domingo, 31 de mayo de 2009

Matar Por La Vida

Como un cable menor, de ésos que sólo ocupan segundos en los informativos, llegó la noticia de que, en Estados Unidos, un médico abortista fue asesinado al interior de un templo evangélico, por activistas que se oponen a esta práctica. Lo curioso es que, tal vez por el discurso oficialista que ve en la interrupción del embarazo una síntesis de lo más abyecto del ser humano, los medios titularon el hecho como "tiroteo en una iglesia protestante norteamericana", y sólo después de provocar el estupor inicial, agregaron las causales del homicidio. Es decir, cuando la percepción del receptor ha quedado copada y satisfecha por la impresión inicial, y queda poco, cuando no nulo especio, para las aclaraciones más específicas. Algo que es más evidente en notas de este tipo, que son difundidas a modo de cápsulas, y como parte de un resumen igualmente de ínfima duración.

Todos sabemos que, tras un fallo judicial de 1973, el aborto en Estados Unidos es legal en todas sus acepciones. Pero también nos hemos dado cuenta, porque solemos ver o leer artículos al respecto, que la discusión ética en cuanto a si es o no un crimen contra otra vida, allá está lejos de ser superada. En tal sentido, podemos afirmar que los norteamericanos se hallan en un paso intermedio entre Europa ( salvo Irlanda), donde la interrupción del embarazo se considera una opción anticonceptiva válida, y determinados países de América Latina, que presionados por el catolicismo, aún no liberan completamente esta práctica, o incluso, como en el caso de Chile, la prohiben a todo evento. En la tierras del Tío Sam, el romanismo congrega un importante número de fieles; pero aún así constituyen un credo minoritario, pues la principal confesión es la evangélica, en todas sus variantes, desde los protestantes tradicionales ( en el sentido de que fueron las primeras denominaciones aparecidas en la Reforma), hasta las comunidades pentecostales y revivalistas, prodigiosas en experiencias de éxtasis colectivo. Ciertos movimientos consideran que una "nación cristiana" como es o pretenden que sea Estados Unidos, no puede admitir que una conducta maligna se instale cual tumor en su seno. Y más aún, acusan a sus hermanos de fe de no oponer una resistencia más severa ante esta escandalosa realidad. Entonces, para defender a Cristo y mostrar que ellos sí se merecen el cielo, se valen del terrorismo, y balean a médicos que realizan abortos, así como lanzan granadas a hospitales y clínicas. La fácil obtención de armas -que sus líderes espirituales no cuestionan- unida al fanatismo reaccionario se convierten en un cóctel altamente explosivo, muy semejante a lo que ocurre con los combatientes musulmanes que se inmolan en atentados suicidas. De hecho, cuando estas personas -en su mayoría jóvenes- se ven enfrentados a la pena capital, no tienen ningún descaro en decir que Dios los recibirá en su reino y que castigará a los legisladores y a los juecen que dictaron su sentencia, por haber pecado.

Lo irónico es que estas células antiabortistas se consideran parte de los grupos "pro vida" como se autodenominan, en general, los que se oponen al malparto provocado. Desde luego, en el más suave de los calificativos, la validación de un asesinato en favor de la vida constituye una contradicción, de igual modo que lo es la ejecución los involucrados en tales actos. Pero lo más denigrante, es que los acontecimientos se presenten en la forma de una extravagancia morbosa, porque existen ciertos interesados en que no se capte la seriedad y menos aún la gravedad de lo ocurrido. En especial, porque estos crímenes son bastante comunes en Estados Unidos, y no sólo contra partidarios del aborto, sino también en perjuicio de homosexuales, gente que tiene un pensamiento diferente o cuyo origen étnico es distinto - el Ku Klux Klan, al igual que el Movimientos por los Derechos Civiles, era una organización cristiana evangélica-. Y atención, que este homicido especialmente, tiene un mensaje y una carga ideológica que no se pueden dejar de considerar, pues el doctor acribillado asistía regularmente a su templo, donde sus hermanos aceptaban su trabajo, ya que después de todo era un excelente vecino y un hombre pacífico, o decidieron perdonarle su desliz, pues el prójimo sigue siendo tal aunque haya caído en pecado. No fue sólo un recado contra él, sino también hacia los demás asistentes al culto, por conclusiones demasiado obvias que no es necesario detallar. Mientras que los atacantes, de seguro escucharon a un predicador convencional que no tenía contemplado apuntar un rifle contra el diablo, pero que emitió diatribas violentas que terminaron por entusiasmar a feligreses apasionados y sin otra cosa que hacer.

