domingo, 30 de diciembre de 2012

El Odio de Westboro

Personas de diversas tendencias, en Estados Unidos, han llevado adelante una campaña de recolección de firmas con la finalidad de que la autocéfala Iglesia Bautista de Westboro sea declarada como un grupo de odio. Resulta que esta congregación, condenada por casi todas las demás comunidades evangélicas a causa de la actitud de sus dirigentes y miembros, se ha hecho conocida por ir a protestar a los funerales de personas conocidas de la sociedad norteamericana, levantando pancartas que los tachan de pecadores, gritando a viva voz las supuestas desviaciones que habrían cometido e insultando a sus deudos por rendir responso a sujetos que de manera inevitable acabarán en el infierno. En ese marco, piquetes de integrantes de esta congregación han llegado a estar presentes en los sepelios de soldados estadounidenses muertos en combate, aseverando que tales fenecimientos son la consecuencia de una nación que ya no restringe a los homosexuales y ha optado por el relajamiento moral y la tolerancia religiosa. No obstante, la gota que colmó el vaso se dio tras la reciente masacre estudiantil de Newtown, cuando un puñado de estos individuos irrumpió en el velatorio de los niños asesinados para señalar que Adam Lanza, el responsable de la matanza, había sido enviado por Dios como un recurso desesperado para conseguir que los gringos se arrepintiesen de sus fechorías, añadiendo que "nuevos tiroteos se producirán".

Tan sólo con mencionar el último comportamiento, uno puede darse cuenta del nivel de equivocación -rayano en lo criminal- al cual ha llegado esta comunidad bautista. Que además resulta contradictorio con su propio discurso, al menos si analizamos algunas de sus conductas anteriores. En junio de 2011, a propósito de la muerte de Ryann Dunn, actor del programa televisivo Jackass, quien sufrió un accidente de tránsito tras una juerga que incluyó grandes cantidades de alcohol, los de Westboro arribaron a su funeral para insistir en lo de siempre: que era un pecador y que ahora ardía en el infierno, y que los demás asistentes a sus exequias también se estaban condenando por recordar en términos positivos a alguien que no lo merecía. Pues bien: al parecer a estos cristianos tan observantes se les olvida que las Escrituras consideran al homicidio como una acción igualmente e incluso más despreciable que los excesos y la irresponsabilidad. Pues, en poco más de un año, escupen sobre la tumba de un disipado, pero alaban al asesino de veintiséis personas, entre ellas veinte niños -y que aparte cometió suicidio-, en circunstancias que la Palabra es bastante resistente como para que pueda ser modificada en un lapso tan pequeño de tiempo. Una opinión así recuerda esa teoría que asevera que Judas se encuentra en el cielo sentado prácticamente al lado de Jesús, pues fue pieza clave para concretar un supuesto plan divino que considera inevitable la crucifixión. O retrotrae a la película "Seven" donde un sicópata tortura y ultima de manera salvaje a unos ciudadanos que según él representaban la encarnación de los denominados "siete pecados capitales".

Ahora bien. Algunos han dicho que Dios es amor pero a la vez fuego consumidor. Es preciso aclararles a quienes han acudido a tan oportunista muletilla que se encuentran demasiado lejos de los pecados de los miembros de Westboro. Quienes, es probable que tengan las más buenas intenciones al intervenir y molestar a los asistentes a los sepelios con sus diatribas. Tal vez muestren un grado de sincera desesperación al otear a tantos sujetos llorando tras el féretro de un condenado, y felicitándolo por las acciones que efectuó en vida, porque lo más plausible es que esos acompañantes estén siguiendo el ejemplo dado por el occiso y por ende acabarán en el infierno también. Entonces, bajo esa tesis, lo que intentan es un esfuerzo extremo por llevar el mensaje de salvación y de ese modo conseguir que al menos un desviado se arrepienta, ya que después de todo ésa es una de las labores esenciales de cualquier creyente. Sin embargo, queda a la vista que se trata de una pésima determinación cuyos resultados nunca dejarán de ser contraproducentes. Con la cuestión del averno, que es más un vómito oral que una auténtica y provechosa predicación, generan el rechazo de los deudos quienes en su mayor honestidad se sienten objeto de una provocación, espetada además en el peor momento posible, cuando se está despidiendo a un ser querido fallecido. Fuera de que, en el caso específico de Newtown se están invirtiendo los destinos póstumos de cada involucrado, al acusar a las víctimas -varios de ellos niños menores de diez años- de corruptos y en cambio sindicar a su asesino como un "enviado", término que es sinónimo etimológico de ángel, ni más ni menos. ¿Suponen que se puede replicar la muerte de los primogénitos, acaecida en el Egipto faraónico, mucho antes del periodo de la gracia, y destinada a una tropa de incrédulos esclavistas y martirizadores? Leyendo la Biblia, queda claro que eso no volverá a pasar.

