domingo, 21 de diciembre de 2014

Por Una Navidad Sin Cristo

Más allá de los escupitajos vertidos en las redes sociales, ningún grupo significativo ha efectuado un reclamo formal en contra del gigantesco -y costoso- pesebre instalado en el frontis del palacio de La Moneda. Bueno: casi ninguno. Porque un colectivo de ateos emitió un comunicado en el cual llamaban la atención de que con dineros de los contribuyentes -entre quienes se encontraban, por supuesto, algunos de ellos- se erigiera una obra que no representaba a la totalidad de los chilenos, para colmo instalada en la sede del poder ejecutivo.

Un dato significativo es que estos ateos no se pronunciaron acerca de si ellos mismos iban o no a celebrar la Navidad, determinación que implica una serie de consecuencias interesantes, por ejemplo la entrega de regalos a sus hijos y conocidos. Aunque el tono de sus palabras insinuaba que sí estaban dispuestos a participar de estas fiestas, lo cual los excluiría de la posibilidad de ser señalados con el dedo, indicados como estúpidos insensibles o peor aún, ser comparados con los testigos de Jehová, un grupo famoso entre otras cosas por marginarse de cualquier elemento relacionado con la natividad -incluso la repartición de obsequios y la opción de que sus vástagos actúen en un evento relacionado en sus escuelas-, y sobre el que el colectivo que ahora tratamos dudo que quiera generar la más mínima sensación de coincidencia. Lo curioso es que, a pesar de tal inclinación, este puñado de no creyentes igual utilizó, al menos como segundo argumento, la perorata que repiten sus similares del primer mundo, en donde se insiste que todo lo relativo al nacimiento de Jesús es una conjunción de mitos que relatan cuestiones que jamás existieron, empezando por la misma narración de los evangelios. Algo que por sí solo debería apartarlos por completo de la parafernalia que inunda cada diciembre.

Pero en fin. Hay gente que cree tener la solución para todo y dentro de esa amalgama se hallan los ateos militantes. Quienes se defienden recordando que la Navidad proviene de otra fiesta, las saturnales, bastante anterior al cristianismo, la cual los creyentes habrían usurpado una vez llegados al poder, como forma de evitar cualquier competencia de carácter proselitista. Hasta cierto punto podríamos estar de acuerdo. Sin embargo, cabe recalcar que la motivación de esa antigua celebración pagana también era religiosa, ya que tenía el propósito de honrar a Kronos, el dios creador del universo en la mitología grecorromana. Y si bien es cierto que varias tradiciones navideñas provienen de ahí, como el intercambio de regalos y el adorno de árboles, eso no disminuye los grados de inconsecuencia. En especial, porque fueron las autoridades del imperio romano, el mismo donde se conmemoraban las mentadas saturnales, quienes acuñaron el término ateo para referirse a los cristianos, ya que no sólo rechazaban el paganismo sino que además negaban la existencia de todo su panteón, algo incomprensible para la mentalidad latina que prefería el proceso contrario, esto es, agregar la mayor cantidad de divinidades posible. En conclusión, si nos retrotraemos a los orígenes, tenemos que los ateos contemporáneos, justamente los que desean que realicemos este ejercicio, son más religiosos que quienes intentan atacar por admitir a un "amigo imaginario".

Y si todavía alegan que sus intenciones son rescatar un patrimonio folclórico y que les importan un bledo los dioses, es preciso acotar que la Navidad cristiana también ha entregado sus aportes al acerbo cultural mundial. Y si salen con el asunto de que el nacimiento les fue impuesto a distintos pueblos, bueno: muchas de esas civilizaciones tampoco conocieron las saturnales. Creyentes y ateos: es hora de festejar. Junto a un pesebre, un pino o lo que sea. Pero alguien que nació hace más de dos mil años con la promesa de salvar a la humanidad, y que ha dejado una huella tan notoria en la historia, al menos merece ser tomado en cuenta.

domingo, 7 de diciembre de 2014

La Canción de las Colinas

Ignoro si las personas que asisten a los distintos locales dependientes de Hillsong serán contadas como miembros pertenecientes a ese ministerio. Parece que al menos, así ocurre en Australia, su país de origen. Sin embargo, las peculiaridades de esta obra, cuyos responsables tratan siempre de dejar en claro que se trata de una congregación, pero que al mismo tiempo se esfuerzan en buscar que las personas no la vean como tal, finalmente genera expresiones de confusión entre el resto de los cristianos evangélicos, algunos de los cuales sienten que están enfrente de una suerte de no-iglesia, un paso intermedio entre una comunidad al estilo convencional del término y una organización transversal destinada a una misión específica como el Ejército de Salvación, YMCA o Puertas Abiertas.

