domingo, 29 de enero de 2012

Joven y Alocada por Conveniencia

Al momento de redactar este artículo, no he visto más que una sinopsis comercial de "Joven y Alocada", la película chilena que ganó un premio a mejor guion en el festival de Sundance (aparte, felicitaciones por ello: el evento que cada enero se celebra en Park City tiene un alto nivel de exigencia y es una excelente alternativa para dar a conocer aquellas producciones de gran calidad que no cuentan con la parafernalia de Hollywood o de otros grandes estudios para darse a conocer). De cualquier manera, con los textos que circulan por internet uno se puede formar una idea de su argumento, así como de su propuesta y sus intenciones. La protagonista es una adolescente de diecisiete años que maneja una bitácora virtual en la cual relata su vida, que se reduce a dos aspectos: la búsqueda incansable de placer sexual, ya sea con varones u otras mujeres, y los interminables conflictos que esa actitud le acarrea con su familia, encabezada por un exitoso pastor evangélico, creado al que, cada vez que encuentra la oportunidad, le lanza sus peores diatribas, las cuales además sostienen el discurso del filme.

Al parecer, el propósito de la realizadora y los libretistas es exponer el contraste que, dentro de la sociedad chilena, existe entre una especie de discurso moral consensuado y ciertos grupos juveniles. No es ninguna novedad: de hecho, casi la totalidad del cine criollo surgido desde mediados de la década de 1990 -cuando la dictadura dejó de ser un tema atractivo para directores y especialmente productores- ha abordado conflictos generacionales, ya sea de manera genérica, o en el marco de una familia nuclear. De esto último se pueden contar abundantes ejemplos ("La Buena Vida", "Fiestapatria", "Te Amo Made In Chile", "Navidad"), y no sólo en el cine sino también en la televisión. La diferencia con el filme de marras, es que, y a despecho de que no existe película chilena que se precie de tal si no tiene una escena de sexo explícito en algún punto de su metraje: es que por primera vez (vaya fuerza de esa expresión, ahora que nos estamos refiriendo al trato de lo sexual en las producciones) se pueden observar abundantes escenas del acto carnal, impulsadas por el único fin de la satisfacción, sin el temor a sentir culpas o remordimientos posteriores (y en este ítem hay una clara diferencia con "En La Cama", la obra que más se acerca a "Joven y Alocada") y para colmo protagonizadas por una mujer. Y no cualquiera, sino una chica de clase más o menos acomodada, proveniente de un hogar, si bien integrado por personas que profesan una religión algo exótica para los estándares chilenos, empero donde se inculcan valores claramente definidos, hecho que puede ser puesto a prueba hasta por el más incrédulo.

He aquí que uno puede contar con el derecho a formular una inquietud bastante legítima. ¿Por qué el filme se tuvo que decantar por una familia evangélica? ¿Por qué no se centró en un hogar de católicos devotos de organizaciones pacatas como el Opus Dei, donde se viven los mismos conflictos; y que además, por la situación económica de sus miembros y la posición social de la iglesia a la cual se adhieren, cuentan con un mayor abanico de influencias? Cabe acotar que, a causa del último factor mencionado, los problemas generacionales que ocurran en esas casas podrían llegar a ser muchísimo más intensos. ¿A qué viene, entonces, la bronca con los hermanos reformados, fuera de que alguno de los creativos haya participado de una congregación y su experiencia no haya sido óptima? Hay una tesis un tanto maliciosa pero totalmente competente que se puede esgrimir. Si el blanco de los lamentos era una orden romanista, o cualquier comunidad que girara en torno a una parroquia, de partida al filme le habría sido muy difícil, por no decir imposible, conseguir el financiamiento público del cual dependen todos los realizadores locales para sacar sus proyectos a la luz. Y de haberle dado al clavo con créditos por aquí y por allá, de seguro habría tenido que enfrentar toda la furia de los sacerdotes y obispos, quienes a pesar de estar atiborrados con escándalos de pedofilia, aún mantienen una capacidad vasta de ocasionar daño, aparte de que estos bochornos les sirven para subir unas cuantas décimas en las encuestas.

