domingo, 27 de junio de 2010

El Islam y Su Supuesta Amenaza

Existen pensadores y analistas que, ante la pérdida de poder que en los últimos tiempos ha experimentado la iglesia católica, situación que a su vez le ha impedido llevar adelante sus horrendos crímenes de antaño, el lugar de ésta será ocupado, lenta, paulatina y sostenidamente, por el Islam. Es decir, que serán los seguidores de Mahoma quienes en el futuro cometerán asesinatos masivos e impondrán sus restrictivos puntos de vista mediante un régimen del terror. Para quienes sacan tamaña conclusión, las señales están dadas a través de todos estos actos de terrorismo, rimbombantes y masivos, que los musulmanes nos han legado en la más reciente década, y que son la consecuencia de una mirada agresiva, intolerante y totalitaria, basada en violentos preceptos de carácter milenarista y mesiánico.

Pongamos las cosas en su justa medida. En primer lugar, es cierto que el extremismo islámico, en especial las organizaciones de lucha armada que giran en torno a su declaración de principios, es altamente nocivo tanto para la libertad individual como la convivencia social. En especial, porque concibe al otro -en definitiva, a quien no se une a dichos movimientos- como un enemigo, un "infiel" en el sentido místico, o más bien seudo místico de la palabra (donde adquiere una connotación mucho más delicada que en el plano netamente erotómano), a quien en cualquier caso sólo cabe eliminar. Sin embargo, el fanatismo religioso de los musulmanes, en términos de conquistas políticas internacionales, en realidad se encuentra bastante reducido, y parece imposible que las condiciones varíen tanto en el corto como en el mediano e incluso el largo plazo. En estos momentos, no existe ningún representante mahometana que dirija los destinos de un país del Primer Mundo, ya fuere que hablemos de Europa, América del Norte y el Lejano Oriente. Más aún: ni siquiera hay alguno fuera de las fronteras originales de ese credo. De acuerdo: en sus territorios cuna -que además han sabido aprovechar el enriquecimiento legado por el petróleo como arma de presión-, no cabe un alfiler que no sea musulmán, tanto en los aspectos meramente espirituales como en los civiles y sociales. Aparte, está el flujo migratorio que llega desde esas zonas a las naciones desarrolladas, sobre todo las occidentales. que cada vez es más masivo. Pero seamos objetivos. El desplazamiento copioso de seres humanos se debe principalmente a necesidades económicas de los viajantes, por lo que en caso alguno se trata de personas con influencias ni menos con la capacidad de apoderarse del poder, ya fuese por la vía democrática o la inconstitucional. Además, su accionar revela lo poco sólidas que son las instituciones en sus países de procedencia, que quedan como entidades que aparentan una fortaleza que no se sostiene en su misma realidad.

Diferente a lo que sucedió con la situación privilegiada que por varios siglos disfrutó la iglesia católica, y por extensión, al menos desde el cisma de Constantinopla y de la Reforma, las diversas confesiones cristianas. Ellas regentaron sitios que se transformaron en indiscutibles factores de influencia para la humanidad en general, tanto en sus aspectos políticos como sociales, militares, económicos y hasta religiosos. Como Europa y Estados Unidos. Incluso, en este aspecto, hasta los credos orientalistas tienen mejor fortuna que el Islam, al ser los países en donde arraigaron -India, China, Japón- importantes puntos de referencia para la población contemporánea. A eso, es preciso añadir que los Estados musulmanes (tanto los que tienen una mayoría casi absoluta de población islámica, como aquellos que se valen de sus textos sacros para redactar las leyes) son muy mal apreciados por la comunidad internacional, llegando a ser señalados como parias. No olvidemos que la cruzada montada por George W. Bush, se cimentaba en aspectos emocionales solventados en la interpretación más básica e irreflexiva del cristianismo evangélico (y que por lo mismo, resultaban antojadizos y erróneos): suficiente para aunar una fuerza multinacional que destruyó países pobres y subdesarrollados, como Afganistán e Irak. Similar situación ocurre con Israel (judaísmo) y sus sangrientas incursiones contra los palestinos, que se desarrollan con la venia de ciertas potencias occidentales. Los pocos lugares que se salvan de los prejuicios, son aliados subordinados y por ende sin capacidad de opinión, como Arabia Saudita e Indonesia. Todo esto, sin contar que las entidades terroristas, como Al Qaeda, han recibido su correspondiente condena universal y excepto en un grupúsculo reducido, causan la peor de las repugnancias.

