sábado, 24 de octubre de 2009

Perro Vago en el Senado

Hace una semana, más o menos, el Senado aprobó una ley que permite la eliminación de los perros vagos sin temor a que el ejecutor sea encartado por otra normativa, la que condena el maltrato animal - y que meses atrás, a su vez también fue modificada, ampliando los delitos respectivos y aumentando las penas por tal acción-. El proyecto sólo necesita unos cuantos trámites para ser promulgado. No obstante, y pese a que fue votado favorablemente por una alta mayoría de parlamentarios, uno de esos honorables, en concreto el PPD Guido Girardi, ha anunciado que hará todo lo posible por impedir que la iniciativa acabe viendo la luz, cuando menos, del modo en que hoy está redactado, así fuese pidiendo un veto presidencial o recurriendo al odioso Tribunal Constitucional, el mismo al cual criticó ácidamente cuando restringió la repartición de la píldora de emergencia. Parece que este doctor, cuya vida política ha estado jalonada por bochornos entre oscuros y tragicómicos, tiende a olvidar al poco tiempo lo que en principio sostuvo con denodado ahínco; pues, cuando el caso de la prohibición del mencionado anticonceptivo, esgrimió entre otros argumentos, que la decisión de los jueces constitucionalistas era un atentado a la democracia, porque iba contra la opinión de la mayoría.

Primero que nada, cabe recordar que el señor Girardi es antes que un senador centroizquierdista, un fanático religioso, en este caso, de los ecologistas y neoeristas, lo cual calza muy bien con su pensamiento político, del mismo modo que les sucede a los derechistas con el catolicismo. Y como todos los extremistas de esa calaña, tiene una postura irracional que aplica a un determinado sector o hecho de la sociedad, a fin de demostrarle a sus testigos una supuesta reserva moral y de paso, dejar la sensación de que su credo sirve para algo, como antesala de una futura y masiva promoción. Así, mientras los papistas buscan crear una imagen de pureza y santidad en torno a ellos, valiéndose de la condena al uso de contraconcepcionales, so pretexto de defender la naturaleza humana y la vida de quien está por nacer; los sectarios que integra el congresista de marras desean que se les reconozca por su infinita bondad hacia seres inferiores y no racionales, que por lo mismo deben ser protegidos incluso más que los bebés. En tal sentido, los perros callejeros no tienen la culpa de haber sido abandonados por amos irresponsables y luego retirarlos de circulación es un crimen: que sigan mordiendo transeúntes y esparciendo enfermedades parasitarias a través de sus excrementos - tratándose de canes, el ano es más peligroso que el hocico-. Si existe la ya citada naturaleza humana, ésta es la naturaleza animal.

Pero ocurre además que Girardi es médico de profesión y en el ya analizado escándalo de la pastilla del día siguiente, empleó otro argumento de peso que ahora al parecer también dejó desvanecerse en el aire: la distribución del fármaco es un asunto de salud pública. En concreto, porque es inaceptable que una mujer víctima de un coito no protegido, ya sea producto de una violación o cualquier otra índole, tenga que cargar con un embarazo no deseado y después con un niño que simpre le estará remembrando lo horrible de su experiencia. Pues bien, aquí se genera una situación similar: el perro que deambula por la calle puede atacar a un peatón y matarlo, o dejarlo con secuelas tan graves como las que marcan a la fémina ultrajada; fuera de que sus fecas son un considerable foco infeccioso. También, es preciso acotar que el can que ha atacado a una persona está definitivamente embravecido y de ahora en adelante no modificará su conducta, por lo cual, si se le da la oportunidad, volverá a desgarrar a otra persona. Por ende, su destino final es el sacrificio. La ley contempla proceder de tal forma aplicando la eutanasia, una muerte indolora que por esas características en otras latitudes está permitido aplicarla a los humanos cuando éstos padecen una enfermedad incurable e inhabilitante, si ellos así lo piden. El mismo Girardi, tal vez por provocar al romanismo -después de todo, los fanáticos siempre acaban peleando entre sí, como método para imponer su particular verdad-, ha hablado muchas veces en favor de dicha eutanasia, al menos en su variante pasiva ( rechazo por parte de un enfermo terminal al correspondiente tratamiento médico), que todos sabemos, no es un suicidio asistido. Pero parece que hoy le tocaron su correspondiente fibra sensible, y ha reaccionado con la misma histeria que lo hacen los curas.

