lunes, 19 de enero de 2009

Consejos de las Runas

En la actualidad, cuando los medios de comunicación han aumentado la velocidad de transferencia de los conocimientos a niveles imcalculables, y con ello, también han acelerado el ritmo de circulación de la desinformación, hasta la más recóndita de las culturas nos resulta perceptible a simple vista. Más aún: sentimos que cualquier civilización vive frente a nosotros, y como consecuencia, nos atribuimos la capacidad de saber aspectos de ella que a nuestros padres e incluso a nuestros hermanos mayores les estaban ocultos. Por eso, es que nos topamos con tantos charlatanes que aseguran ser expertos en materias como el yoga, el hinduismo o el chamanismo indígena, en una época, además, donde el incesante intercambio de datos, la desacralización del misticismo social y la apertura a nuevas experiencias, ha convertido a la religión en un producto de vitrina, cuando no en una chuchería de feria transhumante.

Y en esos emporios donde todo está permitido, se muestra hoy, reluciente, el último hallazgo de los "expertos" en temas espirituales y esotéricos ( porque ellos usan estas palabras como sinónimos, aunque claramente no lo son). Se trata de las runas, esas figuras formadas por líneas rectas y entrecruzadas que, por aquel sólo hecho, esconden un poder mágico capaz de curar enfermedades y salvar vidas. Hasta existe un número telefónico donde se puede llamar y una operadora narra las capacidades adivinatorias de estos dibujillos. Cuando, en realidad, el rúnico es un sistema de escritura de origen nórdico que data aproximadamente del siglo X, y que se usó en las lenguas de esa zona geográfica antes que se impusiera el alfabeto romano. Siempre se le ha asignado un carácter misterioso, algo que algunos lingüistas ni siquiera pueden entender. Sin embargo, tiene una explicación terrenal bastante simple, que como en otras cuestiones similares, no incluye hechizos ni voces de ultratumba. La verdad, es que aquellos sujetos que los antiguos llamaban magos no eran sino personas con suficiente formación cultural, al menos, para saber leer y escribir. Y que, en lugar de unirse a los círculos intelectuales de sus correspondientes épocas, preferendían recorrer los pueblos lucrando con su sabiduría. Cabe recordar que en la Antigüedad clásica, y hasta mucho tiempo después, el grueso de la población era analfabeta, y observar cómo un tipo era capaz de descifrar símbolos extraños y ajenos a su existencia, obviamente les causaba admiración. Esta situación social era aún más pronunciada en los países nórdicos, alejados de los centros del conocimiento de esos años, y donde la forma de escribir era un invento de un reducido puñado de compatriotas que, ni cortos ni perezosos, la emplearon para su propio beneficio, con lo que lograron convertirse en sacerdotes.

En conclusión: de igual modo que los antiguos prestidigitadores se aprovechaban de la ignorancia de sus congéneres, los modernos y autoproclamados intermediarios se burlan a su vez de nuestra particular ignorancia de letrados, que nos permite conocer y luego aceptar cualquier disparate, sólo porque viene impreso en papel. Ahora, eso sí, la creencia en las supuestas revelaciones que están tras las runas fue alimentada, hacia finales del siglo XX, por otros acontecimientos. Hay que señalar, aunque se trate de una banalidad ( como si algunas cosas tratadas en este artículo no lo fueran), el cuarto álbum de la banda británica de rock Led Zeppelin, titulado con cuatro dibujos de estilo rúnico, y que contenía temas de nombres tan llamativos como " Stairway To Heaven", por lo demás su canción más popular. La torpeza congénita de ciertos predicadores colocó a este trabajo como otro de los representantes de la llamada "conspiración satánica" sin tener pruebas que lo incriminen ( como ocurre con todos los discos que han caído en esta calificación, por lo demás), un incidente que, ya sabemos, después de la conmoción inicial sólo genera una galopante y beneficiosa publicidad.

