lunes, 25 de junio de 2012

El Día de los Pedófilos

¿Qué lleva a un puñado de indeseables a proclamar un "día del orgullo pedófilo" y a convocar a marchas apoyando el particular a través del mundo, equiparando sus abyectas predilecciones con los esfuerzos efectuados durante el último tiempo por los homosexuales o colectivos afines, con el propósito de generar conciencia en la opinión pública sobre su precaria situación, y a su vez acabar al fin con el injusto rechazo social que desde siempre se ha traducido en agresiones? Bueno: antes que nada, que sus perversiones sean igualmente reconocidas y así poder darles rienda suelta sin que los espectadores reparen en el daño que esta réproba conducta puede ocasionar en los niños afectados, el que además se suele extender hacia la misma comunidad.

Por supuesto, ya que se encuentra en la propia morfología de su nombre, que este engendro pretende emular al "día del orgullo gay". Pero de paso, sus mentores y promotores están intentando colgarse de las "marchas por la diversidad", que se organizan en diferentes lugares del mundo con la finalidad de exigir el respeto hacia aquellas opciones de vida que, independiente de las convicciones políticas, religiosas o económicas que uno sostenga, son aceptables desde el punto de vista del derecho universal ya que no implican agresión contra otras personas. Incluso en Chile, una de esas manifestaciones públicas se desarrolló justo veinticuatro horas antes de la festividad pedófila (lo anoto como simple anécdota, pues ignoro si existió alguna intención de coincidir ambas fechas). El argumento que los abusadores de niños exponen, de por sí, ya es perverso. Insisten en el hecho de que los homosexuales fueron considerados, en varias partes del orbe, hasta hace muy poco, como un peligro social a causa de su tendencia sexual, siendo calificados con epítetos tales como aberración, desviación burguesa o crimen imperdonable, etiquetas que en la práctica estimulaban su exterminio, fuese mediante el linchamiento informal o la persecución policial. Más aún: hoy mismo existen muchos países donde aún son catalogados de lo peor y enviados al cadalso cuando no ejecutados. Los violadores de infantes toman estos antecedentes para aseverar que un idéntico prejuicio social ahora se cierne sobre ellos, siendo vapuleados casi con el mismo tono y lenguaje. Y si un alto número de culturas han notado que los afeminados no eran los malvados ogros que se suponía, llegando al extremo de promulgar leyes que los protegen de los insultos y la discriminación, ¿por qué a nosotros se nos castiga de modo tan desproporcionado, midiendo dos inclinaciones afectivas con varas diferentes?

Un factor que aumenta el grado de perversidad de este argumento es el modo en como puede ser volteado por grupos más reaccionarios o represivos quienes sólo desean que el trato a los homosexuales se mantenga en la línea que ha seguido durante los quince últimos siglos. Ellos tienen, a su vez, la posibilidad de confirmar sus temores afirmando que la tolerancia hacia la tendencia gay y todos los fenómenos que ello arrastra -unión conyugal o civil entre personas de mismo género, leyes anti discriminación, sanción contra los denominados "discursos de odio"- deja la puerta abierta para que conductas aún más aberrantes encuentran cabida en la comunidad, existiendo quienes reclamen su legitimidad con tal vehemencia que finalmente acaben siendo tomadas igualmente como un "necesario respeto por la diversidad". Da la impresión que los pedófilos no sólo están conscientes de dicha controversia, sino que además la incentivan con denodado entusiasmo. Pues analicemos: las violaciones de niños y en general toda clase de agresiones de orden genital son características de sociedades restrictivas en el ámbito moral, donde estos crímenes se constituyen en una válvula de escape. Pero luego, tales lugares -ambos elementos casi siempre están relacionados- suelen ser muy injustos en el asunto de la justicia social. Entonces, la violencia sexual -en realidad el sexo mismo- se erige como una demostración de poder y como un ejercicio útil para colocar en su correspondiente ubicación a patrones y peones, hombres y mujeres, ricos y pobres. Esa simbiosis se da en el caso de los curas abusadores de infantes. Y respecto de la pedofilia, no olvidemos que al menos los incestos son comunes en los sitios donde la autoridad del padre es absoluta y los niños o menores de edad en general no valían nada, excepto como mecanismo para aumentar el prestigio público de sus progenitores.