Algunos podrán argumentar que los evangélicos representan un tipo de cultura popular muy arraigada en la estrechez moral, y que varios de ellos, incluyendo quienes son autoridades, ya sea sociales o eclesiásticas, resultan bastante fastidiosos. Nadie puede negar que eso es cierto al menos hasta determinado punto. Pero a pesar de todo, los hermanos reformados siguen constituyendo una minoría con escaso cuando no nulo peso político o económico. Los otros, quienes pertenecen a la religión más fuerte, aún desprestigiados, acumulan tal nivel de influencias que incluso son pasados de largo cuando se pretende rodar filmes con la temática de "Joven y Alocada". Un hecho que toma más relevancia cuando los autores, en mensajes a través de la red así como en una que otra entrevista que han concebido, han insinuado que intentan denunciar -léase atacar- varios aspectos del credo protestante. Situación que podría aumentar los prejuicios de determinada clase de gente. Justamente, en favor de la iglesia romana y el enriquecimiento de sus integrantes más conspicuos a costa de los abusos ancestrales. En especial teniendo en cuenta que esta película cuenta con todas las condiciones para transformarse en un éxito de taquilla. Por el bien del cine chileno, la juventud libre y la santa madre iglesia (católica).

                                                                     

                                                                       

lunes, 23 de enero de 2012

El Blanqueo de Rommey

Son patéticas algunas actitudes de los conservadores norteamericanos. Y cuando están ligados a una iglesia del llamado cinturón bíblico, es aún peor. Hace cuatro años, cuando empezaba la carrera presidencial con vistas a las elecciones de 2008, acusaban a los cristianos que apoyaban al partido demócrata de intentar "blanquear" la imagen de Barack Obama (así como está escrito, con toda la carga de sarcasmo racista que ese concepto puede tener), al supuestamente presentarlo como un devoto seguidor de los mandamientos de Dios -léase una amalgama de sentencias moralinas- en circunstancias que representaba a las congregaciones progresistas negras, y por ende, se trataba de un apóstata (sí, por todo eso junto: moderado, de color y proveniente de la colectividad política que se opone a los valores tradicionales de la patria y la sociedad estadounidenses. Si por algo lo tachan de anticristo).

Ahora, son ellos los que buscan ganar votantes mediante el atractivo de la novedad y por lo mismo han concentrado sus esperanzas en Mitt Rommey, un conservador que se opone al aborto y al matrimonio entre personas del mismo género; pero que acto seguido se muestra favorable a distender las normas contra la inmigración y rechaza la política belicista de Estados Unidos, al extremo de atacar las intervenciones militares de su país en, por ejemplo, Afganistán e Irak. Sin embargo, el factor que más llama la atención en el hombre estrella de los republicanos, y que en tal sentido se torna equivalente al color cutáneo de Obama, es su filiación religiosa: puesto que no es evangélico como casi todos los presidentes norteamericanos ni católico como John Kennedy o varios gobernadores de los estados más renombrados de la unión. Sino que es un mormón, esa delirante comunidad fundada por Joseph Smith durante en el siglo XIX en el Medio Oeste gringo, cuando los habitantes de aquella zona constituían una suerte de jamón de emparedado, entre los coletazos del famoso avivamiento que sacudió esa época y las interminables batallas de los pistoleros.

