sábado, 30 de octubre de 2010

De Persia a Peñalolén

Parece que el bahaísmo al fin va a poder instalar su templo soñado en Santiago. No será en el céntrico cerro Santa Lucía, como pretendían hace unos años atrás, sino en unos montes ubicados en la periférica comuna de Peñalolén. Ahí sólo han recibido las quejas de un grupo de vecinos medianamente acaudalados que temen que su tranquilo suburbio se vea invadido, primero por los pesados camiones que transportan materiales de construcción, y luego por los peregrinos que se espera acudirán en masa a ver el monumental edificio, aunque sólo los motive como atracción turística. Pero de todas formas, estos afectados han recalcado que no se oponen a la concreción del proyecto, el cual incluso les despierta una curiosidad en sentido positivo, sino que exigen vías de acceso más expeditas y acordes con el tamaño y la grandilocuencia del futuro recinto. Lo que a todas luces, es menos complicado que enfrentarse a los credos más mayoritarios del país, en especial a los representantes de la iglesia católica -consagrados y laicos- que frente al anterior intento armaron el escándalo correspondiente, alegando que la sede de una religión minoritaria establecida en un lugar tan importante en la historia de la capital chilena, como es el Huelén, ofendía las creencias de los cristianos, que en este caso eran los romanistas.

La fe bahaísta fue fundada a mediados del siglo XIX en el interior de Irán por un ex clérigo musulmán autodenominado Bab. Básicamente, es una mezcla de islamismo, cristianismo y antiguas religiones persas como los cultos a Zoroastro o a Mitras. Son monoteístas absolutos, en el sentido de que su dogma no acepta la posibilidad de, por ejemplo, una Trinidad, como sucede entre los seguidores de Jesús. El dios al cual le sirven, no obstante, habría enviado una serie de profetas y mensajeros -parece que ellos consideran ambas palabras como sinónimos-, entre los cuales se contarían Moisés, Buda, Jesús, Mahoma y, era de esperarse, el mismo Bab. En resumen, todos o casi todos los fundadores de los movimientos religiosos más conocidos. Y en consecuencia, otra iniciativa surgida desde la mente inquieta de un feligrés que deambula buscando las respuestas que su credo de origen no le puede entregar. Fenómeno que siglos atrás ya se había suscitado en el Oriente Medio, precisamente con el mencionado Islam. Y que conoció sus expresiones contemporáneas en el propio seno cristiano, con la aparición de los Testigos de Jehová o los Mormones. Sólo que en el caso de Smith o de Russell, a despecho de sus pretensiones conciliadoras, su afán de mostrarse a sí mismos y a los demás como dueños absolutos de la verdad, frente a la desesperación y la angustia que los embargaba el verse como testigos de una humanidad en sostenida decadencia y que según ellos estaba cerca de la inevitable autodestrucción, los condujo por el derrotero del sectarismo. Mientras que la organización de marras se transformó en un antecedente de los movimientos sincretistas que tanto pululan por el planeta estos días, ayudados por la pérdida de credibilidad de las iglesias tradicionales y el fenómeno de la globalización. De hecho, los bahaístas no efectúan proselitismo y sus templos están pensados para que gente de diversos credos se reúna a orar y a meditar, sin exigirle que abandone su fe inicial. Aunque, como siempre sucede en estas situaciones, tal principio tiene su letra chica, pues detrás de las buenas y auténticas intenciones se esconde un clero muy bien estructurado, que maneja considerables sumas de dinero y que por lo mismo también ha conocido de disputas de poder y escisiones.

