domingo, 26 de septiembre de 2010

La Brutalidad del Lazo

Desde luego, uno sólo puede condenar lo acaecido durante el desarrollo de un rodeo en Ñuñoa en el marco de la reciente celebración de fiestas patrias. Allí, una menor de diecisiete años de edad, activista de los derechos de los animales, que de tarde en tarde hostigan a los practicantes de este deporte, fue laceada por uno de los jinetes, y acto seguido, ya con el ato rodeando su cintura, arrastrada hasta afuera de la medialuna. Es cierto: los manifestantes habían bajado al ruedo a gritar sus consignas, poniendo en riesgo su propia vida y la de los deportistas, algo que además se ha vuelto común en esta clase de acciones. Pero la violenta respuesta no es una conducta tolerable ni muchos menos elogiable, al contrario de lo expresado por el animador del certamen, quien siempre apoyó al micrófono una conducta inaceptable, alentando al público asistente a que también lo hiciera (y que enhorabuena, al parecer no siguió tal recomendación). De hecho, ese presentador se convirtió en cómplice de un delito, cual es la agresión con lesiones leves.

Lo peor, para los defensores y en general para las personas vinculadas de una u otra manera al rodeo, es que esta acción reflotó los estigmas y los prejuicios que la gente común suele formarse en torno a ellos. Incluso, la televisión, cada vez que informaba de este incidente, no dejaba de llamar "huasos" a los jinetes. Calificativo que por cierto los debe henchir de orgullo. Pero que en esta coyuntura, retrotrae a la imagen del campesino bruto, ignorante y cavernario que sólo es capaz de imponerse mediante el uso de la violencia. Ejercida, además, contra una mujer; mejor dicho, contra una adolescente. Situación que empeora todavía más las cosas. Porque se añade la caricatura del cobarde imbécil que sólo cuenta con la capacidad -física, mental y social- de descargar sus frustraciones con aquello que encuentra primero a mano, que es su propia prole. Y tales demostraciones retrógradas son un asunto que también se le suele atribuir a los habitantes de zonas rurales, quienes se supone, según este seudo razonamiento, son menos educados. Para colmo y remate, estamos en presencia de sujetos de ideología conservadora en lo que se refiere a la "moral y las buenas costumbres" que pertenecen a estratos más acomodados, los cuales son más asiduos a practicar este deporte. En definitiva, una pléyade de temidos y temibles hacendados, de esos mismos que en el pasado salían a caballo a perseguir a sus inquilinas buscando atraparlas con el lazo, para en seguida subirlas a la montura y llevarlas a un sitio eriazo donde pudieran violarlas en la total tranquilidad e impunidad. O que empleaban la misma arma para capturar, arrastrar y ahorcar a aquellos peones sospechosos de rebeldía; o bien, para atrapar las urnas en pleno local de votación y con idéntica rapidez perderse a través de los cerros. Lamentablemente para ellos, hay muchos connacionales que ven en el rodeo una representación simbólica de esa cultura, ya desterrada, por fortuna, de los campos chilenos.

Una consecuencia nefasta de este no menos ominoso proceder, es que también sirvió para validar los reclamos de los adoradores de bestias, autodenominados defensores de los derechos de los animales, que aquí terminaron de manera innegable transformados en víctimas. Si se examina bien, a poco andar cualquiera se da cuenta que estos chicos que irrumpieron en la medialuna, así como sus pares, comparten la característica de pertenecer a sectores de clase media alta equivalentes al nivel de ingreso y posición social de los vilipendiados jinetes. La diferencia es que se trata de un estamento urbano, que desde siempre han sostenido un conflicto con el universo rural, donde las recriminaciones y el desprecio son mutuos. Hay que decirlo con todas sus letras: los activistas en pro de los "hermanos menores", son niños ricos ociosos que se involucran en estas causas porque no se atreven a intervenir en instancias donde quienes sufren son seres humanos. Les han inculcado en sus escuelas, que esas reivindicaciones son propias de ideologías perversas como el socialismo y el comunismo, un ogro que además pretende quitarles su heredad para distribuirla entre los sucios y flojos pobres. Pero como son jóvenes y necesitan un ideal, se adhieren a estos movimientos donde pueden presentarse como luchadores contra un modelo que daña a otro ser vivo. Ambos grupos, los que sientan sobre un equino y quienes tratan de bajarlos de las monturas, aunque ahora aparezcan como antagónicos, a la postre conforman esa enorme masa de muchachos adinerados con todo resuelto desde la cuna, que para no quedar mal con sus padres, canalizan todas sus energías en divertimentos que disfrazados de labores altruistas o de recreaciones sanas. Un colectivo amorfo, pero a la vez y aunque suene contradictorio, consciente de sí mismo, en el cual participan otras montoneras, como esos adonis rubios y acomodados de colegios católicos ultramontanos, que durante los veranos salen a construir casuchas en los campamentos y embarazar a alguna mozalbete ingenua.