Siempre me hago la pregunta de si en Chile llegará a suceder algo así, en caso de que se abra una puerta que conduzca a la legalización del aborto, aunque sea con restricciones. Por la situación jurídica, y por el estilo agresivo que ostentan quienes son partidarios de que todo siga igual, capaz que tengamos pandillas delictuales que actúen en defensa de la vida, del modo como los neonazis lo hace actualmente con las demás tribus urbanas. Por el contrario, casos como el de España, donde estas cuestiones fueron resueltas en acaloradas discusiones, pero sin la tentación de disparar a la cabeza del oponente, aportan una cuota de optimismo a la situación. Lo que pasa es que la iglesia católica es más reservada, si bien igual de letal, en estos asuntos. Para empezar, por una cuestión de teología moral son más reticentes a tolerar la interrupción del embarazo que los evangélicos; y luego, su condición de cuerpo unificado con mando vertical, además del hecho de que en los países católicos los obispos suelen intervenir activamente en las decisiones públicas: termina dándoles armas muy diferentes a las de fuego. Sin embargo, e independiente de que el aborto sea una práctica condenable para todo cristiano, el resultado es siempre el mismo: una repugnante represión unida a un absoluto desprecio por el otro, que no resuelve el asunto de fondo y cuya exclusiva consecuencia es la mala imagen de las iglesias cristianas.

domingo, 24 de mayo de 2009

El Profetismo y el Fin del Mundo

La creencia popular tiende a calificar al profeta como un sujeto propenso a anunciar calamidades, la mayoría, conducentes a un fin trágico y violento de nuestro planeta, producto de la ira del ser o los seres superiores ante la desobediencia y el desagradecimiento de sus súbditos humanos. Para comenzar, la verdad es que esos elementos no se encuentran en la profética, sino en la apocalíptica, un género diferente con el que guarda bastante relación, pero que corre por un carril totalmente independiente. Pero aún así, ninguna de esas dos disciplinas se justifican como una sarta de vaticinios terribles, pues ni siquiera tales mensajes son el desenlace fatal de una sucesión de hechos previamente determinados. Muy por el contrario, si uno los lee y comprende de la manera correcta, notará que sólo detallan un tránsito, doloroso si se quiere, pero no único, hacia un final que tampoco es absoluto, ya que le da la opción al mortal para que lo modifique, con muchas y vastas posibilidades de rematar en una meta feliz.

El profetismo existió en todas las religiones antiguas, y en muchas de las actualmente vigentes, es una pieza importante para entender sus misterios y propuestas. Más que una forma de contacto entre dioses y hombres, fue y ha sido una fuente imprescindible de especulación intelectual, y por consiguiente, una contribución a la riqueza cultural de un determinado credo. Los oráculos permiten inferir el futuro de acuerdo a los parámetros que rigen el sistema de creencias del emisor, pero también se nutren de la realidad circundante, sacando una conclusión que será más o menos asertiva dependiendo de la calidad y el compromismo del pitoniso. Por lo mismo, no sólo sirven para explicar lo que sucederá en los últimos días, sino que son capaces además de teorizar sobre el tiempo presente. De hecho, el profeta observa la situación actual de la sociedad, y desde ahí le avisa qué le sucederá proximamente. Hace, en resumidas cuentas, eso que en algunos círculos llaman proyección, y que en este caso, guarda muchas similitudes con el método científico. Así han obrado todos los profetas y los de la Biblia no han sido una excepción; por el contrario, resultan ser bastante más terrenales de lo que se espera o imagina.