Al igual que en situaciones como el divorcio, los anticonceptivos o la eutanasia pasiva, donde debe imponerse el criterio científico - exacto o fáctico- ante convencionalismos desconectados de la realidad y que en muchas oportunidades esconden oscuros propósitos, aquí lo único imprescindible es la comprobación empírica. Y ésta señala claramente que la mantención de los perros vagos en las calles deviene en una situación de insanidad que, por consecuencia lógica, remata en un grave problema de salud. Hay países donde la proliferación de canes abandonados, sin control alguno, ha ocasionado que la rabia sea endémica, y que estén desesperados porque no ven una forma de salir del atolladero. Cualquiera con el mínimo de razón es capaz de notar que aquí, más que debate, lo que existe es un lío relacionado con la intolerancia religiosa, que sufren por igual católicos, musulmanes, ecologistas y cualquiera que obedezca ciegamente a un credo o ideología, incluso a un paradigma o tesis. No hay compasión que valga, como tampoco por el embrión o feto que se haya concebido tras un coito irregular. Menos, si quienes nos exigen lástima tienen poder político y económico, y quieren blanquearse ante la opinión pública como un modo de ganar adeptos.

domingo, 18 de octubre de 2009

La Revancha de las Religiones

Desde el año 2005, Polonia es gobernada por Lech Kaczynski. Este político accedió al poder gracias a que las elecciones correspondientes fueron ganadas por su partido, el Ley y Justicia, de tendencia ultraconservadora, reaccionaria incluso, muy apegada a la iglesia católica. Como sabemos, ese país fue uno de los tantos que en la época de la Guerra Fría perteneció geográfica y políticamente a Europa Oriental, sector del continente donde se mantenían las dictaduras comunistas. Debido al carácter ateo -más bien habría que decir ateísta- de los llamados socialismos reales, las religiones fueron perseguidas en los territorios donde éstos se aplicaron, formando otro eslabón en la cadena de violaciones a los derechos humanos en las mencionadas regiones. Desde luego -era un asunto de supervivencia- los credos más representativos de cada lugar, que después de todo contaban con una férula que se arrastraba de hace varios siglos, se pasaron a la disidencia, y con su correspondiente dosis de victimización, se mostraron ante la población como unos héroes que luchaban denodadamente contra la opresión tiránica. En la romanista Polonia, esto se vio reforzado desde 1978, cuando un connacional, Karol Wojtila, fue elegido papa. Y tras la caída del Muro de Berlín, el catolicismo local, ahora ingenuamente elevado a un altar, comenzó de manera subterránea pero paulatina a recuperar lo perdido, hasta que uno de sus discípulos, el nombrado Kaczynski, accedió a la primera magistratura. El tipo, como sucede en todas partes, no ha dejado de relucir lo peor del papismo, que en términos generales, de por sí ya es bastante abyecto. Quiere acabar con los derechos reproductivos y la anticoncepción y restablecer la pena de muerte, eliminada justo después del fin del comunismo, como el símbolo del inicio de un periodo democrático de absoluto respeto por la vida. Además, ha montado una decidida persecución contra los homosexuales y los consumidores de drogas. Y como guinda de la torta, no ocultó su interés por fortalecer la familia y recurrió al nepotismo: designó a su hermano gemelo, Jaroslaw, como primer ministro. Pero, para demostrar que no es un simio cavernario, ha buscado la integración a la Unión Europea y a la OTAN, que junto a la insufrible moralina antes descrita, conforman las directrices de su partido.

