domingo, 31 de julio de 2011

La Irrupción de las Iglesias Orgánicas

Desde hace algunos años, sobre todo en Estados Unidos, ha venido cobrando fuerza el fenómeno de las llamadas iglesias orgánicas: grupos de quince hermanos promedio, que se congregan en algún lugar determinado, que no suele ser un templo, sino una casa particular, alguna sede social, una oficina o incluso a veces una plaza pública. Dichas reuniones son estructuradas, de todas formas, como cultos convencionales, es decir, con alabanzas, oraciones y un sermón. La idea de quienes han optado por esta tendencia, es emular a los cristianos de la época primigenia (siglos I-III ac.,), muchos de los cuales efectivamente eran miembros de comunidades muy nucleares, sobre todo en aquellos lugares donde aún no se había predicado. Una situación que se suele replicar hasta nuestros días, en aquellos países donde el mensaje de Jesús no ha penetrado con fuerzas o el número de fieles, por diversas circunstancias, continúa siendo escaso.

Quienes llegan a este tipo de iglesias, son hermanos que provienen de las más diversas agrupaciones. Algunos pertenecían a movimientos pentecostales; otros, a denominaciones cuyo origen se puede rastrear hasta la misma reforma: no pocos, además, eran inconversos, y fueron invitados por algún amigo que formaba parte de estas asambleas orgánicas. Pero lo más interesante, es que la mayoría de estos hermanos acaba de desertar de una mega iglesia, esos templos diseñados para albergar como mínimo a un millón de fieles, dirigidos por pastores o predicadores carismáticos cuya consigna principal -y en bastantes ocasiones, única- es atraer la mayor cantidad de almas a la salvación. Precisamente, las orgánicas han surgido de la mano de líderes que participaban en una de esas faraónicas instituciones, sin sentirse representado por ella. Por lo que su abandono conlleva, hasta cierto punto, una fuerte crítica a su modo de actuar, el que no es capaz de satisfacer a algunos de sus integrantes, que empiezan a experimentar una sensación de vacío espiritual. Lo cual resulta curioso, porque la causa de la incomunicación se origina en el mismo aspecto por el que esas enormes congregaciones han sido elogiadas y sus dirigentes puestos como ejemplos a seguir: el colocar todos los esfuerzos en captar más personas al evangelio, porque a fin de cuentas es lo único válido ante la posibilidad de la condenación eterna producto de la maldad humana.

En realidad, si analizamos la historia del cristianismo evangélico, a poco andar observamos que se trata de un conjunto de propuestas novedosas, que lograron cuajar gracias al decaimiento de las instituciones clásicas, para tiempo después, ser esas mismas ofertas víctimas de la decadencia y el desgaste. Así, las iglesias orgánicas surgen como respuesta a la declinación de las mega iglesias; que a su vez, fueron impulsadas hace más o menos treinta años por el declive de los movimientos pentecostales; los cuales habían encontrado terreno fértil en el avivamiento del siglo XIX, que en términos sociológicos se puede interpretar como un reclamo contra el anquilosamiento de las denominaciones tradicionales, las mismas que nacieron como consecuencia de la Reforma, que insufló un nuevo aire a un cristianismo aprisionado por las bulas papales y los acomodaticios dogmas católicos. Cada quien fue significativo en su tiempo. Y lo más importante siempre fueron los frutos. Pues todas aquellas revoluciones no sólo marcaron una época, sino que las corporaciones que formaron continúan existiendo hasta hoy.