No obstante, y como por lo demás acontece en varios casos similares, acá el asunto no se remite a una iglesia autónoma. Los de Westboro han llegado a estas conclusiones impulsados por su formación, que de seguro comenzó en otras congregaciones y continuó con pastores y líderes que no manejaban la totalidad de la información y por ende no estaban preparados para enseñar. En cuantas comunidades hemos escuchado aquello de que "se condenó por sus pecados" cuando fallece alguien desconocido en circunstancias poco pacíficas. Ha sucedido, por ejemplo, en los asesinatos de homosexuales o de cualquier otro ciudadano víctima de los grupos de intolerancia, donde los hermanos, tras lamentar lo acaecido, empero no dejan de agregar que no importa mucho porque igual el agredido sufrirá la condenación. Como siempre, estos supuestos bautistas sólo tornan visible una conducta que se halla soterrada en el corazón de muchos cristianos y en el diario existir de las más diversas denominaciones. De idéntico modo se produce con la Iglesia Universal del Reino de Dios o Anders Behring, autor de la matanza de Noruega el año pasado. El problema es cuando tales asuntos salen a la luz, porque entonces caemos en la cuenta de que nos perjudica pues la gente común tiende a meternos a todos en el saco.

martes, 25 de diciembre de 2012

La Biblia Rosa

Opiniones encontradas ha generado la aparición de la "Queen James" ("Reina Jaime" o "Reina Jacobo") en los países anglosajones: una versión de la Biblia que pretende adaptar el mensaje de las Escrituras a la comunidad gay. En el texto, aquellos pasajes que condenan la homosexualidad sufren una suerte de re interpretación, estimulando su comprensión de acuerdo al contexto histórico y social en el cual fueron escritos. Pero la traducción pretende ir más allá y cuando el argumento del anacronismo no es del todo convincente, simplemente omite, mutila o modifica el versículo problemático. Son casos muy puntuales, hay que admitirlo; no obstante están ahí. Y por supuesto que los grupos cristianos, incluso los más moderados en estos temas, no se han resignado a guardar silencio frente a estos detalles.

Dejemos a un lado aquello de que "quien altere una coma o una tilde de la Palabra será condenado por la eternidad", ante todo porque esa actitud entre aquellos que redactaron esta "Reina Jaime" -quienes además se han mantenido en el anonimato- es más que evidente y ni siquiera es necesario acudir a las citas bíblicas para demostrarlo. Centrémonos, más bien, en un asunto que constituye parte esencial de la ética universal al momento de enfrentar a culturas distintas de la cual uno ha sido formado. Cualquiera sabe, o al menos tiene la noción, de que mutilar un libro es igual que destruirlo o quemarlo, y que ambas actitudes son atentados aberrantes al patrimonio de la humanidad. Es muy parecido al debate que se suscitó durante el siglo XX respecto de la censura cinematográfica, donde muchos consideraban que cortar escenas de una determinada película equivalía a prohibirla, inclinándose finalmente el sentido común por esta última opción. Y cuando se trata de una obra ancestral -a propósito de que el cine sólo cuenta con poco más de cien años- y que con justicia se ha ganado el respeto tanto de los ciudadanos pedestres como de los estudiosos, el crimen se torna aún más abyecto. En tal contexto, se acepte o no, la Biblia es un legado inmenso con un peso incalculable y no sólo en los aspectos religiosos -que a sus escritores en realidad son los que menos les interesan-, que por sí mismo es capaz de hundir a todo aquel que busca modificarla en favor de sus gustos personales. Es un acto tan grave como el que los musulmanes afganos efectuaron contra las estatuas de Buda allá por 2001, o los que diversos ejércitos invasores han acometido contra las estructuras de los pueblos que han tratado de someter. Algo que deberían tener en cuenta los homosexuales, que han reclamado padecer por siglos un trato represivo y silenciador de parte de colectivos que precisamente se han justificado mediante las Escrituras.

