domingo, 29 de mayo de 2016

Quieren Ser Libres

Nada más se empezó a correr el rumor de que Frozen, la princesa Disney que canta "Libre Soy", iba a declararse lesbiana en la eventual secuela que estaría preparando el estudio del ratón, y las asociaciones moralistas y los histéricos que nunca faltan inundaron las redes sociales amenazando no sólo con dejar de ver este filme y todo el resto de las producciones creadas o distribuidas por la factoría, tanto históricas como futuras, sino que también advirtiendo que presionarán a los posibles patrocinadores de ésta para que rompan sus contratos comerciales y se abstengan de firmar nuevos compromisos. Todo esto, ante una información que no ha sido confirmada -aunque tampoco desmentida- y que a su vez fue motivada por una nueva actitud que están tomando los colectivos gay, que es la de exigir la existencia de personajes homosexuales en las realizaciones para niños, con la finalidad de contribuir al término definitivo de las discriminaciones de las que alegan aún son víctimas, tal como sucedió en el pasado -y en épocas recientes- al colocar indígenas, orientales y afrodescendientes en roles protagonistas. Algo que contaría con el aval de los responsables de la obra aquí tratada, uno de los cuales es un entusiasta LGTB.

La verdad es que Disney no se ha caracterizado por el recato, al menos en los términos de la moralina cristiana, a lo largo de su historia. En sus filmes podemos encontrar escenas donde se hace alusión -siempre en forma positiva o neutral- al tabaquismo (Pinocho, Dumbo), la adicción a las drogas (Alicia en Wonderland, con el gusano fumador de opio), el erotismo y el satanismo (segundo y último episodio de Fantasía, respectivamente), la vida nocturna de los adolescentes (Música Maestro) y la violencia excesiva (Bambi, claro está; pero también el último episodio de la mencionada "Música Maestro", donde un narrador omnisciente incluso pide a la audiencia que comprenda al abusivo empresario que mató a la ballena tenor, debido a su supuesta ignorancia). Varios responderán que se trata de filmes relativamente antiguos, anteriores a un sinnúmero de trabajos publicados sobre la personalidad infantil, que han permitido orientar con más eficacia los productos dirigidos a los niños. De acuerdo. Pero en producciones más recientes existen elementos igualmente controvertidos que muchos no han notado y que curiosamente, incluyen insinuaciones de índole sexual. Por ejemplo, la pedofilia (las protagonistas de "La Sirenita", "La Bella y la Bestia" y "Pocahontas" son todas menores de edad pretendidas por hombres mayores), la agresión contra la mujer ("La Bella y la Bestia"), la sensualidad ("Alladin", "Pocahontas", Esmeralda en "El Jorobado de Notre Dame") y hasta la poligamia ("El Rey León, donde algunos despistados han despotricado contra la supuesta relación homosexual entre Timón y Pumba).

Por su parte, las diferentes derivaciones cinematográficas y televisivas que surgido de la empresa del tío Walt también cuentan con aspectos interesantes. De allí han surgido numerosos cortos efectuados con la intención de ser presentados en vísperas de Halloween (sí, Los Simpson no fueron los primeros en dedicar segmentos exclusivos a la Noche de Brujas), que tratan temas relacionados con dicha fecha, de más está decir que no muy bien vista por los cristianos. Además han producido seriales destinadas derechamente a un público adulto, como Carmen Sandiego o Gárgolas (amén de otras que han distribuido, entre ellas muchas de animación japonesa). Y está la trayectoria de sus princesas de carne y hueso, como Britney Spears o Mariah Carey, que una vez desligadas del logotipo del ratón se han esmerado por demostrar que se sitúan muy lejos de la imagen idealizada que muestran sus símiles del celuloide. ¿Qué sentido tiene, a la luz de estos antecedentes, efectuar un burdo intento de protección de unos, ya lo vimos, inexistentes valores que reflejaría Disney? Bueno. En primer lugar cabe recordar la tirria que ciertos grupos religiosos le guardan a los homosexuales, a quienes consideran el punto culminante de la degradación moral y cultural -suelen considerar ambas cosas como indisolublemente unidas-. Pero además está relacionado con el hecho de que la factoría representaría una parte de la tradición norteamericana -donde entre otros, también se incluye a los grupúsculos que rechazan a muerte a los gay-, que por cierto, se ha cimentado en base a ciertas conductas no muy apreciables que digamos, como en la época del macartismo, cuando don Walter Elías, en su condición de agente de la CIA, elaboró las listas negras para la Comisión de Actividades Anti Americanas, actitud que le agradecen varios de quienes escupen hoy y han escupido siempre contra los "maricas".

