domingo, 29 de noviembre de 2009

La Condena a la Embriaguez

Cuando una persona de carácter secular se nos acerca, y de manera capciosa, nos reprocha la supuesta tirria que los cristianos le tenemos a las bebidas alcohólicas, en circunstancias que el propio Cristo se valió de una durante la Última Cena; casi siempre le respondemos con esa sentencia establecida por Pablo en su carta a los Efesios 5:18, donde el apóstol exhorta a "no embriagarse con vino, en lo cual hay disolución", y a renglón seguido, como contrapropuesta, indica " ante todo, ser llenos del Espíritu Santo". Con ello, dejamos en claro en la Biblia no existe condena alguna a los mostos ni a ningún otro tipo de bebestible, sino sólo a la borrachera, lo cual desde luego es cierto. Pero aún así, la aplicación de este texto no es completamente correcta: si bien, para llegar a la perfecta interpretación, falta un minúsculo y a simple vista insignificante tramo, defecto en caso alguno atribuible a cierta falta de voluntad del hermano, sino a su poco acceso a conocimientos de índole exegético-histórica que, en cualquier caso, son esenciales para entender determinados detalles y luego presentarse con una preparación más sólida ante las almas a convertir.

En primer lugar, hay que dejar en claro que esta condena no contiene implicancias morales, aunque muchos quieran abordarla desde esa perspectiva. Ya hemos acotado que la Biblia no es un tratado de ética y quien la ausculte buscando normas de buena conducta, lo más probable es que salga más escéptico y confundido que cuando entró. Muy por el contrario, la proscripción de la embriaguez debe ser analizada en el marco de la competencia que el cristianismo primitivo tenía con las religiones contemporáneas, en el ejercicio de captar almas en pro de la salvación de la humanidad. En el mundo antiguo, eran muy comunes los llamados "cultos de la disolución", como el de Osiris en Egipto o Dionisios en Grecia y su equivalente Baco en Roma. Tales profesiones, instaban a sus miembros a llegar a estados de pérdida de conciencia, entendida como la disociación o desconexión con el mundo real. La idea era despejar la mente de las preocupaciones propias de este "valle de lágrimas", para que a su vez, los individuos pudieran comunicarse con los dioses. Las ceremonias eran colectivas, y se asemejaban bastante, por ejemplo, al uso ritual de la coca por parte de los indígenas americanos, o a nuestras modernas terapias de relajación, que por cierto, también provienen de una raíz religiosa, que en este caso se ubica en el Lejano Oriente. La diferencia, que existe entre estos eventos y los de la Antigüedad clásica, es que aquellos constituían una suerte de respuesta, o incluso, de protesta frente al determinados aspectos de las viejas creencias mitológicas, que hoy podríamos tachar de clasistas y discriminatorios. Más aún: las deidades veneradas en estos casos, o habían sido drásticamente castigadas por rebelarse contra el orden establecido ( Osiris fue conminado a permanecer como el dios de la morada de los muertos, por sus propios pares, tras desafiar a los mandamases del panteón egipcio), o eran despreciadas dentro del mismo círculo divino ( caso de Dionisios, evitado constantemente, por tratarse de un ebrio). Lo cual explica que grupos etáreos con un rol menor dentro de su respectiva sociedad, fueran los protagonistas y a veces los directores de estos cultos. En tal sentido, el caso de las dionisiadas es emblemático, puesto que las organizaban unas sacerdotisas, las ménades, en una cultura, la griega, de ideología abiertamente misógina.

El cristianismo, y basta hojear durante un momento los evangelios para darse por enterado, desde sus inicios, siempre insistió en un afán de búsqueda de la igualdad social, resumida en la correcta superación, por parte de los pobres, y la sincera comprensión, del lado de los ricos. En consecuencia, ya se producía un factor de competencia entre estos rituales y la doctrina de Jesús. Frente a una posible confusión, Pablo aclara que la disolución no es el camino correcto, pues es una conducta que, cuando no es irracional por sí sola, persigue la obtención de ese estado mental. Y al contrario, la fe debe ante todo contar con el concurso de las facultades intelectuales en su total nitidez, pues, como dice el mismo apóstol " el sacrificio vivo ante Dios, es nuestro culto racional". Sin embargo, la Biblia no se cierra ante probables experiencias de éxtasis, las cuales, de hecho, son intrínsecas a la práctica de las enseñanzas del Mesías. Incluso, uno de esos acontecimientos es el que les permite a los discípulos predicar sin miedo y con una buena dosis de carisma durante Pentecostés, según relata el libro de Hechos, empleando muy bien el fenómeno de la glosolalia. Pero, ¿ cómo se debe proceder al respecto? Con el método que es propio e identitario de los cristianos: la "llenura del Espíritu Santo". Que no proviene de vulgares demiurgos sino del único y más grande, que respeta la volición humana y cuyos resultados son provechosos y duraderos, nunca incoherencias pasajeras que se olvidarán cuando pase el efecto del mosto. Finalmente, si estamos seguros con el Espíritu Santo, ya no hace falta la embriaguez.