Nadie está capacitado para negar la sinceridad de los hermanos que han optado por cualquiera de las iglesias orgánicas. El hecho de que se hayan consolidado como alternativa válida ya constituye un aporte para el evangelio. Si se erigen como el nuevo paradigma imperante, es un asunto que se verá si ocurre en las próximas décadas. Sólo cabe decir que, aunque Dios sea único e inmutable, los seres humanos son diversos y la fórmula que resultó para convertir a uno, resulta ineficaz al aplicarse en otro. Por lo que a cada hermano le corresponde su propio templo y es en la diversidad en que está más clara la posibilidad de llevar un mayor número de personas a la salvación. Será la permanencia de remanentes de estas comunidades, más allá de su periodo dorado, el que nos confirme si se trataba de alternativas sinceras y honestas.
                                                                                                               

domingo, 24 de julio de 2011

Una Masacre en Noruega

Luego que se dieran a conocer las declaraciones que Andres Behring Breivik, autor confeso de la matanza de más de noventa personas en Noruega, emitiera a través de internet, justo antes de cometer su fechoría, en las cuales se definía como un cristiano ferviente y un enemigo de la inmigración, muchos practicantes, sobre todo evangélicos -iglesia predominante en aquel país-, han puesto el grito en el cielo aseverando que se está tomando una información a la ligera, pues se trataría de un dato proporcionado por el mismo malhechor, quien además podría estar mintiendo. Agregan además, que el hecho de considerarse creyente, asistir con cierta regularidad al templo y más o menos seguir las prescripciones descritas en la Biblia, no es suficiente para catalogar a alguien como siervo del camino. Con ello, sortean los comentarios maliciosos de quienes exponen este tipo de situaciones, como una muestra de que no sólo entre los musulmanes existen fanáticos peligrosos.

La verdad es que, desde el punto de vista de la teología como de la semántica, efectivamente Breivik es un falso cristiano. Y está muy bien que los auténticos discípulos de Jesús así lo recalquen. Sin embargo, una respuesta como ésa se puede transformar en una falacia lingüística cuyo propósito sea la mera evasión contra un análisis que debiera ser tan profundo como necesario. Pues, cuando la televisión da a conocer los mortíferos atentados terroristas perpetrados por células musulmanas radicales, muchos de quienes ahora están prestos a separar la paja del trigo por un asunto de conveniencia, entonces despotrican contra el islam y afirman que es una religión de forajidos intolerantes cuya expansión es una amenaza para la libertad individual y mundial -limitada casi siempre a la libertad de culto-, algo que queda demostrado por las anomalías que al respecto ocurrirían en los países donde domina este credo. En resumen, consideran que toda la fe, y no sólo un puñado de agresores, están impregnados por la estética de la violencia, ya que ésta se hallaría presente en los aspectos elementales de su teología. Y para demostrar su tesis recurren a ejemplos manidos como la doctrina de la guerra santa. Incluso, esta creencia está tan arraigada en las sociedades occidentales, que cuando recién había acaecido lo de Noruega, hubo un consenso unánime en atribuir el incidente a grupos islámicos, sobre todo de cristianos que hoy se defienden usando el principio de "no somos como ellos", y por ende quienes asesinan en nombre del Salvador no pertenecen a nuestras filas aunque lleguen a mimetizarse en ellas.

Sin embargo, basta hurgar rápidamente un libro de historia para darse cuenta que innumerables congregaciones católicas, evangélicas u ortodoxas no descartaron el empleo de la violencia para imponer sus preceptos, con resabios que se han extendido hasta nuestros días (los casos de curas pedófilos, por ejemplo). Y muchos cristianos observan estos hechos con indiferencia, llegando a justificarlos a veces (me he topado con muchos hermanos que ven en términos positivos la represión que Lutero le exigió a las autoridades alemanas para sofocar la rebelión campesina de Thomas Muntzer). Para colmo no hablamos sólo de un asunto de competencia religiosa o de desacato a la autoridad. Ya que, por ejemplo en Estados Unidos, incluso en la década de 1960 el racismo y la agresión contra negros e indios que pedían igualdad de derechos era una práctica alentada desde los templos, que se amparaban en el dogma de la predestinación (el Ku Klux Klan  fue por cierto una organización cristiana evangélica). Y en los tiempos actuales, tenemos la cruzada libertadora de George W. Bush, basada en un fundamentalismo que apenas oculta intereses comerciales, dirigida contra países musulmanes como Afganistán e Irak. Un caso bien curioso de guerra religiosa moderna, pues mientras unos disparaban en nombre de Mahoma, sus contendientes lo hacían en nombre de Jesucristo.