¿ Qué tiene esta colectividad, que pese a todo, permanece incólume en el palacio de gobierno? La respuesta es simple y en gran parte, está desarrollada en el párrafo de arriba. Polonia vivió cuarenticinco años de comunismo en su variante más represiva posible, y siguiendo los consejos de Karl Marx, los jerarcas redujeron la praxis religiosa a su más mínima expresión, como antesala para su aniquilación definitiva. Esto, y su carácter totalitario, transformó al estalinismo en una suerte de credo ideológico, donde los dioses fueron sustituidos por el culto a la personalidad -casi siempre en favor del despótico gobernante- y la devoción forzada al paradigma. En definitiva, una religión destronando a otra. Situación que acaeció en prácticamente todos los países que adoptaron este vía política y económica de administración, y que, por un proceso lógico, hizo que sus habitantes se aferraran a una válvula de escape que tuviera características similares y por ende resultara en un adecuado contrapeso. Así, los templos pasaron a constituir receptáculos de protesta, y en cada zona, su iglesia mayoritaria coordinó a la oposición. Aconteció con los ortodoxos en Rusia, con los musulmanes en otras ex repúblicas soviéticas, con los evangélicos en la extinta RDA, y con los mismos católicos en otros lugares como la ex Yugoslavia ( los sacerdotes romanistas de Croacia y Eslovenia, fueron los más entusiastas en exigir la secesión en perjuicio de la ortodoxa Serbia). Sin embargo, al retorno del multipartidismo, dichas instituciones se esmeraron en recobrar por completo su sitial, apoyadas en el aval de haber luchado contra una imposición perversa. No tardaron, gracias a aquel cimiento, en conseguir sus propósitos. Y cuando al fin los obtuvieron, regresaron con sus costumbres ancestrales, más insanas que el mismo comunismo, que habrá costado cien millones de vidas en la centuria que se aplicó, pero que es un grano de arena ante los asesinatos que las mencionadas organizadas cometieron en el mileno de existencia que tienen, en esos territorios y en otros. De este modo, la ortodoxia rusa ha logrado que ahí se prohíba el ejercicio público de toda otra expresión religiosa; el catolicismo polaco ha llevado a cabo las aberraciones antes descritas ( que también acometía el estalinismo), y en la Alemania reunificada, Angela Merkel, hija de un pastor luterano que ejerció en el Este, pretende perseguir a todos los que participaron en la administración de ese régimen, así fuese como simples funcionarios burocráticos.

Ahora. En Europa Oriental, la religión fue, o al menos pareció ser, una parte del sector oprimido de la población. Así se muestra, por ejemplo, en los filmes de Andrei Tarkovski, Seregei Prokofiev o Kryzstof Kieslowski. Sin embargo, lo que ocurrió con la iglesia católica chilena fue diferente. Jamás estuvo de parte de los más violentados durante la dictadura de Pinochet, aunque un sector marginal de curas sí. Y pese a ello, tras nuestro retorno a la democracia -que por esas ironías de la historia, ocurrió de manera paralela a la de los antiguos socialismos reales- se ha abogado haber sido el estandarte de una lucha épica, y en consecuencia, se ha valido de esos ambiguos antecedentes para actuar con prepotencia sobre el resto de las personas. Su intento de imponer una férrea moralina, es equivalente al que ocurre en los lugares ya vastamente citados. Pero por estos lares, ni siquiera sufrió un despojo sobre el cual pueda justificar sus requerimientos. Muy por el contrario, los mandamases de la dictadura militar siempre le otorgaron regalías materiales y sociales al romanismo, cuya culminación fue la invitación a Chile del mismísimo Karol Wojtila, ese papa con rostro de doctor Jekyll y mentalidad de míster Hyde, que se valió del errático comunismo para reimplantar sobre el mundo las irracionales prerrogativas de la siempre asquerosa iglesia católica. Trabajo en el cual, por desgracia, le fue bastante bien.