Muchos de estos cultos se convirtieron en fiestas populares y nacionales en las culturas que los vieron nacer, y de hecho, algunas celebraciones han sobrevivido hasta nuestros días, como el año nuevo, relacionado con los ciclos de siembra y cosecha, muy importantes en las sociedades antiguas, que eran exclusivamente agrarias. El Israel veterotestamentario no fue la excepción y en su calendario podemos toparnos con varias conmemoraciones de toda índole, que además eran muy regadas. En esa época, se consideraba un orgullo que el hijo llevara a su padre ebrio hasta la casa, misión que, por ese calibre, le encomendaban casi siempre al primogénito. Recién el profeta Isaías ( 5:11), por el siglo VIII a.c., pronuncia ayes contra los que "se levantan de mañana para ir tras los licores"; pero porque estos sujetos se preocupaban de organizar apoteósicas comilonas semanales, y luego debían ocupar el horario que debían estar en el templo, en pasar la resaca; o bien, no les quedaba tiempo para dedicarlo a Yavé. En definitiva, porque se esmeraban en ofrecerles banquetes a sus amigos y descuidaban al Adonay. Como en todo orden de cosas, el alcohol no es mano; y la embriaguez no es un acto inmoral, pero sí de apostasía.

lunes, 23 de noviembre de 2009

De la Mano con el León Rugiente

Felizmente, Karol Godzilla no estará en Bellavista. Al menos por el momento. El Consejo de Monumentos Nacionales, en un acto de cordura, decidió detener su erección, argumentando que la estatua de trece metros rompía el entorno arquitectónico del sitio donde iba a ser instalada, además de que, una vez puesta en su base, generaría una notoria contaminación visual y por consiguiente un importante daño ambiental. En resumen, que era fea e inmoral desde el punto de vista estético, conclusión que podía sacarse con una pizca de sentido común. De paso, los reclamos de miles de ciudadanos, quienes justificadamente se sintieron atropellados en sus derechos por un grupúsculo de empresarios que siempre recurre a la iglesia católica cuando todo se le viene encima, encontraron oídos limpios, lo cual les permitió rendir frutos.

Dichas protestas fueron lideradas por artistas, arquitectos, intelectuales y académicos de la hace rato venida a menos Universidad de Chile, en este último caso, más que nada porque el mastodóntico homenaje a Wojtyla atentaba contra sus intereses, pues los impulsores del proyecto pensaban instalarlo frente a una de sus dependencias. De las personas comunes y corrientes que participaron en las medidas de presión, en su mayoría no profesaban religión alguna, salvo un puñado de católicos hastiados del camino que está tomando su curia, y que hace un buen rato han concebido la idea de la fe como un acto absolutamente personal. Sin embargo, en este debate hubo un importante grupo que estuvo ausente, o al menos, no levantó la voz de manera que fuese atendida por los medios de comunicación. Se trata de las iglesias evangélicas. Siempre, los pastores y los demás hermanos han buscado diferenciarse del romanismo dejando en claro que ellos no permiten la idolatría, entendida como la veneración a las imágenes. Tal disidencia, se expresa de manera más plausible, aunque estableciendo una asociación indirecta, en el rechazo público a las masivas fiestas folclóricas de religiosidad popular, como La Tirana, Todos los Santos, la Inmaculada Conncepción o San Sebastián de Yumbel. Uno puede estar o no de acuerdo en que estas manifestaciones sólo sirven para mantener cautiva a una masa amorfa que no cuenta con los recursos suficientes para acceder al más mínimo conocimiento teológico, el que por otra parte a los curas no les interesa impartir. Pero en el caso que motiva este artículo, se trataba a todas luces de un ídolo gigante, que intencionalmente iba a ser visible desde varios rincones de Santiago, la capital y ciudad más poblada del país. Propuesto, además, por sujetos adinerados y luego sumamente poderosos, lo cual, hacía que fuese varias veces más peligroso que una columna de míseros penitentes que caminan de rodillas.