¿ Por qué todos estos mensajes se nos aparecen como adivinaciones catastrofistas? Porque la mayoría de los profetas que conocemos -puesto que aparecen recopilados en libros bíblicos que llevan su nombre- vivieron y escribieron en una época en que existía una fuerte desigualdad social, coronada con la hipocresía pietista y el constante abuso del poderoso hacia el débil, fenómenos que caracterizaron a Israel en los últimos ocho siglos antes de Cristo, y que se agudizaron dramáticamente en la época de Jesús. Además, en el periodo vetestamentario, se vivía algo que hoy denominaríamos estabilidad y prosperidad macroeconómica, donde las arcas del país crecían a ritmo exponencial, aunque esto sólo beneficiaba a los ricos y la clase gobernante, pues el pueblo raso se empobrecía cada vez más. Esto provocó un relajo entre las capas altas de la sociedad, que se sentían poderosos e importantes ante sus vecinos. Olvidaban que Israel era un país pequeño, inmerso en una zona de conflicto permanente, rodeado por imperios ambiciosos a quienes les aumentaba el apetito al ver a un territorio vulnerable enrquecerse con relativa facilidad. Los profetas estaban ahí para advertir y señalar lo que Dios había dejado en claro desde los tiempos de Moisés: los dejaré solos si descuidan, a ver si se las pueden arreglar solitos como creen. Y las consecuencias de una distensión en el mundo antiguo se pagaban: con la invasión y el consiguiente sometimiento a un pueblo más poderoso, lo cual efectivamente ocurrió.

Es ahí cuando los autores acuñaron la frase "dolores de parto" que tantos quebraderos de cabeza ha ocasionado entre agnósticos e incrédulos. Aquella expresión alude al momento en que los fieles se dan cuenta que la han jodido, después, claro, de recibir uno que otro golpe, que son menos un azote de Dios que el resultado de las propias torpezas. Vendrá, o podrá venir, un sufrimiento muy grande; pero tras él nacerá una nueva etapa, fortalecida tras el aprendizaje de la lección. Es el tomar conciencia del pecado; mejor, de que se ha cometido un error inconmesurable que es el antecedente que uno lo tiene hundido en el pozo. Todo lo contrario del que aguarda con inercia temblorosa un esperado pero a la vez impredecible fin del mundo, como si fuera un batallón de tártaros en el desierto. Aquí se solicita que se haga lo correcto, y si se cayó al hoyo, se entregan las instrucciones para salir y enmendar el rumbo.

lunes, 18 de mayo de 2009

Un Cerdo en el Templo de Salomón

Una hábil maniobra ha llevado a cabo por estos días Joseph Ratzinger, al visitar la apodada - más que nada por el mismo papado-Tierra Santa. Lo digo así, porque se dio un lujo que no se le permite a cualquiera: predicar tanto en Israel como en la autonomía de Palestina, esto además, en un momento en que el conflicto entre ambos pueblos parece no llegar a una solución, al menos en el corto plazo. Por supuesto, católicos de todo el mundo se entusiasmaron al ver a su principal peregrino deambular sin tener que identificarse tanto por Jersualén del oeste como del este, con paradas obligadas en el Muro de Los Lamentos y en la Explanada de las Mezquitas. Lugares ambos, sitos sobre el emplazamiento del antiguo Templo de Salomón.