Tales organizaciones, de igual forma que ocurre con los fanáticos en general -no sólo religiosos- han optado por la acción grandilocuente, a fin de dejar en claro quiénes son, y de esa manera inspirar miedo. El problema es que, si uno quiere hacerse del poder (en particular en sitios donde se le hace difícil ostentarlo), debe tomar un camino diferente: la sutileza, el engaño, la traición: el estar de acuerdo sólo para generar el momento propicio donde apuñalar por la espalda. Simplemente porque esas acciones no se notan a simple vista y no suelen ser percibidas por el común de la gente, que se queda reflexionando sobre estos otros gritos molestos. En definitiva, es más conveniente obrar como mafioso, justamente lo que hizo la iglesia católica durante más de un milenio, y que le permitió llegar rápidamente a las altas esferas y luego conservarlas por muchas centurias. Mientras los extremistas islámicos no se comporten así -y no cabe duda de que mantendrán las cosas como están- su nivel de amenaza no pasará de los atentados suicidas. Así que a ubicarse: todavía el peligro reside en el catolicismo y un poco más lejos, en las religiones orientales. Y ambas instancias se valdrán de los musulmanes, de los mormones, los jehovistas o los masones, para desviar la atención y de ese modo continuar con su nefasto proceder.

domingo, 20 de junio de 2010

Un Técnico Que Ve Estrellas

Por tratarse ante todo de un circo, el fútbol de vez en cuando, da lugar para esas noticias anecdóticas, extravagantes y patéticas, las cuales, por la sola conjunción de aquellos adjetivos, finalmente sólo pueden calificarse de incomprensibles. Y si el trasfondo es la Copa Mundial, el morbo, con sus beneficios derivados, es bastante mayor. Pues bien. En el torneo que por estos días se disputa en Sudáfrica, ha aparecido uno de esos personajes que ha tendido a llamar la atención por sucesos pintorescos, muy alejados de lo que se esperaba en principio de él. Se trata de Raymond Domenech, el entrenador de Francia, seleccionado que está a punto de sufrir una temprana y humillante elimimación del campeonato, lo que ha venido siendo acompañado por intrigas al interior del plantel y de la delegación, que a su vez, han desencadenado insultos, escupitajos y pugilatos, en medio de una intriga que tiene al técnico de ese representativo como principal protagonista. Pero no sólo, ni siquiera principalmente, por los malos resultados de sus dirigidos; sino que además por un factor que se considera la causa más importante de tal estado de cosas: su ciega creencia en la astrología, que le ha impulsado a no convocar a jugadores clave del equipo, o en su defecto mantenerlos en la banca de suplentes, porque un tarotista le ha asegurado que nacieron bajo un signo zodiacal que no compatibiliza con otro, o bien, porque los atributos asignados a determinada constelación no se condicen con los del puesto del futbolista en la cancha, por ejemplo un Leo que no puede ser delantero porque supuestamente son de carácter fuerte y eso hace más recomendable retrasarlos a la defensa. Lo cierto es que, en un lugar cuyos habitantes se vanaglorian de su racionalismo, una conducta que muchos consideran cercana a la ridiculez está pesando de manera decisiva en determinaciones que pueden marcar el éxito o el fracaso.

Pues, es preciso recordarlo, desde la Toma de la Bastilla, Francia ha sido vista como un modelo de libertades individuales y una adveretencia contra las supersticiones y las ideas no reflexivas, dos comportamientos que se le suelen achacar a las religiones. Con acaecimientos más recientes, como las protestas de 1968 y el reciente retiro forzado de los símbolos eclesiásticos en los lugares públicos (incluida la prohibición de que las estudiantes musulmanas vayan a la escuela con velo, lo cual ocasionó una fuerte controversia en su momento), dicho mote parece afianzarse. A esto se debe agregar que los franceses, pese a ser uno de los pueblos que tiene y que siempre ha tenido relaciones fluidas con el Vaticano, empero jamás han renunciado al intento de enrielar y domesticar a la iglesia católica en su propia concepción filosófica y social, al punto de que durante la Edad Media consiguieron trasladar por algo más de setenta años el pontificado a Avignon, y en épocas posteriores, se esmeraron en formar una conferencia episcopal que contase con rasgos autóctonos, incluso aceptando el riesgo a ser acusados de herejía, como en efecto le ocurrió al galicanismo. No obstante tal esfuerzo por superar lo que se considera puras supercherías, los muchachos de las Galias, como suele pasar cuando se escarba lo más mínimo debajo de cualquier estereotipo, están jalonados de hechos que contradicen, a veces de manera especialmente violenta, sus supuestas argucias distintivas expuestas aquí. Para empezar, su proceso de creación de una conciencia de nacionalidad fue obra de una campesina analfabeta que aseguraba ver imágenes de la Virgen María, donde ese ícono le ordenaba tomar la espada y guiar a su país a la victoria en la Guerra de los Cien Años. Pues bien: esa hortelana, conocida como Juana de Arco, es hoy una santa católica. En la misma Revolución Francesa -que no por nada es también conocida por el apodo de "régimen del terror"-, muchos intelectuales e incluso científicos fueron guillotinados, como Antoine Lavoisier, pues, al enunciar la ley de conservación de la materia, atentaba contra los principios de cambio y de movilización grupal inherentes a esa clase de procesos. Y luego, las gestas de Napoleón, cuya mayor motivación era expandir los principios revolucionarios por toda Europa, mediante una imposición de carácter imperialista y belicista. Es decir, bien poco racional, como acontece en los tiempos contemporáneos con Estados Unidos y su guerra contra el terrorismo, a la que los gobernantes franceses se han opuesto públicamente en reiteradas oportunidades.

