lunes, 27 de abril de 2009

Origen del Ecumenismo

He sido testigo de cómo algunos hermanos despotrican contra el ecumenismo, ese movimiento que propone el diálogo de los cristianos hacia los distintos credos religiosos, como herramienta más eficaz al momento de conseguir una mayor penetración del evangelio en aquellos lugares donde aún es minoritario. Así planteada, esta tendencia es muy diferente y en algunos casos opuesta al proselitismo, pues contempla la salvación de las almas como un hecho secundario y mediato, al no advertírseles que, de no abrazar las doctrinas de Jesús, se irán todos uno al infierno. Muchos de sus detractores han observado, además, que la conducta ecumenista ha sido practicada y alentada por la iglesia católica, que puede permitirse esta clase de deslices gracias a su ambiguo dogma sobre la condenación eterna, en especial el tema del purgatorio. Y sí, el papismo ha empleado este recurso de manera copiosa sobre todo a partir del Vaticano II, lo que, junto a la masificación de los medios de comunicación, le ha permitido darse a conocer en sitios donde sólo se le mencionaba como una cosa exótica. Aunque tal comportamiento, como pasa en todas las situaciones que protagoniza la iglesia romana, esconde una oscura y siniestra segunda intención.

Sin embargo, este rechazo a ultranza de algunos hermanos evangélicos se produce, una vez más, debido a la ignorancia. Mejor dicho, a la falta de información. Porque el ecumenismo, en realidad, surgió en los albores del siglo XX, entre las iglesias reformadas del centro y norte de Europa. Sucedía que cada cierto tiempo los países del Viejo Mundo se enfrascaban en conflictos con sus vecinos, muchas veces, debido sólo a una mala palabra. Varios de esos Estados eran por entonces monarquías, y cabe recordar que en el siglo XVI, la división causada por las sugerencias de Lutero se resolvió mediante el principio "religión del príncipe, religión del pueblo": es decir, el soberano podía seguir el credo que mejor le pareciera, e imponérselo o no a sus súbditos. Esta resolución trajo consecuencias bastante más peculiares para los países evangélicos, ya que a diferencia del papado romano, no contaban con una autoridad unificadora de carácter estrictamente clerical, pasando a ser el monarca no sólo el gran protector doctrinario, sino la cabeza espiritual de la comunidad. Un hecho presente en las civilizaciones de la Antigüedad clásica y en los feudos medievales, que Jesús atacó enérgicamente.

En consecuencia, cuando se oían los tambores de guerra, en el país evangélico, los pastores y otras autoridades eclesiásticas bendecían a los soldados y los absolvían de las eventuales muertes que pudiesen ocasionar, porque al frente estaba el enemigo, el demonio que se lanzaba sobre nosotros, devotos cristianos, por lo cual no cabía otra cosa que exterminarlo. Pero sucedió en varias ocasiones, que la nación antagonista también era evangélica, y por ende, del mismo modo que se hacía en el otro lugar, los reverendos arengaban al pelotón militar. Tal situación se tornó especialmente compleja durante la Segunda Gran Guerra, cuando la iglesia luterana alemana, al menos al principio, apoyó al nazismo y la política imperialista del "espacio vital" impulsada por Hitler, que incluyó la invasión de países como Noruega y Holanda, de mayoría reformada - e igualmente luterana-, y para quienes el Fürher era, por supuesto, la encarnación del diablo.

Una vez finalizada la conflagración, este ecumenismo se expandió a Estados Unidos, donde las diferencias entre los hermanos eran de corte clasista. Existían congregaciones, como los presbiterianos, reservadas para los norteamericanos más acaudalados o que proviniesen de familias fundadoras, por cierto, preferentemente de rigurosa raza blanca - la famosa cultura "wasp"-. Por su parte, quienes contaban con menos recursos o tenían un origen genealógico incierto, asistían a comunidades acondicionadas para ellos, como los bautistas, que además eran despreciados, precisamente por esta característica, por las instituciones más exclusivas. Por algo muchos de los movimientos más sectarios y confrontacionales con el resto de los hermanos, surgidos desde dentro del reformismo, me refiero a los adventistas, mormones y jehovistas, se desprendieron de templos bautistas marginales. Pero también, a ellos les debemos el revivalismo, las obras sociales nacidas en el seno de los evangélicos, y discusiones en el marco de los derechos humanos que en Estados Unidos hoy son ley, como la voluntariedad del servicio militar. Y mientras tanto, la iglesia de Roma aún no decidía si girar o no el picaporte de la ventana. De haber sabido lo que vendría, nunca lo hubiera hecho, porque el aire fresco que ingresó aún la tiene guardando cama por la influenza.