Toda vez que los adoradores de bestias también reflejan su ignorancia irreflexiva e impulsiva. Pues, si se detuvieran a leer y comprender los reglamentos del rodeo, caerían en cuenta de que su ejecución está planificada justamente sobre la base de no provocar daño al animal. De hecho, ése es el principio que rige el perfecto arreo de ganado, que es lo que se intenta recrear en este deporte. Lo cual se demuestra al penalizar ("puntos malos") las formas que puedan herir al novillo acorralado contra la pared. Y estas acotaciones en caso alguno buscan hacer una apología, pues el círculo que existe en torno al rodeo en verdad es bastante desagradable y eso quedó demostrado sobremanera en este injustificable acto de laceo. Se trata de analizar a las partes del conflicto antes de embanderarse en favor de uno o de otro. Y constatar que aquellos que en un primer vistazo aparecen como buenos, al final llegan al mismo punto de encuentro, aunque su partida sea desde un sitio diferente.

domingo, 19 de septiembre de 2010

La Distopía del Mundo Cristiano

Siempre me han llamado la atención aquellos hermanos que se horrorizan al observar cómo avanza, prácticamente sin contrapeso, lo que ellos denominan "la corrupción moral del mundo": un proceso de degradación irreversible y terminal, así descubierto por un único estándar de medición como es la subjetividad personal. Lo interesante es que quienes han llegado a este punto en su investigación, acaban reaccionando de dos maneras: o se resignan y aceptan que es un anuncio de la inminente y por cierto no tan lejana segunda venida de Cristo -que en tales circunstancias, debe leerse como el fin del mundo, en la manera más coloquial y menos teológica en la cual suele emplearse esa frase-, o prefieren tomar un rol más activo, reclamado por un mayor control de parte de las autoridades, lo que en la práctica se traduce en votar por quienes aceptan sus preocupaciones, cuando no deciden dar el paso siguiente y postularse ellos mismos como alternativa para detener el amenazante caos.

Este último grupo de hermanos sueña con un planeta poblado exclusivamente por cristianos, donde los gobiernos se rijan por algunos principios morales prescritos en la Biblia. Más bien, por normativas impulsadas en base a determinadas interpretaciones de las Escrituras, que no necesariamente tienen un total asidero, al menos de la forma en que sus partidarios las plantean. Por supuesto, asuntos relativos a las conductas en materia de recato sexual se hallan incluidas aquí, lo cual abarca desde la recomendaciones en cuanto a la vestimenta, pasando por el rechazo a la homosexualidad y al coito no marital, hasta la condena al uso de anticonceptivos y de ciertas posiciones durante la cópula, aunque ésta sea ejercida por dos felices esposos. No nos vamos a detener en estas discusiones, que no es el propósito final de este artículo. Sólo cabe recalcar que una utopía de tal clase, esto es que todos los habitantes del planeta sean cristianos, es una vana esperanza y así es como la tratan el mismo Jesús y los apóstoles. Y no porque entre ellos se halla impuesto la primera de las dos tendencias descritas en el anterior párrafo. Sino, debido a que una aspiración de tales características, atenta contra la esencia del mensaje de salvación, que debe ser recibido por las personas como una procesión de fe, que es un acto que sólo puede explicarse a partir del libre albedrío de cada uno de nosotros, el mismo rasgo que nos arrastra a decidir en plena conciencia y sin presiones externas, si tomamos o no la oferta que nos obsequia el Señor.