Ya quedó aclarado, en un artículo anterior, que la iglesia católica es, si no la, al menos una de las instituciones más antisemitas del planeta, entendido ese término como el odio irrefrenable e irracional hacia los judíos. Sólo cabe agregar que, por más esfuerzos que haga este papa -en su juventud miembro de las juventudes hitlerianas- y los sucesores por blanquear la imagen del romanismo, en este aspecto y en otros, no eliminarán empero las úlceras tenebrosas que se alojan en su estructura. Simplemente, porque ellas forman parte de su razón de ser y su ausencia derribaría el edificio como ocurrió con las Torres Gemelas. Lo que ahora debe causarnos preocupación es la posición favorable que Ratzinger ha tomado por el pueblo palestino. No porque crea que constituyen una horda de terroristas con turbante. De hecho, y es algo que admiten hasta los detractores de tal idea, la paz en esa región pasa necesariamente por la fundación de un Estado palestino, con plena soberanía sobre su territorio, con las fronteras delimitadas en base a los tratados internacionales históricos, y sin un aislamiento provocado por una muralla de seguridad. La cuestión grave, aquí, es que el adalid de dicha causa, completa e indudablemente justa, sea el máximo representante de la organización más infame con la etnia herbrea.

Cabe preguntarse, a la luz de tales acontecimientos, si estos personajes son los que incentivan, con su actitud, a quienes se muestran dispuestos a negar el llamado Holocausto o a entregarle un grado de veracidad a los progromos, con aberrantes actualizaciones a la época actual. No digo que lo provoquen conscientemente. Pero se trata de organismos como la iglesia católica, que, merced a sus virtudes y a sus defectos, querámoslo o no, tienen una marcada influencia en la opinión pública. Por lo cual, no resulta descabellado inferir que la combinación Ratzinger más conducta ancestral del catolicismo, más reportajes del genocidio palestino que de tarde en tarde nos proporcionan los cables internacionales -notas periodísticas que están muy suavizadas, por lo demás-, impulse a un buen puñado de desinformados que tampoco presentan interés en aumentar sus conocimientos, a idealizar olvidadas campañas de exterminio racial, que provienen de mucho más atrás que los nazis.

En el Oriente Medio, hace un buen rato que se dejó de lado a los intelectuales y a los expertos neutrales y objetivos. Hoy la voz y la acción sólo la llevan los fanáticos religiosos, tanto musulmanes como sionistas. Y sobre ellos, ahora se para el representante de una congregación mucho más poderosa, que al igual que en épocas de las cruzadas, pone sus pies sobre las cabezas de estos dos perros chicos y los aplasta. Que el papa haga turismo en una región donde nadie más cuenta con ese privilegio, es una garantía de solución similar a la que ofrecen los extremistas suicidas o los tanques del ejército israelí. Su único aporte será aumentar el odio, aunque no lo quiera, porque acarrea a sus espaldas un peso indeseable, pero inevitablemente presente, que ocasiona achaques en quien lo transporta, y regocijo entre quienes buscan montarse arriba del bulto con sus propias conclusiones. No será larga la espera antes que presenciamos otra incursión demoledora en las dependncias de la Autonomía, o que algún palestino pobre y azuzado por líderes espirituales irresponsables se despedace llevándose consigo unos cuantos judíos al infierno. Pero para entonces, la excursión de Ratzinger no será más que un recuerdo, y muchos la citarán con la manida frase de que " parece que esos dos pueblos no aprovecharon la visita del vicario de Cristo".

miércoles, 13 de mayo de 2009

Ángeles y Demonios en Hollywood

Luego de obtener suculentas ganancias con "El Código da Vinci", el trío conformado por Ron Howard, Tom Hanks y Dan Brown vuelve a adaptar al cine una novela de este último: se trata de "Ángeles y Demonios" que en formato de libro, a su vez, ya ha sido un éxito de ventas. No es para menos, tratándose de un escritor absolutamente comercial, inmerso en ese círculo que los norteamericanos llaman "best-seller", que corre por un carril distinto a la calidad literaria. A fuerza de golpes de efecto, conspiraciones de organismos multinacionales -aunque nunca empresas- y una prosa que sólo busca entretener, Brown ha recibido la indiferencia de los críticos, pero a la vez, las ansias de consumo del lector medio, que en términos de marqueteo, y ciñéndose a la idiosincrasia de los estadounidenses, es un equivalente del espectador medio en el cine.