La masacre perpetrada por Breivk puede compararse con aquellos hermanos que, tras escuchar algunos sermones fogosos, salen a asesinar homosexuales o a médicos que practican abortos. Varios de ellos escucharon a un predicador hablar con excesiva vehemencia contra estas personas, y espetar que ellos están sentados en la banca y no realizan nada que permita, ya no propagar el evangelio, sino protegerlo de virus externos. Entonces, si jamás han hecho llorar a la multitud de una mega iglesia, ni tienen el valor para irse de misioneros a los confines más apartados del globo, ¿qué opción les queda para mostrar su lealtad, y evitar caer en la tibieza de corazón, que al final se torna un vómito de Dios? Quizá el hoy tildado como "el carnicero de Noruega", efectuó ese proceso lógico y acabó en la misma reflexión, ante el aumento de los inmigrantes y el crecimiento leve pero sostenido del islam en Europa. Tal vez notó que sus vecinos empezaban a sentir temor de esos sujetos con turbante que oran en cinco ocasiones por día, con el trasero metódicamente levantado y la cara en dirección a La Meca; y se esmeró en defenderlos, con la finalidad de obrar algo por Cristo, que le da más de lo que merece, y de paso deshacerse de unos cuantos apóstatas como otros lo hacen de los infieles. Claro que si después los que incitaron a la destrucción, se escudan aseverando que fueron mal interpretados o tomados a la ligera por el auténtico apóstata, entonces no avanzamos ni corregimos nada.

                                                                                                                                                                         

                                                

domingo, 17 de julio de 2011

Los Archivos Fantasmas

¿Qué esconderán los "archivos del cardenal"? ¿La cantidad de abusos que Luis Eugenio Silva cometió contra niños indefensos, antes y después de ser el secretario del susodicho? ¿O de qué forma sus otros dos tinterillos, Raúl Hasbún y Jorge Medina, colaboraron en la concreción del golpe militar, y ya una vez consumado ese hecho, les aportaron identidades de disidentes políticos a las nuevas autoridades, aprovechando su investidura y la confianza incondicional que muchos chilenos, formados bajo la férula católica, le otorgan a los sacerdotes? Porque hasta ahora, lo que se conoce respecto de las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura, al margen de los esfuerzos personales de algunos abogados, organizaciones no gubernamentales y familiares de los ajusticiados, proviene de dos comisiones armadas de por igual número de legislaturas de la Concertación, de manera antojadiza y con el propósito principal de proyectar una determinada imagen: la de Raúl Rettig, un jurista masón; y la de Sergio Valech, este sí un obispo designado con ese cargo desde el Vaticano. Sin embargo, cabe acotar que ambas iniciativas se basaron en datos que sus integrantes recopilaron en el periodo de su funcionamiento: nunca recurrieron a archivos de las décadas de 1970 y 1980. Simplemente, porque no los encontraron.

Pese a todas estas pruebas -o mejor dicho, la ausencia de ellas-, un importante grupo de poder con pretensiones izquierdistas le continúa haciendo la reverencia a los curas, mencionando a la Vicaría de la Solidaridad, aquella oficina creada por Raúl Silva Henríquez poco después del alzamiento militar, sobre la cual han tejido un mito que la presenta como salvadora de vidas, al supuestamente proteger personas que por su pensamiento eran el objetivo de los agentes del régimen de Pinochet. Relato que ha sido acogido y apuntalado por sus adversarios políticos, pese a que estos últimos formaron parte de la tiranía que aparentemente fue combatida por el cardenal. Pero como de igual modo son muy cercanos a la iglesia católica, por un asunto de conveniencia económica, aplican el principio del consenso y todos quienes se aprovechan de la debilidad de los demás, acaban siendo felices como en los cuentos de hadas, mientras esos demás deben soportar censuras, prohibiciones y juicios tan condenatorios como arbitrarios. Y la muestra más reciente de aquella convivencia interesada, es una serie de televisión cuyo nombre precisamente da inicio a este artículo: "Los Archivos del Cardenal", transmitida, en medio de un gobierno conservador, por el canal estatal; pero con actores, guionistas y directores de cuño "progresista". Ignoro si los responsables de dicha producción siquiera están conscientes de lo que voy a anotar: pero de todos modos resulta extraño, al punto de ser sospechoso, que desde una empresa pública se le preste ropa a una institución que en los meses más recientes ha venido cayendo al más recóndito de los abismos, debido al descubrimiento de innumerables e interminables casos de pedofilia en que están involucrados importantes sacerdotes, incluso formadores de prelados, como Fernando Karadima. Lo cual no sólo puede redundar en una pérdida significativa de credibilidad en sus virulentos discursos de moralina patológica, sino también afectar sus arcas pecuniarias. Algo que puede extenderse a los oligarcas criollos con quienes mantienen una relación de mutua dependencia, con un consiguiente desequilibrio en el sistema de castas sociales que ordena el país.

