domingo, 13 de diciembre de 2015

Con Las Rodillas Sangrantes

Pasó otra celebración de la Inmaculada Concepción, y como es costumbre, vimos los santuarios católicos marianos repletos de peregrinos que cuales gusanos humanos se arrastraban por el asfalto, desde un punto de partida previamente demarcado, hasta el altar donde yacía la correspondiente imagen de la Virgen, destrozándose las rodillas en el trayecto, un hecho que bien podría provocar una infección o una atrofia en las extremidades. Personalmente, me llamó la atención una cuña periodística donde el sacerdote encargado del recinto de Lo Vásquez, el más conocido y visitado de estos lugares, declaraba algo así como que bajo el punto de vista de la teología católica, no podía compartir estas extremas demostraciones de fe, pero que igualmente las respetaba y las comprendía, dos palabras memorizadas que se suelen usar en estas ocasiones como forma de salir del paso.

Resulta hasta agradable escuchar por fin a un cura advertir que estas manifestaciones no corresponden al cristianismo en general ni al catolicismo en particular -el que finalmente también es creyente en Jesús-. Sin embargo -y dejando de considerar el hecho de que, por un investido que deja las cosas claras, hay cientos e incluso miles que no obran de la misma manera-, ¿qué se esconde detrás de ese "respeto y comprensión", dos términos vagos empleados la mayoría de las oportunidades, en ésta también, como simples muletillas, vaciados de sus contenidos al extremo que si a su emisor se le pide elaborar un significado contextual de ellos, lo más probable es que no sepa qué responder? Si por eso entendemos la aceptación de estas costumbres consideradas heterodoxas, tenemos entonces que dentro de la iglesia romana se permiten expresiones ajenas a las auténticas, y que los líderes espirituales, si no las alientan, al menos las toleran. En circunstancias que, de acuerdo a esa misma teología a la cual apelaba el sacerdote, quien viene con modos de alabanza extraños acaba siendo condenado y prueba de aquello son los anatemas que desde la institución han sido lanzados contra visiones alternativas de la fe, como la Reforma o la doctrina de la liberación, que han sido tachadas de herejías, sectas o desviaciones incompatibles, y a sus defensores, les ha traído la hoguera, la cárcel o en los últimos tiempos, la excomunión.

Por lo tanto, es menester interrogar a un cura o a un teólogo católico acerca de la permisividad en esta clase de conductas, cuando en situaciones surgidas en contextos distintos, pero comparables, la vara de medición es otra. Tal vez la respuesta se halle en los réditos económicos que dejan actividades como la de Lo Vásquez, las cuales no sólo se pueden evaluar en el marco del beneficio pecuniario inmediato. Porque aparte del dinero que los fieles depositan en el santuario por concepto de ofrendas -que no es menor-, están todos los artilugios que los pequeños comerciantes venden dentro o alrededor de los templos, personas que de seguro también son católicos y deben destinar una fracción de ganancias a aumentar las limosnas, fuera de que están obligados a pagar los permisos correspondientes si pretenden instalarse al interior del recinto. Objetos que van desde lo más usado en estos menesteres -flores. rosarios, lápidas para inscripciones- hasta los más variados chiches para entretenerse durante el rato. Por otro lado, la institución romana, como tal, con esta clase de eventos masivos proyecta una imagen de arraigo popular mayoritario, lo que en términos sociológicos y mentales es muy importante, en especial en la actualidad cuando la curia se ha visto remecida por escándalos de orden sexual y financiero, y se discuten una serie de reformas legales y políticas que le podrían acarrear una merma considerable en sus privilegios. Lo que se llama un negocio redondo.

Si los sacerdotes realmente estuvieran del lado de sus feligreses y predicaran el verdadero evangelio, entonces hablarían al unísono y con absoluta claridad acerca del grueso error que cometen las personas que efectúan estas prácticas creyendo que con ellas se acercarán a la salvación. Primero, no sólo Jesús, sino que en cualquier parte de la Biblia, podemos ubicar textos que condenan toda forma que implique una mutilación corporal o que conduzca indirectamente al deterioro del organismo, y más son rechazadas sin con ellas se pretende hacer gala de un fervor cristiano. Por otra parte no olvidemos que la fe en el Señor es ante todo práctica, y aunque demande sacrificios, en caso alguno están relacionados con una autodestrucción física que al penitente, a la corta y a la larga, le hará más mal que bien (por el dolor de las rodillas, la eventual atención médica y el riesgo de infección). El paralelo tendencioso que se suele hacer entre estas expresiones y las conductas de ciertos evangélicos, que saltan y gritan en momentos de supuesto éxtasis, no resiste análisis, ya que ellos no terminan dañados en su humanidad, fuera de que se trata de demostraciones no aceptadas por todos, y la verdad, a algunos los deja en el más completo ridículo, además de ir contra del mandato de orar en silencio y no imitar a los hipócritas. Lo que es válido también para quienes se arrastran detrás de los tontos.