domingo, 29 de mayo de 2011

Fondo Monetario de Semen

La espectacular detención de Dominique Strauss-Kahn, el otrora hombre fuerte del FMI, acusado de un intento de violación contra una dependiente de raza negra en el hotel neoyorquino donde se hospedaba, ha motivado que numerosos comentaristas de los más diversos países formulen su opinión acerca del hecho. Algunos aplauden la decisión de los tribunales norteamericanos, mientras otros la rechazan. Pero como suele suceder en la camarilla de analistas internacionales de los medios masivos de comunicación (que dicho sea de paso, son tan de güisqui y caviar como este conspicuo militante socialdemócrata francés ahora caído en desgracia, una cualidad que le recalcan de manera burlesca y a la vez maliciosa, con el principal propósito de rellenar sus siempre plagiarias e insípidas intervenciones), al final de la jornada, todas las explicaciones coinciden en unos pocos puntos; en este caso específico, en dos: una versión del aún más manido concepto del "choque de civilizaciones" (en esta ocasión, no entre el Occidente racional y el Oriente místico y religioso -se trate del islam o los movimientos asiáticos-, sino entre dos componentes de aquél: Europa continental y un  Estados Unidos exhibido como un ejemplar típico de la cultura anglosajona), y una sensación de avance respecto del trato que se le da a la agresión sexual y a la desigualdad de géneros.

En el primer acápite, bastante sorpresa me ha provocado el hecho de que se hable de la mencionada "cultura anglosajona" en términos genéricos, para describir los sucesos acaecidos en New York; y al mismo tiempo se pase por alto el factor que resulta determinante para entender la actitud del poder judicial norteamericano: la moral evangélica puritana, muy observante de lo que precisamente en esos círculos se conoce como "aberraciones sexuales", y que puede tener efectos positivos (sería éste el caso) pero también negativos (la homofobia y la oposición al control de la natalidad, pensamientos expresados en ciertas ocasiones con acciones violentas). Dicho motor, además, ha impulsado la ya mencionada edición a escala del choque de civilizaciones, donde la Europa racional -más bien racionalista- y ceñida a los plantemientos científicos se enfrenta a un Estados Unidos pacato que cree a pies juntillas en relato bíblico sobre el origen del mundo y considera a Darwin como un agente de Satanás. Incluso, este asunto en el Viejo Mundo ha motivado una serie de comportamientos tan inherentes al racismo engreído y colonialista que caracteriza a los habitantes de esa parte del globo. Algunos, es preciso reconocerlo, basadas en la realidad del sistema judicial y penitenciario estadounidense, donde se privilegia el castigo tanto legal como social y no caben las instancias de rehabilitación, tratándose al recluso como un paria, y recurriendo en los casos más graves -los que el código penal y los magistrados consideran más graves, mejor dicho- a una especie de solución final a través de la pena de muerte.

Mientras que la decisión de favorecer a la demandante antes que al acusado independiente de la investidura de éste, es un fenómeno que se deriva del anterior: la cultura anglosajona que en realidad es el puritanismo evangélico. Y que no trasciende el marco de las aberraciones sexuales. Pues, si miramos los últimos diez años, y perseguimos las distintas situaciones criminales en que personas influyentes han estado involucradas, como los reiterados fraudes empresariales en tiempos de George W. Bush, vemos que hay un guante blanco para tales sujetos, o al menos el rigor de la ley no ha sido tan severo con ellos que con inculpados de otras clases sociales. De más está decir que las prisiones norteamericanas, aparte de ser las más abarrotadas del planeta, están repletas de delincuentes de estratos bajos, y muy pocos son representantes de las etnias blancas o caucásicas. Además, todavía un negro, un indio o un hispanoamericano recibe una sanción más dura que un descendiente de arios. Incluso, casi hasta fines del siglo XX era común que ricos terratenientes o blancos de clase media violaran a mujeres de color y a pesar de las evidencias terminasen absueltos. Tampoco se solían investigar este tipo de atentados, sino cuando había pruebas de que el sospechoso cometía numerosos ataques o se le pasaba la mano y se transformaba en homicida (el caso de Ted Bundy, que permaneció activo por veinte años y consiguió fugarse tres veces de distintos recintos carcelarios, es emblemático en tal sentido). Ni hablar de las denuncias por incesto -abundantes hasta la actualidad- o cuando estas aberraciones eran efectuadas por sicópatas no compulsivos -que atacan una sola vez, más que nada amparados algún poder, justamente el tipo de hampón que sería Strauss-Kahn-.