Retomando el tema medular, es de cierto modo risible la forma de abordar los delirios cosmológicos del señor Domenech. Desde luego, un sector significativo de la opinión pública francesa está indignada con el comportamiento de su seleccionador. Pero más allá de algo que medianamente se ve como una consecuencia lógica -la confianza ciega en la astrología como sinónimo de magros resultados-, los medios de comunicación se han tomado el asunto como un chiste frívolo y apenas se han detenido a examinar el peligroso nivel de fanatismo religioso que ese hecho contiene. Y es una lástima, si se toma en cuenta la celosa persecución que han ejercido sobre los islamistas radicales -preocupación comprensible y justificable, en todo caso- o las aprehensiones que sin tapujos manifiestan acerca de los distintos credos cristianos. En este punto resulta interesante detenerse: pues, admitiendo a Francia como la encrucijada de un empirismo lógico que por su sola naturaleza se opone a la fe dogmática, y cuya consecuencia más palpable es la proliferación de ateos, agnósticos y no religiosos dentro del marco de la tradición cultural gala, enmarcada en los conceptos de la civilización cristiana occidental: tenemos como conclusión que sus habitantes debieran tender a abandonar los templos, símbolos de la superstición insulza. Y en efecto, los aludidos obran así. Pero lejos de seguir el camino trazado por Auguste Comte, se vuelcan hacia alternativas que en su origen le deben prácticamente todo al aspecto religioso, como este asunto del Zodiaco, derivado de antiquísimos cultos persas. Una transformación que los mencionados agentes de opinión no quieren o no son capaces de observar, al preferir el camino fácil de la broma de sobremesa, que en cualquier caso, tratándose de acontecimientos tan burdos, se yergue como una oferta tentadora.

Lo extraño, y en seguida detestable, es que cuando se trata de religiones establecidas no se mide con la misma vara. Por ejemplo, con el evangelismo de Kaká, que ha dado pie a comentarios que especulan desde una supuesta falsedad de sus pensamientos, hasta la pertenencia a una secta destructiva lavadora de conciencias. Y es cierto que en el accionar del brasileño aparecen actos discutibles, como, a propósito de su pretensión de no tener sexo antes del matrimonio, finalmente haberse casado con una menor de edad. Además que se hizo expulsar torpemente en el último desafío de Brasil, poniendo en duda la virtud de la templanza que por mandato bíblico debiera expresar todo cristiano. Pero al menos, estamos ante un brillante jugador a quien su fe no le impide ser un inmenso aporte a su equipo. Todo lo contrario de Domenech, a quien el permanecer impávido mirando las estrellas le ha reportado el repudio de sus connacionales, incluidos quienes se hallan bajo su mando, porque como la Inquisición o Al Qaeda, con su actitud de anteponer sus creencias sólo está haciendo mal. De todas maneras, tanto Jesús como los escritores neotestamentarios lo estamparon: por sus frutos los conoceréis.

domingo, 13 de junio de 2010

Las Viejas Cosas Nuevas

Como otro intento desesperado de supervivencia, ante la avalancha de demandas judiciales que de seguro, la iglesia católica enfrentará en el corto plazo, producto de los abusos de menores en que se ha visto involucrado un número cada vez más creciente de sacerdotes, Joseph Ratzinger convocó a todos los obispos del mundo (a estas alturas y tomando como referencia la actualidad: a quienes aún no se les comprueba su participación en delitos sexuales) a una masiva reunión en los estrechos patios del Vaticano. Como todo lo que concierne a una asamblea de curas, de ésta tampoco se puede rescatar algo importante; a menos que uno sea lo suficientemente ingenuo para plegarse a las exageraciones de cierta prensa intencionada y acomodaticia, que destacó en sus principales titulares la grandilocuente petición de perdón institucional vociferada por Benedicto XVI. La enésima del año, por cierto: pues como se señaló al principio de este párrafo, en el romanismo se comen las uñas frente a los inevitables requerimientos que los tribunales terrenales levantarán contra los poco celestes consagrados.