Pero dejemos a un lado las discusiones dogmáticas y centrémonos en las consideraciones que rodean a la construcción del templo. Para empezar, es correcto que las autoridades en su momento hayan desistido de entregar los permisos para su edificación en el cerro Santa Lucía. No por los argumentos que esgrime la iglesia católica, sino porque se trata de un espacio público con un alto valor simbólico y un Estado no puede favorecer a una religión, ya que, al garantizar la libertad y la igualdad, se coloca por encima de ellas. Y no se trata de un asunto de unión o separación con una determinada iglesia. Pues, al imaginar a los bahaístas en la cima del Huelén, resulta imposible no comparar su imagen con la de aquella estatua de trece metros de Juan Pablo II que un grupo de católicos fervientes pretendían erigir en otro punto céntrico de Santiago, como es el barrio Bellavista. Es decir, que al final se trata de aplicar ley pareja, que es la esencia de todo sistema democrático. Ahora: la tentación que se produce con las religiones nuevas, desconocidas o exóticas, es que sus obras magnánimas no sean vistas desde el punto de vista del sentimiento religioso, sino desde la arquitectura o el urbanismo, como edificios que tienen potencial para transformarse en postales de la ciudad donde se instalan. Y en realidad, una vez terminado, el recinto de marras acabará siendo una de las fotografías en los folletos turísticos que describan Santiago, más si se trata de una urbe con escasos monumentos de este tipo que se pueden admirar. Por eso, al final igual era recomendable que se planificara aunque en otro sitio, por lo cual la elección de los extramuros de Peñalolén continúa siendo acertada.

El bahaísmo es una creencia con la cual los chilenos no están familiarizados. Aparte del asunto de la novedad, está todo un dogma que aspira a la realización de una utopía pacifista, de manera distinta a la cual lo proponen los credos cristianos, además de sus sacerdotes no fuerzan a las personas a ser miembros de sus congregaciones. Es en ese sentido una religión "buena onda" como diría un adolescente medio chileno. Y si vienen con un proyecto imponente bajo el brazo, que además es único en Sudamérica, generan mayor simpatía. Es como si de golpe y porrazo Santiago recibiera un templo comparable a las más grandes catedrales de Europa y América Latina, algo de lo cual se carece por estos pagos. Dejemos que canalicen sus deseos, que a fin de cuentas ya no ocasionarán la inquietud de ningún cristiano. Y demostremos que la fe se lleva en el corazón, y que el boato es tan vacío como el turista que se dedica a sacar fotos de lo cree es la realidad de un territorio extranjero.

domingo, 24 de octubre de 2010

El Pecado de la Xenofobia

Si hay un punto que en la Biblia se toca de forma majadera y persistente, prácticamente desde su inicio hasta su final, es el asunto del trato a los extranjeros y en términos generales, de las personas de origen foráneo, ya sea que vengan de visita a nuestra localidad o que, por diversas causas, decidan establecerse como vecinos temporales o permanentes. Pese a la abultada cantidad de pasajes que abordan el tema, en todos ellos puede observarse una coherencia y una continuidad, ya que en cada uno se reitera la condena contra quienes agreden a los forasteros por el sólo hecho de provenir de otro lugar, señalando tal actitud como uno de los peores pecados en los cuales puede incurrir un hijo de Dios.

En efecto, ya en el Antiguo Testamento se les prescribe a los israelíes respetar a los extranjeros, poniéndoles como argumento el recuerdo de lo que padecieron en Egipto. Es una justificación muy interesante, porque de cierto modo anticipa la regla de oro promulgada por Jesús en el Sermón del Monte: "haz el bien sin mirar y no hagas el mal si no quieres que te lo hagan". Es decir, antes siquiera que uno de sus componentes piense en maltratar a un forastero, se le insiste a la totalidad del pueblo escogido que se acuerde de lo mal que lo pasó cuando era inmigrante, cuando precisamente esa condición motivó que sus anfitriones los sometieran a la esclavitud. Cierto que dentro de los mismos textos de esa parte de las Escrituras, encontramos situaciones se alienta a los hebreos a conquistar tierras o a masacrar a los reinos limítrofes que constituyen una amenaza para su integridad. Sin embargo tales ordenanzas se ubican en el marco de la defensa propia, de acuerdo: no siempre legítima; pero aplicadas en un contexto espacial y temporal donde la guerra y la colonización de territorios eran la razón de ser y de vivir. En contraste, la Tierra Prometida, sin perder su condición de hogar esencial para la existencia de los judíos, aparece descrito en la Biblia como un sitio donde las puertas siempre están abiertas a todo aquel que buscase mejores expectativas, entre las cuales se situaba el conocimiento de Yavé.

