domingo, 29 de junio de 2014

La Desafinada Música Cristiana

Muchos aún no salen de su estupor tras leer o escuchar las declaraciones de Tim Lambesis, fundador y antiguo líder de dos muy reconocidas bandas del llamado heavy metal cristiano: Society's Finest (Mejor Sociedad) y As I Lay Dying (Cuando Estaba Moribundo). Para quienes no lo saben, este mozalbete, el año 2013, cuando era considerado uno de los mejores exponentes de este peculiar estilo de música -tanto por personas vinculadas a círculos seculares como eclesiásticos- fue condenado a seis años de prisión por intentar matar a su esposa, con quien mantenía un proceso de divorcio y custodia de los tres hijos en común. Pues bien: hace unos días atrás, declaró en un entrevista que jamás había tenido fe, que era más bien ateo y que durante toda su carrera, lejos de alabar a Dios, buscó más bien el negocio. Como guinda de la torta, agregó que el noventa por ciento de los integrantes de conjuntos de rock cristiano son tan creyentes como él, y pidió a los muchachos que compran sus discos que "dejen de vivir en un burbuja".

El llamado rock cristiano, más que un estilo de música definido, en realidad consiste en tomar melodías seculares -a veces rozando el plagio- y sobre ellas colocar letras con mensajes religiosos proselitistas y citas bíblicas. En estricto rigor, lo único que se hace es remplazar, ya que se trata de ritmos de relativa simpleza donde la temática de las canciones más bien busca subvertir los llamados valores tradicionales así como los aspectos culturales más visibles del cristianismo, en un intento muy elemental de provocación. La idea que subyace detrás de este propósito es un esfuerzo ingenuo y algo bruto por tratar de evangelizar un forma de expresión juvenil a la cual se la ha tildado -por los mismos que a través de estas imitaciones pretenden revertir tales características- de libertina, transgresora o satánica. Y dado que se torna urgente evitar que los muchachos caigan en las garras de Lucifer, lo más común es que se tome el género, y muchas veces la agrupación que está de moda, y producir la mayor cantidad posible de clones de ella. Así, si en un momento están de moda los conjuntos metálicos, el punk o el teen-pop -donde hay un notable ejemplo con Justin Bieber-, la casi exclusiva preocupación es promover a los conjuntos que mejor se acerquen a tal o cual estilo.

El asunto es que las iglesias evangélicas han vivido desde su origen en la copia de los ritmos foráneos, incluso aquellos exponentes que han alcanzado gran calidad. Por ejemplo, Johann Sebastian Bach, quien era capaz de componer cuatro cantatas a la semana para ser tocadas durante la reunión dominical, empero lo hizo según el estilo barroco imperante en su época, similar al de sus contemporáneos Haendel o Vivaldi (este último, autor de piezas sacras encargadas por el papa de turno y destinadas a ser interpretadas en grandes catedrales). Después, algunos cánticos de alabanza tomados de ritmos folclóricos de los países donde se entonaban, en ciertos casos poniendo énfasis en sus variaciones kitsch (como cuando, a partir de la década de 1950, ciertos hermanos componían canciones basadas en boleros y en rancheras). Y en los tiempos más recientes, echando mano a los movimientos más pop. Siempre con la intención de generar el clon de la forma que se halla en boga. Nunca los cristianos reformados han conseguido elaborar un estilo de música que los identifique, como ocurre en el catolicismo con el canto gregoriano o con los rastafaris y el reggae. Lo más cercano a ello son el los himnos confeccionados por Lutero -con reservas, porque muchos de ellos surgieron a partir de canciones medievales- y el góspel. Pero la mayoría de los creyentes los desconocen o no les interesan, y en tal sentido es penoso escuchar a algunos que aseguran que se trata de antiguallas que no mueven espíritus.

Algo de cierto hay en las destempladas y por momentos injustas palabras de Lambesis. Porque si bien muchas bandas, a diferencia de lo que dice este sujeto, sí expresan los sentimientos genuinos de sus integrantes, el rock cristiano se ha transformado en una industria musical más, capaz de hacer ricos y famosos a los jóvenes que lo practican en un lapso más o menos breve de tiempo. Y muchos buscan reconocimiento personal bajo el pretexto de que así Satanás y sus ídolos de la droga y el sexo serán eclipsados. Y un género cada día más aceptado por el mundo secular -al extremo de que muchos conjuntos cuentan con fans que admiran este tipo de expresión pero que no son ni les interesa ser cristianos- es propenso a suscitar anomalías como la de este sujeto que trató de matar a su mujer. Recordar que estas agrupaciones tienen un apartado propio en el Grammy. ¿Tendrán sus miembros un apartado propio en el cielo?