Pues, a fin de cuentas, ¿quién era Silva Henríquez? Los que se conforman con el relato oficial, repetirán que se trata del cardenal que fundó la Vicaría de la Solidaridad y le dio pelea a Pinochet, quitando de las garras del dictador una cantidad incontable -porque nadie se ha dado el trabajo de investigar y establecer las cifras exactas, a pesar de que, si se analiza la lógica de la narración, se desprende que es una tarea bastante fácil y que no demanda mucho tiempo- de potenciales víctimas de su campaña de exterminio. Y a través de él, que era arzobispo de Santiago, máxima autoridad reconocible de la iglesia católica, toda ésta fue arrastrada a oponerse a la voluntad del tirano. Bueno: los datos recopilados a partir de 1990, además de acontecimientos recientes, han demostrado que al menos lo último era una ridícula farsa. Sin embargo, la pregunta que encabeza este párrafo continúa vigente: ¿quién era, en realidad, Silva Henríquez? Un hacendado de los sectores rurales de Villa Alegre, ciudad sita en plena zona campesina de Chile, en la actual Región del Maule. Quien, de seguro, al ser incapaz de competir con sus hermanos por la herencia del fundo familiar, ya que nunca hizo el esfuerzo de subirse a un caballo y salir a lacear peones o a violar inquilinas, como todo hermano inútil de la familia, decidió tomar los hábitos y así obtener un emolumento periódico y contundente sin necesidad de trabajar. Por otro lado, fue ordenado cardenal en la década de 1960, en paralelo a los movimientos revolucionarios que por entonces encendían América Latina, exigiendo una inexistente justicia social. Si quería ascender y luego mantenerse, estaba forzado a favorecer la reforma agraria aún en contra de sus parientes latifundistas. De esa manera conseguía que grandes masas de campesinos poco instruidos le rindieran tributo a su figura, en vez de seguir dependiendo de los ahora caducos y anacrónicos patrones. Era la oportunidad para el eunuco, de transformarse en el esclavista que siempre anheló pero nunca pudo ser. La venganza del impotente que, al igual que sus colegas abusadores de niños, ocultó su vergüenza debajo de unos hábitos a los que se temía esencialmente por ignorancia. Pero que en verdad jamás se atrevió a desafiar lo establecido siquiera exhibiendo su propia conducta, en el sentido de mantenerse como un soltero civil pese a los prejuicios externos. Y mucho menos con su supuesta sensibilidad social, porque si el romanismo se inclina de vez en cuando por los desposeídos, es para montarse sobre la ola y así atrapar y por ese intermedio contener a las hordas que piden auténticos cambios.