¿Que en Holanda, país famoso por su respeto a la diversidad, donde los homosexuales se casan y pueden formar parte del ejército, las rameras se exhiben en vitrinas comerciales reguladas por los organismos públicos y los dueños de cafés venden marihuana en sus locales, hoy los pedófilos alegan su propia tajada de tolerancia y han constituido un sólido partido político? La verdad es que eso es relativo. Los colectivos gay están repletos de caballeros con esmoquin y corbata, y los más amanerados tienen escasas posibilidades de ingresar (los travestis, de hecho, son bastante mal mirados).  La prostitución callejera es ilegal y duramente perseguida, toda vez que los famosos apartamentos sólo son asequibles, por sus costos de arriendo, para mujeres con buena cantidad de recursos económicos, la mayoría neerlandesas de familias reconocidas. Y los restaurantes y reposterías poseen limitaciones para operar durante la noche, siendo algunos obligados a cerrar incluso antes de la medianoche, fuera de que la venta de alcohol está acotada por ley. A eso cabe agregar que en Países Bajos existe un cinturón bíblico de hierro que deja a su par norteamericano reducido a un juramento de niños exploradores. Todas sus supuestas libertades individuales se encuentran encerradas dentro de un marco bastante estricto cuyo propósito es tomar control de esas permisividades y evitar precisamente que se conviertan en una suerte de símbolos. Y en una de esas, capaz que los violadores de niños obtengan beneficios al amparo de un protocolo que hará parecer las cuestiones como conductas absolutamente normales. Aunque, al contrario de lo que sucede con la homosexualidad, el sexo no marital o incluso la poligamia, quede demostrado que esta auténtica aberración sí le provoca daño a un determinado grupo de personas, motivo jurídico, ético, social y filosófico que recomienda su proscripción.

lunes, 18 de junio de 2012

Zombis Contra el Imperio

Frente a bochornos como el sucedido hace aproximadamente quince días, cuando la oficina de Higiene del Ministerio de Salud de Estados Unidos se vio obligada a emitir un comunicado en el cual daba por descartada la posibilidad de una epidemia que transformara a las personas en zombis, esto con el propósito de frenar una incipiente histeria colectiva que se estaba generando entre los norteamericanos a raíz de dos casos de canibalismo descubiertos en el país, donde ya algunos habían empezado a comprar armas y a tapiar puertas y ventanas: uno puede reaccionar de dos maneras. La primera y la más común, es dibujar una sonrisa en el rostro, y si se es ingenioso, inventar un chiste sobre el particular ojalá en tono de humor negro. La segunda es reflexionar acerca de las causas que provocan un fenómeno de tal envergadura, actitud que es algo más difícil de sostener y que además demanda un buen lapso de tiempo, pero que a la postre puede resultar bastante provechosa, al punto de ser capaz de permitir la redacción de un artículo de cuatro párrafos.

Cuando acaecen estos percances en el gigante del norte, uno tiende a repetir que "a estos gringos los tienen jodidos sus gobiernos y su política belicista". Es un factor a considerar, en especial si se exploran los innumerables casos de veteranos estadounidenses quienes, tras participar en una de las tantas guerras a las que con frecuencia las autoridades de ese país envían a sus ciudadanos, una vez cumplido su servicio no consiguen insertarse en la sociedad y acaban involucrados en delitos importantes. Por otra parte, en un hecho de connotaciones distintas pero que no deja de estar ligado de forma íntima con lo anterior, también se debe agregar esa devoción que sienten los norteamericanos al derecho de portar armas, que los impulsa a venderlas, prácticamente sin restricciones, hasta en supermercados y en almacenes de barrio. Una característica que les permite, al menos en las películas, aparecer como los únicos capacitados para contener un eventual ataque de zombis, pues a diferencia de los vampiros, que pueden ser eliminados clavándoles un pedazo de madera mientras duermen, a estos indeseables es preciso pegarles un certero balazo en la cabeza, sin contemplaciones morales o sociales de ninguna especie.