Desde sus inicios, esta iniciativa ha sido orientada por el olfato comercial de sus fundadores, quienes desde un comienzo intentaron llegar a un segmento de la población que creían había sido descuidado por el resto de las iglesias: los jóvenes universitarios o que cursaban la educación superior, que consideraban eran víctimas de un estereotipo el cual, por desgracia, es real y frecuente entre muchos evangélicos: que estos muchachos suelen despreciar la palabra del Señor a causa de un supuesto complejo de superioridad intelectual que adquieren quienes acumulan conocimientos. En el afán de demostrar que los hermanos más tradicionales estaban equivocados, decidieron instalar su primer templo en la colina de un campus de donde buscaron atraer a los potenciales fieles mediante el empleo de la música pop (de esa combinación de acciones proviene el nombre Hillsong), manteniendo la predicación del mensaje en un segundo plano, misma que además han reducido a un extracto de los versículos bíblicos más conocidos por el común de la gente, adornadas con discursos muy elementales -incluso superficiales- sobre los temas más recurrentes entre los cristianos -y quienes no lo son- como el amor divino, la historia de Jesús o el perdón de los pecados. De hecho, fuera de Australia son más identificados como una industria musical antes que una congregación.

En resumidas cuentas, una comunicación de la palabra peligrosamente liviana y descafeinada. Algo que para nada es una novedad. Ya que estos componentes están presentes en cosas como el evangelio de la prosperidad y la nueva alabanza, o antes, en los llamados tele evangelistas. Incluso más atrás, los podemos hallar en los pentecostales latinoamericanos o los grupos surgidos del avivamiento del siglo XIX. A lo cual se une la característica de tratarse de una iglesia segmentada, que también proviene de antaño, cuando existían comunidades para ricos, pobres, negros, blancos, efusivos, poco efusivos: todo, producto de la independencia eclesiástica y del rechazo a la centralización vertical que la Reforma puso como sello frente al catolicismo. La diferencia la marca precisamente el olfato comercial de sus creadores, quienes han sabido adaptar estas particularidades a la mentalidad contemporánea y al clima social del momento, lo que los ha impulsado, para desconcierto de los hermanos más "tradicionales", a evitar pronunciarse sobre temas contingentes como el matrimonio homosexual, el islam extremista o la disputa entre quienes defienden los relatos del Génesis ante la evolución de Darwin. Estoy seguro que los dirigentes de Hillsong rechazan tales prácticas, pero se abstienen de tomar postura de acuerdo a un principio que al igual que todo el cóctel de actitudes descritas en estos párrafos proviene de las entrañas más arcaicas del protestantismo: desechar las discusiones porque desvían del propósito primordial: alabar al Señor. Al contrario de sus antecesores que jamás se atrevieron a no considerar la excepción.

Me pregunto qué pasará cuando las luces del espectáculo y la música pop pasen de moda. ¿Será capaz Hillsong de consolidarse en un mensaje sustentable? ¿O acabará como sus antecedentes, reducida al punto de tornarse una anécdota de museo? La falta de doctrina podría derivar en escándalos morales como los que afectaron a los ya mencionados tele evangelistas, si bien en esos casos primó la sensación de hipocresía, pues esos personajes insistieron demasiado en las temáticas que esta congregación australiana prefiere no abordar. Si no en escisiones importantes, otro gran vicio de los líderes evangélicos. ¿Se hundirá en un agujero financiero como la malograda Catedral de Cristal? Parece que en términos monetarios están bien posicionados. En fin. Son interrogantes válidas aunque a algunos les parezca que se trata de discusiones inútiles que desvían del recto camino.