Ahora, si la controversia se reduce al ámbito de la interpretación, los problemas, aunque menores, igual no pueden dejar de considerarse. Los textos antiguos han sido objeto de estudios rigurosos y tras varios análisis científicos, se han extraído conclusiones acerca de su contenido que si bien no tienen por qué ser definitivas, cuando menos resultan consensuadas. La Biblia no ha sido la excepción, y en dicho marco no es necesario ceñirse a las conclusiones dogmáticas del magisterio católico (varias de las cuales han sido desmentidas por lo demás). Al contrario, desde hace dos siglos han proliferado las traducciones "con criterio científico" entrando algunas en abierta contradicción con las doctrinas esenciales de ciertas iglesias o hasta del cristianismo mismo, como la excelente y absolutamente recomendable "Biblia de Jerusalén". Incluso existe una disciplina del conocimiento que se dedica a estas prácticas, la exégesis, que aunque cuenta con una rama religiosa y otra secular, ambas mantienen muchos puntos en común. Pues bien: la mayoría de los analistas, también los más escépticos, coinciden en admitir que en las Escrituras la homosexualidad es rechazada de inicio a fin y que nada que pueda hacer el más hábil de los escribas logrará ocultar aquello. Además, en la historia se han dado casos de personas y hasta conspicuos eruditos que, también después de que muchos colegas han llegado a afirmaciones contundentes, no obstante prefieren la aventura individual y se lanzan a conclusiones de carácter netamente individual o antojadizo. Sus pares respetan tales opiniones, pero no dejan de agregar que representan un pensamiento heterodoxo personal alejado de la línea convencional.

Lo de "Queen James" es un nombre que parodia a "King James" una traducción de la Biblia efectuada en Inglaterra gracias a la insistencia de los reformados, y que está identificada por el rey de entonces, quien la aprobó. Se dice que dicho monarca era un observante riguroso del cristianismo, pero a la vez corre el rumor de que mantenía relaciones homosexuales en secreto. Es quizá el subterfugio de los colectivos gay para terminar afirmando que las condenas hacia su actitud fueron emitidas por maricas encubiertos, incluso dentro de la historia bíblica. No deja de ser la misma interpretación antojadiza que hemos denunciado en este artículo aunque a los creyentes les debiera ser motivo de reflexión. ¿Cuantas veces se ha aseverado, en defensa de un autor que llevaba una vida privada ajena a lo que se podía identificar leyendo sus obras, que los lectores se deben atener al contenido de éstas y no desviarse en aspectos que son más propios de la farándula vulgar? Consecuencia, señores gay. Consecuencia

domingo, 16 de diciembre de 2012

Al Señor Rogando y Con Las Armas Apuntando

Tras la masacre escolar de Newton, para variar en Estados Unidos, personas ligadas a las más diversas confesiones cristianas coincidieron en señalar como principal y por ende exclusiva causa de este ataque al sostenido relativismo y relajamiento moral que la sociedad norteamericana ha venido experimentando en las últimas décadas, que entre otras consecuencias, ha significado el progresivo alejamiento de los ciudadanos de las iglesias y las denominadas "cosas del Señor". Incluso Bryan Fischer, fanático líder de la extremista American Family Associaton -una de esas tantas organizaciones de padres y apoderados que a diario fastidian a los miembros de la comunidad educativa con sus sermones acerca de los "valores elementales"-, declaró que las veintisiete víctimas de Adam Lanza, entre las cuales se cuentan veinte niños, se suscitó debido a que "Dios no los protegió porque en las escuelas ya no se reza" y que el Padre "es un caballero".

No tenemos por qué perder el tiempo en una afirmación tan infame como ésa, resultado de un nivel de insensibilidad que se halla cerca de cualquier cuestión menos del mensaje del Mesías, emitida por alguien que, citando las palabras de Pablo, tiene "cauterizada la conciencia", en esta ocasión con un conservadurismo patológico que ninguna relación tiene con la práctica social del cristianismo. Sin embargo, es preciso revisar la historia para así aclarar algunos asuntos. Para comenzar, el derecho a portar armas, conocido en Estados Unidos por sus orígenes como segunda enmienda constitucional, fue establecido prácticamente desde la independencia, siendo ya practicado de manera consuetudinaria en la época colonial. Incluso su antecedente directo es una ley británica -ya derogada- que data de 1689, y que, interesante acotación, estaba restringida sólo a los evangélicos, el mismo credo que arraigó en la nueva nación americana, que profesaban los líderes de la emancipación, que fue casi exclusivo durante su primer siglo de existencia y que mantuvo su supremacía hasta la mitad del siglo pasado. Quienes impulsaron esta iniciativa no eran ateos, musulmanes o budistas precisamente. Sino que seguidores de Jesús reformados y bastante puritanos. De hecho, el actor Charlton Heston, que por años presidió la Asociación Nacional del Rifle, se hizo conocido tras interpretar a Juda Ben Hur y a Moisés en "Los Diez Mandamientos".