Tales operaciones de redención, se basan en aquella sentencia de Pablo, que en II Corintios 5:17, al definir el estado inmediatamente posterior a la conversión, declara que "las cosas viejas pasaron y he aquí que todas son hechas nuevas". Una afirmación que puede aplicarse, de manera indirecta, a los actos de contrición de un cristiano, o supuesto cristiano, que ha dejado la grande y está consciente de ello, aunque su angustia personal no nazca necesariamente de un arrepentimiento sincero. Aplicar tal prerrogativa desde la posición del autor del daño, por supuesto que es totalmente beneficioso para éste, y más todavía si él mismo o uno de sus representantes la recuerda ante los hermanos que exigen explicaciones. Y esa actitud de caraduras, es lo que mueve a la iglesia católica, para estos menesteres representada en su autoridad papal. Como el pecador ha reconocido a ojos vista, y delante de las cámaras y los medios de comunicación, sus fallos, se supone que de modo automático desciende la absolución divina, borrando las manchas de la memoria del infractor como del ofendido. El clásico olvido que debe seguir tras la reconciliación. Que si lo emite primero el agresor, deja un inevitable tufillo a oportunismo; pues, interpretando la Biblia de la manera más elemental, significa que el afectado queda obligado a aceptar la disculpa, ya que si no lo hace, no cumple su parte del trato y luego desobedece un mandato del propio Jesús, por lo que es él quien finalmente se transforma en pecador.

El problema es que cada acción humana, ya sea buena o mala, tiene una consecuencia directa en el entorno y de hecho, en el marco de la convivencia cristiana, ésa es la vara con que se califica si tal acometimiento es o no pecado, el cual puede traducirse en una ofensa a Dios, al prójimo o a la comunidad. Luego -y esto es algo que puede encontrarse tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, toda vez que constituye un asunto de ética universal, por ende inherente a la creación-, corresponde reparar los resultados negativos. El solo perdonazo no es una limpieza cabal, e incluso, puede ser considerado como una conducta ligera frente a los preceptos teológicos. De hecho, en determinadas ocasiones ni siquiera elimina completamente la antigua tendencia del ofensor, aunque éste en realidad se haya redimido. Al contrario, suele regresar adaptada a circunstancias diferentes. Por ejemplo, quien fue un borracho pendenciero antes de seguir el camino de Jesús, al que después no le tiembla la mano para imponer castigos físicos a sus hijos. No basta conformarse con decir "allá ellos si no me perdonan porque el Señor está de mi lado". Aunque tal declaración sea correcta, es preciso hacerse cargo de las disfunciones que las malas acciones particulares provocaron en el entorno.

En tal sentido, Ratzinger y su ganado no deben retrotraerse a una sola porción de la Biblia -que además es aquella que les conviene-, sino que atenerse a las Escrituras, pero considerándolas un todo. Así, también se les ruega recordar los textos de los evangelios, en especial el relato de Zaqueo, ese usurero publicano que frente a Cristo y su audiencia se comprometió devolver el doble de los montos que había recaudado mediante tácticas incorrectas y fraudulentas. El mismo Mesías recalcó dicho proceder en innumerables oportunidades, como señal palpable de que un converso sentía de verdad lo que estaba hablando. Y no pienso en las retribuciones pecuniarias que de seguro los magistrados le prescribirán a la iglesia católica a modo de arreglar, al menos parcialmente, la telaraña de entuertos que ha tejido. Que por cierto, debieran surgir desde el propio seno del romanismo y no tras un golpe de mazo. Sino que, con esto, se hace referencia a una compleja pero al mismo tiempo creíble actitud de reparación, que vaya mucho más allá de las lamentaciones públicas que, al parecer, han sido construidas con la finalidad de salir pronto del paso, para asegurar un futuro donde, probablemente por el mismo objetivo que ha movilizado al papismo durante doce siglos, las cosas nuevas no sean sino las ancestrales canalladas recicladas.

