Ha existido una exacerbación morbosa en este asunto del pastor norteamericano que anunció para el recién pasado once de septiembre -en el marco de la conmemoración de un nuevo aniversario del ataque al World Trade Center- la quema pública de un ejemplar del Corán, como respuesta al intento de un grupo de musulmanes de construir una mezquita relativamente cerca de lo que, tras los ominosos hechos del 2001, es conocido como la "zona cero". Después de todo, se trata de la afiebrada decisión de un reverendo que encabeza una minúscula congregación de una pequeña localidad al interior de los EUA, quien al parecer, está motivado por causas muy ajenas al sentimiento espiritual de los evangélicos, ya que al divulgar sus amenazas a través de los sitios más visitados de internet, dejó en claro que tenía un ambición al menos solapada de buscar fama y fortuna. Algo que ha conseguido con creces, al punto que se vio obligado a desistir de sus pretensiones, gracias a los grupos interesados en que situaciones como ésta, que no debieran pasar de la mera anécdota, adquieran por el contrario, ribetes de escándalo: pandillas que no sólo circunvalan al entorno musulmán, pues también se pueden encontrar en los círculos cristianos. Y que el hombre que deseaba encender la hoguera, está en pleno conocimiento de que existen, y que se les puede sacar provecho.
Quemar un libro es de por sí un acto que, ante los ojos de una persona común y corriente, se torna una mezcla de barbarie y terrorismo. Más aún, si se trata de una obra como el Corán, que, nos guste o no a los cristianos, tiene un sitial más que ganado en la historia y en la cultura universales. Es algo que -y discúlpenme el pastor de marras y la comunidad que regenta- sólo puede provenir desde las entrañas más profundas de la imbecilidad. De hecho, un buen número de países ni siquiera destruyen los textos piratas que se incautan en un determinado proceso judicial, optando en vez de aquello, por donarlos a tales o cuales bibliotecas. Sin embargo, la cremación como medida aleccionadora, es una práctica que a los hijos del camino, ya sea que se presenten en condición de victimarios o de víctimas, sólo les ha traído dolores de cabeza. Lo sabemos especialmente los evangélicos; o quizá no tanto, porque durante la Reforma algunas iglesias que abrasaron la disidencia de Lutero, prendieron hogueras donde incineraron a quienes les disgustaban, como aconteció en Ginebra con Miguel Servet. Pero los oprobiosos acaecimientos derivados de la actuación de tribunales como la Inquisición, debiera ser un incentivo suficiente para rechazar la reiteración de tales determinaciones a lo largo del tiempo. Aunque las sanciones ya no se apliquen sobre seres humanos sino contra hojas de papel. Por último no está de más recordar ciertas palabras vertidas en el llamado Sermón del Monte: "no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan"; o "bienaventurados los pacificadores".
Ahora. Se argumentará que la erección de un centro islámico en un sitio que despierta, por causas que no es necesario explicar, la sensibilidad de muchos cristianos, en especial de los cristianos estadounidenses, puede llegar a constituirse en una provocación. Y hablando con franqueza, lo es. Sobre todo, si consideramos que, debido a su cohesión religiosa, entre los musulmanes es bastante fácil la convivencia entre un moderado y un acérrimo defensor de la yihad. El mismo sentido de mancomunidad que posibilita ese fenómeno inexplicable para quienes no se manejan con la dinámica de los fieles a ese credo, cual es que jóvenes que residen en países del pimer mundo, con una amplia educación y excelente opciones de desarrollo personal, empero acaben adhiriéndose a un movimiento extremista, incluso terrorista, que de todas maneras es una tendencia minoritaria y muy puntual entre los seguidores de Mahoma. Pero como siempre la realidad tiene sus recovecos. Y en el caso específico, parace que los responsables de la construcción de la odiosa mezquita, no esconden ninguna intención mezquina o malsana contra los devotos de Jesús. Al parecer sólo se dio ese sitio y nada más. Ora porque en el sector habitan muchos fieles, ora porque era el único terreno disponible, si no el más barato. El resto son simples especulaciones: las mismas de las que se ha valido el a estas alturas también odioso pastor.
Dicho reverendo, está respondiendo a una agresión como la ocurrida el once de septiembre del 2001. Pero trata de contrarrestar el sufrimiento con otro acto de violencia: uno que además- y esto lo sabe muy bien, si por algo siente deseos de hacerlo- guarda una importante e innegable connotación simbólica. Como cuando los opositores a la guerra de Vietnam quemaban banderas norteamericanas en ese mismo suelo, cuestión que fue ampliamente condenada por los más diversos ministros religiosos. De nuevo, se puede solicitar auxilio a la regla de oro del Sermón del Monte. Es curioso que algunos líderes congregacionales, para determinadas circunstancias, consideren que estos son actos diabólicos mientras que contextos diferentes lo vean como un servicio divino. Ha pasado en los EUA con los colectivos homofóbicos y los extremistas anti aborto -que han asesinado médicos y puesto bombas en los hospitales-. El problema surge cuando uno se pregunta si Dios acepta que sus hijos recurran al mal para conseguir el bien. En particular, porque ya todos saben que ante todo evento, el demonio se alegra cuando las personas hacen el mal.
domingo, 12 de septiembre de 2010
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