                                                                                                                             

domingo, 15 de junio de 2014

Aysén: Aguas en Libertad

Finalmente las autoridades asignadas decidieron no aprobar el proyecto Hidroaysén, ese mastodóntico complejo de once centrales hidroeléctricas que se planeaba construir en la región más virgen y deshabitada del país. Los que apoyaban esta idea, no perdieron la oportunidad de colocar el grito en el cielo. Arguyeron que los integrantes del actual gobierno prefirieron darle la razón a una montonera de ecologistas románticos e irreflexivos con la intención de no bajar la popularidad en las encuestas, antes que buscar una solución al problema de la generación de energía, que en todo caso es una de las taras más significativas a nivel nacional, coyuntura que se refleja en las tarifas de la luz, que se hallan entre las más altas del mundo.

Estamos de acuerdo en que el ecologismo es ante todo un movimiento religioso que se encuentra bastante alejado del rigor científico, incluso del que existe en la biología y en la ecología, disciplinas a las cuales sus integrantes pretenden acercarse. Sin embargo, eso en caso alguno constituye un subterfugio para negar una más que visible realidad. Hidroaysén era un proyecto demasiado elefantiásico, al punto que hasta se le pueden colocar calificativos como demencial o delirante. Hablamos de casi una docena de centrales hídricas, construcciones que de por sí ya son de gran tamaño, sin contar el indispensable anexo de los lagos artificiales. Un ecosistema determinado es capaz de soportar dos o tres de estas edificaciones, pero jamás once, y eso aunque cuente con una extensión más o menos amplia. Por si fuera poco, firmas ajenas a las que participan en esta iniciativa, pero que se encuentran ligadas por asuntos de negocios, aguardaban con ansias una decisión positiva sobre el particular, ya que deseaban agregar una decena de generadoras más, en un intento -consciente o no- de presentar a la región de Aysén como la gran abastecedora energética del país, en una especie de creación de una imagen turística y propagandística distinta a la tradicional, donde abunda la insistencia en un paisaje no tocado por la mano humana, en que destacan bosques impenetrables y ríos indomables, precisamente las características que por su lado defendían los detractores a la concreción del
complejo

Fuera de ello, cabría formular ciertas consideraciones, que dan para al menos sospechar del propósito expuesto de ofrecer la opción de reducir las cuentas de la luz, algo que en los últimos días ha sido tan cacareado por los defensores de este proyecto. Para comenzar, es preciso señalar que las centrales hidroeléctricas requieren la instalación de una costosa infraestructura, la cual después es preciso mantener con mucho denuedo. La generación de electricidad, por su parte está sujeta a los vaivenes climáticos, y de los lagos artificiales no se puede esperar una existencia tan larga (en promedio tienen cien años de vida útil y quinientos de vida en general). Además, hay un porcentaje de energía que se pierde en el transporte, y si consideramos que lo producido en Aysén iba a ser dirigido a la ya distante zona central y a las faenas mineras del norte, al respecto nos topamos con un curioso círculo vicioso (para compensar la cantidad derrochada es necesario construir una edificación más grade y cara). Sin contar que las torres de alta tensión tenían que construirse sobre un territorio que en algunas partes ni siquiera cuenta con caminos, por lo cual se trataba de una inversión gigantesca. Con esta amalgama de datos, uno llega a preguntarse qué de realista y pragmático -condiciones sine qua non para que una empresa económica llegue a buen puerto- tiene Hidroaysén. ¿Había un intento por parte de poderosos capitalistas de pasar a la historia? ¿O de demostrar que eran capaces de perfeccionar la naturaleza (que fue una de las mayores obsesiones de los comunistas soviéticos)? ¿Decir que convirtieron, principalmente gracias a su propio esfuerzo, a una región equis en la proveedora nacional de electricidad? ¿Volteando y transformando por completo su rasgo más visible? Tal vez sus propósitos eran más terrenales, por ejemplo traspasar los costes a los clientes y así obtener más dinero gracias a la especulación financiera. No lo olvidemos: lo de la eventual caída de las tarifas es más un subterfugio para blindar este proyecto frente a la opinión pública.

Uno no debe descartar bajo motivo alguno cualquier fuente de energía. Pero debe haber un justo y necesario equilibrio entre las distintas alternativas, ya sea térmica, hídrica, eólica, solar o incluso nuclear. Cualquiera que se prefiera de modo excesivo sobre las otras, aún con el pretexto de que es más limpia al medio ambiente (y en el caso del uso del agua, no es así), a mediano plazo ocasionará inconvenientes ecológicos. Y ya que mencionamos la producción de electricidad mediante quema de combustibles fósiles: en la región de Aysén existen importantes yacimientos de carbón, que a diferencia del que hasta hace algunas décadas se extraía en Lota, es relativamente estéril en términos de contaminación atmosférica. En la zona ya se ha instalado pequeñas minas, y los procesos de explotación han obligado al empleo de los siempre presentes químicos, que acá no son muy controlados por tratarse de un territorio ajeno a los más conocidos en términos de faenas mineras. Varios depósitos iban a quedar sumergidos por los lagos artificiales abastecedores de las centrales de Hidroaysén. Ahora queda una nueva opción de trabajo. Y un nuevo debate.