La prestancia con que los tribunales de New York detuvieron a Dominique Strauss-Kahn (no olvidemos que lo bajaron del avión cuando éste se preparaba para despegar con rumbo a París; y ya en tierra lo expusieron a la prensa como un delincuente más), es digna de aplausos pues todas las pruebas apuntan al ahora ex director del FMI como culpable. Pero cabría preguntarse si los norteamericanos actuarían del mismo modo con un connacional que se encontrase en idéntica situación. Sucesos recientes hacen pensar que sí, como los incontables procesos contra curas pedófilos que se están llevando a cabo en el país de Washington. Pero cabe recordar que el catolicismo no es la principal religión que se profesa allá, y cuando un lugar se guía por su credo mayoritario sus componentes tienden a ser más drásticos con los vecinos que proponen alternativas en tal sentido; y ya no es necesario acotar que la principal creencia en Estados Unidos es el evangelismo. Aparte de que varios sacerdotes encartados son extranjeros y algunos llevaban años cometiendo sus atrocidades, ante la mirada pasiva de los organismos competentes. Y otrosí, se han suscitado momentos en que evidencias concluyentes mediante sin embargo se ha optado por creerle al acusado, como pasó hace menos de dos décadas con las mujeres que eran violadas por sus sicólogos tratantes en las propias consultas, mientras dormían producto de sedantes inoculados por los mismos tratantes. Supongo que los "terapeutas", como son bien vistos hoy en el Primer Mundo en general, "gozaban" de ciertos privilegios. Ahora, también podríamos preguntarnos qué acontecería en la nación de América del Norte, si un siquiatra o un político norteamericano, fuese detenido en cualquier otra parte por los mismos cargos y en idénticas circunstancias. ¿Respetarían los gringos la soberana determinación de un tribunal foráneo?

domingo, 22 de mayo de 2011

Bromista en la Oscuridad

En la ceremonia de clausura del festival cinematográfico de Cannes, el realizador danés Lars Von Trier osó emitir la declaración irreverente de rigor y no halló nada mejor que expresar admiración por Hitler y algunas obras que éste llevó a cabo: eso sí, aclarando que el antisemitismo y los campos de concentración no se encontraban entre ellas; aunque a la vez, valorando la capacidad que tuvo el líder del nazismo para unir al pueblo alemán en pos de una causa común, precisamente la justificación ideológica que impulsó al exterminio de los judíos. Como era de esperar, los principales medios de comunicación europeos reprodujeron con prolijidad esta sarta de opiniones, recordando al mismo tiempo que, por el carácter despiadado que adquirió el régimen del jerarca germano, es que todos los países del Viejo Continente que padecieron la Segunda Guerra Mundial han tipificado un delito, la apología del nacionalsocialismo, que precisamente habría cometido el autor de "Manderlay" y "Bailarina en la Oscuridad", al espetar tamañas atrocidades.