Y no es que pertenecer a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (nombre tan rimbombante como rebuscado: algo tan común en esta clase de religiones) sea motivo de sospecha por sí mismo. Sino que, si los conservadores que hoy ven en Rommey el salvavidas de su concepción de sociedad ideal, lo midieran con la misma vara conque hasta la actualidad lo hacen con Obama y sus asesores, entonces lo considerarían menos un anticristo que lisa y llanamente un demonio encarnado (de acuerdo: eso último no existe en los preceptos cristianos, pero es que estos tipos suelen salir con cada cosa...). Pues la doctrina de los mormones incluye una curiosa cosmogonía que mezcla elementos del panteísmo al estilo de Empédocles -según el cual los primeros dioses eran en realidad humanos y que por lo tanto toda persona puede llegar a transformarse en dios-; admite una segunda biblia: el llamado Libro de Mormón -algo que cae en la advertencia de los "otros evangelios", recalcada en la misma Escritura-, y considera el absurdo de que los matrimonios continúan vigentes tras el fallecimiento de los cónyuges -duda que el mismos Jesús aclaró- incluso engendrando hijos en el más allá. Fuera de que sostiene un racismo solapado -que es de suponer, le gusta a una relativa mayoría de republicanos- en el cual se asevera que los negros y los indígenas no son de piel blanca porque descienden de los pecadores primigenios.

¿Cuál, entonces, es el factor que les reporta una mirada positiva? Bueno: los tipos se han erigido como uno de los tantos símbolos del sueño americano. Tras huir con lo puesto de sus tierras de origen producto del desprecio de sus coterráneos -algo que se enlaza con la epopeya de Abraham-, llegaron a una zona desértica e instalaron una colonia que a base de puro esfuerzo y trabajo duro y constante, se ensanchó y se tornó un éxito, como es Utah. Además, ese mismo empuje les ha permitido facturar millones de dólares y gestionar empresas que justamente representan el mencionado sueño americano (junto con los judíos constituyen el mayor aporte de capitales de Hollywood). Y a quienes han contribuido a prevalecer el sistema económico se les debe admirar puesto que, como rezan los billetes verdes, "in God we trust". Es cierto que alguna vez se fueron a las armas con parroquianos decentes que les espetaban su tolerancia a la poligamia. Pero el asunto quedó superado luego de que los hombres de bien se cargaron al calenturiento de Smith, que como todo fundador viene saliendo y por ende le cuesta desprenderse de ciertos errores (recordemos que Lutero propuso la consubstanciación), y los mismos mormones abandonaran sus prácticas indecorosas y reconocieran que Utah se encontraba mejor bajo el alero de Estados Unidos, pues fuera de él podía ser objeto de un ataque y una anexión forzada de parte del propio país de Washington. Y ahora, nada tiene de negativo que uno de los suyos preste un auxilio decisivo llegando a la Casa Blanca. Es símbolo de tolerancia, pues los valores conservadores tienen otros enemigos; no las personas que portan el dinero.

domingo, 15 de enero de 2012

Islam o el Ateísmo Perfecto

Cuando un creyente lee o escucha a aquellos ateos recalcitrantes que afirman que la fe es un acto que se justifica, dada la interminable cantidad de adelantos científicos y tecnológicos de las últimas décadas, sólo desde la ingenuidad, la estulticia cognitiva o la irracionalidad: al ofendido receptor le dan ganas de tener enfrente a estos osados insolentes para desafiarlos a decir tales bravatas en un país de mayoría musulmana. Y la verdad es que dicho reto, al menos hasta cierto punto, es legítimo, pues el ateísmo es una actitud que se da de manera casi exclusiva dentro de los territorios de tradición cristiana. Incluso, y aunque afirman que su rechazo abarca todos los credos imaginables, sus referencias y ejemplos siempre acaban limitándose a las distintas corrientes profesadas por los seguidores de Jesús, ya se trate de católicos, evangélicos u ortodoxos. Se puede alegar un desconocimiento de los paradigmas islámicos o de la cultura de los pueblos que se identifican con la medialuna, situación que a estas personas las torna muy cautelosas, a fin de no caer en prejuicios propios, precisamente, del sesgo ideológico religioso. Sin embargo, cabe añadir que se trata de sujetos con una excelente oportunidad de acceder a las más completas fuentes bibliográficas, fuera de que en la actualidad basta meterse a internet para conseguir una que otra respuesta.

