domingo, 26 de febrero de 2017

Cambio de Hábito

Un hecho tan desubicado como vergonzoso para la predicación y el testimonio cristianos es el que protagonizó la cantante cubana Danay Suárez en la competencia internacional del Festival de Viña del Mar, cuando cambió la letra del tema que defendía, por la de otro, de tinte más cercano al proselitismo religioso. La explicación que dio, resumiendo en términos racionales, fue que el texto que finalmente emitió sobre el escenario incluía un mensaje de salvación más explícito, por si alguna persona desesperada por un sinnúmero de reveses personales lo escuchara y decidiera convertirse. Al menos a ella le sirvió, pues no sólo no la descalificaron -que era lo que correspondía- sino que además el canal de televisión que transmite el certamen le entregó por cuenta propia un premio especial, hecho que hasta dejó en segundo plano al verdadero ganador de la competición.

Repito los calificativos de desubicado y vergonzoso y agrego los de irrespetuoso e irresponsable. La intérprete estaba defendiendo una canción que no era una composición suya, y sin dar advertencia alguna pasa por alto el trabajo de un autor que confió en ella. Su justificación acerca de que esto lo decidió tras una conversación privada con el Señor, sólo contribuye a agravar la falta. Hacer lo que venga en gana recurriendo a la supuesta autorización de un ser superior no es un acto recomendable en el marco de la doctrina cristiana, ya que incita a la humillación de los semejantes y daña la convivencia humana, dos fenómenos que a su vez impiden la propagación y aceptación del mensaje. Más que obedecer una orden divina, parece que en realidad esta cantante cedió al típico impulso juvenil de tomarse un espacio para divulgar una idea personal que su mismo emisor tiende a considerar revolucionaria.

 Y esto último queda de manifiesto en los frutos que legó la supuesta osadía. Que a ella, en efecto, le acarreó réditos positivos. Recibió comentarios elogiosos de un prominente miembro del jurado (que estaba ahí no por sus conocimientos de música sino por situar unos temas de consumo rápido en el top manta) el que con su carisma arrastró a sus colegas; obtuvo un premio extraordinario decidido en forma no menos irregular y unilateral que el famoso cambio de letra, y consiguió unos quince minutos de fama que entre otras cosas han ocasionado un debate innecesario que sólo eclipsa el significado de la competencia de marras. Sin embargo, ¿obtuvo siquiera un momento de atención en la masa de asistentes al festival y en los televidentes, fin último de su improvisación? Al entender por la rechifla con la que le respondieron a su discurso de agradecimiento -que incluyó un breve pero soporífero sermón con cita bíblica añadida- claramente no. Y personalmente -y admitiendo que puedo equivocarme- no creo que algún desdichado del momento aparezca meses después aseverando que las palabras de Danay Suárez lo indujeron a acercarse a un templo o le obligaron a repensar su determinación de suicidarse.

Si esta muchacha -de la cual no dudo que sea una cristiana honesta- quería enviar un mensaje de salvación, podía haber concurrido a una iglesia y allí haber pedido la palabra. Si se presentaba en alguna congregación con el antecedente que una inminente intervención en Viña de seguro que el ministro encargado de la reunión la habría hecho pasar adelante, ya que se trataba de un modo de clarificar que el Señor no es solamente para el último de los menesterosos sino que personajes públicos de la política o en este caso el espectáculo también lo toman en cuenta. También estaba la opción de conceder la entrevista a un medio, eclesiástico o secular, incluso en el marco de los programas de farándula que rodean al festival -el evento no es distinto y quienes participan en él al menos deben estar conscientes de ello-. Lo que hizo en plena presentación finalmente no constituirá sino otra de las tantas comidillas que este certamen deja tras cada una de sus ediciones, las cuales, si bien unas son más recordadas que otras, ninguna sale del marco de la frivolidad.

martes, 14 de febrero de 2017

Un Asunto Bíblico

El reciente Festival de la Esperanza que se celebró en San Juan, Puerto Rico, habría pasado como un evento evangélico más de no ser por la decisión de las iglesias bautistas de ese país, secundada por otras varias congregaciones de las más diversas denominaciones, de abstenerse de participar en esta convocatoria, en protesta a la actitud de su organizador y principal orador, el predicador norteamericano Franklin Graham, quien al ser consultado en una entrevista periodística acerca de las medidas de corte xenófobo que ha tomado el recién asumido presidente norteamericano Donald Trump, de quien además se ha vuelto un partidario incondicional, más que nada porque el mandatario estadounidense se ha referido en contra del aborto y de las leyes en favor de la homosexualidad con la misma vehemencia que lo ha hecho hacia extranjeros e inmigrantes, declaró que las decisiones que perjudican a estos últimos no deben constituir motivo de debate entre los cristianos porque "no es un asunto bíblico" pretendiendo así dar por finalizada la discusión, tanto en el medio donde se le formuló la pregunta como en la vida cotidiana. Una opinión que no fue bien recibida por sus hermanos residentes en la isla, ya que a causa de la situación política que ésta tiene con los EUA, el movimiento entre ambos territorios es bastante fluido, y la conducta del actual jefe de Estado gringo podría contraerlo, generando de paso una serie de complicaciones sociales y económicas entre los habitantes de ambas naciones.