A diferencia de la escritura cuneiforme, las letras griegas o el alfabeto cirílico, a las runas apenas las conocemos, y eso y la propaganda que las hace ver como una puerta hacia lo oculto, las vuelve un objeto de interés. Nos resulta admirable que unas rayas en apariencia simples, con sólo distribuirse en la hoja de maneras distintas, den origen a un número incontable de combinaciones, todas fáciles de distinguir si se les presta un mínimo de atención. Pero en verdad, eso mismo sucede en los sistemas de escritura recién mencionados, los que incluso, podemos manipular. El alfabeto romano y la combinación de dígitos que permite la infinitud de números y combinaciones matemáticas, funcionan bajo la misma lógica. Ahora, me dirán algunos, también existen la numerología y la electromancia. Pero hace rato que por estos pagos las consideramos supersticiones.

domingo, 11 de enero de 2009

La Ley Natural

El concepto de "ley natural" ha pasado a ser el eslogan de moda de la iglesia católica. Bajo su definición, se agrupa a una serie de normativas que todo ser humano debe cumplir, pues en caso contrario, atentaría contra la lógica de la vida, abriéndose camino, incluso de manera inconsciente, hacia su autodestrucción. En la práctica, con esta acuñación de palabras los papas y obispos justifican toda su amalgama de prohibiciones modernas y posmodernas, entre las que se cuentan el divorcio, la homosexualidad y la anticoncepción. Dicen que estas actitudes van en contra de la naturaleza, lo cual nos hace suponer, porque nunca lo mencionan, que por ende se oponen al plan de Dios.

Si bien existe una cita bíblica ( Romanos 1:26-27), desde donde se puede extraer dicho término, la manera en que lo comunica la iglesia romanista huele menos a teología que a seudociencia, una característica propia del sectarismo y la superstición, y que trataremos más profundamente en un próximo artículo. Por ahora, basta recordar lo que quedó estipulado hace unas semanas atrás: que el cristianismo, a diferencia del resto de las religiones, cuenta con su propia rama del conocimiento, la teología, y por lo mismo no necesita recurrir a otra cuando se quiere presumir de sabihondo. Desde luego, eso también excluye cualquier posibilidad de manipular la ciencia al arbitrio personal, ya sea para mostrar capacidad de diálogo o evitar ser tildado de fanático. Porque, aunque la fe y la razón deben coexistir y ayudarse mutuamente, sin embargo no pueden mezclarse al extremo de la confusión, pues el resultado es un híbrido rebuscado, cuya sensación externa es la de satisfacer intereses personales antes que divulgar un mensaje edificante.

Y es aquí donde el catolicismo se empantana en su propio fango. Pues los curas nos exhortan a obedecer la ley natural, pero no se atreven a afirmar que ése es el plan de Dios. A lo mejor, para no ser objeto de mofa por parte del mundo secularizado, han optado por jugar igual que ellos y sacar a Dios de la conversación cotidiana, como símbolo de una vergüenza que no están dispuestos a soportar. O bien, atendiendo a ese mismo miedo al ridículo, han considerado que ambas frases son sinónimos, y por lo mismo se pueden intercambiar sin temor a caer en pecado. El problema es que al escuchar cada combinación, en el oyente se genera una clara bifurcación de sentidos, aunque el contexto y el ambiente sean los mismos en cada caso. Así, por "plan de Dios" entendemos que la explicación se reduce al ámbito estrictamente religioso, mientras que "ley natural" nos lleva a trascender esa esfera, asociando la discusión con otras áreas del saber. Luego, un ciudadano poco informado podría sacar lecciones positivas de esto, pues le parece que la iglesia católica es una institución comparable a los laboratorios o las publicaciones científicas, cuando lo que hace en realidad es lanzar un discurso tan ideológico como contradictorio y vacío, que termina flotando en la atmósfera como una cortina de humo.

Que no se malinterprete. El motivo de este artículo no es descalificar al catolicismo por su posición respecto de temas culturales que siempre me han llamado la atención y en los cuales, mi postura es diametralmente opuesta a la de los curas. Pero si ellos quieren debatir, háganlo en los términos adecuados y no se desvíen por la tangente inventando argumentos desafortunados que, al final, muestran su tirria al debate y la búsqueda de una acomodaticia conveniencia. Si vuelven a hablar de Dios y se circunscriben nuevamente a la teología, es probable que encuentren contendores de peso, que incluso les podrían hacer dudar de sus creencias. Pero igualmente sus ideas adquirirán mayor validez, y hasta capaz que logren convertir a una que otra oveja descarriada. Acuérdense que la propia Biblia dice que no todos serán salvos, y que el proselitismo es un juego cuyo premio máximo es la conversión del otro, y dicho premio a veces se gana, y a veces lo obtiene el contendiente