No se trata de hacer una apología de aquella secuencia animada del documental -ya que estamos hablando de cine- "Bowling For Columbine" de Michael Moore, que de modo irónico explica el mismo relato citado en el párrafo anterior. Tampoco de responder al fuego con fuego, en el sentido de combatir una opinión unívoca como la del nombrado Fischer con un argumento de idéntica naturaleza, en una reducción propia de quienes prefieren defender sus convicciones personales antes de aportar elementos positivos al debate. Es un hecho que las dos explicaciones -el derecho a portar armas y la pérdida de normas de conducta que pese a las críticas que se le pueden formular son útiles en determinados casos- son válidas junto a varias más. No obstante, frente a la evidencia histórica se torna necesario efectuar algunas correcciones y entregar algunas acotaciones, con la finalidad de que determinadas personas no acaben cayendo en un abismo sin fondo a consecuencia de su falta de información. En tal sentido, si un hermano honesto pero que carece de los dominios intelectuales suficientes, de pronto oye opiniones como la del presidente de la American Family Associaton, a quien además tiende a creerle por un asunto de afinidad ideológica, puede terminar actuando de manera equivocada y ocasionar en forma inocente pero significativa, un alto nivel de daño en sus semejantes.

Y la evidencia dice, con total seguridad, que es gracias a determinaciones tomadas por cristianos de culto semanal -a veces diario- que en Estados Unidos existe hoy una completa liviandad respecto del empleo de las armas de fuego, relajamiento que por cierto no se ve en otros aspectos de la sociedad norteamericana -al menos desde el punto de vista del cuidado que ponen sus dirigentes-. La conducta de Lanza pudo haber sido el resultado del aumento del relativismo, pero es innegable que junto a esa probable causa hay que añadir el aporte que los propios seguidores de Jesús han efectuado.

                                                                                                                             

domingo, 9 de diciembre de 2012

Turquía en el Sofá

Una división gubernamental de Turquía acaba de multar a un canal de televisión de ese país por exhibir un capítulo de "The Simpsons" que según el ente regulador ofendía a Dios. La decisión ha ocasionado sentimientos encontrados entre los cristianos. Algunos han llamado la atención respecto de que uno de los Estados de mayoría islámica que más se la ha jugado por el laicismo y por entregar una imagen de modernidad en términos de la relación entre religión y sociedad, haya optado por una actitud de censura, acto más cercano a la moralina y por su intermedio al oscurantismo, que además atenta contra la libertad de expresión. Pero por otro lado, un número muy significativo de creyentes del camino ha aplaudido la medida, recalcando el hecho de que un territorio musulmán se aparta del integrismo que caracteriza a esas naciones dándole una lección a los seguidores de Jesús, que no se atreven a frenar las intenciones de burla contra su fe que surgen en sus propias zonas de origen.

Lo he sostenido antes y lo continuaré recalcando. Aunque al grueso de la población le parezca lo contrario, The Simpsons es una visión derechista y conservadora de la sociedad norteamericana. Moderadamente, medianamente, con la capacidad de ofrecer innovaciones y entregar elementos nuevos -lo que es bastante decir en estos sectores del pensamiento humano-; pero conservadora y hasta reaccionaria al fin. En tal contexto, la serie no constituye una fuente de ataques contra la religión. Puede que exista una intención de provocar a simple vista a quienes no son capaces de observar más allá o se contentan con la primera impresión -entre quienes se cuentan, por cierto, muchos fanáticos religiosos-, pero nada más. Incluso, los personajes más devotos de algún credo, como el evangélico Ned Flanders o el hinduista Apu, son retratados como excelentes personas, honestos y muy bondadosos, aunque incomprendidos por quienes los rodean. Más aún: en la mayoría de los capítulos en los cuales alguna clase de fe ha sido puesta en entredicho, son los detractores de ella quienes resultan mal parados. Por ejemplo, y ya que nos referimos a un país islámico, aquel episodio donde Homer espía a una familia de musulmanes recién llegados a su barrio, ya que tiene sospechas de que cometerán un atentado terrorista, cuando en realidad el jefe de hogar ha sido contratado por un estamento público para demoler un puente. Quienes sí son puestos en ridículo son quienes arriban con movimientos de carácter espectacular que ofrecen un evangelio liviano o que se presentan como una propuesta innovadora cuando en realidad es una simple oquedad armada para beneficio del líder, como sucede con los Movimentarios o en aquella ocasión en que Barth crea su propia iglesia. O bien, se advierte del anquilosamiento de determinadas instituciones que no responden a las necesidades de los mismos fieles, como acaece con el reverendo Lovejoy, que por cierto es  una muestra muy demostrativa de lo que le está aconteciendo a algunas congregaciones tradicionales.

