domingo, 10 de octubre de 2010

El Infierno de los Perritos

Hace mucho tiempo que no sucedía, o al menos, no se informaba con una cobertura más o menos visible, algún ataque de un perro callejero a un humano. Hasta la semana pasada, cuando un enfurecido pítbul estuvo a punto de descuartizar a un niño quien, como premio de consuelo tras sobrevivir, fue proclamado héroe por sus vecinos y por la prensa sensacionalista, ya que la agresión la sufrió tras socorrer a un amigo aún más pequeño, a quien primero se le había abalanzado la fiera. El incidente causó estupor, pues el can no se encontraba abandonado en la vía pública, sino todo lo contrario, ya que pertenece a una camada de animales igualmente peligrosos, mantenidos por un habitante de la misma calle donde fue de manera salvaje mordido el muchacho de marras. Un hecho que luego fue mencionado incluso por los defensores de los derechos de los animales, que además recordaron que son precisamente las mascotas que están a cargo de amos poco responsables las que casi siempre se ven involucradas en este tipo de eventos. Claro que lo plantearon de una forma que evitase la instalación de un posible -y a la luz de los acontecimientos, necesario- debate sobre la aprobación del proyecto de ley que favorece el uso de la eutanasia como mecanismo de control de la proliferación de los perros sueltos que deambulan por las aceras, tengan o no dueño conocido, y que se halla entrampado en el sus últimos trámites legislativos, pues los parlamentarios están temerosos de que se les venga encima todo un aparato consuetudinario que cuenta con ramificaciones entre los círculos de mayor influencia política y social. Un esfuerzo que dio sus frutos, pues casi no se levantó ninguna voz en favor de esa iniciativa legal, siendo ésta quizá la oportunidad más propicia para hacerlo.

Ya he expresado, en textos anteriores, mi opinión sobre los defensores de los derechos de los animales, a quienes en esta ocasión llamaré únicamente por su autónimo. Por ende, me abocaré al problema específico que abrió este artículo. En ese sentido, es imprescindible señalar que si uno aboga por el equilibrio de la naturaleza y el respeto a todas las criaturas vivientes del mundo, aún desde las posiciones más radicales, debe considerar conceptos como plaga y sobre población. Ambos, se refieren a la existencia de una especie que se multiplica con preocupante rapidez en un hábitat determinado, además sin control. Dicho crecimiento demográfico amenaza al resto de los seres vivos que también dependen de ese espacio, los cuales se ven enfrentados a la posibilidad de la extinción o en el mejor de los casos, a la supervivencia en medio de condiciones hostiles en su propio lugar de origen, que por lo tanto les pertenece. A fin de contrarrestar esas situaciones anómalas, es que se establece un freno planificado a la proliferación de las especies que tienden, en una determinada época y en un delineado sitio geográfico, a aumentar de manera insostenible su cantidad de individuos. De tales decisiones no se salva ni siquiera la especie humana, y por eso es que en los últimos años ha cobrado especial relevancia el llamado control de la natalidad. Con las plantas, mamíferos e insectos se practica un procedimiento idéntico, sobre todo cuando invaden una zona no explorada, donde se desenvuelven un sinnúmero de especies nativas, que podrían desaparecer si triunfan los nuevos colonizadores.

Por otra parte, las nociones más elementales de la ética indican que ante una controversia suscitada entre la vida de un humano y la de un animal inferior, siempre hay que obrar de modo inequívoco a favor del primero. Y no se trata de moral occidental cristiana, pues en las religiones orientales este principio, aunque con bastante menos fuerza, también suele recalcarse. Por ese motivo eliminamos los mosquitos que transmiten enfermedades, incluso a riesgo de desencadenar su extinción -que en cualquier caso, por sus condiciones reproductivas, nunca se va producir del todo-. No creo que los defensores de los "hermanos menores" alguna vez se hayan parado enfrente de un exterminador de cucarachas o ratones alegando que esas pobres criaturas también son objeto de derechos. Es más: alguno de los más conspicuos representantes de tales organizaciones, cuando se vio enfrentado al bochorno de ver un roedor corriendo por su cocina, de seguro no dudó en llamar a uno de estos profesionales, sin formularse aprehensiones por ello. De igual forma, los perros sueltos en la calle constituyen un grave problema de sanidad pública, ya que pueden morder a alguien y matarlo a dentelladas, además de que esparcen infecciones muy delicadas; y con esto no me refiero exclusivamente a la rabia, sino a la serie de parásitos que contienen sus excrementos. Y aunque los humanos nos hubiésemos apropiado de un paño de tierra que no nos pertenecía para edificar nuestras ciudades, desterrando, cuando no reduciendo a sus habitantes originales, al final los canes también son ajenos al paisaje, ya que su lugar es el patio o el antejardín de una casa bien cercada y segura, al menos para estos menesteres.

Volviendo a los defensores de los animales, éstos han argumentado que el problema no son los perros sino los amos irresponsables. De acuerdo. Pero entonces, podemos rebatir diciendo que una legislación blanda en esta materia permite la posibilidad de que tales inescrupulosos se sientan con la autoridad para hacer lo que les plazca, ya que jamás recibirán una sanción por actos que atentan contra la convivencia universal. En tal sentido, advertirles que si su can anda suelto por ahí corre el riesgo de ser sacrificado -aparte de la multa que puede caerle al propietario-, los forzará a tomar conciencia y a pensarlo dos veces antes de abrirle la puerta que da a la vereda. No se trata de meter la letra con sangre, sino del siempre necesario sentido común. Por lo demás, por cuestiones que revisten menos peligro, como los fuegos artificiales o el alcoholismo juvenil, se han promulgado leyes mucho más punitivas y por lo mismo bastante más absurdas. Regular una especie que amenaza con convertirse en plaga no es maltrato animal ni mucho menos un atentado al ecosistema. Es garantizar la existencia de todo tipo de género natural, incluso de quienes reclaman de manera desaforada cuando estos temas se abordan.

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