Y esto es lo curioso. Porque al interior de los templos, se insiste en que el papismo está permeado por fuerzas malignas y por lo tanto, lo más recomendable es huir de ellas como de la peste. En muchas congregaciones, se busca recalcar que cualquier intento de ecumenismo, incluso de diálogo, significa tomarle la mano al león rugiente, y que este acto, significará para el cristiano evangélico, su inmediata perdición, porque si no termina devorado por la fiera, transmutará su fe hacia un híbrido que bien puede considerarse apostasía. Más aún: quien así obra es un débil de corazón, incapaz de declarar a los cuatro vientos que es una persona renovada y por ende distinta a todo lo demás. Sin embargo, hemos visto en el último tiempo, a los mismos pastores y predicadores que dentro de las comunidades perseveran en este discurso radical, a veces, atribuyéndose la facultad de auscultar la vida privada de sus dirigidos, marchando al lado o detrás de obispos y sacerdotes rasos cuando éstos estampan su no rotundo en aspectos que en la actualidad están generando un debate nacional, como la anticoncepción, la píldora de emergencia o el aborto en situaciones urgentes. La pronunciación altisonante que tienen los curas, que casi siempre hablan como padrinos de una temible mafia, al parecer es capaz de acallar hasta a quienes dentro de su casa ejercen la más absoluta autoridad. Y no vengan a decir que las prácticas en cuestión son rechazadas por la Biblia, porque no ocurre así. Simplemente, se han genuflectado ante el enemigo - de ellos y de Dios-, al que no se atreven a combatir pues ahora se encuentra respaldado por tipos con nombre y apellido: los magnates que ostentan un alto poder económico.

La plaza donde se planea, todavía, colocar la apoteósica estatua, se llamaba José Domingo Gómez Rojas. Era un poeta de tendencia anarquista -al estilo clásico-, estudiante de la Universidad de Chile, que producto de las torturas a las que fue sometido tras una detención, enloqueció y acabó sus días en un manicomio. Gestiones políticas y eclesiásticas consiguieron que hace algunos años, se la rebautizara como Juan Pablo II. Pero retomando el tema del vate Gómez Rojas, muy pocos saben que fue evangélico. Personalmente, me enteré de esta condición a través de los foros abiertos en internet para oponerse al monumento a Wojtyla, los cuales, por cierto, fueron creados no precisamente por hermanos reformados. Es uno de los tantos casos de desconocimiento de la historia y de falta de respeto por aquellos que han hecho posible que la bella gesta iniciada por Lutero persista hasta nuestros días, y quienes, además, han aportado sus conocimientos y habilidades a la mejora del mundo, como la Biblia precisamente lo prescribe. ¿ Cuántos cristianos evangélicos saben de Luther King, Desmond Tutu, Johan Sebastian Bach o los cuáqueros? Pues todos ellos compartirán el paraíso el día de la resurrección, porque no se quedaron enclaustrados en su propio celo y salieron a acoger y a ayudar al pecador.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Lo Que Se Juega en Diciembre

Resulta patético escuchar a los candidatos de ambas coaliciones, hablar de los próximos cuatro años del país, recordando, o simplemente echando encima, un suceso acaecido hace ya más de dos décadas atrás. De un lado, la Concertación, claramente avejentada, insistiendo en que ellos recuperaron una democracia secuestrada por uno de los peores tiranos latinoamericanos, y que contra todos los pronósticos, han sabido gobernar desde entonces: por lo que no importa que tal demostración de autoridad se haga sobre la base del sistema que legó el mismo déspota al que aseguran haber defenestrado, con toda la carga intrínseca y extrínseca de injusticia social y atropello a los derechos humanos que contiene. Y del otro, la derecha siempre hipócrita, que se ha encarado de preservar la obra del dictador, oponiéndose a toda iniciativa legal que implique cambios en su estructura: pero que en esta pasada tiene la desfachatez de mostrarse con una careta aparentemente afable, merced a un presidenciable que asegura haber votado contra el líder espiritual de su sector, sin dejar de actuar como uno de sus discípulos más incondicionales.