No obstante la validez de estas acotaciones, es necesario recordar una cuestión que fue discutida un tiempo atrás. El ateísmo, más que la negación de la existencia de algún dios, es el rechazo a la estructura religiosa imperante. En tal sentido, cabe señalar que los grandes movimientos espirituales universales que dominan el orbe en la actualidad -islam, budismo, judaísmo, cristianismo en sus diferentes acepciones- en su momento se plantearon como una alternativa de ruptura radical en contra de los clásicos credos politeístas y paganos, donde las divinidades estaban claramente representadas en figuras de piedra, en una gran cantidad de casos con formas antropomorfas: siendo las excepciones ciertas especies animales consideradas sagradas o elementos de la naturaleza como el sol, la luna o los volcanes. Eran dioses concretos y palpables. Ante lo cual, las nuevas teorías optaron por seres superiores de alto alcance que eran tan inconmesurables a los cuales no se les podía siquiera concebir una forma, dado que ésta era inimaginable para el raciocinio humano. Así por ejemplo, a los budistas se los suele considerar una religión atea -o ateísta, término que de todas maneras guarda similitudes con el anterior-; mientras que los cristianos fueron llamados "ateos" por los romanos -y perseguidos en base a los diversos sentidos que tiene ese vocablo-, por defender la tesis de un Dios abstracto, "no conocido" (cf. Hebreos 17:23), que no requería de un lugar físico en la tierra para habitar, y sobre el cual se prohibía edificar imagen. Incluso, cuando estas nuevas tendencias empezaron a solidificarse y a caer en el mismo vicio que se prometieron erradicar, a su vez emergieron de su seno otras posturas que trataron de retornar a los orígenes. Acaeció con la Reforma luterana cuando el catolicismo ya se estaba saturando con la veneración a los iconos, y hasta con el comunismo, cuando todas las ofertas de fe se habían aburguesado.

Y desde luego que este fenómeno aconteció también con el islam. Al respecto, cabe consignar que el rechazo de los musulmanes a las "falsas imágenes" es de lo más radical que se puede concebir. Los tipos no sólo no aceptan estatuas con las teóricas formas de Alá -aunque por ahí circulen dibujos que lo representan como un anciano de barba blanca, al estilo de la caricatura sobre Yavé, cuyo origen es cananeo-, sino que además repudian cualquier recreación física del profeta Mahoma -si bien de todos los fundadores de las grandes religiones, es del que se tiene más certeza de su existencia, y sobre el cual existe la mayor cantidad de datos biográficos fidedignos-, y entre los feligreses más extremistas, se llega a proscribir el dibujo de figuras humanas -por eso es que en los países islámicos más integristas, como Arabia Saudita, no hay producción pictórica ni cinematográfica-. En definitiva, se precisa un nivel muy elevado de fe -o de ingenuidad, de acuerdo con la postura que se tome- para aceptar aceptar a una divinidad que no sólo no se puede tocar, sino que además no arroja pistas de sí mismo ni siquiera en sus criaturas. Los musulmanes, por ende, marchan en medio de un vacío donde todo lo que se puede observar o palpar es engañoso y no corresponde a la verdad. Un halo de conciencia que también rodea al escéptico, y que se puede describir como el abandono de todo lo conocido con la finalidad de perseguir una fe, una idea o una certeza científica. Y que en cualquiera de esos casos, consistirá en un eterno deambular que sólo acabará con la muerte.