Sin embargo, es evidente que tras este bochorno es posible encontrar varias y multiformes causas más. Primero, está la ignorancia que los propios norteamericanos muestran acerca de estos temas. Para comenzar respecto a la mitología de los zombis, surgida en el vudú, religión animista de origen africano que llegó a América a través de los esclavos negros traídos a Haití. Todo lo que conocen acerca del asunto lo han aprendido de los filmes que se producen en su propio territorio, y dentro de ellos, en especial los que se han estrenado a partir de este siglo, cuando se produjo una explosión de interés por estos seres alentada por la volatilidad económica, los buenos aciertos de determinados realizadores y la serie de interpretaciones antojadizas y banales respecto del fin del mundo. Aquí se cruza otro aspecto, de carácter más social: el sistema educacional que rige a los gringos, sumamente desigual y comercial, lo que como siempre ocurre por lo demás, se traduce en una aberrante baja calidad de la enseñanza pública destinada a los sectores medios y pobres, que hace que los propios beneficiarios no la tomen en serio. Los estadounidenses reciben más información de los elementos de la cultura pop -televisión, cómic, radios, internet- que de las mismas aulas, llegando en los sectores más vulnerables virtualmente a instruirse con aquéllos. 


Finalmente, no se puede dejar a un lado la visión mesiánica que los propios norteamericanos tienen acerca de su papel en el mundo, conducta impulsada tanto por sus líderes políticos como eclesiásticos. El denodado afán de hacer el bien, incluso recurriendo a las invasiones de Estados soberanos, acarrea enemigos que tarde o temprano buscarán cobrar venganza. No las masas de atacantes, en cualquier caso -al fin y al cabo todos los hombres son criaturas divinas-, sino ciertos enviados del maligno que los han envenenado con un discurso de odio. En tal sentido los zombis son una caricatura sobre cómo los estadounidenses consideran a culturas, ideologías, etnias o movimientos religiosos de quienes desconocen su dinámica llegando determinadas características a parecerles chocantes por una cuestión de formación. En la época de la Guerra Fría, dichos seres podían ser considerados una encarnación del comunismo, que según la propaganda yanqui aplastaba la libertad individual en una dictadura diseñada para beneficio del dictador de turno. Y tras los ataques terroristas de 2001, se los puede comparar con los fieles del islam, un credo impulsor de un fanatismo alienante en un mundo que cada vez tiende más a la democracia y a la secularización. En diversas etapas, cada uno de esos paradigmas trató de destruir al generoso pueblo gringo, siendo frenados a base de armas de fuego.

domingo, 10 de junio de 2012

Democracia de Apóstatas

Nunca faltan aquellos que denuncian la supuesta apostasía de Barack Obama. Y menos ahora, que el presidente norteamericano anunció que de ganar la reelección de noviembre próximo, se la jugará porque el matrimonio homosexual sea legal en todo su país. Una inclinación que, de cualquier manera, en especial tratándose de Estados Unidos, donde muchas personas tienen una sensibilidad bastante peculiar hacia estos temas, lo más probable es que haya sido emitida después de un análisis muy exhaustivo de los asesores de turno, que además debió haber incluido un riguroso cálculo político de por medio, con el propósito de volver a encantar a las masas de ciudadanos progresistas que le otorgaron la victoria en 2008, pero sin dejar de menospreciar el poder de convocatoria y las influencias económicas y sociales de los grupos más conservadores.

Es precisamente aquella determinación la que ha impulsado a varios líderes eclesiásticos a lanzar sus más incendiarios epítetos en contra de Obama. Y entre ellos, por cierto que el término apóstata, un grave insulto dentro de la cultura evangélica norteamericana, se repite de manera insistente, expeliendo junto a él abundantes dosis de ira. A tal extremo ha llegado la indignación, que dichos dirigentes han llamado a los fieles bajo su cargo a darle la espalda al actual inquilino de la Casa Blanca en los próximos comicios, a pesar de mantener una filiación comprobada y comprobable en una congregación reformada, y preferir la oferta de la otra vereda, cuyo cupo es disputado entre un mormón y un católico. Atrás quedaron, al menos por el momento, los virulentos discursos que esos mismos líderes, con similares muestras de aversión, proferían en contra de esas opciones religiosas, junto con las respuestas no menos violentas y descalificadoras que recibían a cambio. Ahora, por un asunto de conveniencia, es menester estrecharse la mano y recordar siquiera por unos cuantos meses, algunas palabras recomendaciones dadas por Jesús en el sermón del monte.