Y en medio y a la vez sobre ambos, la iglesia católica, la institución que más profita de los sucesos acaecidos entre 1988 y 1989 en Chile. Ninguno de los cuatro candidatos se abstuvo de visitar al cardenal o al presidente de la conferencia episcopal, a fin de que esos gallinazos les dieran su bendición y no llamaran a los feligreses a castigarlos en el sufragio: porque les quedarán pocos seguidores, pero éstos concentran buena parte del poder económico y la influencia mediática, y si su confesor se los exige, son capaces de dejar sin recursos monetarios y de utilizar diarios, radioemisoras y televisoras en perjuicio de cualquier ciudadano odioso o díscolo. Según declararon ambas partes tras finalizar cada reunión, el abanderado expuso su programa de gobierno y el investido lo oyó atentamente aunque no sin abstenerse de hacer unas esporádicas sugerencias, que al parecer, fueron recibidas y comprendidas de la manera más amistosa, porque no se detallan al instante de posar para los gráficos. El único que habla en la conferencia posterior al encuentro, es el purpurado, que se limita a descartar que en ningún acápite se presentó " una iniciativa que atentara contra el derecho a la vida, sobre todo del que está por nacer", así como "ningún intento por dañar los valores esenciales de nuestra patria". En resumen, que no se mencionó el aborto, ni siquiera en los casos más urgentes, así como la anticoncepción y el divorcio -aunque parece que los frailes nunca salen de su cuarto, pues hace tiempo que tales cuestiones están aprobadas, a menos que busquen alentar una campaña para impedirlas de nuevo-, la igualdad para parejas de convivientes y homosexuales; e incluso, se suavizó la protección a los trabajadores, no vaya a ser que un magnate devoto acuse influencias socialistas en la sacristía. De esta forma, el inquisidor aprueba el balido de las ovejas y declara que preferir a una u otra en las urnas, no constituye amenaza de cometer pecado. Los temerosos presidenciables, entretanto, respiran aliviados, pues esta suerte de graduación los libera de todo ataque por parte de los medios de comunicación, orquestados desde las propias catedrales.

Los aspirantes a la presidencia no se han enterado, o mejor, no se quieren enterar, de que el viejo referente de nuestra política, la dictadura de Pinochet, es un cadáver retórico que está tan sepultado como el mismo jerarca. Los militares ya no asustan, menos, si en estos últimos cuatro años han sido testigos de un gobierno encabezado por una integrante de sus filas, y que ideológicamente hablando, se ubica en las antípodas del déspota golpista. Hoy, el enemigo común del pueblo tiene nombre y apellido: la iglesia católica. Los curas, como los soldados de antaño, frenan las libertades, emiten declaraciones favorables a la desigualdad social y se preocupan de excluir del tejido comunitario a quienes piensan de manera distinta. También manejan una buena cantidad de lucrativos negocios, especialmente en el campo de la educación, un factor de peso a la hora de someter a las masas a un pensamiento único o totalitario. Es contra estos nuevos monstruos que se debe luchar, pues, mientras permanezcan en la cúspide de la influencia, nadie puede aseverar que en Chile existe democracia. Sin embargo, los que optan a la primera magistratura le hacen un flaco favor a las conciencias, al sentido común y al progreso del país, al permitirse dominar por un aparato que, es probable, ya no se valga de las armas de fuego para atemorizar a la población; pero sí tiene una buena cuota de municiones en la batalla mediática, en la cual, la victoria es un hecho consumado, incluso antes de entrar en combate, si quienes son llamados a oponer resistencia, se encuentran paralizados por el miedo.

