domingo, 7 de noviembre de 2010

Los Peripatéticos de Karadima

Al parecer, la intención de Fernando Karadima, el enésimo sacerdote hallado culpable de abusos sexuales y desfalcos monetarios a partes iguales, era conformar un reducido, selecto y hermético grupo de discípulos con el fin de tener ascendencia y dejar un legado, al menos en un puñado de personas. En consecuencia, decirle a las generaciones venideras que él existió y las pruebas de ello están aquí, en esta pléyade de seguidores que les ofrezco y que mantendrán vivo mi recuerdo. Una forma algo heterodoxa de dejar descendencia, apta para un cura, que no puede casarse ni engendrar hijos. Pero cuyos inicios pueden rastrearse ya en el pasado más remoto, ya que se trata del primer intento del hombre por establecer una educación formal. De hecho, gracias a esta práctica nació la filosofía, y se estableció un punto de partida para las ciencias y las artes, tanto en oriente como en occidente. Incluso, el mismo Jesús la empleó en la designación de sus apóstoles, que a su vez se valieron de ella, tras la resurrección del Señor, para cumplir el mandato de "ir por todo el mundo y predicar el evangelio a toda criatura.

Es un procedimiento que no tiene nada de malo ni mucho menos de perverso. Sino todo lo contrario: es la manera más eficaz de crear varones y mujeres particularmente preparados, capaces de resolver tareas muy específicas que se dan de modo esporádico y puntual, y que tampoco suelen ser comprendidas por el común de la gente. De hecho, sin el discipulado la expansión del cristianismo hubiese sido imposible. El problema es que, como toda herramienta que luce perfecta y radiante mientras se mantiene en el ámbito de la teoría, puede tornarse oscura y siniestra si cae en las manos equivocadas. Así, nos solemos encontrar con sujetos que emplean su alto poder de convencimiento, no para enseñar, sino para obtener beneficio propio a costa de seres más débiles. O que bien, intentan subsanar una serie de carencias vitales construyendo en torno a su figura un pequeño universo, cerrado e insignificante; pero dentro del cual son emperadores y bajo sus pies sólo observan autómatas que les obedecen ciegamente. Lo cual termina arrastrándolos junto a sus víctimas hacia las alcantarillas del sectarismo, donde un líder consigue gobernar las conciencias de sus seguidores con tal nivel de despotismo, que puede quebrantar su dignidad más esencial, cometiendo una serie imparable, sistemática y sistematizada de ultrajes intelectuales, espirituales y físicos. Tales desviaciones y versiones anómalas o apócrifas de la labor del maestro, pueden ser una tentación aún más fuerte en la actualidad, cuando este sistema de enseñanza ha sido relegado a un segundo plano en favor de los sistemas de escolaridad, transformándose en una serie de rara avis exótica y por ende curiosa. Fuera de que la poca atención que por causas obvias se le da hoy a esta forma de inculcar conocimientos, le da un aura de secretismo que abre paso a la opción muy rentable de ocultar aberraciones.

Y esto fue lo que sucedió con Karadima, un falso maestro en el sentido que Juan y Judas emplean el vocablo "charlatán". Quizá no era su intención original, aunque por los antecedentes entregados lo más seguro es que sí. Tal vez se creyó un cuento elaborado por él mismo, que al final se transformó en un callejón sin salida. En una de ésas, se sentía tan solo y rechazado (porque era un inútil, porque era un cura, porque no servía para los negocios familiares o para un trabajo más "convencional"), que este modo de actual se volvió una válvula de escape a sus ansias de conquistar fama y fortuna. Pero lo que no se puede dejar pasar son los resultados repugnantes que este ejercicio arrojó, y que deben ser sancionados de manera adecuada y ejemplar a la vez, sobre la persona que los cometió e hizo sufrir a quienes depositaron toda su confianza en una supuesta sabiduría. Pues este sacerdote siempre estuvo consciente de sus fechorías, y sus procedimientos aclaran que en todo instante buscó los propósitos abyectos que se le han descubierto recientemente. Y no se trata de salvaguardar el prestigio del discipulado (hay tantos que lo ejercen de modo incuestionable), ni de repetir la monserga de que los consagrados católicos debieran casarse (ya que ésa no es la raíz del problema; de hecho se puede servir mejor a Dios permaneciendo soltero). Sino de advertir acerca de las actitudes que dan a comprender que dicha práctica se está conduciendo de mala manera.

Ahora. Muchos dirán de forma maliciosa, que cuando este estilo de enseñanza se consagró y se estructuró como lo conocemos hoy, allá por la Grecia clásica, incluía el amor pederástico, que a su vez implicaba contacto físico entre el maestro y sus discípulos. De acuerdo, sobre todo porque esa situación ha permitido que algunos utilicen el término pederastia como sinónimo de pedofilia. Pero los defensores más conspicuos del método, como Sócrates o Platón, criticaron la manera degradada como lo estaban asumiendo los griegos, limitándose, o poniendo en primer plano, las relaciones físicas. Más aún, el autor del "Banquete" estira la cuerda y condena esta simplificación que a la postre se convertía en una vulgar banalización. Luego, el propio Cristo suprimió estos detalles, lo que permitió concentrar el discipulado sólo en sus aspectos intelectuales y espirituales, a la larga los que interesan. Karadima, en cambio, se rigió por una conducta egoísta, opuesta al propósito original de un maestro, y usurpó esas funciones para construir una máquina de hacer dinero, que entretanto le permitiera satisfacer sus más ruines deseos sexuales.

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