domingo, 17 de octubre de 2010

Jesús el Innombrable

Respecto del acto de censura que ese anacronismo llamado Consejo Nacional de Televisión llevó a cabo contra el programa humorístico "El Club de la Comedia", porque en uno de sus segmentos se burlaba del Sermón del Monte, uno puede extraer los más diversos análisis. Pero existe una cosa donde todos de seguro coincidirán, salvo por supuesto quienes apoyan la medida, que nunca pasan de ser unos fanáticos irracionales: esta decisión a la postre arrojará resultados contraproducentes, y acabará siendo recordada como uno de esos tantos bochornos que ayudan a ahuyentar a las personas de los templos y a perder el interés por el mensaje cristiano. Cortesía de unos venerables ancianos que, como siempre, se valen de su posición social para erigirse como sabelotodos especialmente en temas relacionados con la teología y con la fe, en los cuales por cierto jamás le atinan al blanco.

El argumento de estos inquisidores consiste en que la figura de Cristo es demasiado solemne como para ser objeto de parodias humorísticas. Ignoro en qué pedestal particular tiene cada uno de ellos al Salvador. Pero al parecer, como le señalara el apóstol Pablo a Timoteo, son tipos cuya conciencia está cauterizada. Primero, si conocieran todas las bromas que se han hecho con el Señor como víctima a través de los siglos, lo más probable es que en ese mismo momento tomen la determinación de formar una secta hermética con la única finalidad de planificar un gran atentado suicida. Y segundo, Jesús es una entidad demasiado arraigada en el pensamiento occidental como para que estas terribles ofensas siquiera le hagan cosquillas. Además, de que la doctrina y los valores que representa son universales e inherentes a la esencia misma del ser humano, por lo cual jamás caerá en el olvido ni será carcomido por el más abyecto de los ridículos. No sólo puede defenderse a sí mismo sino que es capaz de proteger a los demás. Y en cuanto a los exaltados que se le ofrecían como guardaespaldas con espada en mano, cabe recordar que siempre estuvo presto a apartarlos o a conminarles que bajaran sus armas (por ejemplo Pedro cuando le cortó una oreja al centurión romano). Lo mismo vale para quienes hoy recurren a las metrallas o a los decretos verticales. El Mesías prefiere abrirse un espacio en medio de ellos, para obtener una visión más privilegiada de la gente que está enfrente, aunque se trate de enemigos peligrosos, porque entre se encuentran los perdidos a quienes busca redimir.

¿Qué han tratado de demostrar estos decrépitos censores? Probablemente, sospecharon que se abría una oportunidad para recalcar su condición de cristianos, mejor dicho de católicos, aullando al igual que los fariseos -los legalistas y pacatos más célebres descritos por la Biblia- para que todos se enteren de su acto de contrición. Que como siempre, los afecta a todos menos a ellos. Sin embargo, una vez más nos topamos con un infame y vergonzoso intento por disfrazar la hipocresía. Para empezar, los curas apenas mencionan a Cristo en los servicios religiosos, sustituyéndolo casi siempre por los santos, los papas, los obispos, la Virgen -que no es María-, la ley natural o la iglesia universal. El Señor se torna un tabú que es relegado a esos crucifijos donde se puede apreciar la imagen de una momia doliente, atada y desesperada por toda una eternidad. Han adoptado ese temor visceral que existía en el Antiguo Testamento por el nombre de Yavé, que los israelíes siquiera se atrevían a pronunciar. Un miedo que el propio Jehová se propuso superar enviando a su hijo al mundo. Y que se refleja en el espanto que estos conspicuos caballeros experimentaron cuando escucharon las blasfemas de la sátira de marras. Y que de seguro, sienten también cuando escuchan a un honesto predicador proclamar su fe en las calles.

En resumen, se puede aseverar que esta moción de censura fue diseñada por sus creadores para decir que aún siguen ahí, que están vivos y son una institución que en el momento menos pensado puede intervenir y colocar sus condiciones. Pero otra cosa es afirmar que están defendiendo al grueso de la población que se declara cristiana y que supuestamente se halla vulnerada en sus derechos. Ni siquiera se puede decir que están obrando de acuerdo a una fe genuina, ya que su conducta denota odio de corazón. Peor aún, da la impresión que se valen de Jesús para concretar sus propios intereses, lo cual es todavía más despreciable que escarnecer al Señor, algo que se hace al menos de manera honesta y consciente.

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