Muchos han aseverado que el festival de Cannes, por su glamur y su tendencia a estrenar súper producciones, es una especie de intento de Europa por emular a Hollywood. Con la gran diferencia que este evento se rige por los cánones de las élites culturales del Viejo Mundo. Que en consecuencia, permiten que compitan en el certamen -y lo ganen- mayormente aquellos filmes que han sido censurados en sus países de origen, o les significan la persecución judicial a sus directores, o denuncian una delicada situación que los gobernantes de sus respectivas naciones no desean que se dé a conocer. En resumidas cuentas, nos hallaríamos frente a una suerte de Óscar político, que por esta última característica, tiene ciertos aspectos en común con otro galardón artístico de alcance mundial que tampoco ha estado exento de polémica: el Nobel de Literatura. Ambos se dan en lugares que se vanaglorian de ser baluartes históricos de la democracia y el respeto a las libertades individuales, eso sí a la europea, lo que significa que dicho eslogan no es comparable con su similar que se profesa en Estados Unidos, y que Bush repitió hasta el nivel de la inconsecuencia (bueno: en realidad la imagen de Suecia es la de un ejemplo de Estado de bienestar; pero muchos teóricos aseguran -y la verdad es que están en lo cierto- que si los ciudadanos no obtienen beneficios de parte de sus administradores éstos finalmente no se encontrarían en condiciones de ejercer su derecho a la libre expresión). Toda esta parafernalia conlleva que, en la ceremonia de clausura, o en alguna entrevista -de preferencia cerca del término de la edición del festival- uno que otro realizador lance escupitajos de eso que los amantes del cliché llaman "lo políticamente incorrecto", con el propósito de llamar la atención (en su mayoría, son tipos que saben que su película no está entre las mejores y por ende no se llevarán ninguna Palma de Oro) y darle alimento a la prensa acreditada, la cual, al igual que en todo espectáculo donde la imagen prima sobre la sustancia -si bien lo exhibido en Cannes aún suele ser de buena calidad-, se comporta como el más vulgar de los magacines rosa.

Por ahí, algunos noticiarios apuntaron que sus apologías del nacismo o sus insultos antisemitas perjudicaron las carreras de otros artistas, que debieron pedir disculpas públicas por el desaguisado. La verdad es que la mayoría de esas declaraciones fueron emitidas con una buena dosis de alcohol en la sangre, quizá la única manera, en la actualidad, que alguien instruido puede llegar a defender lo obrado por Hitler (bueno: salvo que se pertenezca a una pandilla neonazi; pero ahí hablamos de personas que no se caracterizan por mostrar niveles siquiera medios de cultura). Otras, en particular las que se concentran en los judíos, suelen ser motivadas por momentos de ofuscación al observar lo que de tarde en tarde Israel le hace a los palestinos. Y una vez que los responsables han pedido perdón ante las cámaras y los micrófonos, su situación, lenta pero sostenidamente, vuelve a ser la de antes, dejando en claro que se trata de un juego donde se tomó la alternativa equivocada. Cabría preguntarse si pasara lo mismo cuando, por ejemplo, cualquier sujeto con aires de rebeldía emitiera alguna declaración en favor de Al Qaeda o del velo islámico, o atacara en duros términos el feminismo y de paso justificara las distintas formas de agresión a las mujeres, o se burlara a rabiar de Nicolás Sarkozy o cualquier otro político europeo, llegando en el caso del presidente de Francia a poner en duda su sexualidad o insinuar que el supuesto embarazo de su esposa no es de él, o despotricara la evolución de Darwin, o incluso sólo asegurara que todos los regímenes debieran ser como los de Cuba o la RPD Corea. Aunque fuese en son de broma, estoy seguro que al temerario no le bastará con una excusa o una sincera señal de arrepentimiento. Ahí sí que su carrera se vería afectada. De modo leve, probablemente. Pero en cualquier caso, le iría peor que quien le prende velas al fúrer, y sin delito tipificado de por medio.

La impresión que producen las declaraciones de Lars Von Trier es que el cineasta danés intentó probar hasta dónde llega el grado de libertad de expresión que ha sido la marca de fábrica del festival de Cannes. Lo cual no es menor, si se toma en cuenta que dejó a los organizadores del certamen en una encrucijada: si somos diligentes a la hora de exigir más democracia en territorios lejanos y ajenos, ¿por qué perseguimos a quien trata de ejercer ese mismo derecho en nuestro propio país?. Y la respuesta no es fácil, créanlo. Aunque probablemente la solución sí. Porque en unos días más, veremos a través de las pantallas al mismo autor pidiendo las disculpas de rigor, con la misma sonrisa socarrona que usó para emitir sus barbaridades, en esta ocasión en actitud de "no quise decir eso, aunque me parece que el lenguaje no fue el apropiado". Y la excusa será aceptada. Porque somos civilizados, vivimos en una sociedad de raigambre cristiana, religión que recomienda el perdón; y el señorito (que no lo es, porque el "von" es un seudónimo: una nueva muestra de que a Lars le gusta llamar la atención) regresará a filmar películas, que al fin y al cabo eso nos permite amasar más dinero y ser cada día más felices. Con una anécdota adicional para agregar a su currículo o en la página que sobre su persona le dedica Wikipedia.