domingo, 4 de enero de 2009

La Estrella de Oriente

Siempre me han llamado la atención esos intelectuales, varios de ellos catedráticos universitarios, que despotrican contra el cristianismo y todo el sistema dogmático y de creencias que éste defiende, arguyendo que se trata de supercherías propias del oscurantismo, hoy claramente contradecidas y por ende anuladas por la ciencia. Pero, después de esa declaración, abren el diario en la página del horóscopo, y lo leen con especial avidez, negándose a seguir viviendo el día sin antes consultar a las estrellas. También me causan curiosidad cuando, a pesar que no han variado en un ápice sus afirmaciones, se allegan a estos movimientos religiosos sincréticos, seudo orientales y ecologistas, llenos de máximas para el bronce que sus practicantes no son capaces de explicar. Y lo más llamativo, es que cuando se acercan a estas opciones, da la impresión que la espiritualidad les hierve como la sangre, aunque la razón, supuestamente, había ordenado su cerebro e impuesto sus términos.

A mí, este fenómeno no me inquietaría en lo más mínimo, si de aceptar la libertad de cultos se trata. Pero aquí nos hallamos frente a una abierta contradicción, que los aludidos evaden con una vergonzosa presteza. Estos mismos sujetos rechazan, no sin un dejo de arrogancia, aspectos esenciales de la fe cristiana, en especial los que se basan en relatos bíblicos tales como la creación del mundo, la resurrección de Jesús u otros, diciendo que el conocimiento está bastante avanzado y el mundo lo suficientemente maduro para continuar aceptando leyendas. Con esa solemnidad propia de los académicos, que nosotros, ciegos y legos creyentes, agradecemos porque pensamos que es una muestra de respeto, nos responden que les resulta incomprensible que, a estas alturas del partido, haya muchedumbres dispuestas a vender su conciencia por una reliquia religiosa, cuando todo demuestra que sus preceptos son empíricamente imposibles. Y luego notamos que estos mismos escépticos se hallan ligados a organizaciones, en muchos casos de origen sectario - incluso en el aspecto de la tolerancia-, que se basan en prácticas tales como el misticismo, la magia o la astrología, cuestiones no menos irracionales de lo que podría ser el dogma cristiano.

Aquí me quiero detener: es muy probable que, como lo señaló Auguste Comte, la doctrina de Jesús estuviera superada por la ciencia incluso antes de que se le haya ocurrido el positivismo. Por lo demás el cristianismo tiene su propia forma de conocimiento, la teología, y eso significa que no requiere de otra. Sin embargo, las subdivisiones que nombré en el párrafo anterior - que igual nos pueden enseñar algunas cosas-, fueron dejadas atrás muchísimo antes de que siquiera se discutiera la legitimidad de los dogmas de fe, y no porque estos últimos los haya establecido una iglesia que coqueteó con el poder para luego apoderarse de él. Simplemente, eso ocurrió porque tales ramas del saber quedaron obsoletas y a poco andar aparecieron sus remplazantes, como la astronomía respecto de la astrología. Si nuestros amigos intelectuales se burlan del cristianismo porque los avances tecnológicos lo han reducido a una mera superchería, más aún debieran desatender los procedimientos de estos nuevos movimientos religiosos, no porque todos sean falsos - jamás he declarado eso-, sino porque tras esta dualidad se esconde una incongruencia seria que hasta ahora, quienes la padecen no han sido capaces de solucionar.

Quizá la atracción por estos chispazos orientalistas se deba a que la cosmogonía de esos credos es panteísta y ateísta - que no es lo mismo que atea-, y que piensan que todos somos parte de un dios único que se disuelve y se recompone de acuerdo a las condiciones dadas en el tiempo y el espacio. Eso descarta el proselitismo, dolor de cabeza para aquellos agnósticos y no religiosos que viven bajo una civilización cristiana, pues cada uno viene a ser como una gota de agua que tarde o temprano debe caer en el océano. No está el sentimiento de culpabilidad, que se despierta cuando uno se da cuenta que miles han muerto sin que nadie les avise que hay una salvación y una condenación, y que la primera, está exclusivamente reservada para aquellos que han aceptado y practicado los planteamientos de Jesucristo. Las teorías de la transmigración de las almas y la rencarnación hacen el resto. La pregunta, no obstante, para estos sujetos es la siguiente : ¿ realmente asumirán este cúmulo de ideas fantásticas, cuando al cristianismo lo desecharon por lo mismo? Dicho de otra manera, ¿ sabrán de lo que están hablando? ¿ creerán lo que profesan? Por sus características, estas expresiones religiosas pueden llegar a convivir con la razón aunque tal mezcolanza lleve a la neurosis freudiana. Pero en lo que respecta a mí, me da la impresión que sus seguidores no creen un ápice lo que están defendiendo.