A Disney hay que apreciarlo por lo que es. Una empresa que le dio un innegable aporte al cine, no sólo de animación, lo cual se dio gracias a haber sido dirigida por un gran artista como lo fue Walt (más incluso que empresario, como lo probaron los enormes riesgos que corrió para llevar adelante sus proyectos, algunos de los que acabaron en sendos fracasos económicos). A los gay, sólo cabe decirles que no se inmiscuyan en lo que no saben, como los libretos cinematográficos, exclusiva responsabilidad de los guionistas; y si quieren hacer hincapié en su situación, elaboren sus propias producciones: en la actualidad cuentan con recursos monetarios y sociales suficientes. Y para los cristianos, recalcar que Jesús, y no un estudio de grabación, es el punto de referencia.

domingo, 15 de mayo de 2016

Sin Salir del Barrio

Uno de los fenómenos más curiosos que ha acontecido en distintos países de América Latina con la expansión del cristianismo evangélico, es la aparición de congregaciones de diferentes tamaños en distintos sectores marginados y marginales de las grandes urbes, ya se trate de asentamientos informales o edificaciones de viviendas sociales planificadas por distintos Estados y gobiernos, que en los últimos años, coincidiendo con el cambio de paradigma económico, se tornan cada vez más precarios y su construcción adolece cada día de mayor falta de prolijidad.

Buena parte de estas iglesias comparten una característica común. Son autocéfalas, es decir que no forman parte de alguna congregación más amplia, e incluso varias de ellas ni siquiera han establecido una relación formal con otra comunidad, aunque sea vecina. Aunque, como fue mencionado en el párrafo anterior, las hay de diferentes tamaños, abundan las más pequeñas, de no más de veinte miembros, reunidos en habitaciones o galpones, en la casa -tan sólo unos metros más amplia- de un hermano a quien las circunstancias lo han obligado a ejercer como pastor, sin contar con los mínimos conocimientos intelectuales y espirituales para aquello. Todo, en un ambiente de abandono social de parte del Estado y la población correspondientes, esta última, que no espera que le pregunten acerca de estos asentamientos para responder con prejuicios, acusaciones sin fundamento y epítetos de grueso calibre. 

 Una conducta que también ha contagiado a los cristianos que no viven en esos lugares. Debemos admitirlo. Varios de ellos no irían a evangelizar en un asentamiento marginal influenciados por lo que ciertos medios de comunicación aseveran de ellos, e incluso muchos se negarían a aceptar que algún hermano tuviera la idea de organizar una congregación allí. Y no obstante, estas rudimentarias -igual que su entorno- iglesias existen, cuentan con hermanos que se atreven a propagar su fe en un ambiente que otros considerarían inadecuado, y además han conseguido convertir a más de un vecino. Todo esto, desarrollado por comunidades que no reciben ayuda ninguna, desconectadas de sus congéneres -si bien no del Señor-, y sobre las cuales, más de alguno que profesa la misma fe no estaría dispuesto a considerarlas como tales.

Una de las causas de la expansión del cristianismo evangélico es la excesiva formalidad del catolicismo, que impulsa a los romanos a tener un número limitado de templos y ministros por territorio, por temor al sectarismo. Eso ha quedado demostrado con inusual fuerza en las últimas décadas, con la proliferación de los cordones de viviendas precarias en las grandes urbes, unido a las visiones del liberalismo económico más extremo, que entre los papistas los ha desincentivado a continuar adelante con paradigmas que en el pasado intentaron un mínimo acercamiento a los más necesitados, como la teología de la liberación. El problema es que las comunidades reformadas están experimentando ese mismo abandono, ahora de parte de sus hermanos de fe, quizá en un contexto distinto, pero con resultados igualmente poco alentadores. Quiera el Señor que por fin se establezca la indispensable comunicación entre ambos sectores, ya que eso acarrea un intercambio mutuo de información que al final acaba favoreciendo a todos. No vaya a suceder que estos creyentes, alejados de los grandes centros, acaben siendo absorbidos por quién sabe qué, y nosotros pasemos por la vida sin saber que existieron, ni que su fe fue tan perseverante.

domingo, 1 de mayo de 2016

La Aspiradora del Aborto

Normalmente, cuando los activistas anti aborto quieren orientar la opinión de sus eventuales oyentes en alguna reunión o conferencia, se suelen centrar en exponer de forma detallada, muchas veces apoyándose en imágenes audiovisuales, el procedimiento de succión, aquel donde se extrae al feto del útero por partes estando vivo, y que la verdad sea dicha, resulta tan chocante de observar que incluso el menos dispuesto a otorgarle la calidad de persona a una criatura en gestación es capaz de reclamar por los derechos humanos de ésta.