Tal vez, éste es uno de los factores por los cuales las elecciones a celebrarse en diciembre, resulten particularmente aburridas y no despierten el interés o el entusiasmo de otros comicios. Muchos votantes sienten que aquí manda una organización en las sombras, que desde abajo, alza sus manos cubiertas de títeres, que escupen diatribas en su nombre, o en el mejor de los casos, hablan bien de ella con una nerviosa o poco creíble sonrisa. A propósito, es interesante retrotraerse a casi cuatro años atrás, cuando la actual gobernante, recién electa y a un mes de asumir la legislatura, fue visitada por el arzobispo de Santiago, quien virtualmente irrumpió en su hogar para lograr que de la boca de la involuntaria anfitriona, saliera una declaración donde se comprometía a no tocar el tema del aborto. Por el tenor de las declaraciones del fariseo, dio a entender que tampoco se avanzaría en la corrección de otras anomalías, ya externas al campo de la moralina sexual. Estoy seguro que, más allá de la sorpresa inicial, un candidato que pusiera a curas y obispos en su lugar, y a despecho de la sorpresa inicial y el desagrado de algunos, llamaría más la atención e, independiente de cómo le vaya en esta pasada, podría generar un movimiento significativo que, en el corto o mediano plazo, igual podría conquistar los terrenos más vedados, y acto seguido, conseguir que el pueblo diga con orgullo que ahora sí se ha logrado la democracia en Chile.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Lamiendo Las Antenas de los Marcianos

La creencia de que los extraterrestres vienen a traernos paz y amor, o en su defecto, a destruir una civilización que no pasó la prueba, está basada en una cosmovisión que puede rastrearse en el tiempo hasta la más remota de las religiones, pasando luego por los relatos míticos, las concepciones orientales, la Biblia y el islam. En todos los casos antes mencionados, subyace la idea de que la tierra replica a escala lo que acontece en los cielos, en una relación donde aquélla aparece subordinada a éste. No existe, de hecho, cosmogonía que a renglón seguido no asegure que, en caso de que los hombres sean superados por sus propios problemas, ya fuesen éstos de índole social, política, económica o moral, los dioses estarán prestos a solucionarlo todo directamente o enviando un emisario, bajo la condición, eso sí, de que los mortales se genuflecten ante sus seres superiores y reconozcan su incompetente inferioridad. El sistema ya mencionado, el que garantiza la intervención de supuestos mesías alienígenas, es una curiosa, aunque al mismo tiempo burda, adaptación de una humanidad influenciada por los hallazgos científicos y tecnológicos, así como por la velocidad que han venido ganando las comunicaciones, a la perenne necesidad de aceptar que hay algo más allá de una vida, que pese a todos los avances, sigue percibiéndose como desgraciada e impredecible.

Lo curioso, es por la forma en que los modernos terrícolas, desencantados ( en el sentido de la magia) por la serie de eventos y decubrimientos que han echado por el suelo una serie de supersticiones que hasta hace muy poco eran consideradas verdades absolutas, y han hecho tambalear de paso a las expresiones religiosas más fuertes, se valen de estas especulaciones para recobrar una espiritualidad que de otro modo no obtendrían, pues su orientación empirista y pretendidamente objetiva, choca contra los sistemas de creencias clásicos, o al menos eso es lo que ellos mismos afirman. Lo burdo, es porque su actitud tiene una intención ejemplarizadora y luego pedagógica, de llamar al resto de la población a sacudirse de vulgares supercherías en aras del progreso y el bienestar común. Y entre esos odiosos prejuicios, se encontarían, muchas veces en una posición claramente visible, los credos surgidos en torno a la Biblia, el Corán o los Vedas. En tal sentido, los alienígenas pacificadores o inquisidores, dependiendo de la situación, acuden al auxilio cuando la ciencia es incapaz de cubrir ciertos vacíos que se suponía, debía sortear con relativa tranquilidad. Por ejemplo, ciertas culturas antiguas que escapan a la visión del desarrollo social que se desprende de la teoría evolucionista de Darwin, como los egipcios o los indoamericanos. En cuántas ocasiones hemos escuchado decir, incluyendo a conspicuos intelectuales, que las pirámides faraónicas fueron construidas por seres inefables del espacio exterior, porque no se puede entender de buenas a primera, que simples humanos hayan apilado un bloque de piedra sobre otro en un ángulo de cuarenticinco grados, sin estuco o cemento de por medio. No prestan atención a esa explicación, muy asertiva por lo demás, que reza que ese pueblo conoció un cálculo matemático que lamentablemente no se conservó para la posteridad ( las matemáticas, primer paso si se quieren obtener logros científicos, siempre han estado vinculadas de manera interdependiente con las religiones), simplemente, porque es inconcebible que una nación ubicada en los albores de la historia haya elaborado complejos mecanismos numéricos, como tampoco es aceptable que los amerindios, que caminaron en forma paralela al tronco europeo occidental, sin nunca enlazarse con él, hubiesen sido capaces en esas condiciones de desplegar una organización política que los motivó a construir tan impresionantes monumentos.