Lamentablemente, a través de los siglos no se ha entendido así y las consecuencia de aquello pueblan la historia. Cuando en el 380, el emperador romano Teodosio declaró al cristianismo como religión exclusiva del Estado, esa comunión de hombres y mujeres que durante tres siglos había luchado contra un enemigo común, ahora empezaba a experimentar divisiones y desencuentros. Las doctrinas falsas, si bien ya se habían manifestado casi desde la misma ascensión de Jesús, durante este periodo adquirieron una inusitada popularidad, y algunas, como el arrianismo, en un momento impregnaron a toda la feligresía. Por otro lado, los ciudadanos paganos que se vieron forzados a convertirse a la nueva realidad, además sin un proceso guiado en donde conocieran paulatinamente los dogmas, trajeron aspectos propios de sus costumbres y los mezclaron con las enseñanzas de Cristo, dando origen a un híbrido que en buena parte constituye la teología de la iglesia católica, al menos en su variante menos reflexiva o como la denominan ellos, popular. Eso, sin contar que se daba vuelta la tortilla y los seguidores del camino, de perseguidos pasaban a convertirse en perseguidores, en una conducta aberrante que dejó muchos más muertos que los ocasionados por la furia de los incircuncisos emperadores romanos.

Si todas las personas fuesen cristianas, aún siendo honestas en su fe, simplemente nos mataríamos de tanto aburrimiento. Y el deceso por abulia, ya lo sabrán, se obtiene recurriendo a un pecado: el suicidio. Lo interesante de esta ruta se encuentra en la posibilidad de atraer almas al redil; de otra manera, la doctrina de Jesús sería un completo absurdo. El hombre es por naturaleza libre y eso significa que tiene la capacidad de observar, plantearse preguntas y debatir. Les aseguro que en un universo poblado sólo por cristianos, los disidentes no tardarían en aparecer y nos enfrascaríamos en una pelea fratricida con ellos, causada por elementos ajenos al dogma y al mensaje. El desafío es convencer a los incrédulos con las armas de la buena convivencia que al fin y al cabo son las que nos legó Dios. Así conseguiremos enriquecer nuestra fe y tendremos un tesoro más en el cielo.


domingo, 12 de septiembre de 2010

Los Fanáticos del Fuego

Ha existido una exacerbación morbosa en este asunto del pastor norteamericano que anunció para el recién pasado once de septiembre -en el marco de la conmemoración de un nuevo aniversario del ataque al World Trade Center- la quema pública de un ejemplar del Corán, como respuesta al intento de un grupo de musulmanes de construir una mezquita relativamente cerca de lo que, tras los ominosos hechos del 2001, es conocido como la "zona cero". Después de todo, se trata de la afiebrada decisión de un reverendo que encabeza una minúscula congregación de una pequeña localidad al interior de los EUA, quien al parecer, está motivado por causas muy ajenas al sentimiento espiritual de los evangélicos, ya que al divulgar sus amenazas a través de los sitios más visitados de internet, dejó en claro que tenía un ambición al menos solapada de buscar fama y fortuna. Algo que ha conseguido con creces, al punto que se vio obligado a desistir de sus pretensiones, gracias a los grupos interesados en que situaciones como ésta, que no debieran pasar de la mera anécdota, adquieran por el contrario, ribetes de escándalo: pandillas que no sólo circunvalan al entorno musulmán, pues también se pueden encontrar en los círculos cristianos. Y que el hombre que deseaba encender la hoguera, está en pleno conocimiento de que existen, y que se les puede sacar provecho.

Quemar un libro es de por sí un acto que, ante los ojos de una persona común y corriente, se torna una mezcla de barbarie y terrorismo. Más aún, si se trata de una obra como el Corán, que, nos guste o no a los cristianos, tiene un sitial más que ganado en la historia y en la cultura universales. Es algo que -y discúlpenme el pastor de marras y la comunidad que regenta- sólo puede provenir desde las entrañas más profundas de la imbecilidad. De hecho, un buen número de países ni siquiera destruyen los textos piratas que se incautan en un determinado proceso judicial, optando en vez de aquello, por donarlos a tales o cuales bibliotecas. Sin embargo, la cremación como medida aleccionadora, es una práctica que a los hijos del camino, ya sea que se presenten en condición de victimarios o de víctimas, sólo les ha traído dolores de cabeza. Lo sabemos especialmente los evangélicos; o quizá no tanto, porque durante la Reforma algunas iglesias que abrasaron la disidencia de Lutero, prendieron hogueras donde incineraron a quienes les disgustaban, como aconteció en Ginebra con Miguel Servet. Pero los oprobiosos acaecimientos derivados de la actuación de tribunales como la Inquisición, debiera ser un incentivo suficiente para rechazar la reiteración de tales determinaciones a lo largo del tiempo. Aunque las sanciones ya no se apliquen sobre seres humanos sino contra hojas de papel. Por último no está de más recordar ciertas palabras vertidas en el llamado Sermón del Monte: "no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan"; o "bienaventurados los pacificadores".