Ambas obras, además, han sido duramente vilipendiadas por la iglesia católica. Este hecho, lejos de perjudicar su distribución, la ha aumentado, como en todas aquellas cosas que adquieren un morbo adicional luego que el papismo mete su nariz ( fenómeno, en todo caso, pronosticado y deseado por los mismos creadores). Sin embargo, a estas consideraciones se puede adherir un hecho más circunstancial, aunque no por ello sólo inherente al caso aquí tratado. Estamos ante una superproducción de Hollywood, extraída además, de la novela de un autor ampliamente aceptado en eso que se conoce como "establishment", aunque sea únicamente en su variante comercial. Dicho libro ha sido leído por personas de todas las edades y grupos sociales, universalidad que también pretende abarcar el filme. La herramienta más eficaz para conseguirlo, porque otrosí se condice con el estilo del relato literario, es mediante la pura diversión, insípida si la analizamos en términos intelectuales, pero que por lo mismo no queda mal con nadie y hace reír a todos. Excepto a los curas, claro. Pero resumiendo: la distracción es el mejor método para llegar a eso que en la calificación cinematográfica se conoce como "todo espectador". Y si hay una minoría que no se siente atraída, lo más probable es que se trate de sujetos que están alejados de algún modo del mundillo de las salas de cine, como los mismos sacerdotes católicos, que viven enclaustrados, obligados por sus votos de pobreza, obediencia y castidad. A eso, hay que agregarle que se lucha contra una superproducción cinematográfica, que tienen dos armas muy poderosas: el poder económico y la capacidad de negociación.

Ahora, si abordamos la cuestión desde un punto de vista más reflexivo, nos encontramos con una historia simple, ramplona si se quiere, que no ofrece los cuestionamientos de una, por ejemplo, "La Última Tentación de Cristo", que sufrió la censura en varios países del mundo y que también está basada en una novela, aunque de un autor bastante más valorable. Un tipo de oquedad que es necesario para que se den las características anteriormente descritas, que a su vez son indispensables en estas películas salidas de una fábrica de salchichas. Eso es algo que conocen los productores de Hollywood, y por ello nos invitan a participar del juego. El problema son aquellos espectadores con poco conocimiento de la Biblia, la teología o la historia del cristianismo, o incluso, de la historia de las religiones, que enfrentan una realización convincente que pueden llegar a asimilar como verdad absoluta. En efecto, muchos van a percibir lo visto en la sala de cine como cierto, algo a lo cual también apunta la inquietud del catolicismo. Sin embargo, cuando se ataca a una institución con sucesos inventados, el resultado final es muchas veces adverso a la primera intención. Probablemente, la iglesia romana, luego que la fiebre por comprar un boleto y ser testigos del más reciente éxito de taquilla pase, y ante el despeje de la niebla, tenga un nuevo pretexto contra quienes objetan su accionar, ante lo cual estaremos un buen tiempo sin capacidad de reacción. Fuera de que muchos emplearán argumentos extraídos del filme, con lo cual empobrecerán el debate, el que al final se tornará igualmente huero y perderá todo interés.

Por lo mismo, mi mensaje para aquellos lectores que tienen poco o nulo conocimiento acerca de los vericuetos de la teología crisitiana, les encarezco ante todo que no miren esta película en serio. Y a los que sí los tienen, que no despotriquen a priori contra ella; muy por el contrario, vayan a verla, y compárenla con la verdad revelada y los acontecimientos históricos, y descubren los errores en que en ambos campos incurre. Le podrán enseñar mejor a los espectadores desorientados, y tendrán más opciones de obtener una conversión

domingo, 3 de mayo de 2009

Desde los Extramuros de Roma

No falta quien asegura que después del concilio Vaticano II, la iglesia católica sepultó para siempre, al menos en el marco de la discusión teológica, conceptos e instituciones como la inquisición, la excomunión o la condena a los herejes. Que comprende a aquellos que viven fuera de su paraguas, propiciando el diálogo interreligioso. Efectivamente, durante las últimas décadas Roma asumió su condición de anciana debilitada y empezó a llevar adelante una revisión de sus hechos pasados. Lo que en la práctica se tradujo en una suavización de su discurso avasallador e intransigente, poniéndose, al menos en apariencia, incluso por delante de los demás credos cristianos en temas como el consenso, la tolerancia y el debate amistoso con el prójimo. Aunque, es preciso insistir, siempre en el ámbito puramente teológico.