Hay, como insiste la propia Biblia, saber distinguir a los sujetos de rostro afable que a diario golpean nuestra puerta con el propósito de ofrecernos en evangelio extraño. La iglesia católica, y la religión en general, cuando es eso y no un auténtico cristianismo, jamás será una instancia de libertad y mucho menos de verdad. Y dichas entidades fueron siempre lo primero y nunca lo segundo. Por eso el comunismo arraigó de tal manera en Europa Oriental, y por eso Sudamérica se pobló en su momento de oscuras tiranías militares ( no olvidemos que la oligarquía latinoamericana defiende una religiosidad observante y practicante a ultranza). Y como se supieron poner al alero de los más perjudicados cuando valía la pena hacerlo - aunque más por un interés de obtener beneficio propio, que otra cosa-, no necesitaron modificar sus instintos más básicos, que, en caso contrario, los habría conducido a la desaparición. En definitiva, no aprendieron nada, porque la humanidad les tomó compasión y los siguió mimando.

domingo, 11 de octubre de 2009

Miguel Servet o las Hogueras de Calvino

Como ya ha sido anotado adecuadamente, Miguel Servet (1511-1553), fue un reformador español, amigo personal de Casiodoro de Reina. Escapado varias veces de la Inquisición católica, realizó una parada de descanso en Ginebra, y ahí terminó en la hoguera de Juan Calvino. Las acusaciones fueron esencialmente dos: sus objeciones contra el dogma de la Trinidad -por las cuales ya había polemizado con el francés- y su prescripción de la preferencia del bautismo para los adultos, esto último, pilar de las iglesias evangélicas en la actualidad. También, aunque no fuera mencionado en la sentencia, le jugó en contra su tesis de la circulación de la sangre y la manera que ésta se irriga a los pulmones, que, por cierto, es la correcta respecto de ese ítem. Y por último, documentos de la época, comprobarían que otro pecado réprobo de Servet habría sido su tolerancia a la multiplicidad de opiniones y al disenso, incluso en temas doctrinarios: algo que jamás gustó al propio Calvino, que en la ciudad suiza, había impuesto una férrea dictadura sostenida en la moralina.

Veamos: a poco de instalarse Juan Calvino en Ginebra, invitado por las familias más pudientes, que en masa habían abrazado la fe reformada, y gracias a su astucia y verborrea, se hizo del gobierno -Suiza cuenta con una tradición en que las ciudades gozan de amplia autonomía- y prohibió los centros nocturnos, el teatro, los circos y en general, todo tipo de diversiones. La única distracción posible era la asistencia a la iglesia -al menos tres veces por semana- que desde luego era obligatoria y contaba incluso con apoyo de la fuerza pública: durante las horas de culto, un cuerpo de policía especializado recorría las calles persiguiendo a todo aquel que se encontrase deambulando en ellas, para detenerlo y traerlo al templo más cercano; dichos patrulleros no tenían, por cierto, escrúpulos en ingresar a las mismas viviendas si percibían un movimiento sospechoso dentro de ellas. Por otro, las formas de libertinaje sexual eran severamente castigadas, hasta con varios años de cárcel. En conclusión, tendió a crear un Estado teocrático de características represivas sobre todo en los aspectos culturales, imitando con eso lo que los papas hacía con la población civil de Roma. De hecho, por aquella época, Ginebra fue catalogada con el irónico sobrenombre de "la Roma de los herejes".