Ahora. Se argumentará que la erección de un centro islámico en un sitio que despierta, por causas que no es necesario explicar, la sensibilidad de muchos cristianos, en especial de los cristianos estadounidenses, puede llegar a constituirse en una provocación. Y hablando con franqueza, lo es. Sobre todo, si consideramos que, debido a su cohesión religiosa, entre los musulmanes es bastante fácil la convivencia entre un moderado y un acérrimo defensor de la yihad. El mismo sentido de mancomunidad que posibilita ese fenómeno inexplicable para quienes no se manejan con la dinámica de los fieles a ese credo, cual es que jóvenes que residen en países del pimer mundo, con una amplia educación y excelente opciones de desarrollo personal, empero acaben adhiriéndose a un movimiento extremista, incluso terrorista, que de todas maneras es una tendencia minoritaria y muy puntual entre los seguidores de Mahoma. Pero como siempre la realidad tiene sus recovecos. Y en el caso específico, parace que los responsables de la construcción de la odiosa mezquita, no esconden ninguna intención mezquina o malsana contra los devotos de Jesús. Al parecer sólo se dio ese sitio y nada más. Ora porque en el sector habitan muchos fieles, ora porque era el único terreno disponible, si no el más barato. El resto son simples especulaciones: las mismas de las que se ha valido el a estas alturas también odioso pastor.

Dicho reverendo, está respondiendo a una agresión como la ocurrida el once de septiembre del 2001. Pero trata de contrarrestar el sufrimiento con otro acto de violencia: uno que además- y esto lo sabe muy bien, si por algo siente deseos de hacerlo- guarda una importante e innegable connotación simbólica. Como cuando los opositores a la guerra de Vietnam quemaban banderas norteamericanas en ese mismo suelo, cuestión que fue ampliamente condenada por los más diversos ministros religiosos. De nuevo, se puede solicitar auxilio a la regla de oro del Sermón del Monte. Es curioso que algunos líderes congregacionales, para determinadas circunstancias, consideren que estos son actos diabólicos mientras que contextos diferentes lo vean como un servicio divino. Ha pasado en los EUA con los colectivos homofóbicos y los extremistas anti aborto -que han asesinado médicos y puesto bombas en los hospitales-. El problema surge cuando uno se pregunta si Dios acepta que sus hijos recurran al mal para conseguir el bien. En particular, porque ya todos saben que ante todo evento, el demonio se alegra cuando las personas hacen el mal.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Hawking y Godzilla Wojtyla

Mientras acá en Chile, otro sacerdote que ejerce en una parroquia de un remoto pueblo del interior es acusado de pedofilia, en Europa, el físico Stephen Hawking accionó varias veces su único pulgar útil para revelar que, hace unos años, el mismísimo Juan Pablo II le "sugirió" no continuar con sus investigaciones sobre el origen del universo. Las aprehensiones del fenecido papa estarían empezando a cobrar sentido actualmente, no porque haya quedado demostrado que el científico británico resulta incapaz de guardar un secreto, sino debido a que, en pocos días más, un libro de éste verá la luz en el mercado, con declaraciones poco alentadoras para la teología cristiana en general y la iglesia católica en particular, ya que en algunos de sus párrafos, el profesor inglés sentenciaría de manera categórica que el inicio del cosmos no depende, al menos de manera absoluta, de la intervención divina, con lo que se pasa por su silla ortopédica la doctrina de la Creación. Una cosa que los hombres y las mujeres empiristas han, en el peor de los casos, insinuado desde que entre ellos se hizo popular la evolución darviniana. Pero que nadie de sus filas se había atrevido a afirmar aparentemente de modo tan lapidario.