lunes, 20 de abril de 2009

Divina Música Docta

Ante la presunción de que el rock, y por ende el pop, es el deleite del diablo; ante la politización izquierdizante - luego comunista y atea- que ha asumido el folclor latinoamericano; ante el desconocimiento de los orígenes religiosos de quienes cultivan la llamada música étnica: ante, en fin, las sospechosas -cuando no lisa y llanamente retorcidas- motivaciones de todos los que practican el arte de hacer melodía con los sonidos... no cabe sino encerrarse en un templo y esperar el día de la destrucción final, entonando el chillido lastimero de quienes están paralizados por el espanto. U optar por dos alternativas que para el caso son lo mismo: componer piezas de la llamada "música cristiana", con un carácter estrictamente funcional, sin ningún espacio para el gusto estético; o bien, hacerse de una buena colección de música docta, erróneamente llamada clásica, para reproducirla como acompañamiento en el almuerzo o la cena, pero nunca escucharla con el fin de disfrutarla, ya que eso es vanidad.

Pues, esta última es una actitud bastante extendida en algunos cristianos, que ven a óperas y sinfonías como los únicos estilos libres de la influencia del satanismo. Será porque, en sus años de incircunsición, oyeron decir que se trataba de "música de muertos", lo que le da una solemnidad que por su sola presencia se opone al jologorio bailable, a la denuncia política o la rebelión sin causa, elementos que supuestamente vienen incluidos en otras expresiones del género. Será porque la música docta se interpreta en salones con imagen respetable, que contrasta con los tugurios tenebrosos a los cuales estos hermanos alguna vez asistieron y ahora no quieren volver. Será porque no desean pasar ante los inconversos como sujetos estrechos de mente, acusación que por su intermedio podría caer sobre toda la doctrina cristiana. Se pueden esgrimir estos argumentos y muchos más. Y la única certeza es que tales hermanos le hacen un flaco favor a su espiritualidad con estos, por decirlo de un modo, curiosos ritos. No debido a que esta música tenga compositores tan seculares como los de otros estilos, o que sus destinatarios, en este caso, la desaprovechen. La causa de tal desafinación es, una vez más, la ignorancia.

He visto - ya lo señalé en un artículo anterior- en anaqueles de hogares cristianamente bien constituidos, material fonográfico de, por ejemplo, el movimiento nacionalista ruso, con piezas como "Una Noche en el Monte Calvo" de Modest Mussorgsky, a la cabeza. No sé si los hermanos se habrán enterado que esa composición trata sobre una conocida leyenda, que a su vez, narra las tropelías que los demonios hacen durante la noche de San Juan. Paganismo, resignación sincretista y satanismo se unen en el genio de un autor alcohólico quien, por cierto, no pudo terminar su obra porque murió en medio de una juerga. También es posible hallar casi todas las óperas de Giuseppe Verdi, compositor que es un regalón de los melómanos más conservadores, más que nada por su simpleza, porque su creación completa es un canto al goce de los placeres mundanos en toda sus acepciones posibles, y ahí está el brindis de La Traviata para confirmarlo. No faltan también pesimistas piezas de Beethoven o Mozart; y en las colecciones más encontradas, no es difícil descubrir alguna lujosa y festiva creación medieval, que al parecer nunca se enteró de la existencia del oscurantismo.

Podría seguir enumerando los más variados y multiformes casos. Dejo de hacerlo no sólo por falta de espacio, sino porque me preocupa que algunos hermanos se aterren todavía más y acaben destruyendo sus colecciones de discos, y empiecen a hacerse la idea de que Dios está únicamente en el silencio. Lamentablemente, es una posibilidad para nada descartable. Nada más quiero dar cuenta de que, no por tener una determinada trayectoria y aceptación social, enseguida un estilo musical pasa la prueba de la blancura -en términos teológicos, me refiero. Más aún: muchos de los himnos cristianos que se entonan con entusiasmo en los templos fueron escritos sobre ritmos tomados de los burdeles, como sucede por lo demás con todo tipo de música. Aunque mejor no continúo, porque con esta aseveración, sí que voy a matar a algunos creyentes de un infarto.

