagar un sistema de televisión cerrada que según él "le permite conocer el mundo". Al final estas personas son incapaces siquiera de comprender un problema biológico -y ecológico- de envergadura, porque no lo observan a simple vista o a través de las pantallas con alta definición. No pueden acariciar a una abeja (¡pican! ¡qué horror!) del modo que lo hacen con un perro, un gato o un caballo. Y eso se traduce en una carencia de empatía. La misma que después aseguran tener.













domingo, 9 de agosto de 2015

El Triunfo De Satanás

Un repudio generalizado ha provocado entre los círculos cristianos -y varios seculares- a nivel internacional, la instalación de una representación escultórica del diablo en pleno frontis del parlamento del estado norteamericano de Oklahoma, junto a otro monumento donde están escritos los diez mandamientos. Las protestas son provocadas por el hecho de que la estatua es el resultado de una propuesta de una conocida iglesia satanista estadounidense -el Temple of Set-, quien a su vez reclamó que, dado que ya existía en el frontis de un edificio público una obra de carácter religioso -el mencionado homenaje al Decálogo- ellos también tenían el derecho a aportar con lo suyo, en el marco de la libertad de culto. Algo que finalmente fue atendido y aprobado por las autoridades locales.

Durante cinco décadas, los cristianos, en especial los evangélicos de Estados Unidos y América Latina, se deshicieron en esfuerzos para advertir sobre los supuestos mensajes satánicos que escondían producciones como la música rock y el cine de horror. Actuaban con un denuedo rayano en la desesperación, al percatarse que una cantidad no menor de jóvenes consumía, a veces de un modo aparentemente compulsivo, estos álbumes y películas, obras creadas con el propósito de incitar el consumo de drogas, la sexualidad desenfrenada e irresponsable, la subversión de los valores tradicionales y -como corolario de todo ello y siguiendo un proceso lógico que debía acabar en una perfecta simbiosis- la alabanza y la servidumbre autómata al príncipe de las tinieblas. Y gastaron todas sus energías en denunciar el verdadero significado de metáforas, siglas o portadas de discos, poniendo énfasis en cuestiones como el llamado "backward masking" (las frases al revés escondidas en los negativos de las grabaciones, que existieron, pero no en la manera que estas personas las presentaban). Todo con un estilo altisonante que buscaba producir en el oyente una sensación de que un grave peligro se avecinaba -el mismo que en la actualidad se emplea para atacar a la homosexualidad, así como la actitud tolerante que diversas sociedades están manifestando hacia esa práctica-, y basándose en descubrimientos que no eran resultado del rigor empírico, sino de portentosas revelaciones, que más bien eran conclusiones obtenidas usando procedimientos propios de la alquimia y el prejuicio social.

Mientras que una serie de auténticas amenazas empezaban a gestarse sin contar con la debida atención de los llamados a prestárselas. El extremismo islámico, la persecución contra los cristianos en África y Asia, la objeción cada vez más significativa contra la fe en países del primer mundo, que no sólo ha significado un escenario favorable para cuestiones como la eutanasia o la tendencia homosexual, sino que además ha ocasionado que algunos creyentes soporten juicios por incitación al odio al recordar que ciertas conductas aceptadas por la sociedad actual son consideradas en la Biblia como pecado. Todas, cosas que crecían ante la desidia de pastores y hermanos centrados de manera tan exclusiva como compulsiva en un puñado de insignificantes sectas y sus supuestos acólitos que en realidad no lo eran (muchos conjuntos de pop y rock reclamaron con completa honestidad cuando se los incluyó, de una u otra forma, en la denominada "conspiración satánica"). Hoy, los grupos musicales y directores cinematográficos que en algún momento fueron tachados de satanistas, así como las instituciones que se han declarado como tales, serían carne para las ejecuciones y atentados de los fanáticos musulmanes, y de verse en una situación así lo más seguro es que harían causa común con los hijos del camino apoyándose mutuamente -lo cual por cierto sucede en Oriente Medio con los zoroastristas, los bahaístas, los muyazidíes y hasta los representantes del islam moderado, realidad inconcebible siquiera un lustro atrás-. Pero en esta parte del globo, ya nos agotamos y nos encontramos sumidos en la mayor inercia, disfrazada de una mala interpretación del concepto de la resignación. Lo que nos impulsa a esperar lo que vendrá -que huele más a destrucción que a regreso de Cristo- escuchando y hasta tarareando canciones de reguetón, un ritmo y estilo musical cuyos textos son muchos más explícitos que los del ahora viejo rock, pero que como son fáciles de comprender, no dan origen o reacciones destempladas propias de alguien que no es capaz de interpretar el verdadero significado de una letra bien hecha.

Ése, en definitiva, ha sido el triunfo del diablo, si es que tuvo algo que ver en los actos irreflexivos que los cristianos ejecutaron en completo uso de sus facultades y con libre albedrío. En cualquier caso, le bastó desviar la atención para que los incautos optaran en la más completa autonomía por una determinación equivocada, incluso contando, al menos se supone, con el apuntalamiento de las fuerzas divinas, que debían actuar como una guía, no a seguir, sino a obedecer. La estatua de la discordia se transformará, es lo más probable, en un polo de atracción turística, mientras tanto los creyentes como los agnósticos, ateos y satanistas o cualquier otro habitante del planeta no sepa qué hacer con los musulmanes fanáticos ni otros peligros afines. Sin embargo, el peso más grande cae sobre los hijos del camino, que están llamados a ser la luz de ese mundo, en especial en lo que se refiere a asuntos espirituales.