Es por eso que la actitud de aquellos cristianos que dan vítores a lo obrado por las autoridades turcas -y que es preciso recalcar: lamentablemente no son pocos- debe ser motivo de preocupación. Primero porque se trata de un acto de censura y ya sabemos, por la historia y la misma Biblia, que el mensaje no ingresa en las conciencias a base de prohibiciones. Pero lo que es peor: es que uno de los argumentos empleados para apoyar esta decisión radica en el intento de Ankara por acercarse a Europa y al primer mundo dando muestras de laicismo. Ya que Turquía se encontraría lejos del comportamiento más que confesional de otros Estados musulmanes, entonces las determinaciones de su gobierno, incluyendo los intentos de censura artística y de inhibición a la libertad de expresión, no estarían motivadas por el fanatismo extremista sino por una búsqueda de mayor civilidad, en este caso, para evitar un probable aumento de la influencia de sectores supuestamente más libertinos, blasfemos y que aborrecen la religión. Es decir, la defensa de estas proscripciones estaría motivada en el hecho de que se inspirarían en una conducta cercana a la modernidad occidental. Sin embargo, resulta que ese pretendido progreso social hace saltar a algunos en un pie porque en realidad es semejante a una nación cristiana que se regiría por los "valores tradicionales" que por cierto fueron la directriz de las legislaciones del primer mundo hasta la década de 1950, y que hoy son un anhelo de varios que tratan de reimplantarlos aprovechando el aparente impulso conservador -en términos morales- que suelen generar las crisis económicas. Bajo tal predicamento no hay que ser ingenuo, porque los mahometanos alaban al mismo Dios de los cristianos, aunque de una manera tan diferente que arrastra a pensar que nos hallamos frente a divinidades distintas. Y a partir de esa conclusión, tenemos que las tierras de Ataturk dan la impresión de estar acercándose a los preceptos de los seguidores de Jesús, y enmendando el rumbo acerca del camino desviado que representa el islam. Siendo la expresión más demostrativa de ese proceso de redención una decisión característica del cristianismo más rancio.

The Simpsons no es South Park. Aquella serie plagada de chistes que van del ombligo hacia abajo la cual sí ataca a las religiones en su misma esencia. Y que por eso, a sus creadores en efecto se les puede achacar el que se les haya hecho el ano -por usar una expresión que pertenecería sin más preámbulo a un guion de los dibujos de papel lustre- y  optasen por no emitir un episodio donde su burlaban del islam por las amenazas que estaban recibiendo. Eso claro que constituyó una gran decepción y un acto de cobardía inaceptable. Pero la situación es diferente en la familia amarilla, que más bien condena la religiosidad malsana que cubre con prejuicios la falta de una doctrina contundente -defecto muy común en las iglesias evangélicas norteamericanas y latinoamericanas, por lo demás-. En ese sentido es comprensible que Homer y su prole acaben quedando como unos tontos al momento de abordar estos temas, pues se contentan con asistir al culto los domingos pero no se atreven a elaborar una investigación exhaustiva de su fe, lo cual los arrastra a cometer evidentes errores cuando tratan de opinar sobre algo que no comprenden, incluso el propio cristianismo que siguen. La verdad es que hay más irreverencia en aquel segmento de Animaniacs donde Slappy Squirrel le hace la vida imposible a la serpiente del paraíso, que en todas estas bombitas juntas pensadas para un "público adulto" -término empleado, de todas formas, en el exclusivo sentido de la edad. Por eso aquella serie es la mejor desde 1990  en adelante.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Muñeca Para Amamantar