Es sintomático que,  después del islam, la religión que más fuerza ha cobrado en el último tiempo sea el budismo, que como ya vimos, constituye el paradigma de un credo ateo. Y mientras la primera se ha transformado lentamente en el consuelo de enormes masas oprimidas y poco desarrolladas, la segunda ha arraigado entre sectores de clase media, de preferencia intelectuales y personas ligadas al ambiente universitario.Pero en ambos casos, se encuentra la expresión de una idéntica inquietud: el hombre de fe que debe soportar un valle de lágrimas, sólo porque unos libros le han prometido un paraíso el cual sólo podrá comprobar después de haber fallecido; o el empirista que sustenta su discurso en los hallazgos científicos, sabiendo que en el futuro la misma ciencia puede refutarlos en base a nuevos descubrimientos o convenciones (un notable ejemplo de lo último es la variación en el número de planetas que componen el Sistema Solar). El islam no precisa de ateos, quizá porque su misma estructura está orientada hacia tal tendencia, o tal vez el ateísmo sea una conducta posible sólo en el marco de la idiosincrasia cristiana (bueno: en el judaísmo existen sinagogas para ateos). Tampoco requiere de científicos o pensadores liberales porque no creen en ellos. Y por eso es que a veces los devotos de Alá resultan ser tan fanáticos. Sencillamente porque, al igual que quienes investigan con tubos de ensayo, suponen que nada es imposible.

domingo, 8 de enero de 2012

Bromas, Tatuajes y Justin Bieber

Todo medio de comunicación que se precie de tal no puede dejar de exhibir, entre tantos hechos que hablan de guerras y problemas económicos, una noticia de carácter frívolo, con el fin de distender un poco el ambiente. En este contexto, la departamentos de prensa cristianos no son la excepción, y de vez en cuando también caen en el vicio. Más aún en una fecha como el año nuevo, donde la alegría de la fiesta impulsa a las personas a mostrar una siquiera mínima dosis de permisividad que no obstante jamás imaginarían en circunstancias, pongamos, más normales.

De tal modo que muchos medios informativos vinculados a la iglesia evangélica, desde los más conservadores hasta los más moderados, se solazaron divulgando el hecho de que el cantante canadiense Justin Bieber, a la sazón un hermano de fe, se ha tatuado en una de sus pantorrillas una imagen de Cristo, la cual estrenó con nada disimulado orgullo en las playas de Los Ángeles. Por ende, las fanáticas de este mozalbete de trece años, aparte de tener la dicha de verlo frente al mar con el torso desnudo y sólo vestido con un pantalón corto, contarán con el privilegio de observar una muestra más de su fervor religioso, que se suma a las abundantes declaraciones que ha formulado al respecto, además de sus enconados "God loves you" que lanza al terminar sus conciertos. A mejor vida con aquellos hermanos que insisten en la proscripción bíblica respecto de hacerse marcas en el templo del Espíritu Santo. Ha llegado un adonis en cuyo rostro -y extremidad- brilla la misma imagen de Jesús, que a diferencia de otros, jamás se creerá más famoso o representativo que Él, sino que con su testimonio conducirá a todas esas adolescentes histéricas y chillonas hacia la salvación eterna.

Me pregunto si tales medios, y los hermanos que aplauden este tipo de cosas, se detendrán por un instante a reflexionar en el hecho de que se está explotando a un chiquillo que por su edad desconoce muchos aspectos de la existencia, entre ellos precisamente varios de los relacionados con la fe. También, que con esto del tatuaje está poniéndose a la altura de otro gran ídolo del pop: Bon Scott, el primer vocalista de la banda australiana AC/DC, que murió tras una noche de borrachera. Cuando el mencionado Scott, que como buen cantante de una banda de rock pesado, subía a los escenarios con el torso desnudo -y completamente tatuado-, generaba los reclamos de los cristianos más devotos, que alegaban que con su sola presencia sobre las tarimas incitaba a los jóvenes a realizar tal práctica. Quizá ahora las púberes que se desmayan en las tribunas más altas de los estadios sólo con otear -porque no escuchan- a Bieber hagan como su modelo y se dibujen su propio cristo, quién sabe, incluso en un glúteo. Pero una cosa es segura: no lo harán por devoción a Jesús, sino a su mozuelo, a quien le han dedicado todos sus alaridos sin siquiera detenerse a considerar su condición de evangélico, que por lo demás él recuerda al término de sus actuaciones como quien mantiene una ermita en el fondo más recóndito del patio. Al igual que sucedía con quienes en los sesenta aullaban por los Beatles, para ellas este mocoso, de manera irremediable, representa más que el Salvador. Por eso a estos sujetos se les llama ídolos, al igual que los dioses falsos de las mitologías antiguas.