domingo, 15 de mayo de 2011

Poligamia, Adulterio, Infidelidad

Recientes estudios han confirmado que este asunto de la infidelidad entre parejas hace bastante tiempo que dejó de ser visto como una situación excepcional para transformarse en una conducta no sólo aceptada socialmente, sino además practicada casi como si se tratase de una norma a seguir en las relaciones erotómanas. Y dicha tendencia al adulterio se da por igual entre ambos géneros. En paralelo a la aparición de estos datos estadísticos, otros estudios afirman que el intercambio de cónyuges también ha experimentado un fuerte incremento. Lo interesante es que ambos fenómenos no se dan en el contexto de grupos que podrían ser calificados de liberales o libertinos, sino entre personas de filiación cristiana, que de acuerdo, no poseen una formación teológica contundente ni una sujeción aceptable con su comunidad eclesiástica; pero que de todas maneras asisten al templo con bastante regularidad, e incluso opinan de manera similar al conservadurismo político, religioso o moral. Más aún: pese a que el resto de sus hermanos conoce o al menos intuye de su comportamiento, empero deciden mirar hacia el lado, amparados en el principio bíblico que impide juzgar la vida privada del semejante; pero en realidad, temerosos de perder una abundante cantidad de diezmos y ofrendas.

En realidad, al igual que el divorcio, el adulterio y la infidelidad se hallan por definición intrínsecamente unidos al matrimonio. Por lo tanto, si existe este último, también se darán los otros tres. Cuando menos así está concebido en los cánones filosóficos y jurídicos de la llamada civilización cristiana occidental. En cierto sentido, es una forma de reconocer el fracaso de la imposición de una imagen idealizada por encima de la "naturaleza intrínseca del hombre", cliché que asevera que, en materia de relaciones erotómanas, nadie es fiel por naturaleza. Una necesidad de rendirse a las evidencias, que adquiere mayor importancia en estos tiempos de mundo desencantado, en que todo busca ser explicado a través de la ciencia por un lado y de la sicología por el otro. Y donde quien rechaza tales predicamentos arriesga ser tildado de fanático religioso ignorante y defensor de supercherías medievales. Algo que, si bien no terminará con el disidente en la hoguera, sí le podría significar una condena en los medios masivos de comunicación y por su intermedio, en la opinión pública. Sin embargo, y en paralelo a esta distensión o relajamiento de las costumbres -que en cualquier caso se viene dando desde que se instauró el connubio monógamo-, el matrimonio persiste como una institución virtualmente sacralizada, no sólo dentro de los márgenes del catolicismo. Porque aquí se saca a colación otro aspecto que pretende pasar por empirista. Ya que existen registros de celebraciones conyugales a partir de la Antigüedad, que además han tenido la virtud de regular un cierto orden social, como la crianza e instrucción de las nuevas generaciones. Y esto es muy bueno pues impide que el liberalismo moral o incluso el libertinaje sean vistos como antesala o peor como sinónimo de revolución, acontecimiento bochornoso y violento capaz de provocar la muerte o el despojo de nuestros semejantes y hasta de nosotros mismos. Libre pero no imbécil es la consigna.

De esa manera, se conserva el matrimonio con el fin de asegurar el statu quo, o de permitir la movilidad social sin afectar a quienes detentan un mejor poder. Por último, para quedar en paz con los dioses. Asimismo, las "debilidades de la carne" no son combatidas con la flagelación, que ya Freud indicó qué pasa en el organismo cuando se reprimen los impulsos (para dejarlo en claro, acuñó el término neurosis, y lo asoció a la religión). Y como nos encontramos inmersos en los valores de la civilización cristiana occidental -responsable también de la sicología-, hemos pactado un consenso donde aceptamos como única alternativa el matrimonio monógamo, pero añadiéndole una válvula de escape en que caben el adulterio, la infidelidad, el divorcio o incluso la prostitución. Por el contrario, la poligamia, por poner un ejemplo, es apuntada como algo propio de machistas y agresivos musulmanes, o de sociedades atrasadas dependientes de la agricultura (calificativos que por extensión semántica también afectan a la poliandria, su versión femenina, que se da en ciertas culturas). Tampoco la soltería o la búsqueda de relaciones ocasionales es bien recibida bajo este esquema: si antes quien obraba así era un fornicario o un inmoral, ahora es un inmaduro, que tras la irrupción del sida, hasta ha sido tachado de irresponsable. De igual manera queda descartada la opción de mantener diversas parejas sexuales a la vez, aunque éstas sepan que se involucran con un promiscuo -otro término que tiene una connotación despectiva- y conozcan a sus demás congéneres -de hecho, eso puede contribuir a que tal decisión sea todavía más despreciada e inaceptable-. Mientras que la homosexualidad comienza a ser tolerada pues está siendo adaptada de manera progresiva a estos cánones, como lo prueba la legalización del matrimonio gay en varios países.