Vamos por partes. Lo de Wojtyla a estas alturas no debiera sorprender a nadie. No por su personalidad particular, sino todo lo contrario, ya que nunca fue más que el reflejo de lo que representaba, para colmo como máxima autoridad; esto es, la estructura, organización y modo de actuar del romanismo. Alguien que ante todo recurre al escándalo artificial para justificar la censura y la condena con el propósito de cerra el más insignificante atisbo de reflexión. Y en consecuencia, un sujeto que, producto de una mezcla perfecta entre vocación y mandato, se encarga de preservar a una institución que promueve cualquier cosa salvo el cristianismo verdadero. Pues si así fuera, el sumo pontífice no tendría la urgencia de reunirse en secreto con un respetado científico con el ánimo de exigirle que no siga adelante en una investigación inherente a su oficio, sólo porque compromete las bases en las cuales se sustentan sus propios privilegios. Él está consciente de su posición política y social, y sabe que al frente tiene un interlocutor que al menos intuye el grado de manejo que se da en dichas lides. En conclusión, está al tanto que su conducta en cuanto autoridad es capaz de infundir miedo o cuando menos preocupación. Y si hablamos de dominación mediante el terror, el papismo es una entidad que bien puede dictar cátedra.

Lo que más pueden lograr personas como Juan Pablo II, es que su séquito, el clero católico y los feligreses, eviten el debate y en consecuencia se pierdan una excelente oportunidad para enriquecer su nivel de cultura y su fe. Pero lo que es peor, arrastra a todos aquellos que están obligados a prestarle obediencia, a sostener concepciones erradas respecto del mismo dogma cristiano. Pues el propio Jesús rechazó el empleo de las campañas del terror, incluso verbal, como método para convertir almas, ya que es una forma solapada de valerse del uso de la violencia. El resultado de tales opciones sólo consigue provocar temor ante un eventual castigo, pero no conduce al arrepentimiento sincero. Si Wojtyla hubiese sido un cristiano de verdad en vez de un purpurado rico que convenció a innumerables líderes mundiales gracias a su correcta labia y su tendencia anticomunista, a él mismo no le habría temblado la conciencia al notar los avances del profesor Hawking. Muy por el contrario, habría analizado los planteamientos del científico con parsimonia y templanza, con el propósito final de elaborar contra argumentos sólidos y eficaces solventados en la honestidad de corazón, para presentarlos en un foro donde ambas partes se hallen en igualdad de condiciones. Quizás nunca haya conseguido derrotar al físico; pero el carisma que le era tan natural al instante de emitir bulas y documentos morales, bien que pudo haber ocasionado el interés de algún descarriado que acabare aceptando los planteamientos del Mesías. Por eso es que la verdad sólo hace libres a quienes la defienden. Porque su búsqueda es un deseo que nace desde el interior para vencer el susto propio de alguien que se da cuenta que está pensando distinto.

Y por lo tanto, los cristianos no debemos difundir el miedo. Así como tampoco dejarnos abrasar por él. Por muy respetable que sea el profesor Hawking, al parecer, por lo menos en base a lo que se ha anticipado de su libro, sus aseveraciones no están sustentadas en descubrimientos empíricos comprobables, sino en teorías y especulaciones que, en materias de ideas, están a la misma altura que la doctrina cristiana. Es decir, que cree en una tesis acerca del origen del universo que no ha podido corroborar. Igual que los creyentes aceptamos la Creación mediante el llamado diseño inteligente. No es el primero que en el campo de las ciencias se la juega por una elucubración sin contar con una prueba convincente. Sin ir más lejos, Albert Einstein permaneció los últimos treinta años de su vida ensimismado en la teoría del campo unificado, que tiene una estructura que se podría definir como propia de la testarudez religiosa, por lo cual sus mismos colegas lo criticaron: de hecho, no murió en paz al ver que era abandonado por su pares debido a que perseveraba en una cosa la cual estaba seguro que era una verdad absoluta. Hay que comprender la lectura y sólo después responder. Y con los instrumentos legados por Jesús y ningún otro. Pues ése es el único de salvar almas.