Por contraste, estos líderes suelen contraponer al ejemplo de Obama, a una mujer que consideran poco menos que una heroína tanto en el campo político como en el de la moral tradicional. Se trata de la canciller alemana Angela Merkel, hija de un pastor luterano junto al que luchó contra el comunismo en la extinta RDA, y quien ahora estaría intentando sacar a flote a toda Europa y de paso al mundo de la crisis financiera internacional, a punta de medidas de austeridad, ajustes insufribles y la imposición de gobiernos tecnócratas y títeres a lo largo del Viejo Continente. No importa si tales medidas están generando un peligroso empeoramiento de la situación general, al reducir las fuentes de empleo y frenar el crecimiento, con el consiguiente aumento de la pobreza. Mientras los grandes medios de comunicación, controlados en su mayoría por consorcios cuyas cabezas visibles aseguran respetar los llamados valores cristianos ancestrales, insistan en que las cosas van por buen camino, revelación divina es. Entremedio se hace la vista gorda a diversos hechos que por sí solos pueden poner en duda la condición de la ungida. Por mor, que pese a ser evangélica, milita en un partido político de raigambre católica, el cual le abrió la puerta después de que accedió a entregar concesiones y a aceptar varias condiciones. Que además se ha dado apretones de manos con "la bestia": el papa Ratzinger, a quien, por tratarse de un connacional, y en determinada medida impulsada por esa diplomacia forzosa que los gobernantes aplican en forma parcial y con criterios dispares, le ha tolerado, incluso aplaudido, todas sus diatribas propias de la intolerancia religiosa que caracteriza al romanismo, entre las que se cuentan tratar de sectas a algunas congregaciones reformadas -con la mente especialmente puesta en las comunidades norteamericanas- y aseverar que quien abrace una fe distinta al papismo se va al infierno sin hacer escala en el purgatorio.

No sé qué será peor desde el punto de vista de la ética humana, si ceder ante los homosexuales o los inquisidores. Pero en el Nuevo Testamento queda claro que todos los pecados valen exactamente lo mismo ante los ojos de Dios y que si una persona lleva cualquier mácula en su alma, por minúscula que sea, es suficiente para caer en la condenación eterna. Otra cosa son las reparaciones, esenciales para limpiarse de las acciones que el derecho terrenal considera más graves. Sin embargo, aquí Obama y Merkel claramente se encuentran a idéntica altura y no obstante son medidos con distinta vara. Y atención, que la apostasía de la canciller alemana proviene de una raigambre más pronunciada, ya que pertenece a aquellas congregaciones europeas que en el último tiempo han tendido a aceptar pensamientos más "liberales" al interior de sus templos, siguiendo una tendencia que en Estados Unidos consideran que es un signo de la falta de compromiso para con los asuntos del Creador. ¿Qué marca la diferencia? ¿Que uno es progresista y la otra conservadora? Pues entonces estamos empleando un criterio más cercano a la ideología política, absolutamente ajeno al concepto de los valores cristianos. Lo que por cierto también puede ser considerado apostasía.

domingo, 3 de junio de 2012

Las Llamas Que Nos Esperan

Los evangélicos nos iremos directo al infierno. Así ha sido afirmado en las más recientes declaraciones papales.  Simplemente no representamos la verdadera doctrina. Somos herejes, y en los casos más extremos -que constituyen la mayoría, faltaba más- peligrosas sectas. Y por eso vamos a arder en el fuego de Dante inmediatamente después de muertos y sin paradas. De hecho, nuestros pecados son tan graves, que los obispos nos han advertido de sus consecuencias al mismo tiempo que se han destapado importantes escándalos precisamente en el seno de la iglesia católica y el Vaticano: los que ya no se reducen a abusos de niños, sino que además ahora se está hablando de una monumental estafa financiera que involucra a altos prelados junto con prósperos empresarios.