A este ambiente llegó a caer Miguel Servet, huyendo de un proceso inquisitorio católico en Lyon, donde al final fue ejecutado, pero en efigie, esto es, se quemó un muñeco con su figura, que era un modo en que los papistas expresaban su impotencia cuando un librepensador se les arrancaba de las manos. No sabemos si lo hizo por accidente, o porque en realidad buscó protección. Como fue anotado en el párrafo de cabecera, ya había sostenido una fuerte reyerta argumentativa con Calvino, quien, producto de su conducta agresiva e intolerante, justamente era un enconado enemigo de esta clase de debates. Tras la publicación de "Restitución del Cristianismo" el francés le envió al español una copia de "Institución del Cristianismo" que Servet devolvió con una importante cantidad de correcciones, entre las cuales estaban las mencionadas aprehensiones contra el dogma trinitario y el bautismo infantil. Aseguran ciertas fuentes que Calvino montó en cólera y se juró ante el mismísimo Dios atrapar a ese falso maestro y destruirlo con sus propias manos. Y lo hizo de una manera tan sutil como cobarde: le envió una carta anónima, en la que se presentaba como "un amigo luterano" a un importante cardenal católico, lo cual abrió el citado proceso de Lyon. Lo que se sabe es que en Ginebra Servet permaneció oculto y fue descubierto en medio de una celebración litúrgica, tras lo cual, los propios fieles lo detuvieron y lo enviaron al mismo Calvino, quien organizó un juicio contra él calcando los procedimientos de la Inquisición romanista, con las consecuencias ya por todos sabidas, y que tiene el dudoso honor de ser el único caso de un disidente abrasado por los católicos en efigie, pero por los evangélicos en figura real. Cuando aterrizo en este vergonzoso desenlace, me pregunto: ¿ en qué habrá estando Calvino cuando veía a su hermano consumirse por las llamas? De seguro, el papa no le iba a quitar la bula condenatoria de encima, porque al fin y al cabo se trataba de la ofrenda de un hereje. ¿ Habrá creído, entonces, que Dios lo iba a acoger, porque incineró a un heterodoxo incorregible, y sin necesidad de formar parte de una estructura decadente y empecatada, como entonces ya era la iglesia católica? Mírame, Señor, que yo también puedo matar a los que tergiversan tu mensaje, y sin recurrir a santos ni a íconos. No soy como ellos: soy mejor que ellos porque te alabo de la manera correcta.

De más está decir, que el Señor debió haberle contestado de una manera distinta, aunque Calvino haya seguido escuchando, o queriendo escuchar, otra cosa. Agredir físicamente al más débil o a quien está bajo nuestra autoridad es un grave pecado y el que lo comete, desde luego, debe rendir cuentas. Si Servet defendía doctrinas reñidas con el cristianismo verdadero, como el arrianismo, lo que correspondía era guiarlo por la auténtica senda, jamás evitar que tome la que mejor le parezca. Si persistió en su error, era un asunto de él con Dios: sus hermanos ya habían cumplido la tarea. La única consecuencia de este asqueroso proceso, fue que en Europa se empezó a mirar a los evangélicos como unos católicos sin imágenes religiosas: o sea, parecidos y hasta idénticos en todo lo demás. Con eso se truncó la reputación de la Reforma, como un movimiento que traería aires de democracia a las estancadas sociedades de aquellos años. De aquí para adelante, el cristianismo volvería a ser considerado por los círculos intelectuales como una superstición oscura y sólo apta para fanáticos, estigma del que no ha podido zafarse hasta el día de hoy.

domingo, 4 de octubre de 2009

Thomas Müntzer y los Hermanos Masacrados

Ahora que ha comenzado octubre, mes de la hispanidad y de la gloriosa Reforma a partes iguales, no está de más analizar un suceso oneroso acaecido en Alemania el 15 de mayo de 1525, y en el cual el propio Martín Lutero está involucrado. Se trata de la matanza de los campesinos liderados por Thomas Müntzer, un predicador que, como tantos otros en las tierras germanas, se entusiasmó con las ideas libertarias expresadas en las noventicinco tesis, y la opción, a todas luces viable, de alabar a Dios sin que un papa o un sacerdote imponga un determinado ritual. No obstante, este hermano, de confesión anabaptista, osó llegar mucho más allá y se unió a un levantamiento popular que exigía un trato digno de parte de los terratenientes y señores, de acuerdo con el mensaje caritativo impulsado por el mismo Jesús y, rectificado, en la teoría del Estado protector, por el apóstol Pablo.

