domingo, 25 de junio de 2017

Extranjeros Fuisteis

Si hay algo que Dios no dejaba de insistir al pueblo israelí, y que está muy bien documentado en el Antiguo Testamento, es darle un trato correcto al extranjero que estaba de visita o residía en el país, recalcando eso en el permanente recuerdo de la condición de inmigrantes que los propios hebreos tenían en tierras egipcias, donde además fueron víctimas de vejaciones tales que debieron huir de ahí y asentarse en un territorio ya ocupado y en el cual se vieron forzados a actuar como fuerzas invasoras. El Señor usaba como argumento el disgusto que les habían causado esas experiencias para aconsejarlos de que no las repitieran con los forasteros que tocaban sus puertas, pues finalmente, éstos podían acumular un descontento suficiente para reaccionar con rebeldía frente a dichas prácticas y en una de ésas, ahogar a los hijos de Israel en algún mar tal como sucedió con los soldados del faraón.

Es curioso que muchos de los más importantes héroes bíblicos fueron extranjeros. Partiendo por Abraham, el fundador de la nación israelí, que abandonó todas las comodidades de su natal Ur -que no era poco en esos años, cuando la organización cívica por antonomasia era la polis y el campo simplemente era tierra de nadie- por el llamamiento de una fuerza sobrehumana respecto de la cual no contaba con las pruebas suficientes para considerarla el Dios superior, mucho menos el único. Luego es Moisés, quien por mandato del mismo Señor, conduce al pueblo liberado del yugo egipcio a un territorio ya poblado, que debieron disputar a punta de flechas y lanzas. Sin embargo es interesante constatar que ya antes de estas narraciones, es posible hallar antecedentes en el Génesis de episodios donde Adonay se compadece de individuos que por diversos acaecimientos han terminado siendo desarraigados. Así protege a Adán y Eva luego de que la desobediencia los torna incompatibles para habitar el paraíso terrenal. Igual cosa ocurre con el hijo de ambos, Caín, que tras asesinar a su hermano Abel y verse obligado a escapar por ello, es marcado por el Creador con el propósito de que ningún mortal le haga daño, aunque conozca su pasado.

Por su parte, en el Nuevo Testamento, nos encontramos conque las constantes persecuciones de los sacerdotes judíos contra los discípulos tras la crucifixión de Jesús, los impulsaron a emigrar hacia el norte, en concreto a la zona de Antioquía, desde donde empezaron a cumplir el mandato de ir por todo el mundo anunciando el evangelio. Si bien es cierto que ambos territorios pertenecían entonces al imperio romano, se trataba de lugares habitados por pueblos absolutamente diferentes con culturas completamente distintas y que estoy seguro miraban al forastero que hablaba otra lengua y traía otras costumbres con los mismos prejuicios de siempre. Los seguidores de Cristo, en tal sentido, quedaban en una posición muy semejante a la de Abraham cuando dejó Ur. Es decir, un doble desarraigo, territorial y cultural, que es necesario para comprender el mensaje de salvación, y que está presente en todos los instantes en que Dios se reveló a los humanos y la gran mayoría de los terrícolas que respondieron a los diversos llamados históricos.

Si continuamos después del Apocalipsis, tenemos por ejemplo, el arraigo del cristianismo en Europa (y en general, en el resto del mundo) o la llegada del mensaje de Jesús a América, tanto la anglosajona como latina, donde extranjeros, muchas veces provenientes de tierras desconocidas para los nativos, trajeron la palabra del Señor, en muchas ocasiones de modo inadecuado, como aconteció con los pueblos aborígenes. Fueron extraños, no siempre amigables, y por eso no deben hostigar al forastero que habita entre ellos, sea creyente o, para su concepción, un extraño.