Luego, esta condena a la xenofobia y de paso a la segregación racial se hizo más fuerte en la doctrina cristiana. De hecho, la sola descripción del principio de la evangelización hace imposible la convivencia de tales conductas con el mensaje del camino. La consigna expansiva obliga a "ir por todo el mundo y predicarle a toda criatura" la noticia del mismo modo y sin hacer distinción. Jesús deja establecido que su oferta sólo tendrá éxito si no se toman en cuenta las fronteras, así como tampoco la raza, la lengua o el desarrollo social de los sujetos a convertir. Es su forma de superar la cultura y la mentalidad imperantes en la sociedades de aquel entonces, donde cada nación, y muchas veces cada ciudad, contaba con sus propios dioses y sacerdotes. Y es una de las explicaciones más plausibles de por qué su propuesta caló tan hondo entre sus contemporáneos y en las generaciones inmediatamente siguientes. No por presentar una novedad, sino por partir de una base de sentido común. Los más escépticos, de seguro rebatirán diciendo que en esa época el imperio romano dominaba toda o casi toda el área conocida por los pueblos occidentales y semíticos, por lo cual resultaba fácil extenderse pues sólo había un país y por ende las demarcaciones en tal sentido eran desconocidas. Sin embargo el dogma de Cristo no sucumbió ante el cambio de condiciones y muy por el contrario, continuó extendiéndose, en especial entre los invasores bárbaros que en repetidas ocasiones arrasaron con Roma hasta provocar su caída. De seguro las palabras que criticaban la violencia y el racismo, les sirvió de apaciguamiento.

Es repugnante que en la actualidad, ante la coyuntura ocasionada por la crisis económica internacional y el terrorismo islámico, algunos líderes del mundo desarrollado pongan los "valores cristianos" frente al enfoque multi cultural. Cuando justamente la convivencia de diversos estilos de vida es la consecuencia de la correcta aplicación de la doctrina de Jesús. Es verdad que entremedio está el proselitismo y la insistencia en conseguir la conversión del otro, pero eso sólo es posible en un contexto de respeto mutuo, pues, si se desprecia al interlocutor por lo que es, entonces el acto de atraer su alma a la salvación carece de sentido, y se torna más pragmático su aniquilamiento. Cuando el incircunciso acepta a Dios de todo corazón y de manera incondicional, a su vez el Señor lo acepta con todos sus defectos y virtudes. De igual modo, sus discípulos deben proceder como lo dicta la canción: "no te importe la raza ni el color de la piel... al que viene de lejos, al que habla otra lengua, dale amor".

domingo, 17 de octubre de 2010

Jesús el Innombrable

Respecto del acto de censura que ese anacronismo llamado Consejo Nacional de Televisión llevó a cabo contra el programa humorístico "El Club de la Comedia", porque en uno de sus segmentos se burlaba del Sermón del Monte, uno puede extraer los más diversos análisis. Pero existe una cosa donde todos de seguro coincidirán, salvo por supuesto quienes apoyan la medida, que nunca pasan de ser unos fanáticos irracionales: esta decisión a la postre arrojará resultados contraproducentes, y acabará siendo recordada como uno de esos tantos bochornos que ayudan a ahuyentar a las personas de los templos y a perder el interés por el mensaje cristiano. Cortesía de unos venerables ancianos que, como siempre, se valen de su posición social para erigirse como sabelotodos especialmente en temas relacionados con la teología y con la fe, en los cuales por cierto jamás le atinan al blanco.