Sin embargo, tal cambio de disposición no es gratuito, y luego, tampoco es real. Y una muestra clara de ello es la posibilidad, para el catolicismo, de que alguien que no reconoce su magisterio pueda ser considerado redimido. Hasta antes del susodicho concilio, regía un cláusula, de carácter negativo y enunciada en latín que rezaba "extra ecclesiam nula sallus", traducido "fuera de la iglesia no hay salvación", con la cual todo quedaba resuelto y no cabía espacio para las preguntas. Al terminar aquella reunión, empero, el papado, en uno de sus tantos intentos por presentar un rostro amigable, cambió esta sentencia por una de sentido positivo, bastante más ambigua y sutil, que expresa: "la iglesia (católica) es signo y sacramento de salvación". Para alguien ingenuo o demasiado optimista -de la estirpe que sólo se puede dar dentro del romanismo-, esto significa, si bien no la reconciliación definitiva, cuando menos un paso adelante. El resto no se siente atraído por una frase rebuscada hasta el hartazgo; por lo demás, para entenderla es necesario averiguar qué significan las palabras signo y sacramento en el marco de la teología católica, lo que significa acudir a una biblioteca especializada, que escasean en el mundo, y leer un libro para el que no se está preparado: y aún superando esas dificultades, es necesario descubrir por qué tales vocablos están acuñados junto a "salvación", sin salirse de los márgenes establecidos por el magisterio eclesiástico, además extensos de detallar y estudiar.

Entonces, el ciudadano pedestre se queda con la primera impresión, justamente la que pretende el romanismo, lo cual convierte a la declaración de marras en un mero eslogan comercial, aunque convenza a sus destinatarios por abulia. Pero al escudriñarlo tan sólo un poco, uno comprende que la verdadera intención se halla muy lejos de lo que se cree, o se quiere creer, a simple vista. Porque el cambio es sólo cosmético, ya que se trata de voltear una clave negativa para transformarla en positiva. Al final, el catolicismo insiste en que la exclusiva manera de obtener la salvación, es a través de su estructura. En la práctica, dicen, ahora basta con reconocer que Roma es la auténtica portadora del mensaje cristiano, y quienes participan en una comunidad independiente, pueden ingresar a él aún permaneciendo en su núcleo congregacional. En conclusión, para conseguir el boleto al cielo se precisa en el peor de los casos, instalar una tienda en los extramuros de la ciudad de las catacumbas. Supongo que a los obispos no les importará que los improvisados acampantes sufran producto de la lluvia o el frío: es el castigo por haber abrazado una doctrina desviada y ellos, aún siendo pecadores, los acogen con el más absoluto amor, aunque su desprendimiento sólo alcance para un pedazo de tierra a orillas de una carretera secundaria.

Tal resolución permite matar varios pájaros de un tiro. Por una parte, permite a quienes siguen una religión no cristiana, aunque sea anticristiana, e incluso a los agnósticos, llegar al paraíso sin siquiera saber de qué se trata. Por otra, en ojos de la opinión pública, le pasa el bastón de la intolerancia a las confesiones evangélicas y ortodoxas, que si reclaman, quedan como movimientos anacrónicos incapaces de aceptar una instancia de diálogo, que los curas abren con una buena disposición. Una nueva forma de presentar la amenaza de la hoguera, esta vez con el fantasma de la condena por parte de la sociedad liberal encima. Como un viejo acaudalado que, feliz por su vida, les cuenta historias a sus nietos mientras los acaricia cariñosamente. Pero que fue un déspota con sus hijos y los empleados y colaboradores que tenía a su cargo