domingo, 12 de abril de 2009

Sin Los Diabólicos Comerciales

Muchos se sorprenden de que, a pesar del estado de secularización en que hoy se encuentra el país, aún existan personas de todas las edades que guardan las tradiciones del Viernes Santo. Yo, de hecho, lo constato cada día y aún así me cuesta creerlo. No me refiero al cambio de dieta, de la carne a los mariscos, porque eso ya es parte idiosincrasia nacional, esté o no influenciada por la religiosidad. Sino en la amalgama de curiosidades que constituyen el luto que algunos llevan por la muerte de Jesús, muchas de las cuales ni siquiera estos penitentes son capaces de explicar. Se viste de riguroso negro, se clausuran puertas y ventanas, se corren las cortinas, se pasa el día escuchando música docta ( aunque se trate del brindis de La Traviata) y por supuesto, por nada del mundo se asoma aunque sea la nariz al antejardín. Es una jornada triste para muchos, aunque también, esos muchos vuelvan a la juerga la noche del sábado, con más bríos que de costumbre; pero no para celebrar la resurrección de Cristo, sino para desquitarse por haber perdido la oportunidad de gozar de un feriado o disfrutar de un fin de semana largo.

Y entre tantos rituales sagrados, hay uno que nunca se menciona, quizá porque tal aparato casi nunca se enciende durante este día. Se trata de la ausencia de cortes comerciales en nuestros canales de televisión, al menos, en lo que a oferta de productos de consumo se refiere. Es interesante que esta señal de recogimiento se haya mantenido hasta la actualidad, si consideramos que otros medios de comunicación han abandonado las suyas. Por ejemplo, las radios ya no emiten música docta, salvo un reducido número de estaciones muy tradicionalistas y que en casi todos los casos, se ubican en la AM. Los diarios definitivamente se olvidaron de la fecha, a no ser por una nota intrascendente que registra el saludo del arzobispado. Pero las televisoras continúan resistiendo, tal vez, porque en su condición de medios altamente masivos y por lo tanto influyentes, se sienten en la obligación de recordarnos que Chile es un país católico, aunque la reverencia por el papismo no vaya más allá de un grupúsculo social con el suficiente poder económico para imponer su opinión al resto. O quizá, lo hacen porque miembros de dicho grupo es propietario de su patrimonio.

Lo cierto es que, si este día sin propaganda comercial fuera cualquier otro, buena parte del país estaría rebozando de felicidad. No porque en las demás jornadas no sean mal vistas las manifestaciones de júbilo, sino debido a la excesiva cantidad de anuncios publicitarios que exhibe nuestra televisión, superior en comparación con cualquier otro territorio. Sin embargo, Viernes Santo debe ser la fecha menos atractiva en cuanto a propuestas de los canales. Se transmiten esos viejos filmes del Hollywood de los cincuenta, rodados entre decorados de cartón piedra, que sólo podían concebirse en un periodo tan oscurantista como el macartismo. ¿ Cuántas veces nos hemos topado con "El Manto Sagrado", "Ben-Hur" o "Jesús de Nazareth"? Honestamente perdimos la cuenta. Y lo más risible de todo, es que, como en los últimos años ha aumentado la cantidad de transmisores, estas películas empiezan a rotar hacia las empresas más jóvenes, no por una cuestión de herencia, sino porque cada pase reduce su precio. En contadas ocasiones, alguna entidad se ha atrevido a innovar con, por ejemplo, un documental acerca del tema, que los hay y de excelente factura. Peor aún: jamás se ha programado una cinta que se aleje de la ortodoxia, como "El Evangelio Según San Mateo" de Pier Paolo Passolini, siendo que hasta en parroquias la han mostrado. O también, la versión silente de Ben-Hur, que data de 1925, y que salvo los premios Oscar, nada tiene que envidiarle a la archiconocida producción protagonizada por Charlton Heston.

Ahora, en esto hay que considerar que se forma una suerte de círculo vicioso. Como ya no todos guardan el respeto por la muerte del Señor, ciertas familias abandonan sus ciudades y se van a vivir el fin de semana a la playa o a la montaña. Muchos se olvidan del aparato de televisión, y durante estas pequeñas vacaciones, existen escasas motivaciones para encenderlo. Entonces la cantidad de público disminuye, y por lo mismo, escasea la cantidad de potenciales clientes conque cuentan las casas comerciales. Finalmente, éstas no se molestan en ofrecer su mercancía, en un día que ya de antemano se sabe que está perdido. Luego, las televisoras no reciben ingresos, y como se trata de una jornada con casi nulos gastos, aprovechan la oportunidad para ahorrar. Como señalamos, el diseño de un círculo vicioso. La causa oculta, pero por lo mismo primera, que motiva a archivar los anuncios por venticuatro horas.

