domingo, 22 de agosto de 2010

La Dictadura de los Creyentes

Ante la creciente liberalización de las costumbres culturales e individuales -que no es tal, porque jamás ha existido una sujeción moral tan estricta: lo que sucede es que por mucho tiempo el relajamiento fue ocultado o desconocido en términos del consenso oficial-, los cristianos observantes, independiente de la iglesia a la cual sigan, reaccionan de distintas maneras, pero manteniendo siempre una actitud negativa. Lo cual es lógico, e incluso en muchos casos, no debiera motivar una objeción, pues se trata de aplicar de forma correcta las enseñanzas de Jesús. Sin embargo, lo interesante es analizar algunas de las conductas que a la postre se manifiestan como respuesta. Por un lado, están quienes ven la antesala de la destrucción del mundo y el apocalipsis final. Pero por otro, aparecen aquellos que sugieren la instalación de gobiernos basados en determinados preceptos bíblicos, anulando toda clase de expresión que se encuentre alejada de éstos. Así, proponen administraciones políticas que prohiban la homosexualidad, las religiones no cristianas o los espectáculos artísticos que estén reñidos "con las buenas costumbres", a la vez que fuercen la proliferación de familias numerosas, gracias a que en la lista de proscripciones, cabría un espacio para la anticoncepción. Todo, en aras de evitar un severo castigo divino, pues el Señor no deja de observarnos desde arriba y ya sabemos que no le gusta la apostasía ni las aberraciones sexuales.

Uno puede comprender dicha forma de pensamiento. En especial, porque el abandono de los valores de Cristo casi siempre trae aparejado el desprecio hacia quienes lo defienden, aunque sea de manera moderada. Y en esto último, la época contemporánea no es la excepción. Pero a poco andar, uno, sin que ello signifique la abjuración de su fe, se da cuenta de que tales elucubraciones constituyen un absurdo y un contrasentido respecto al propio mensaje del Mesías y al mandato bíblico que de él se deriva. Pues, a los discípulos se les ordenó convertir en medio de una masa ajena y extraña de acuerdo a sus creencias, que a la postre se torna la esencia y la razón de ser de la doctrina cristiana. Más aún: si fuéramos todos unos devotos creyentes, entonces el mismo cristianismo no necesitaría existir, porque nace de la urgencia de rescatar a las almas de la perdición. De solucionarse tal problema, estaríamos aburridos, abandonados a merced de la depresión, preguntándonos el motivo que nos impulsa a defender un sistema que no sirve para nada. La utilidad está allá afuera, en el pecador cuya conducta siempre obedece a una causa, que no se puede descubrir negándola, aspecto que subyace en el planteamiento descrito a lo largo de este artículo. Ante todo, lo que se debe hacer es predicarle, pero también se puede debatir con él; y si exponemos nuestros argumentos con consistencia y coherencia -valiéndose de buen modo de las reglas impuestas justamente por el mundo exterior-, seremos capaces de conducir a más personas al redil de los redimidos. En cambio, sólo una abulia desesperante le aguarda a quien constate que todo está perfecto.

Ahora, se podrá contestar que hay una promesa en la Biblia, donde se remarca que una vez arraigada la palabra de Jesús en todo el mundo, acaecerá la Parusía. De acuerdo. Pero aquélla es una decisión que le compete exclusivamente a Dios, de la cual los hombres no pueden atribuirse la opción de adelantarla. Al respecto, es aleccionador revisar el pasado y comprobar que en muchos momentos se ha proclamado la conquista universal del cristianismo. Y ustedes y yo somos la prueba de que tales muestras de algarabía no se han traducido en el esperado regreso del Señor. Es más: cuando han acontecido dichas proclamas, en el seno de esa congregación global donde todos parecen formar parte del mismo cuerpo, al poco rato siempre surgieron disensiones que a veces fueron capaces de desatar conflictos que hasta el día de hoy no se han conseguido superar. Las diversas herejías de la Antigüedad, el cisma de Oriente o la Reforma, son los ejemplos más plausibles. Demostraciones que se dieron en un marco donde el camino se imponía de manera autoritaria, lo cual daba una falsa imagen de universalidad.

El cristiano siempre debe alegrarse incluso ante la peor de las adversidades. Y si bien tiene el permiso de indignarse, eso no lo puede impulsar a agredir al prójimo. Tampoco son correctos el susto y el espanto prolongados, pues son manifestaciones de cobardía. La flexibilización de las conductas individuales que estamos presenciando por estos días, no debe ser respondida con condenas pretendidamente ortodoxas que ocultan el deseo de protagonizar una campaña de extermino. Sino como una oportunidad para renovar la predicación, ya que no existe mayor entretenimiento que trabajar en pro de la sanación de los incrédulos. Es mucho más interesante desenvolverse en un mundo repleto de sujetos abominables que en otro donde todos tienen una postura de mantis religiosa. La democracia, por muy permisiva que parezca, es de cualquier manera bastante más beneficiosa que la teocracia, que el propios Jesús proscribió expresamente.

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