La primera pregunta que sale a colación tras la emisión de estas sentencias tan lapidarias es: ¿y qué sucede con el dogma del Purgatorio? Se supone que todos, católicos o no, paramos allí hasta que acontezcan tanto la Parusía como la resurrección. Las únicas excepciones son las excomuniones, en concreto sólo una porción de ellas: las que afectan a los sujetos que han impedido la difusión del mensaje de salvación -entendiendo como tal el defendido por el romanismo- usando recursos violentos, como la agresión o directamente el asesinato de misioneros o sacerdotes. Pero incluso en esas situaciones, se tiene que esperar una declaración oficial -léase pontificia- que señale y aluda al individuo en cuestión para que el conjunto de los feligreses, incluyendo el mismo papa, lo imagine ardiendo en las brasas de Lucifer. Más aún: si se condenara de manera pareja a todos los incrédulos la misma idea del Purgatorio no tendría sentido, pues ha sido elaborada con la finalidad de impedir que se propague la creencia en la inmortalidad del alma, que los curas consideran falsa a todo evento pues retrotrae al dualismo platónico fuera de disminuir la fuerza y la importancia de la ya también mencionada resurrección. Aparte de que jamás se ha escuchado emitir siquiera una queja al respecto contra reconocidos personajes, varios de ellos autoridades políticas, que en determinados pasajes de la historia, también en el siglo veinte, ordenaron genocidios y crímenes masivos contra laicos y consagrados de tendencia papista.

Por supuesto, ningún evangélico, al menos en las centurias recientes, ha allanado el terreno para el acaecimiento de dichas masacres. Al revés, muchos reformados las han intentado evitar, como lo prueba la incontable cantidad de testimonios que, por ejemplo, datan de la Segunda Guerra Mundial y de la Alemania nazi, régimen con el cual hasta el propio Vaticano colaboró de manera informal. Sin embargo, tal parece que para la iglesia católica es más grave la herejía que cualquier otra cosa. De acuerdo: el principal pecado es dejar de amar a Dios y la apostasía es una muestra concreta de esa actitud, por mucho que el interesado diga que alaba al Señor a su modo. Pero, ¿no que es tan inaceptable como la heterodoxia, el aborrecer al prójimo, aunque sea el más enconado de los enemigos? Todavía más: aquella es justamente una motivación que alienta la existencia del dogma del Purgatorio. La institución romana es tan acogedora -siguiendo los preceptos de Jesús- que acepta a los impíos incluso tras haber fallecido, dándoles la opción de que reciban la buena noticia hasta en esa condición. Es una justificación bastante hermosa cuando se formula, hay que admitirlo; en especial cuando los papistas se la refriegan en la cara a los hermanos, cuya rigidez los impulsa a olvidar lo que acontece con quienes han fenecido antes que la palabra llegase a sus territorios.

Cuando comento estos temas, varios me han insistido que la doctrina católica al menos en muchos aspectos depende del estado de ánimo del papa de turno, el cual suele estar suscitado a las coyunturas políticas, sociales y económicas de la organización que dirige; y que de modo irremediable lo afectan principalmente a él, en cuanto cabeza de una institución estructurada bajo los cánones de la más absoluta verticalidad. De esta forma, un pontífice puede borrar con el codo lo que todos sus antecesores han recalcado con denodada insistencia. El mismo Ratzinger que condena a los evangélicos hace un tiempo atrás dio particulares muestras de este proceder interesado y ambiguo, cuando eliminó el dogma del limbo, absurdo por donde se le mire -incluso desde el punto de vista de aquellos tratados católicos que prescriben con mayor fuerza el bautismo infantil- pero que ya iba a cumplir el milenio de vigencia. Y con la infalibilidad impuesta tras el concilio Vaticano I, el asunto es bastante peor (no vengan con eso de que se trata de una característica propia de todo el cuerpo eclesiástico antes que de una persona, que aquí la mollera es la única con la facultad de tomar decisiones). Al final, sólo se puede sacar en concreto que los únicos que merecen llegar al cielo son quienes no se allegan a una persona o estructura, sino que deciden tomar su cruz a título individual e ir tras Jesús sin pensar en las consecuencias. O sea, los cristianos sin adjetivo. Que a la postre son los cristianos de verdad.