Y las fanáticas a poco andar demuestran que el componente cristiano les importa un bledo. Al punto de que son capaces de actuar de forma opuesta a los preceptos bíblicos. Hace unos días atrás, acá en Chile, una radio en frecuencia modulada de Santiago, dio a conocer una primicia asegurando que el bebé canadiense había decidido pasar sus vacaciones en Chile  y que se estaría alojando con su novia en un lujoso hotel de Viña del Mar. Chicas de la capital concurrieron en masa a la ciudad balneario con el propósito de ver a su motivación, a ver si les mostraba su atractiva pantorrilla. Sin embargo, esa misma noche la emisora confirmó que todo se trataba de una broma, que a su vez formaba parte de una investigación de índole social. Las afectadas no han dejado pasar la oferta y buscan reunirse, usando las redes de internet, con el propósito de incendiar la sede de la estación y agredir a sus locutores, cuestión que manifiestan de manera explícita a través de los muros de cuanto sitio ha comentado la pitanza. A tal extremo están llegando las amenazas, que los responsables del bochorno han solicitado protección policial para ellos y las dependencias de la radio. Me pregunto si Bieber sabrá de esto, y si está enterado, habrá orado para que se apacigüen las almas de estas mozuelas exaltadas.

                                                                     

                                                                           

                                                                         

domingo, 1 de enero de 2012

El Último Año del Mundo

Hace dos décadas atrás, empezó a circular una hipótesis basada en interpretaciones antojadizas de la Biblia, que auguraba el fin del mundo para el año 2000. El asunto era más o menos así: desde la supuesta fecha del inicio de la creación que estaría señalada en las Escrituras, hasta el llamamiento de Abraham -primera oportunidad en que Dios se da a conocer tras los bochornos descritos al comienzo del Génesis-, habrían acontecido exactos dos mil años. Luego, a partir de ese evento y hasta el nacimiento de Cristo, habrían acaecido otros veinte siglos. Por último, tras el alumbramiento en Belén, hasta la segunda venida del salvador, debían sucederse dos mil años más, llegando a la cifra de seis mil, y recordando que el seis es el número de la humanidad y del cuasi perfecto. Entonces, se vendría el Milenio, una época que de acuerdo a determinadas conclusiones extraídas del Apocalipsis, iba a ser un periodo de paz donde el universo sería gobernado por Jesús, previo a la decisiva batalla de Armagedón (de aquí, milenarismo). Con ello, se citaba el hecho de que el siete representa al Señor, fuera de que estos cálculos se hacían calzar con otra sentencia de carácter profético: la de las tres semanas y media.

Muchos astrólogos se creyeron el cuento y empezaron a vaticinar el fin del mundo para el año 2000. Bueno: también estaba la tentación de una cantidad cerrada, que a la vez representaba el cambio de siglo como de milenio (pese a que en realidad, esas perogrulladas realmente se suscitaron el 2001, ya que nuestro calendario cuenta a partir del año 1, no del cero). Sin embargo, grupos considerables de cristianos igualmente se dejaron arrastrar por el vicio, al extremo de que fueron ellos los que finalmente se colocaron a la vanguardia de la necedad. Esto, pese a que desde siempre se les había advertido que sólo Dios conoce la fecha exacta de la Parusía, y que ninguna tentativa humana al respecto podría descubrir el secreto. Además, de que en parte alguna de la Biblia se asevera, siquiera se insinúa, que el cosmos existe desde hace seis mil años. Pero del mismo modo, ignoraron anécdotas históricas que vuelven todavía más improbable una tesis de tal magnitud, por ejemplo el error matemático que cometió el monje Dionisio al establecer la fecha del nacimiento de Cristo, que hoy lo sabemos (y lo sabíamos ya antes de 1990) debe correrse entre tres y ocho años más atrás. Quizá la reticencia de algunos a guiarse por el conocimiento secular -esos sabios engreídos que andan cuestionando todo- los impulsó a desechar estas consideraciones, si bien nadie es capaz de asegurar que propia la teoría que aquí tratamos tiene un origen entre los seguidores de Jesús. Por eso, aquellos que respiraron aliviados tras notar que pisaban el mismo planeta tras los primeros días del 2000, nunca se percataron de los motivos de su angustia ya habían expirado entre 1992 y 1997.