Uno puede o no tener una tendencia conservadora. Pero quien desea dirigirse por los estándares del cristianismo (no el cristianismo ultramontano, recalcitrante u ortodoxo, sino el cristianismo a secas, que es el único verdadero) debe recordar que el seguidor de Jesús debe ser marido de una mujer, y que la Biblia siempre condena de manera más enérgica el adulterio que la fornicación, aunque considere que ambas actitudes son pecado. Y por sobre las dos, apunta que más peligrosa es la hipocresía. Esto de la infidelidad y del adulterio realmente provoca asco. Porque se intenta vender como una aventura para aficionados a las sensaciones fuertes, cuando en realidad se rige por una mentalidad reaccionaria a extremos patológicos. En fin: por eso, entre otras cosas, es que no me caso ni tengo hijos.

domingo, 8 de mayo de 2011

Hosanna Bin Laden

Ningún cristiano debiera alegrarse por la muerte de un inconverso. Menos si tal deceso se produjo de manera violenta y en circunstancias poco claras. Por lo mismo, quienes se congregaron en las distintas plazas y parques tanto de New York como de otras ciudades del mundo, a celebrar el ajusticiamiento de Osama Bin Laden por un grupo de comandos norteamericanos, si es que asisten con regularidad a algún templo, es el momento de que empiecen a pedir perdón a Dios por sus pecados. No sólo porque tal hecho constituya una violación a los derechos humanos o un acto de injusticia; o porque con dispararle sin más, al líder de Al Qaeda se le haya negado la opción de arrepentirse de sus equivocaciones. Sino, a causa de que el fallecimiento de un musulmán, un ateo o un hindú, en cualquier situación que se produzca, nos exige una explicación acerca de nuestra labor evangelizadora, que debemos ejecutar por mandato bíblico. Que una persona decida irse a la tumba sin el Señor en su corazón, y que no muestre señal alguna de preocupación por ello, en una época en que el mensaje salvífico debiera estar difundido y más o menos asimilado en todo el mundo, significa que algo estamos haciendo mal.

Y una consecuencia de ese denuesto, tal vez, sea lo que ha venido sucediendo en los días posteriores al deceso de Bin Laden. En lugar de asistir al culto y expresar la felicidad que les provoca tamaño acontecimiento, muchos cristianos han preferido quedarse en sus casas e incluso restarse de las reuniones dominicales por algunas semanas. El motivo no es la resaca que sigue a toda celebración -y que también afecta a los hermanos, aunque se declaren abstemios, ya que ese concepto va más allá del consumo de alcohol-, sino el miedo. La capacidad de Al Qaeda de realizar atentados, y las represalias que han jurado sus miembros a fin de vengar la sangre del cabecilla caído, lo ha impulsado a temblar en vez de aplaudir, y los ha hecho pasar del jolgorio momentáneo al temor constante. Pasando por alto, además, unas cuantas exigencias que Dios le hace a quienes pretenden alabarlo, como reunirse de manera periódica con sus semejantes y plantarse frente a la adversidad con valentía y confianza en que el mismo Señor ayudará a la superación del mal rato sin que el fiel sufra algún rasguño. Hablar de castigos divinos es inaceptable y aprovecho de aclarar que en ningún caso es la conclusión a la cual pretendo llegar con este artículo. Pero en varios pasajes del Nuevo Testamento se aclara que lo más importante no es la obra en sí sino sus frutos, y que si éstos son negativos, su iniciativa de origen debe terminar siendo mal evaluada, por muy buenas intenciones que aquélla haya tenido.