El argumento de estos inquisidores consiste en que la figura de Cristo es demasiado solemne como para ser objeto de parodias humorísticas. Ignoro en qué pedestal particular tiene cada uno de ellos al Salvador. Pero al parecer, como le señalara el apóstol Pablo a Timoteo, son tipos cuya conciencia está cauterizada. Primero, si conocieran todas las bromas que se han hecho con el Señor como víctima a través de los siglos, lo más probable es que en ese mismo momento tomen la determinación de formar una secta hermética con la única finalidad de planificar un gran atentado suicida. Y segundo, Jesús es una entidad demasiado arraigada en el pensamiento occidental como para que estas terribles ofensas siquiera le hagan cosquillas. Además, de que la doctrina y los valores que representa son universales e inherentes a la esencia misma del ser humano, por lo cual jamás caerá en el olvido ni será carcomido por el más abyecto de los ridículos. No sólo puede defenderse a sí mismo sino que es capaz de proteger a los demás. Y en cuanto a los exaltados que se le ofrecían como guardaespaldas con espada en mano, cabe recordar que siempre estuvo presto a apartarlos o a conminarles que bajaran sus armas (por ejemplo Pedro cuando le cortó una oreja al centurión romano). Lo mismo vale para quienes hoy recurren a las metrallas o a los decretos verticales. El Mesías prefiere abrirse un espacio en medio de ellos, para obtener una visión más privilegiada de la gente que está enfrente, aunque se trate de enemigos peligrosos, porque entre se encuentran los perdidos a quienes busca redimir.

¿Qué han tratado de demostrar estos decrépitos censores? Probablemente, sospecharon que se abría una oportunidad para recalcar su condición de cristianos, mejor dicho de católicos, aullando al igual que los fariseos -los legalistas y pacatos más célebres descritos por la Biblia- para que todos se enteren de su acto de contrición. Que como siempre, los afecta a todos menos a ellos. Sin embargo, una vez más nos topamos con un infame y vergonzoso intento por disfrazar la hipocresía. Para empezar, los curas apenas mencionan a Cristo en los servicios religiosos, sustituyéndolo casi siempre por los santos, los papas, los obispos, la Virgen -que no es María-, la ley natural o la iglesia universal. El Señor se torna un tabú que es relegado a esos crucifijos donde se puede apreciar la imagen de una momia doliente, atada y desesperada por toda una eternidad. Han adoptado ese temor visceral que existía en el Antiguo Testamento por el nombre de Yavé, que los israelíes siquiera se atrevían a pronunciar. Un miedo que el propio Jehová se propuso superar enviando a su hijo al mundo. Y que se refleja en el espanto que estos conspicuos caballeros experimentaron cuando escucharon las blasfemas de la sátira de marras. Y que de seguro, sienten también cuando escuchan a un honesto predicador proclamar su fe en las calles.

En resumen, se puede aseverar que esta moción de censura fue diseñada por sus creadores para decir que aún siguen ahí, que están vivos y son una institución que en el momento menos pensado puede intervenir y colocar sus condiciones. Pero otra cosa es afirmar que están defendiendo al grueso de la población que se declara cristiana y que supuestamente se halla vulnerada en sus derechos. Ni siquiera se puede decir que están obrando de acuerdo a una fe genuina, ya que su conducta denota odio de corazón. Peor aún, da la impresión que se valen de Jesús para concretar sus propios intereses, lo cual es todavía más despreciable que escarnecer al Señor, algo que se hace al menos de manera honesta y consciente.