Cuando los campesinos iniciaron su revuelta, allá por 1524, los príncipes del Sacro Imperio -autónimo de Alemania hasta el siglo XVIII- estaban indecisos sobre cómo responder. Varios eran partidarios de una represión militar, pero una minoría estaba a favor de instaurar una instancia de diálogo. Finalmente, Lutero contribuyó de manera decisiva a inclinar la balanza en favor de la primera opción, en una carta a los archiduques titulada " Contra los Campesinos Asesinos y Saqueadores" donde aconsejaba su total exterminio. Dicho y hecho: por su principio de que la religión de los nobles debía ser la del pueblo, en los círculos cortesanos el monje agustino gozaba de una alta estima, incluso entre quienes permanecían leales a Roma. Con sus declaraciones, consiguió unir a los regentes de ambos credo contra un enemigo común: los modestos y desarmados siervos rurales, que sólo reclamaban lo que la propia Biblia afirma que le pertenece al obrero. Y sucedió lo que era de esperar: en la batalla de Frankenhausen, acontecida en la fecha anotada en el primer párrafo, seis mil sublevados murieron. Müntzer fue capturado y, tras insufribles torturas, decapitado el 27 de mayo del mismo 1525.

En las iglesias, se suele presentar, para estas fechas, una película biográfica sobre la vida de Lutero, que incluye esta determinación. El iniciador de la Reforma es mostrado con una expresión de resignación y conmiseración hacia quienes mandó destruir, consolándose en el discutible argumento de que todo lo obrado era necesario. Personalmente, siempre he sido muy escéptico, en especial cuando a alguien se lo quiere mitificar. Pero leyendo el mensaje antes citado que le escribió a los príncipes, la verdad es que resulta muy difícil aceptar que Lutero tuvo una actitud de caballerosidad espiritual con los caídos. En la misiva hay un notorio desprecio hacia estos campesinos humildes a los cuales achaca toda clase de crímenes, muy similar a quienes han ordenado otras matanzas obreras masivas a lo largo de la historia. Además, si su compasión era sincera, su labor -y esto es un mandato que las Escrituras prescriben para todo cristiano- entonces debió haber sido la de mediador, de pacificador, si nos ceñimos a los términos de las bienaventuranzas. En consecuencia, lo que le correspondía, como cabeza espiritual, era evitar la masacre, no alentar su ejecución. Y lo peor es que, cuando en los templos se menciona este horroroso hecho ( casi siempre, por lo demás, de pasada y a la ligera), se lo califica como un mero gaje del oficio, generado por culpa de unos empleados que, de seguro debido a su falta de educación, tenían una irremediable dureza de cerviz.

Cuando se menciona el sufrimiento de los reformados que debieron aguantar las represalias de la iglesia católica, como contrapartida se dice que, si bien del lado evangélico ocurrieron crímenes, estos fueron focalizados, hacia no más de diez personas, por lo general intelectuales o gobernantes que querían mantener el romanismo por la fuerza aunque todo el pueblo opinase lo contrario. No es así. También de esta vereda se alentaron los genocidios, como los Oliver Cromnwell sobre los católicos de Irlanda, por ejemplo. Pero lo más vergozoso, es que muchos de estos actos deleznables fueron cometidos contra los mismos reformados, cuando formaban parte de una facción autónoma, que pese a ello no guardaba ninguna diferencia doctrinal. Eran como las denominaciones de la actualidad. Y sin embargo, los que tenían las armas de su parte no dudaron en emplearlas contra quienes deseaban ser tan libres como ellos, para más tarde, congraciarse con los inquisidores. Dividir la cas, pecar contra el propio cuerpo, parecía ser la consigna. Casos hubo muchos y uno de los más graves fue éste, donde seis mil cristianos de verdad fueron abatidos a instancias de un hermano de fe, el que supuestamente, los debía guiar por la senda del amor.