Sin embargo no se trata de un camino que el cristiano está obligado a recorrer a tientas. Pues la misma Biblia establece que, si una acción arroja resultados contraproducentes, significa que sus ejecutantes en determinado momento se apartaron de la correcta doctrina, o simplemente se dejaron llevar por su propia vanagloria. Y en relación con los recientes sucesos en torno a la persona de Bin Laden, el hecho de que algunos cristianos hayan esbozado una sonrisa cuando se dio a conocer la noticia, es un gesto que por su propia naturaleza indica que esos hermanos estaban deseando la muerte del líder de Al Qaeda, lo cual constituye una falta a los preceptos del camino, pues un seguidor de Jesús está llamado a orar por sus enemigos y perseguidores, y en caso alguno esperar su fenecimiento en circunstancias penosas o indignas. Es cierto que existe la legítima defensa, pero en esta ocasión no correspondía, pues se acribilló a un ciudadano que vivía lejos de nuestro hogar y que no había enviado emisarios a agredirnos (ni siquiera en el contexto de los ataques del 11-S, pues no fueron dirigidos hacia el cristianismo, ni siquiera al pueblo norteamericano, sino contra el imperialismo de Estados Unidos y lo que dicha ideología representa en determinados sectores de la población del Medio Oriente). Y esa ansia de asesinar fue, entre otras causas, la que gatilló el desenlace fatal de hace algunos días. Cuyas consecuencias (que no es lo mismo que un castigo divino) ya se están manifestando en el miedo que han comenzado a sentir ciertos creyentes, el cual les ha motivado hasta desobedecer una que otra prescripción bíblica.

Lo ocurrido con Bin Laden es un triunfo militar de Estados Unidos en el contexto de su soporífera y nunca bien definida guerra contra el terrorismo, y en el marco del intento de este país por establecer su supremacía dentro del mundo aún pasando a llevar los intereses de los demás. Los altos mandos de las fuerzas armadas norteamericanas, en especial quienes participaron en este operativo, son los únicos que tienen argumentos para festejar. Aunque sea como soldados de un determinado Estado y no de Cristo. Pues si asisten a algún templo, es menester recalcarles que en este caso actuaron como mercenarios de una fuerza que buscaba su propia satisfacción antes que implementar un aparato misionero. Y las consecuencias de sus actos las sentirán en poco tiempo más, cuando denoten que su lucha está lejos de acabarse, y que algunos de los suyos, a su vez, terminen abatidos en uno que otro enfrentamiento. Entretanto, una masa de cristianos acoquinados sucumbirá lentamente ante un islam que se muestra avasallador y que ahora tendrá la justificación de un mártir para convencer a los incautos. Puesto a la altura de Ernesto Guevara, aunque las diferencias entre ambos sean abismales. Porque Estados Unidos, un país que asegura confiar en Dios mientras distribuye las armas y los dólares, ha conseguido lo que ni el diablo fue capaz de lograr.

domingo, 1 de mayo de 2011

Permitido Prohibir

Hace algunas semanas, cuando el gobierno de Nicolás Sarkozy anunciaba que iba a impedirles a las mujeres musulmanas el uso del velo total -el que cubre por completo la cara- en las calles francesas, además de obligarles a quitarse esa prenda, en cualquiera de sus versiones, en los edificios públicos: cristianos de los más diversos lugares aplaudieron la medida, viéndola como una muestra de coraje de la civilización occidental frente a una religión irracional, represiva y sexista cuya sola existencia constituía un atentado contra la libertad, la tolerancia y la democracia. Hoy, cuando el mismo presidente anuncia que ya no se permitirá orar ni predicar en las arterias de París y Marsella, dichos creyentes abuchean la decisión y acto seguido denuncian que la temida persecución final contra los hijos del camino, anunciada en el Apocalipsis, ha comenzado. Una agresión de la que, curiosamente, son tan víctimas como los odiados islamistas.