Si Raúl Silva Henríquez, hubiese vivido en otra época, o fuera un sacerdote contemporáneo, de seguro se habría puesto en la fila para bendecir y ofrecerles la comunión a los acaudalados abusadores y egoístas (de hecho nunca le negó la hostia a Pinochet o a los agentes de la DINA). Es muy cómodo hablar en público contra una dictadura a sabiendas que no se sufrirán consecuencias por ello, ya que se es la máxima autoridad de una institución sacralizada por los mismos que sostienen al régimen. Fuera de que resulta un mecanismo muy eficaz cuando se tiene alrededor a discípulos de la talla de Hasbún, Medina o Luis Eugenio Silva, a quienes además se los educa e instruye. Por sus frutos los conoceréis, se dice en la Biblia. Una sentencia que es más importante para la teología papista, que le da un gran énfasis a las buenas obras. Y tras la Vicaría de la Solidaridad, sólo hay insufribles y soporíferos vigías de la moral, poco interesados en la situación de las clases trabajadoras (excepto, claro está, en los fugaces momentos en que los problemas e inquietudes de éstos saltan al debate público). Pero a poco andar esa misma oficina se devela como un agujero vacío. Después de todo, para lo horrenda que fue la dictadura de Pinochet, las desapariciones forzadas durante aquel periodo no llegan a las dos mil; las cuales, pese a ser bajas en cantidad y aún con toda la maquinaria de la iglesia católica, no se pudieron evitar. Como premio de consuelo nos hablan de unas fichas médicas que jamás han sido dadas a conocer, aunque en la actualidad ya nadie solicitará su incauto con propósitos oscuros. Y unos archivos que pueden tornarse en apetecible argumento para una fantasía novelesca.

                                                         
                                                           

domingo, 10 de julio de 2011

De Animales y Brutos

Deben haber pocas cosas más fáciles que oponerse a la eliminación de perros callejeros. Quienes piensan así, cuentan con grupos de personas acaudaladas que los apoyan; los cuales, al igual que los católicos de apellido vinoso que gustan de joder la pita con eso de la familia numerosa, están buscando retribuir de una manera denodada lo que la fortuna les concedió, eso sí, siempre tratando de evitar siquiera una pequeña merma en su bolsillo. Por otra parte, casi siempre hay un cuerpo legal que los favorece, al punto que en algunos países, mientras el maltrato infantil no es condenado, o sólo ha recibido atención en el último tiempo, en cambio el maltrato animal está definido como delito desde hace varias décadas, recibiendo los infractores las correspondientes penas de cárcel.

Por supuesto, que dicha coyuntura se transforma en una suerte de contradicción en el proceder de los llamados "progresistas", de donde emerge  la mayoría de los adoradores de bestias, si bien en realidad, entre los componentes de este colectivo se pueden encontrar personas que defienden desde posiciones de lo más libertinas hasta lo más ultramontanas. Pero casi todos prefieren agruparse bajo ese calificativo, a veces simplemente por proyectar una imagen, en otros casos por desear sentirse identificados con un grupo cuyo nombre y sentido pueden ser expresados de forma sencilla y en una sola palabra. Término que alude a quienes tendrían una visión "moderna" del mundo y la humanidad, en contraste con aquellos que defienden preceptos considerados anacrónicos, retrógrados o supersticiosos. Luego, uno de los comportamientos más esenciales del susodicho pensamiento progresista, es la protección de los "hermanos menores", los animales, impidiendo toda clase de maltrato contra ellos, incluyendo labores necesarias para el control de plagas, como es la eutanasia, en este caso canina. La modernidad que conlleva tal actitud, viene demostrada en el hecho de que se trata de una toma de conciencia lograda en épocas recientes, cuando se han analizado -y en ciertas ocasiones, experimentado- los efectos del desastre ecológico y la progresiva extinción de las especies. Además, de que estas ideas han sido adquiridas recién cuando las comunicaciones nos han permitido conocer culturas como las del Sudeste Asiático, donde han proliferado las religiones que colocan a los animales no racionales a la altura y a veces por encima del hombre, mientras que Occidente cristiano y abrahámico, con su prepotencia avasalladora, está arrasando de manera sostenida con los recursos del planeta.