¿Y que pasó tras el cambio de siglo? Pues bastante; y de eso, muy poco bueno para los cristianos. Se produjo un menosprecio masivo hacia el mensaje, sin parangón con lo ocurrido incluso en las épocas más recientes. Ante el vacío dejado por la tesis fracasada, empezaron a circular otro tipo de especulaciones, que dejaban pésimamente mal parados a los seguidores de Jesús. Comenzaron a aparecer los escépticos que ya no se contentaban con cuestionar la influencia de las iglesias y los valores religiosos en las distintas sociedades, sino que ponían en duda el mismo origen de Cristo, aseverando que sólo se trataba de una conjunción de mitos sucesivos a través del tiempo, que iniciaban con Osiris, y pasaban por Zoroastro, Mitras e incluso Buda. Proliferaron los ateos con pretensiones científicas como Richard Dawkins, quien al igual que los inquisidores medievales, o los gobernantes totalitarios, exigía que la fe fuese erradicada del pensamiento humano, o por lo menos que se subordine hasta empequeñecerse a su más mínima expresión. En otro flanco, el islam, sobre todo tras los atentados a las Torres Gemelas, ha experimentado un sostenido avance, al punto que hoy constituye una variante que se debe considerar cada vez que se discute de geopolítica internacional. Inútil añadir que las huestes de Mahoma están conquistando los territorios que hasta ahora eran patrimonio casi exclusivo de los hijos del camino. Como también ha acontecido con las propuestas orientales y los movimientos de carácter sincrético que justamente se basan en semejantes alternativas, las cuales han sido favorecidas con un interés renovado, luego de irrumpir en las culturas occidentales junto a toda la avalancha de la década de 1960.

En este ambiente en el cual los sistemas de creencias están revueltos, y donde muchas certezas -económicas, políticas- parecen derribarse, es que ha aflorado una nueva tesis que, esta vez, vaticina el fin del mundo para el veintiuno de diciembre de 2012. Por supuesto que no está basada en interpretaciones de la Biblia, que ya los cristianos tuvieron su oportunidad. Sino en códices mayas, algo que se emparenta con este intento, de reciente aparición, de rescatar antiguas culturas. Personalmente, no me interesa el hecho en sí de la hipotética destrucción del planeta, en el sentido de que no tengo cuentas pendientes que serían muy extensas de saldar. La preocupación, muy por el contrario, debería centrarse en lo que ocurrirá a partir del día siguiente, cuando las personas se miren unas a otras y noten que aún están vivas en una tierra que no se desintegró (y que es la opción más probable, sea dicho de paso). ¿Qué tendencias intelectuales, lógicas, religiosas o políticas tomarán? ¿Reaccionarán con una nueva ola de escepticismo, en este caso contra las alternativas más exóticas o menos conocidas? Este último factor sería interesante de considerar admitiendo, producto de la recesión mundial, se han producido giros bruscos en las administraciones de algunos países y que en una mayoría de ellos -no significativa, en cualquier caso- los electores se han inclinado por partidos conservadores y en determinados casos, de extrema derecha. ¿Cómo actuarán los cristianos e incluso los musulmanes ante tal panorama? ¿Permitirán finalmente que esta profecía, desde un sentido nunca imaginado, se transforme en auto cumplida y efectivamente se produzca la destrucción del mundo?