Incluso, nos podemos encontrar con situaciones que rozan lo risible, o que constituyen una mezcla de ridiculez y publicidad proselitista, como esa perogrullada de J. J. Benítez, acerca de la condición extraterreste de Jesucristo. Lo interesante de la perorata de este escritor ( o seudo escritor, ya que es un declarado bestselerista), es que con simples retruécanos y juegos de palabras, consigue pasar por un autor sesudo, un erudito informado o un investigador riguroso, con una supuesta tesis filosófica digna de comentar, cuando menos en el ámbito del café. En este caso, la ridiculez corre por cuenta de sus eventuales destinatarios, a quienes todos los supuestos atributos antes mencionados, les caen de golpe y a una, y los empujan a concluir que se hallan frente a un sabio iluminado. Y para abrochar de forma concluyente la venta de algún libro, lo remata todo con unas gotas de falsa teología, aseverando que antiguamente no se tenían datos acabados acerca del universo, por lo cual en esas épocas se estaba más dispuesto a admitir que los ovnis podían ser dioses o sus hijos. De nuevo aflora el planteamiento evolucionista de Darwin, aunque esta vez deformado en su intención original, para acomodarlo a un precario sistema de creencias que no tiene asidero en ninguna rama del conocimiento, tal como antes lo hacían los sacerdotes y brujos con las sequías y las inundaciones, y más tarde los obispos y papas para mantener al común de la gente en el oscurantismo. En resumen, se recurre a la seudociencia, para manipular la realidad apoyado en el poder, que aunque en este caso no implica una subordinación legal, no por eso deja de ser menos dañino.

Si no se han hallado pruebas científicas, al menos en el sentido estricto del término, acerca de la existencia de Dios, tampoco las hay de vida extraterrestre. Por consiguiente, si acusamos a las religiones tradicionales de estar atrasadas y ser contraproducentes en la materia, con igual energía debemos llamar la atención sobre estos movimientos cuya raíz claramente no es empírica. Y si algún intelectual acaba rindiéndose ante propuestas que resultan novedosas y diferentes, al menos, en relación con todo aquello contra lo cual ha luchado, sólo se le pide que reconozca que estas elucubraciones siguen el camino de la fe y por ende son equivalente a esos credos anquilosados que tantos dolores de cabeza le han causado y por lo mismo desprecia. Son como esa entidad pequeña que emplea un nombre parecido a la mayor, pero que se mantiene independiente, por lo que a veces genera confusión. Nadie está negando la posibilidad de vida en otros mundos, incluso inteligente. La Biblia no rechaza esa posibilidad, aunque algunos aseveran lo contrario, porque creen que de ser así, habría que reinterpretar la doctrina de la salvación. Pero sí, se hace imprescindible advertir acerca del surgimiento de nuevos integrismos, que merced al uso de un lenguaje novedoso o sacado de una convincente locución comercial, cazan incautos para después cauterizarles el cerebro, y a través de un discurso liviano y descafeinado, escupen diatribas intolerantes contra quienes no piensan como ellos, en un trabajo de hormigas, por tratar de voltear la balanza de la verdad absoluta a su favor.

lunes, 2 de noviembre de 2009

La Solidez de Canterbury

Producto de la serie de medidas de corte éticamente liberal que está tomando la Iglesia Anglicana, como ordenar mujeres y homosexuales confesos - en una congregación que por ejemplo, hasta comienzos del siglo XX no permitía que los zurdos ocupasen cargos dirigenciales-, un sector minoritario de sacerdotes ha protestado de manera enérgica, amenazando con renunciar a la institución. La iglesia católica, con esa avidez y sagacidad propias de los oportunistas que muestran una careta de bondad y correcta moralidad, pero a quienes en realidad sólo les interesa la posición social y el dinero, se ha pretendido cuadrar con los disidentes y les ha ofrecido predicar dentro de su propio seno, como forma de consolidar una alianza de conservadores puros y beatos, pero jamás santos, para hacerle frente al pecaminoso mundo posmoderno, cuyo comportamiento está infectando también a los templos. Incluso, han propuesto pasar por alto el hecho de que los purpurados anglicanos son casados, ya que sólo el romanismo defiende la idea del celibato obligatorio. Aunque, en sentido estricto, hacer una salvedad o incluso un ajuste dogmático no sería necesario, porque en el papismo sí existe un puñado de curas que tienen esposas o que son viudos, que son reservados para aquellos lugares donde hay más laicos que vocaciones religiosas.