Sarkozy es un conservador a ultranza al igual que George W. Bush, y en base a su ideología, ambos tienden a proveer de mecanismos que garanticen la mantención de los "valores tradicionales" en sus respectivas naciones. Y cuando sienten que tales condiciones están seriamente amenazadas -lo que ocurre en casi todos los casos- no les tiembla la mano para establecer restricciones que pueden resultar absurdas o extemporáneas. La diferencia se produce en la orientación o en el objetivo final que se pretende. Así, en el caso de Estados Unidos, tal finalidad está sustentada por aspiraciones de tipo religioso, definidas por el puritanismo reformado del siglo XVI. En ese contexto, las consecuencias de una política reaccionaria se traducen en, por ejemplo, disminuir el campo de acción para la práctica del aborto y las campañas de control de la natalidad o impedir a cualquier precio, incluso pasando por sobre la soberanía de las entidades estaduales, la aprobación de legislaciones que permitan o regulen ya no el matrimonio sino la unión civil homosexual. Si se recuerda bien, ésas fueron las mayores preocupaciones paradigmáticas durante la administración del mencionado Bush. Además de la guerra en Irak, claro está; que en su presentación como una cruzada del mundo libre y escogido por mandato divino para esparcir la democracia a punta de bombardeos y falsas acusaciones, por cierto apenas esconde bastantes elementos de integrismo cristiano.

Francia, en cambio, descansa en sus propios valores tradicionales, que consisten en el laicismo y la secularización, así como en la fidelidad invariable a una suerte de "dios-razón", supuestamente implantado en la Revolución de 1789. En dicho marco, lo que los gobernantes galos de tendencia conservadora están llamados a hacer prevalecer, es un ordenamiento social en donde las instituciones eclesiásticas tengan el menor peso posible. No el establecimiento de comunidades ateas, porque de todas maneras se le reconoce a la religión un papel importante dentro de la población. Pero sí, la sanción de un cuerpo jurídico que, a diferencia de lo que pueda señalar su par norteamericano, disminuya el grado de visibilidad de los credos, pues aquí son estas entidades las que atentan contra el modelo que se desea implementar. Entonces, dos propuestas reaccionarias, con idéntico nivel de severidad, que generan consecuencias similares en distintos países: empero afectan a grupos opuestos de acuerdo a lo que se intenta conservar. Queda claro que la prohibición es muy buena mientras le caiga sólo al vecino.

Existen cristianos que ven con beneplácito cuestiones como la censura artística, y que están dispuestos a votar por un candidato que les garantice que determinados colectivos sociales y hasta ciertas religiones verán reducidos sus espacios si lo eligen, pues con él la nación sólo estará dispuesta "a servirle a Dios". Sin embargo, nada asegura que, a futuro, ya una vez instalado en el poder, el ayer postulante se incline por una determinada visión del cristianismo y excluya a las demás del mismo modo que lo hace con los restantes credos. De nuevo, puede traerse a colación eso de "no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan" Es decir, si colocarle restricciones al ejercicio de la fe resulta inaceptable, también debe serlo despotricar contra cuestiones como el matrimonio homosexual o la tolerancia a la diversidad. Quizá, si el hecho más demostrativo a la hora de mirar con suspicacia esto de las proscripciones, se la gran cantidad de veces que Sarkozy ha proclamado que Francia "es amiga de los americanos" para dejar en evidencia su acercamiento, no sólo a las intenciones de Bush, que al fin y al cabo ya no está en la Casa Blanca, sino a la idiosincrasia estadounidense en general, pese a que en ella, y a despecho de sus virtudes, hay aspectos que hasta los franceses más liberales detestarían. Los creyentes que tratan de frenar algunas manifestaciones de conciencia que les disgustan, se ponen a la altura de los Estados musulmanes que no permiten la existencia de otras religiones, o de la teocracia budista de Bhután, donde sólo caben los monjes naranjas. O de los laicicistas racionalistas que aseguran que cualquiera que proclama su fe en las calles es un hipócrita como los que denunció Jesús en su momento. No soy un admirador de los rebeldes de mayo -en especial porque muchos de ellos han alentado estas políticas restrictivas-; pero sería bueno recordarles que alguna vez dijeron "prohibido prohibir" en esas mismas avenidas que hoy cierran a la predicación. Y eso es equivalente a la ya citada sentencia del sermón del monte.