No pretendo reiterar aquí la innumerable cantidad de textos bíblicos en los cuales se condena de forma abierta y decisiva la xenofobia. Sólo señalaré que ya considerándolos se puede afirmar que el hermano Graham ha caído en un grave error. Que se agranda todavía más cuando se analiza el talante de sus declaraciones. Pues, y esto ha sido insistido hasta el cansancio entre los cristianos renacidos y vinculados de manera espiritual, emocional, intelectual o filial a la Reforma, absolutamente todos los aspectos de la vida cotidiana del creyente acaban constituyendo un asunto bíblico. Ya sea de modo directo o circunstancial a través de los procesos mentales de asociación, abstracción y aplicación. Colocaré un ejemplo. Debido a la época en que fue redactado, el Libro no menciona la internet y lo más probable es que sus autores terrenales jamás hayan imaginado una herramienta de comunicación de esa envergadura (bueno: tal vez el apóstol Juan en el Apocalipsis). Sin embargo, los hijos del camino la empleamos para intercambiar opiniones entre nosotros, enterarnos de noticias propias de nuestro entorno -entre ellas la que nos atañe ahora-, e incluso algunos que por diversos motivos no pueden llevar su Biblia física a las reuniones, agarran su teléfono móvil y se meten a una página donde hay una versión electrónica del texto que les piden leer o corear. De idéntica forma hay sitios que preferimos evitar, como los que ofrecen material pornográfico, porque entendemos que una serie de mandamientos contenidos en las Escrituras nos sugieren que eso es incorrecto, en este caso específico los pasajes que condenan la fornicación y las prácticas sexuales onanistas, entre las que se cuenta el voyeurismo. Si siguiéramos la tesis de Franklin, y dejamos de formular planteamientos en torno a esta tecnología porque no aparece en ninguno de los testamentos (que eso fue lo que señaló respecto a los decretos de Trump: son cuestiones que no figuran en la Biblia y por ende el cristianos debe dejarlas pasar porque pueden entorpecer su máximo deber, que es buscar su propia salvación), tenemos estos dos caminos: o nos tornamos como los amish y rechazamos cualquier invento posterior al siglo XVII -algo que evidentemente ni ustedes ni yo tienen la intención de hacer-, o la admitimos sin cuestionarnos por los aspectos negativos que es capaz de añadir, que en esta ocasión no serían para nada discutibles, ya que se trata de un avance que en los versículos inspirados no se toca porque para aquellos tiempos no existía.

Lo cual nos lleva a otro punto interesante. A dos mejor dicho. O a uno de carácter doble. Ocurre que en los últimos años se han levantado líderes, dentro y fuera de las iglesias evangélicas, sobre todo de las protestantes más tradicionales, que aseveran que la Biblia no condena la homosexualidad sino sólo las perversiones sexuales derivadas de ésta -y que también se hallan en la heterosexualidad-, pues en cuanto a lo demás prima el amor divino y la no acepción de personas. Incluso hay quienes insisten en el supuesto carácter arcaico de las Escrituras, arguyendo que éstas se redactaron en una era en la que los descubrimientos médicos no eran tan abundantes como ahora, por lo cual resultaba imposible comprobar si una persona era o no gay por naturaleza, teoría que se ha puesto de moda últimamente. Una justificación que ha servido para que parejas igualitarias participen abiertamente en dichas congregaciones y hasta algunas tengan integrantes que son pastores. En el mismo talante, otros defienden la tesis que los textos consagrados no condenan el aborto debido a que nunca se habla de esa intervención de manera explícita, toda vez que quienes redactaron los versículos lo más probable es que ni siquiera sabían lo que acaecía con un feto dentro del vientre materno. Más aún. Por aquella eventual falla temporal es que en el catolicismo romano no se considera al Libro como única fuente de inspiración, agregando la tradición (todos esos apócrifos publicados entre los siglos II y V) y el magisterio, que son las conclusiones estampadas en los concilios o las declaraciones de papas y obispos. Me pregunto si el hermano Graham, al admitir que determinados sucesos están fuera del alcance bíblico, esté dispuesto a aceptar otros mecanismos de revelación, anomalía que siempre ha recalcado cuando la ocasión se lo permite, como por ejemplo su propia palabra.

Y aquí comienza a ser demostrada la enorme gravedad que conllevan sus declaraciones, rayanas en la apostasía. Pues aseverar que cierta actividad no constituye un asunto bíblico, equivale a afirmar que hay cosas en la vida cotidiana de un cristiano que no son abarcadas por la palabra de Dios. A menos, claro, que se construya un segundo mensaje, lo que se acerca al "fuego extraño" que no hace mucho denunció Graham sobre el mismo púlpito. Una anormalidad que me lleva a apoyar la decisión de los bautistas de Puerto Rico, pues advierten lo que puede acaecer si un incircunciso o un neófito llega a escuchar a un hermano que está errado, más todavía si se trata de uno con abundante carisma y un alto poder de arrastre y convocatoria. Lamentablemente es así, por mucho que los admiradores de Franklin digan que se le está faltando el respeto a alguien de su talla. Aparte de que ninguna figura humana es merecedora de adoración, una defensa de esa clase pasa por alto el hecho de que Jesús, Lutero y tantos otros, se colocaron en su momento frente a personalidades de mucho mayor rango que ellos, incluso en el plano eclesiástico -y varios, para ser honesto, se habían ganado esos puestos haciendo grandes y elogiables méritos-, y gracias a su insolencia es que contamos con este mensaje universal de paz y esperanza. Tres aspectos que están amenazados por la administración Trump.