lunes, 6 de abril de 2009

No Les Sale Natural

Algo señalé hace unas semanas atrás, respecto a lo que los sacerdotes y los teólogos católicos definen como "ley natural". Quedamos de acuerdo que su transgresión equivalía a oponerse al plan de Dios, quien, por un asunto de conveniencia, no es mencionado. Ahora, entre las tendencias que disputan con la mentada ley natural, se encuentra la homosexualidad. Desde luego, si desde el papa hacia abajo invocan este concepto cada vez que pueden, para condenar la relación entre parejas del mismo género. Y cada vez con más fuerza, se le plegan fieles de otras confesiones cristianas, los cuales, carentes de un discurso sólido sobre el que sostener sus ataques y contagiados por las mediáticas apariciones de frailes y obispos, suelen utilizar esta terminología, sin analizarla ni reflexionar sobre ella primero.

Ahora, ocurre que, para que una determinada conducta sea catalogada de "contranatura", debe cumplir con dos requisitos: ser ajena a la biología humana así como también a su desarrollo histórico. Se supone que ambos elementos son interdependientes, por lo que la existencia de uno significa necesariamente que se da el otro. En este contexto, se puede aseverar que la homosexualidad es contraria a la esencia biológica del hombre, cuando por ejemplo, se la define como un " tercer género" , porque eso engloba una serie de características físicas, y a veces sicológicas, que identifican de modo particular tanto a lo masculino como lo femenino. Sin embargo, si nos metemos en el segundo aspecto, el histórico, y le echamos un vistazo simple al pasado, a poco andar nos damos cuenta que la condena no es tan fácil. Pues en casi todas las culturas antiguas, la homosexualidad no sólo no era mal vista, sino que formaba parte de ciertos aspectos cotidianos. En los viejos imperios, era costumbre que los ciudadanos de mayores ingresos mantuvieran una esposa, una amante y un amante. Y a veces varios representantes de cada uno de los tres tipos, si la poligamia también era permitida. En Grecia, aparte del teatro, la filosofía y los juegos olímpicos, existían los efebos, discípulos jóvenes a cargo de maestros longevos, entre quienes se mantenía contacto sexual. Platón y otros conocidos pensadores, racionalizaron y teorizaron sobre esta práctica, que en el mundo intelectual es conocida como pederastia ( palabra que no es sinónimo de pedofilia). Incluso entre los mapuches, se aceptaba la tesis de "la persona con dos almas", como era calificado el o la homosexual, y los hombres amanerados podían servir como machis en aquellos sitios donde no había mujeres especializadas.

Fue, de hecho, el cristianismo quien recorrió el mundo presentando una innovación: la homosexualidad era un acto abominable ante los ojos divinos. Más aún: antes del Israel del Antiguo Testamento, no hay registros de otro pueblo, al menos alrededor del Mediterráneo, que pase a cuchillo a los homosexuales. Por lo tanto, si uno quisiera hacer lo mismo en los tiempos modernos, empleando la ley natural, lo más probable es que le salga el tiro por la culata. Pues claro: hay diez siglos de rechazo, pero todos están influenciados por la civilización cristiana. Y si existe otra religión que haga lo mismo, ésta también tiene fecha y fundador, como el budismo o el confucianismo, que ofrecen propuestas similares. Sin embargo, si retrocedemos veinte siglos más, en los cuales nos encontramos con una variedad envidiable de culturas, con diverso desarrollo intelectual, descubriremos que todas o casi todas coincidían en no ver nada equívoco en la homosexualidad, y la aceptaban como parte, curiosamente, de la naturaleza humana.

Esto nos obliga a auscultar el ya manido concepto de "ley natural" y encontrar todas las falacias y contradicciones que esconde. Porque, efectivamente, la homosexualidad es condenada de pe a pa en la Biblia, donde queda claro que de los amanerados no es el reino de los cielos. Pero ahí se entregan un amplio abanico de argumentos, los cuales sería muy largo de analizar en este instante. En todo caso, ahí también es censurada la práctica de perseguir al homosexual, pues, al igual que con cualquier inconverso, lo que se debe hacer es predicar el mensaje de Cristo, donde hay espacio para todos. Y si no lo acepta, es un asunto de él, donde nosotros no debemos involucrarnos, ni obrar con violencia.