domingo, 1 de junio de 2014

Aborto o El Nuevo Santo Grial

A pesar de que el gobierno ha insistido en que sólo pedirá la aprobación del aborto para casos terapéuticos o de violación, ciertos grupos se han formado tal nivel de expectativas que ya suponen que el proyecto de ley irá más allá. Otros, con más entusiasmo que realismo, pretenden organizar protestas incluso enfrente de las altas autoridades de la iglesia católica, o en los frontis de los templos más emblemáticos de aquella religión, como en efecto ocurrió tanto el año pasado como hace unas cuantas semanas; convencidos de que con el bullicio callejero obtendrán réditos en cuanto a una mayor extensión del límite trazado para ejecutar interrupciones del embarazo. Desde luego, tal nivel de esperanzas no considera el poder de presión que a pesar de todos los golpes aún ostentan los sectores conservadores, entre los que por supuesto cabe agregar al romanismo. Más aún: la posibilidad de quedar nuevamente en nada es casi tan probable como la aceptación del malparto en los términos propuestos por la actual administración gubernamental.

Durante dos y media décadas, los curas han impuesto su visión moralina de las cosas y han logrado impedir que en las escuelas se informe acerca de los métodos anticonceptivos, lo cual ha sido una de las causas del aumento de la maternidad adolescente, además de constituir un retroceso respecto de la dictadura militar, donde, aún de manera acartonada, se mencionaban estos procedimientos con menos temores que ahora. Pero aparte de ello, han conseguido que los ciudadanos comunes tengan un menor acceso a cualquiera de los diversos mecanismos de planificación familiar, incluso de los que tienen la venia del Vaticano. Sobre todo esto, como guinda de la torta (o como demostración más visible de la pureza moral a la que nos han sometido nuestros auto proclamados tutores), se encuentra el impedimento al aborto bajo cualquier circunstancia, hasta en casos de fetos inviables que para colmo colocan en riesgo la vida de la madre. Bien: algunos aseverarán que esa última situación está aceptada en los códigos jurídicos -irónicamente descrita como "interrupción del embarazo"-; pero todos sabemos que la mayoría de los médicos se muestran dubitativos al instante de aplicarla por temor a ser sometidos a un encartamiento, y hay testimonios muy abundantes acerca del particular.

Quienes han contribuido a cimentar este cúmulo de restricciones no han tomado en cuenta que la prohibición del aborto no sólo se ha transformado en la evidencia más palpable del edificio que han construido, sino que también se ha tornado un punto de referencia para los detractores y enemigos declarados de esa misma estructura. De tal manera que estos últimos han terminado por dejar de observar otra cosa en el horizonte excepto la proscripción final, y hallados en una situación en donde ya no aguantan el exceso de sometimiento y requieren una urgente válvula de escape, no buscan otra cosa sino hacer daño en el elemento más simbólico de sus rivales, que además vislumbran como el único camino para liberarse tras un tiempo prolongado de opresión e injusticias. Es lo que está presente en los partidarios del malparto libre. Lo miran como un símbolo de desplome de algo que hace rato no soportan. Y en parte por ello, se han vuelto llanos a considerarlo como un método anticonceptivo a la par con los demás, aparte de la demostración de que lo antiguo e inaceptable ha sido por fin derribado. Es simple: los más relajados están participando del juego de los grupos conservadores, quienes deben sentirse orgullosos porque a la larga esto es otro saldo de su vocación tutelar para con el resto de los ciudadanos.

Consecuencias además de haber reducido la calidad del debate -y el foro mismo- a una insistencia enconada e irreflexiva en el "no". Fuera de utilizar la interrupción del embarazo como muletilla para advertir de lo que podría suceder si se liberaba esto o lo otro. ¿Cuántas veces les oímos decir a los curas, cuando se pretendía legislar sobre un aspecto de orden moral, que ello iba a conducir a un desprecio por la vida, sacando de manera abierta o subrepticia el asunto del aborto? Se insistió en él cuando se discutía la ley de divorcio, y de nuevo se lo citó cuando surgió el asunto de la píldora del día siguiente o cuando se quiso redactar iniciativas que ratificaran el protocolo internacional sobre derechos de la mujer (que aún no se aprueban en Chile, por cierto) El malparto era un crimen atroz y eso implicaba de forma adicional oponerse al uso de anticonceptivos porque ambas prácticas estaban relacionadas respecto del eventual rechazo a la maternidad. En la actualidad, una generación hastiada y carente de información lo apoya no sólo como mecanismo de planificación familiar, sino como un emblema de la necesaria independencia. Sí, señores del romanismo: ustedes han ganado. En dejar como herencia una masa irreflexiva que sólo atiende a las respuestas concretas que puedan reafirmar sus convicciones (precisamente lo que ocurre con la fe cuando se profesa de modo reaccionario). Afronten los resultados, en especial cuando ha quedado al descubierto que vuestra merced es incapaz de entregar dichas respuestas.