domingo, 6 de junio de 2010

Obligados a Elegir

No se ve muy bien que la Concertación trate de contrarrestar el más reciente intento en favor de la inscripción automática y el voto voluntario, promoviendo a su vez el sufragio obligatorio. Y no porque el proyecto de ley sea iniciativa de la administración derechista, o que la mentada idea de los opositores acabe siendo una odiosa imposición. Sino, porque un planteamiento así apenas oculta su intención de proteger los intereses de quienes los emiten, sospecha que se refuerza al constatar que ciertos personeros han manifestado y reconocido abiertamente su cambio de opinión, defendiéndose con explicaciones manidas o rebuscadas, que buena parte del electorado, incluso entre sus más acérrimos partidarios, simplemente no cree.

Es cierto que la abstención, ya sea en su versión activa o pasiva (los votos blancos y nulos), suele inclinar los comicios en favor de los grupos conservadores o de quienes representan a los sectores más acomodados. El primer mundo nos entrega, a cada rato, ejemplos muy contundentes de ello. Pero cuando estos factores se juntan, y provocan los resultados recién mencionados, lo hacen por causas muy fáciles de individualizar y sobre las cuales no se puede culpar a quienes hayan renunciado a su derecho a sufragio. Una de las más sobresalientes, probablemente la más común, suele ser la falta de una alternativa real en los partidos izquierdistas, que aliente a sus seguidores a llevarlos al poder. Este hecho se ha tornado palpable en varios países de Europa(no todos, aunque cierta prensa afirme lo contrario), donde las colectividades socialdemócratas se han quedado sin un discurso coherente que ofrecerle a la población, ora por el fantasma del fracaso del comunismo, ora porque se sienten conformes con los beneficios de su situación. Lo cual las ha arrinconado en un alarmante retroceso. El mismo que experimentó la Concertación en diciembre de 2009 y enero de este año, debido a que la propuesta para obtener una quinta legislatura consecutiva, simplemente era impresentable. En tal sentido, me adhiero a quienes aseveran que la pasada elección no fue ganada por Sebastián Piñera, sino que la propia alianza de centroizquierda se dejó perder.

Ahora, uno puede comprender la inquietud de determinados personeros, quienes temen que ante un escenario de voto voluntario, el actual gobierno haga de muy poco a nada por estimular el derecho a sufragio, por un asunto de conveniencia, llegado incluso a desentenderse de deberes que le competen en cuanto a su rol público y que son inherentes a garantizar el acto de sufragar, como son la disponibilidad de recintos o el traslado de los ciudadanos que viven en zonas aisladas. Pero de cualquier forma, un reclamo en tal sentido se fortalece cuando se mejoran las instancias de participación popular, las que por cierto, la Concertación redujo durante las dos últimas décadas casi exclusivamente a las elecciones. Durante la legislatura de Patricio Aylwin, se trabajó de manera metódica para cerrar o al menos disminuir la influencia de los medios de comunicación que habían sido críticos de la dictadura. Después, Eduardo Frei tejió una impresionante red de espionaje contra todo movimiento que pusiera la más mínima objeción a la orientación de su gobierno (empresarial, de libre mercado y excluyente con las organizaciones laborales y estudiantiles). Lagos y Bachelet, por su parte, se encargaron de demonizar a colectivos que en la vereda de enfrente eran señalados como peligrosos: mapuches, tribus urbanas, consumidores de marihuana. Finalmente, se ven en la urgencia de proteger la última parcela que les queda, so pena de caer en el abismo sin retorno.

Siempre me he preguntado hasta qué punto puede llegar la ingenuidad de la Concertación. En todo caso, eso es lo que se precisa para creer en una estructura política, social y económica delineada por un dictador. Además del indispensable toque de hipocresía, claro está. Pues a los dirigentes de la oposición, en momento alguno, se les debe pasar por la cabeza que su propuesta, en caso de ser aprobada, sólo podría contribuir a aumentar la cantidad de papeletas nulas y blancas, donde lo más atrayente será leer las dedicatorias anexas de los indignados sufragantes. Lo cierto es que, si desean recuperar un electorado que ellos mismos se negaron a representar en favor de intereses personales, lo que debieran hacer es armar un discurso creíble que de verdad recoja las inquietudes del pueblo. Los ejemplos de lugares donde la izquierda estaba deprimida, y que parecían inundados por una cultura de la abstención; pero donde la situación experimentó un brusco cambio, sobran. Si los mandamases de la Concertación optan por superar su propia apatía (que se refleja en sus rostros, a su vez cansados y satisfechos), Chile será uno de ellos.