Admitamos que la succión es un método cruel que no se condice con los parámetros de civilización que muchos afirman ya hemos logrado (y que suelen ser usados como excusa por parte de los pro aborto, en el sentido de que la admisión de esta clase de intervenciones representa la prueba de una mentalidad progresista y avanzada). Sin embargo, su empleo frecuente como modelo para forzar una toma de conciencia -más emotiva que reflexiva, en todo caso-, además del efecto obvio que provocan las imágenes expositivas, proviene del hecho de que esta operación se ejecuta con normalidad en Estados Unidos, país de origen de los más férreos detractores de la interrupción del embarazo, los cuales además están ligados a movimientos religiosos también iniciados allá. Pues bien. Resulta que este procedimiento se utiliza de preferencia en los hospitales y clínicas donde acuden las norteamericanas de clase baja, quienes están expuestas a cirugías todavía más brutales, como una donde se le inocula un químico a la mujer a través de la bolsa, y que ocasiona una lenta agonía al feto mediante intoxicación, solución en cualquier caso casi inexistente hoy, por las eventuales consecuencias físicas que le podría acarrear a la madre. Mientras que las estadounidenses que ostentan cierta holgura en sus ingresos, son capaces de costearse tratamientos más "suaves" y sutiles, que no siempre implican meterse en sus cuerpos, como las inyecciones o las píldoras.

Llegados a este punto, nos encontramos conque los anti aborto, o pro vida, como pomposamente osan llamarse, basan su poder de convencimiento en una exhibición morbosa, con la que se buscan resultados a través de aspectos mediáticos derivados de demostraciones parciales, sesgadas y manipuladas. Que además son una muestra de los niveles de segregación que existen en Estados Unidos, algo que las organizaciones cristianas suelen ignorar imbuidas por la doctrina del destino manifiesto norteamericano que en varias de ellas se considera igualmente como un designio divino. Una actitud que demuestra una insensibilidad social vergonzosa, sobre todo pensando en quienes se definen como los estandartes del mensaje salvador de Cristo. Ya que a la larga, y considerando el tenor de aquellas conferencias donde se exponen dichas imágenes, se emplea a mujeres pobres como símbolo de la maldad, en circunstancias que no son ellas las únicas que pueden llegar a decidir interrumpir el embarazo, sólo que no cuentan con los recursos para acceder a un método menos invasivo que las libere de transformarse en pasto de las peores condenas. Al final, el repudio de los asistentes se vuelca en contra de un determinado grupo de féminas, las asesinas mutiladoras a quienes se les debe prohibir que opten por semejante barbaridad. Y que más tarde encuentran enormes dificultades para criar un niño ya nacido, en un mundo donde por lo demás no reciben apoyo alguno de estos activistas alarmistas. Mientras las que son un poco más adineradas adquieren la garantía de caminar por las calles sin ser apuntadas, ya que su operación es más difícil de ser dada a conocer o en la peor de las situaciones su impacto es insignificante.

El método de succión, sí, es horrible. Pero manejamos mucha información respecto a él, primero porque se practica en Estados Unidos, de donde vienen los más furibundos detractores del aborto, y luego porque se reserva para los segmentos masivos. El uso de tal procedimiento demuestra la división de clases en el país del norte y la precariedad de su sistema de salud, sobre todo tratándose de los más pobres. Si queremos crear conciencia acerca de las consecuencias negativas de una interrupción del embarazo, entonces usemos argumentos sólidos y no caigamos al menos de forma persistente en el recurso fácil, que es lo mismo que actualmente hace el programa médico social estadounidense. Que al parecer no sólo está motivado por el abaratamiento de costos, sino también por el deseo insano de que la población que no importa sea objeto de castigo. Quizá esto se deba a la manera en que se legalizó el malparto allá, a través de una resolución judicial, y no de una discusión popular con la participación efectiva de los más afectados.