domingo, 10 de octubre de 2010

El Infierno de los Perritos

Hace mucho tiempo que no sucedía, o al menos, no se informaba con una cobertura más o menos visible, algún ataque de un perro callejero a un humano. Hasta la semana pasada, cuando un enfurecido pítbul estuvo a punto de descuartizar a un niño quien, como premio de consuelo tras sobrevivir, fue proclamado héroe por sus vecinos y por la prensa sensacionalista, ya que la agresión la sufrió tras socorrer a un amigo aún más pequeño, a quien primero se le había abalanzado la fiera. El incidente causó estupor, pues el can no se encontraba abandonado en la vía pública, sino todo lo contrario, ya que pertenece a una camada de animales igualmente peligrosos, mantenidos por un habitante de la misma calle donde fue de manera salvaje mordido el muchacho de marras. Un hecho que luego fue mencionado incluso por los defensores de los derechos de los animales, que además recordaron que son precisamente las mascotas que están a cargo de amos poco responsables las que casi siempre se ven involucradas en este tipo de eventos. Claro que lo plantearon de una forma que evitase la instalación de un posible -y a la luz de los acontecimientos, necesario- debate sobre la aprobación del proyecto de ley que favorece el uso de la eutanasia como mecanismo de control de la proliferación de los perros sueltos que deambulan por las aceras, tengan o no dueño conocido, y que se halla entrampado en el sus últimos trámites legislativos, pues los parlamentarios están temerosos de que se les venga encima todo un aparato consuetudinario que cuenta con ramificaciones entre los círculos de mayor influencia política y social. Un esfuerzo que dio sus frutos, pues casi no se levantó ninguna voz en favor de esa iniciativa legal, siendo ésta quizá la oportunidad más propicia para hacerlo.

Ya he expresado, en textos anteriores, mi opinión sobre los defensores de los derechos de los animales, a quienes en esta ocasión llamaré únicamente por su autónimo. Por ende, me abocaré al problema específico que abrió este artículo. En ese sentido, es imprescindible señalar que si uno aboga por el equilibrio de la naturaleza y el respeto a todas las criaturas vivientes del mundo, aún desde las posiciones más radicales, debe considerar conceptos como plaga y sobre población. Ambos, se refieren a la existencia de una especie que se multiplica con preocupante rapidez en un hábitat determinado, además sin control. Dicho crecimiento demográfico amenaza al resto de los seres vivos que también dependen de ese espacio, los cuales se ven enfrentados a la posibilidad de la extinción o en el mejor de los casos, a la supervivencia en medio de condiciones hostiles en su propio lugar de origen, que por lo tanto les pertenece. A fin de contrarrestar esas situaciones anómalas, es que se establece un freno planificado a la proliferación de las especies que tienden, en una determinada época y en un delineado sitio geográfico, a aumentar de manera insostenible su cantidad de individuos. De tales decisiones no se salva ni siquiera la especie humana, y por eso es que en los últimos años ha cobrado especial relevancia el llamado control de la natalidad. Con las plantas, mamíferos e insectos se practica un procedimiento idéntico, sobre todo cuando invaden una zona no explorada, donde se desenvuelven un sinnúmero de especies nativas, que podrían desaparecer si triunfan los nuevos colonizadores.

Por otra parte, las nociones más elementales de la ética indican que ante una controversia suscitada entre la vida de un humano y la de un animal inferior, siempre hay que obrar de modo inequívoco a favor del primero. Y no se trata de moral occidental cristiana, pues en las religiones orientales este principio, aunque con bastante menos fuerza, también suele recalcarse. Por ese motivo eliminamos los mosquitos que transmiten enfermedades, incluso a riesgo de desencadenar su extinción -que en cualquier caso, por sus condiciones reproductivas, nunca se va producir del todo-. No creo que los defensores de los "hermanos menores" alguna vez se hayan parado enfrente de un exterminador de cucarachas o ratones alegando que esas pobres criaturas también son objeto de derechos. Es más: alguno de los más conspicuos representantes de tales organizaciones, cuando se vio enfrentado al bochorno de ver un roedor corriendo por su cocina, de seguro no dudó en llamar a uno de estos profesionales, sin formularse aprehensiones por ello. De igual forma, los perros sueltos en la calle constituyen un grave problema de sanidad pública, ya que pueden morder a alguien y matarlo a dentelladas, además de que esparcen infecciones muy delicadas; y con esto no me refiero exclusivamente a la rabia, sino a la serie de parásitos que contienen sus excrementos. Y aunque los humanos nos hubiésemos apropiado de un paño de tierra que no nos pertenecía para edificar nuestras ciudades, desterrando, cuando no reduciendo a sus habitantes originales, al final los canes también son ajenos al paisaje, ya que su lugar es el patio o el antejardín de una casa bien cercada y segura, al menos para estos menesteres.