Sin embargo, cabría preguntarse cuál es el origen de esas ancestrales leyes que, incluso en países occidentales, tipifican como delito el maltrato animal. La mayoría fueron sancionadas en épocas en que estas sociedades eran rurales, y cuando la agricultura y la ganadería se desarrollaban de forma manual, sin el auxilio de vehículos motorizados como tractores o máquinas segadoras. El caballo que tiraba del arado, entonces,  era un bien muy preciado. Pero además, cabe agregar que en aquellos tiempos no existían cuerpos legales que favorecieran a los trabajadores, los cuales eran considerados esclavos, siervos, y en el mejor de los casos, inquilinos o peones absolutamente reemplazables. En determinados países, sobre todo de América, se dio la figura del hacendado, quien mantenía una alta cantidad de campesinos laborando en sus territorios, a los cuales manejaba a su más completo arbitrio. Si al patrón le parecía que su subordinado no había atendido a la vaca o al cordero de una manera satisfactoria -para el animal, obviamente, de lo que se desprende que también debiera serlo para él-, contaba con la facultad de azotarlo o de castigarlo de los modos más abusivos que pudiera imaginar. Adicionalmente, criaba especies de fina sangre para la mera exhibición, que no obstante constituían un símbolo de estatus y se tranzaban por millones en las ferias. Sufrir un robo por parte de cuatreros que más encima quedase inmune, significaba horadar un agujero en el orden social y nacional.

Sólo cabe agregar que en algunos países,en especial aquellos cuya economía dependía del sistema de haciendas, el abigeato era un delito que tenía penas semejantes al homicidio. De esos tratados se han colgado los defensores de los derechos de los animales, con el propósito de imponer sus convicciones progresistas traídas de lejanos lugares o de escritores poco valorados en vida. Por eso mismo el asunto les resulta tan fácil, al extremo de creer que están llevando a cabo una lucha épica donde las cientos de manos son capaces de resistir a las anquilosadas instituciones. Fuera de que los oligarcas simpatizan con ellos, ya que por generaciones han reverenciado a sus animales y han despreciado a quienes les ayudan a cuidarlos. No les preocupa el perro que muerde al transeúnte o la yegua suelta en el descampado que en un momento  de agitación termina aplastando a un pordiosero. Son dos personas menos, que no les reclamarán por la mala distribución del ingreso ni por la injusticia social.
                                                                                                           

domingo, 3 de julio de 2011

La Rebeldía de los Integristas

En los últimos días, he tenido la experiencia de escuchar a algunos hermanos que han invocado el principio de la desobediencia excepcional a la ley, como mecanismo para frenar proyectos de índole moral y cultural que en estos momentos son objeto de un intenso debate, por ejemplo la unión civil entre homosexuales. Dicha concepción se basa en lo acaecido a la iglesia primitiva, durante sus primeros tres siglos de existencia, en su relación con el imperio romano, que comenzó a perseguir a los cristianos una vez que éstos rechazaran la propuesta de rendir culto al emperador. Con ella, se pretende sortear lo que por mucho tiempo ha sido visto como un mandato bíblico -justificado en incontables ocasiones por el capítulo trece de la carta a los Romanos-, que exige acatar las disposiciones de las autoridades terrenales, incluso las menos convenientes, como una forma de entrenar la sumisión al ordenamiento establecido por Dios. ¿Y qué impulsa a pasar por alto una doctrina considerada esencial para marcar la diferencia entre un creyente verdadero y uno apóstata o neófito? Pues el hecho de que las mencionadas iniciativas legales son una abominación a los ojos divinos casi tan graves como la idolatría.