Una fuerte polémica se está suscitando tanto en Estados Unidos como en las islas británicas la comercialización de una muñeca que tiene la particularidad de que puede simular un amamantamiento. Si la propietaria desea entrar en el juego, debe colocarse un peto de flores a la altura de sus pezones, y luego acercar al juguete hacia su cuerpo, el cual emite los sonidos característicos de los bebés que están recibiendo pecho. Incluso, la niña después debe ayudar a su "hija" a botar los gases, pues en caso contrario ésta se echa a llorar. El aparato, que se vende en primer mundo aprovechando la cercanía con la Navidad, ha sido defendido por su fabricante español como una manera de acercar a las más pequeñas a la "magia de la maternidad". Pero agrupaciones de padres, tanto cristianas como seculares, han rechazado de plano la iniciativa, otorgándole calificativos como "raro", "aterrador" o "desagradable".

No es necesario reiterar aquí un hecho que, más que comprobado por la ciencia, es una perogrullada de sentido común: el niño observa el entorno y tiende a imitar las conductas de los adultos. Los juguetes de muñecas incluso se basan en esa premisa, buscando incentivar en las pequeñas la maternidad, en el caso de aquellos  que tienen formas más cercanas a los bebés, o en su defecto impulsándolas a imitar cánones de belleza occidentales, como sucede con las famosas -o para algunos mal afamadas- Barbie. Son, si le otorgamos un trasfondo ideológico al asunto, elementos de cuño conservador, que representan una manera de inculcar valores tradicionales a los infantes, en este caso de género femenino, a quienes se les regalan estos objetos con el propósito de que desarrollen los roles que la sociedad le asigna a una mujer tipo. En tal sentido puede resultar comprensible el alegato de las asociaciones de padres vinculadas a los "valores de orden familiar" en contra de la innovación presentada por la empresa española, ya que ésta ha cruzado un límite, no de lo permitido o aceptable, sino en el marco de lo que ofrecía esta clase de entretenimientos. Pues hasta la fecha nadie había creado un bebé plástico que se pudiese amamantar, y es algo que en realidad nadie se espera (por eso constituye noticia). Y para una persona de corte tradicionalista, no acostumbrado a esta clase de sorpresas -y quien además está por su formación predispuesto a rechazarlas- que de repente aparezcan sin siquiera haberlas imaginado le resulta chocante.

Sin embargo, por la tangente llega otro argumento en favor del rechazo a esta clase de inventos. Se trata de quienes insisten en que el niño debe desenvolverse dentro de las exigencias propias de su edad y que iniciativas de este tipo contribuyen a adelantar de manera artificial su proceso de crecimiento. Para quienes opinan de tal modo, una muñeca con estas características estaría forzando a las pequeñas a llevar adelante labores propias de mujeres adultas que sólo se pueden comprender a determinada edad. Partiendo por el acto mismo de amamantar, que implica descubrir los senos para entregar la leche materna al lactante, lo cual en muchas ocasiones una madre debe hacer en público (y que en el pasado, ha ocasionado controversias en las legislaciones de algunos países, por el asunto de la moral y las buenas costumbres). Toda vez que los pechos tienen una carga sexual importante, cuestión que no debiera involucrar a menores de doce años que ni siquiera los han desarrollado; entrando a tallar aquí un asunto relacionado con el potencial abuso infantil y la pedofilia. En resumen, las mamas son útiles para alimentar al recién nacido pero a su vez son un factor de atracción física, y lo último en términos cronológicos suele acaecer antes que lo primero. Una fémina con criterio formado comprende esto, pero una niña no, y es en este punto donde se debe observar que la inocencia no implique un factor adverso.

Queda, respecto del razonamiento expuesto en el tercer párrafo, una pregunta en el aire respecto al adelantamiento del crecimiento lógico de los niños, en el sentido de que el incentivo prematuro de la maternidad no acabe derivado en un caso de embarazo adolescente. Precisamente, una de las causas de la preñez joven, entre otras desde luego, suele encontrarse en el adelantamiento de la pubertad que se ha venido suscitando en el último tiempo, lo cual igualmente ha expuesto a los infantes a un mayor riesgo de abuso por parte de adultos malintencionados. Además está el asunto de inculcar en forma excesiva y morbosa los llamados roles tradicionales de género, en una época en que está luchando de manera denodada contra tales prejuicios. Bueno: esto no significa que haya que ponerse detrás de las agrupaciones de padres norteamericanos y británicos que han reaccionado, la verdad, con bastante histeria. Se pueden extraer conclusiones positivas de estos juguetes, aunque es preciso atender a todas las variantes y consecuencias que pueden ocasionar.