Cuando uno escucha el término anglicanismo, se le vienen a la mente dos estereotipos reduccionistas acerca de esta iglesia, que en todo caso, no están tan alejados de la realidad. El primero, que se trataría de un catolicismo sin pontífice - si aplicamos el sentido estricto de tal definición, que sólo le da cabida al prelado de Roma- y el siguiente, que surgió de un capricho de un rey británico, Enrique VIII, que buscaba divorciarse de su esposa para casarse con su amante. Es efectivo que los fieles de Canterbury son católicos de cara, pero enseguida son evangélicos de corazón, que es lo que definitivamente importa. Y si le deben la vida a un incidente protagonizado por un monarca celópata y, empleando términos actuales, machista ( no olvidemos que Enriquillo tuvo seis esposas y mandó ejecutar sumariamente a cuatro de ellas por supuestas infidelidades, entre ellas a la propia Ana Bolena, causa de la separación matrimonial y eclesiática), cabe señalar que en estos años los soberanos tenían poder absoluto y podían manejar a sus súbditos como les pluguiera. Hubo nobles en esa misma época, que producto de las tensiones políticas ocasionadas a partir de la Reforma, llevaron a cabo matanzas mucho más numerosas y crueles, y como muestra, sólo se requiere mencionar, en la misma Inglaterra, a la ultracatólica María Tudor ( Mary Bloody), que llenó el país de hogueras, o al "protector" Oliver Cromnwell, que en nombre de los puritanos masacró a los católicos irlandeses, e incluso trató de arremeter contra los propios anglicanos, debido justamente a esa idea de que son católicos con sede propia, expresada más arriba.

Un pensamiento que también invade a los romanistas, aunque ellos se manejan en clave despectiva, al considerar a Canterbury como un templo marginal y muestra del no-deber-ser, aún guardando, supuestamente pues estamos considerando la visión católica, los dogmas teológicos esenciales. Es la misma actitud que se desprende de llamar protestantes a los evangélicos, u orientales a los ortodoxos, así como de la indiscriminada utilización que hacen del término secta. En la práctica, además, se traduce en concebir a los anglicanos como una congregación que, tras un mero movimiento de caderas, dejará atrás sus años cismáticos y volverá al redil del Vaticano, para acto seguido, valerse de su testimonio para iniciar la absorción de todas las demás iglesias cristianas independientes. Creen que la organización británica está cimentada exclusivamente en un reyezuelo sediento de sangre y agresor de mujeres -como si los papistas las hubiesen tratado con un mínimo de respeto- que aceptó algunas normas de los hermanos separados - como la eliminación del culto a las imágenes- sólo para alardear de que era ducho en cuestiones doctrinales. De hecho, así es como se enseña en las escuelas y universidades regidas por curas.

Más allá de su discutible fundación, y de una expansión deudora del nacionalismo británico, la iglesia anglicana tiene hoy identidad propia y eso es algo que no podrán permear ni los intereses más abyectos del romanismo, ni unos reaccionarios que creen que el cristianismo es otra religión esclavizante y represiva. Más que católicos sin papa, son evangélicos con contados tintes católicos. Ha sido una congregación que se ha mantenido el tiempo, al contrario de lo sucedido con otras organizaciones nacionales, como la galicana, que nunca se atrevió a dar el salto, o las de los países nórdicos, que acabaron volviéndose luteranas. Es cierto que con las actuales modificaciones a sus estatutos, están buscando una diferenciación más clara y plausible de las demás instituciones, y que en tal sentido, la ordenación de homosexuales resulta inaceptable si se leen y comprenden correctamente la Biblia y el mensaje de Jesús. Pero aún es más peligroso que un cártel que por milenios ha demostrado ser mucho más ruin y repugnante, venga a promover una supuesta salvación, tratando de desarticular su estructura. Al menos los anglicanos no parecen haber mordido el anzuelo, porque sólo unos cuantos han aceptado un llamamiento que huele más a canto de sirenas, y los que han permanecido en el tronco, ven este éxodo en clave positiva, al limpiarse de elementos nocivos para el futuro de Canterbury.