De partida, debemos convenir que la comparación entre ambas situaciones es un enorme y se puede agregar irresponsable despropósito. En la época del imperio romano, los cristianos eran, como fue acotado en el párrafo anterior, perseguidos. Por ende, más que una rebeldía, era un asunto de supervivencia. Toda vez que el sólo hecho de disentir acarreaba el martirio -ese pomposo eufemismo que se acuñó para resumir y luego suavizar lo que debe ser conocido como crueles y prolongadas torturas previas a la ejecución-, el que podía evitarse con una retractación absoluta. Y aunque a los discípulos no los hostigaban exactamente por seguir a Jesús, lo que provocó tales padecimientos fue una correcta interpretación de la doctrina, algo a lo cual se llega tras un breve pero denodado ejercicio de racionalidad y de aplicación del pensamiento. En definitiva, había que oponerse al culto al emperador porque contradecía un dogma tan importante, que su ausencia era equivalente a la desaparición del cristianismo como idea, ya sea transformado en otra cosa o disuelto en el mismo paganismo latino contra el cual predicó pero a quien finalmente sus miembros no fueron capaces de enfrentar. Una coyuntura radicalmente distinta a la era contemporánea, donde al menos en los países donde estas comentadas iniciativas legales tienen la opción de ser aprobadas, el cristianismo es una institución reconocida, que goza de un prestigio permanente y donde hasta suele recibir aportes pecuniarios del Estado. Mientras que los colectivos que con sus peticiones causan inquietud, así como los ciudadanos independientes que los apoyan, constituyen una minoría que está exigiendo derechos básicos para su supervivencia: no del grupo mismo, que puede tornarse ideológico, sino de los individuos que pueden conformarlo, y tampoco en base a su pertenencia ni a sus inclinaciones personales, sino a su desenvolvimiento elemental en la vida cotidiana. Así por ejemplo, la unión civil entre sujetos del mismo género aparece como una solución para resolver los problemas de origen patrimonial.

Lo que están haciendo aquellos hermanos, es invocar una excepción de regla que es válida en ocasiones en donde expresar la fe pueda conllevar un riesgo de vida; o en su defecto, cuando el acatamiento de un determinado edicto atente contra la integridad de un punto esencial de la doctrina, poniendo al cristianismo mismo en una situación difícil. Ahí sí que la desobediencia es un real servicio a Dios. Pero en la actualidad, cuando se puede predicar libremente el mensaje y hasta las autoridades reconocen el trabajo de los discípulos -la sola concurrencia de algunos hombres públicos seglares a acciones de gracias ya lo demuestra-, una actitud de ese calibre sólo demuestra intolerancia. En el peor de los casos, podemos intentar convertir a los homosexuales que pretendan unirse bajo cualquier tipo de vínculo, y hasta convivir con ellos sin que la asistencia a los templos se vea afectada. Jamás la aprobación de un determinado tipo de contrato civil constituirá el inicio de un efecto de escalada, que acabe por ejemplo, en que el Estado obligue a un pastor a aceptar so pena de cárcel a un gay en su congregación, y mucho menos que la homosexualidad se transforme en religión oficial y única empujando a las demás alternativas a la clandestinidad (quizá algunos seguidores tienen conciencia de que lo ocurrido en el 380, cuando Teodosio le dio esa característica al cristianismo, dando vuelta la tortilla en el imperio, ahora se reproduzca a la inversa. En especial, al recordar que con ese regalo, la iglesia, lejos de propagar el evangelio de acuerdo al modelo establecido por Jesús, en cambio se dedicó ella misma a reproducir el accionar de los incrédulos). Sin contar que un comportamiento de esta clase implica pisotear a alguien más débil -ya que recién ahora puede dejar de ocultar su condición-, con lo cual se le niega el derecho de acogida que todos los creyentes debemos procurar para con el prójimo, aunque éste practique una ideología enemiga. Y eso, independiente de que para entrar en el reino deba abandonar una determinada tendencia.

Me pregunto de qué manera reaccionarán esos hermanos si estos temas de debate se transforman finalmente en una ley. ¿Procederán como sus pares norteamericanos, que han asesinado homosexuales o han colocado bombas en los hospitales donde se practican abortos? No es descabellado: como uno se encuentra en un régimen democrático, donde se puede predicar sin restricción alguna, la simple resistencia no basta, y menos cuando lo que uno defiende es, al menos en sus trazos más gruesos, claramente visible, aceptable y hasta elogiable. Será necesaria una acción de choque con el fin de detener lo que se percibe como fuerzas diabólicas que intentan apoderarse del mundo. Así como muchos cristianos dicen "bienaventurados los pacificadores", pueden cambiar de parecer del mismo modo que lo están haciendo algunos discípulos respecto de la obediencia a las autoridades terrenales. Por último, es preciso recordar que la intolerancia es producida por el odio, el cual es un pecado.