Volviendo a los defensores de los animales, éstos han argumentado que el problema no son los perros sino los amos irresponsables. De acuerdo. Pero entonces, podemos rebatir diciendo que una legislación blanda en esta materia permite la posibilidad de que tales inescrupulosos se sientan con la autoridad para hacer lo que les plazca, ya que jamás recibirán una sanción por actos que atentan contra la convivencia universal. En tal sentido, advertirles que si su can anda suelto por ahí corre el riesgo de ser sacrificado -aparte de la multa que puede caerle al propietario-, los forzará a tomar conciencia y a pensarlo dos veces antes de abrirle la puerta que da a la vereda. No se trata de meter la letra con sangre, sino del siempre necesario sentido común. Por lo demás, por cuestiones que revisten menos peligro, como los fuegos artificiales o el alcoholismo juvenil, se han promulgado leyes mucho más punitivas y por lo mismo bastante más absurdas. Regular una especie que amenaza con convertirse en plaga no es maltrato animal ni mucho menos un atentado al ecosistema. Es garantizar la existencia de todo tipo de género natural, incluso de quienes reclaman de manera desaforada cuando estos temas se abordan.

domingo, 3 de octubre de 2010

Aspirar a Un Vulgar Consumo

Mucho se ha venido hablando en la prensa acerca de los denominados "aspiracionales", un neologismo que, como muchos de los términos que se emplean en Chile para identificar a supuestos grupos cohesionados con el fin de escribir en torno a ellos un sinnúmero de mamotretos seudocientíficos que se busca hacer pasar por tratados sociológicos, no existe en la lengua española, y por lo tanto, se constituye a la larga en otro factor que alimenta ese prejuicio que asevera que en este territorio no nos comunicamos mediante el idioma de Cervantes, sino por un pidgin empobrecido que cada día asume características más peculiares.

Pero ya que el vocablo, cual animal "inamible" ha sido echado a las calles por los inefables medios masivos de comunicación de este país, no nos queda sino convivir con él y eso significa, antes que nada, descubrir a qué segmento de la población está dirigido, como forma de descifrar los propósitos de quienes lo crearon o en su defecto se han esmerado en esparcirlo. Valiéndose de los análisis tanto del texto como del contexto, podemos trazar el perfil de un aspiracional: un sujeto de extracción popular, por lo general de origen medio bajo, aunque no necesariamente, proveniente de la miseria o la pobreza más identificable; quien, merced a un conjunto de causas -ya sea combinadas o separadas-, como sus estudios universitarios, un trabajo bien remunerado o el desarrollo de una pequeña empresa, ha logrado elevar sus ingresos económicos a un nivel que le permite vivir, no en el boato ni cerca de él, pero al menos con una relativa comodidad. Dicha situación, es divulgada por el agraciado a través de aspectos externos, casi siempre relacionados con el consumo: por ejemplo, la compra de bienes más o menos vistosos, como grandes televisores digitales o enormes automóviles del tipo cuatro por cuatro o sus afines. Además, habitan casas de mediano tamaño, espaciosas a la primera intuición, especialmente porque sus fachadas no guardan ninguna similitud con las viviendas otorgadas por los subsidios estatales. Dentro de tales habitaciones, se despliega una vida de familia que sigue el modelo de las tarjetas navideñas estadounidenses, pasado por el cedazo de las grandes casas comerciales. Hay un padre y una madre -casados o convivientes- y uno a tres hijos, que reparten su tiempo, los más pequeños, entre sus juguetes y la televisión por cable, y los que ya van a la escuela, entre esa instancia y el computador con internet. Todo este mundo perfecto, ha sido posible gracias al endeudamiento y al crédito, que les ha servido para acceder a ciertos productos considerados de lujo, aún estando disponibles en el mercado sus pares más baratos.

