domingo, 19 de septiembre de 2010

La Distopía del Mundo Cristiano

Siempre me han llamado la atención aquellos hermanos que se horrorizan al observar cómo avanza, prácticamente sin contrapeso, lo que ellos denominan "la corrupción moral del mundo": un proceso de degradación irreversible y terminal, así descubierto por un único estándar de medición como es la subjetividad personal. Lo interesante es que quienes han llegado a este punto en su investigación, acaban reaccionando de dos maneras: o se resignan y aceptan que es un anuncio de la inminente y por cierto no tan lejana segunda venida de Cristo -que en tales circunstancias, debe leerse como el fin del mundo, en la manera más coloquial y menos teológica en la cual suele emplearse esa frase-, o prefieren tomar un rol más activo, reclamado por un mayor control de parte de las autoridades, lo que en la práctica se traduce en votar por quienes aceptan sus preocupaciones, cuando no deciden dar el paso siguiente y postularse ellos mismos como alternativa para detener el amenazante caos.

Este último grupo de hermanos sueña con un planeta poblado exclusivamente por cristianos, donde los gobiernos se rijan por algunos principios morales prescritos en la Biblia. Más bien, por normativas impulsadas en base a determinadas interpretaciones de las Escrituras, que no necesariamente tienen un total asidero, al menos de la forma en que sus partidarios las plantean. Por supuesto, asuntos relativos a las conductas en materia de recato sexual se hallan incluidas aquí, lo cual abarca desde la recomendaciones en cuanto a la vestimenta, pasando por el rechazo a la homosexualidad y al coito no marital, hasta la condena al uso de anticonceptivos y de ciertas posiciones durante la cópula, aunque ésta sea ejercida por dos felices esposos. No nos vamos a detener en estas discusiones, que no es el propósito final de este artículo. Sólo cabe recalcar que una utopía de tal clase, esto es que todos los habitantes del planeta sean cristianos, es una vana esperanza y así es como la tratan el mismo Jesús y los apóstoles. Y no porque entre ellos se halla impuesto la primera de las dos tendencias descritas en el anterior párrafo. Sino, debido a que una aspiración de tales características, atenta contra la esencia del mensaje de salvación, que debe ser recibido por las personas como una procesión de fe, que es un acto que sólo puede explicarse a partir del libre albedrío de cada uno de nosotros, el mismo rasgo que nos arrastra a decidir en plena conciencia y sin presiones externas, si tomamos o no la oferta que nos obsequia el Señor.

Lamentablemente, a través de los siglos no se ha entendido así y las consecuencia de aquello pueblan la historia. Cuando en el 380, el emperador romano Teodosio declaró al cristianismo como religión exclusiva del Estado, esa comunión de hombres y mujeres que durante tres siglos había luchado contra un enemigo común, ahora empezaba a experimentar divisiones y desencuentros. Las doctrinas falsas, si bien ya se habían manifestado casi desde la misma ascensión de Jesús, durante este periodo adquirieron una inusitada popularidad, y algunas, como el arrianismo, en un momento impregnaron a toda la feligresía. Por otro lado, los ciudadanos paganos que se vieron forzados a convertirse a la nueva realidad, además sin un proceso guiado en donde conocieran paulatinamente los dogmas, trajeron aspectos propios de sus costumbres y los mezclaron con las enseñanzas de Cristo, dando origen a un híbrido que en buena parte constituye la teología de la iglesia católica, al menos en su variante menos reflexiva o como la denominan ellos, popular. Eso, sin contar que se daba vuelta la tortilla y los seguidores del camino, de perseguidos pasaban a convertirse en perseguidores, en una conducta aberrante que dejó muchos más muertos que los ocasionados por la furia de los incircuncisos emperadores romanos.

Si todas las personas fuesen cristianas, aún siendo honestas en su fe, simplemente nos mataríamos de tanto aburrimiento. Y el deceso por abulia, ya lo sabrán, se obtiene recurriendo a un pecado: el suicidio. Lo interesante de esta ruta se encuentra en la posibilidad de atraer almas al redil; de otra manera, la doctrina de Jesús sería un completo absurdo. El hombre es por naturaleza libre y eso significa que tiene la capacidad de observar, plantearse preguntas y debatir. Les aseguro que en un universo poblado sólo por cristianos, los disidentes no tardarían en aparecer y nos enfrascaríamos en una pelea fratricida con ellos, causada por elementos ajenos al dogma y al mensaje. El desafío es convencer a los incrédulos con las armas de la buena convivencia que al fin y al cabo son las que nos legó Dios. Así conseguiremos enriquecer nuestra fe y tendremos un tesoro más en el cielo.


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