Basándose en esta descripción, podemos concluir que este fenómeno social lo conforman personas cuyo rasgo más sobresaliente es el consumo desmedido y a veces compulsivo en pro de crear en torno a ellos una buena imagen. De ahí que el término que pretende agruparlos (no lo olvidemos: está ausente en el diccionario español) derive del verbo aspirar, no en el sentido de absorber, sino de superarse a sí mismo escalando posiciones. El problema es que entonces se cae en un grave error semántico, pues la supuesta aspiración no alude ni en tono de broma a un afán de quemar naves mediante el esfuerzo individual, aunque sí haya sido una pieza fundamental en todo el proceso de arribo a la mentada condición. En cambio, la pretensión, una vez conseguidos un buen puesto, una casa aceptable y un cónyuge -o pareja, que para el caso es lo mismo-, es a través de la adquisición de bienes, provocar la apariencia externa de que se continúa ascendiendo. O visto de un modo más, si se quiere, positivo: demostrar que en un país democrático con un capitalismo nuevo liberal practicado a rajatabla, se puede vivir como lo hacen los más ricos, aunque sólo sea en el marco de las necesidades más básicas, y todo esto muy a pesar de las cacareadas acusaciones de desigualdad. Dicha demostración, además, y esto es lo que en definitiva la torna interesante, es a la vez exterior e interior, pues quien la ampara al final se hace la idea de que ha alcanzado las metas que se propuso, que no son sino adquirir los mismos bienes de los más adinerados. Una nueva clase social que como todas las que aparecen de tarde en tarde en Chile, va camino a transformarse en una casta para después de algunas décadas, sucumbir ante la próxima crisis financiera, mermada por el aumento del desempleo y la amenaza constante que representa esa patológica mala distribución del ingreso que se padece por estos lares. Un puñado de "desclasados", como se diría en la década de 1960 (otro neologismo, aunque en este caso, sí aceptado por la RAE), y que en la actualidad podrían calificarse de desorientados o incluso en ciertos casos, desubicados, quienes se encuentran obnubilados por su auto engaño, del cual no desean salir ni mucho menos que los saquen, pues la realidad es siempre dura cuando se despierta de un sueño tan agradable.

Durante los años 1990, fueron carne de los noticiarios de poca monta, esos esperpentos que deambulaban por la calle con un celular de palo o de juguete, y que iban todos los días al supermercado a rebalsar un carro que luego abandonaban en uno de los pasillos. Ellos fueron los primeros aspiracionales o en el mejor de los casos, el antecedente más directo y fidedigno de éstos. La diferencia es que aquellos teléfonos hoy están disponibles para todos los estratos sociales y no es de extrañar ver alguno de ellos -de los auténticos, se supone- en un campamento o una villa miseria. Y que el resto de los bienes de consumo también han bajado su coste o se han masificado. Con esos factores, y la propaganda que entrega un cartón universitario (que en Chile no son más que eso), no alcanza para romper la brecha de desigualdad, pero sí para estructurar una coraza dentro de la cual uno pueda sentirse realizado porque ve corretear a sus hijos por la casa en medio de televisores de última generación. Pero que en caso alguno, demuestra aspiración a un ascenso estamental, a una búsqueda por la instrucción cultural, ni siquiera a un buen pasar monetario.