domingo, 27 de marzo de 2016

Jesús Colgado

Uno de los tantos lugares comunes que se suelen reiterar durante Semana Santa es la connotación que en el imperio romano tenía la crucifixión. Una forma de ejecución reservada para los peores criminales y quienes se consideraban los mayores traidores al Estado (y de ahí que haya sido usada contra los esclavos rebeldes liderados por Espartaco), y que en concomitancia con el estatus legal de dichas personas, provocaba la muerte después de una larga, lenta y especialmente dolorosa agonía. No vamos a colocar aquí en duda los padecimientos que experimentó el Señor ni tampoco le otorgaremos una oportunidad de duda a esos escépticos oportunistas que buscan corroborar sus opiniones personales aunque para ello necesiten torcer incontables veces la veracidad científica. Simplemente, discutiremos las características de esta forma de tormento y el por qué se le concibe como una de las más deleznables que se hayan inventado.

Desde que el hombre es tal -e independiente de que se crea en el Génesis o en Darwin, o en cualquier otra teoría sobre el inicio del mundo-, la práctica de suspender a alguien en el aire siempre ha sido de máxima humillación, ya que se trate o no de un castigo mortal. Así sucedía, por ejemplo, en el Medio Oeste norteamericano, donde a los bandoleros y criminales comunes se les tenía reservada la horca, en la cual, a modo de escarmiento, eran dejados hasta varios días después de haber fallecido. De hecho, cuando el ejército federal de Estados Unidos finalmente conquistaba una zona donde los indígenas pese a todo se negaban a rendirse, éstos terminaban siendo fusilados. Antes, en el Medioevo europeo, la iglesia católica inventó un método de ejecución aún más tormentoso que la crucifixión, como fue la hoguera, donde iban a parar aquellas personas que el romanismo calificaba como lo más indeseable para su doctrina y la sociedad: los herejes y las brujas. Cabe recordar que ese modo de deshacerse de un individuo molesto implicaba amarrarlo a un poste mientras alrededor de los pies se le rodeaba de todo tipo de material combustible.

También los mecanismos de tortura que al menos en principio no debían resultar en consecuencias fatales, destinados a las personas del bajo pueblo o que no pertenecían a las clases acomodadas, en tiempos pasados, se basaban en la práctica del colgamiento. Más aún: asociaciones secretas que se atribuían la preservación de las costumbres tradicionales de una determinada sociedad, cuando sentían que las autoridades correspondientes no hacían su labor, solían recurrir al ahorcamiento como manera de enviar un mensaje. Así ocurrió, de nuevo en Estados Unidos, con el Ku Klux Klan, que asesinaba a ciudadanos de raza negra, que para ellos eran lo peor, a través del uso de sogas que ataban a las ramas de los árboles. E incluso sobran los casos en los cuales sujetos repudiados por buena parte de la comunidad eran mantenidos suspendidos por semanas o meses, dejando que sus cuerpos se pudrieran ahí donde habían sido ejecutados. Hasta la Biblia toma en cuenta estas costumbres. Si no, revisemos lo que acaeció con Judas después de entregar a Jesús: se suicidó ahorcándose en las afueras de la ciudad, quedando su humanidad ahí durante semanas, tras lo cual el tronco que lo tenía sujetado no resistió el peso y se rompió, haciéndose añicos su putrefacto organismo al golpear el suelo. Muerte ejemplar para quien los evangelios consideran el peor caso posible de traición.

Todavía más, y a propósito de la mención al destino final de Judas. En la Antigüedad, donde la organización pública se regía por el sistema de polis, era común tirar el cadáver de un sujeto odioso en los extramuros de la ciudad, para ser devorado por todo tipo de aves y bestias rapaces. Una manera de impedir a quien no se le merecía, que se cumpliera con él la sentencia de retornar a la tierra una vez muerto. Algo que se halla en muchos textos formadores de creencias, no sólo la Biblia.
En tal sentido, Jesús no se redujo a aceptar una muerte humillante, sobre la que acabó triunfando en la resurrección. Sino que además superó uno de los artículos más lapidarios de la ley antigua, impreso de forma aparentemente ineludible en la naturaleza humana, hecho que refuerza con mayor ahínco su mensaje de salvación, de que se puede obtener una victoria incluso sobre cosas que, como la desaparición física, parecen infranqueables.

               

domingo, 13 de marzo de 2016

Una Expulsión Abominable

Un lamentable incidente se dio a comienzos de mes en el Reino Unido. La ignota Universidad Pública de Sheffield, expulsó de su seno a un estudiante cristiano de posgrado, Felix Ngole, luego de que éste publicara en su página de Facebook, una cita bíblica, en concreto Deuteronomio 20:13, que calificaba la práctica homosexual como "abominación". De nada sirvieron los testimonios de personas de tendencia gay quienes han compartido con este hombre en su trabajo -es asistente social-, los cuales han asegurado que siempre ha actuado de manera respetuosa con ellos. Aunque las declaraciones fueron emitidas en una instancia ajena al plantel de educación superior, un comité académico decidió finalmente exonerarlo de la institución.

Hay que partir diciendo que la postura de las autoridades universitarias es desde todo punto de vista aberrante e inaceptable. Aunque pudiera despertar alguna comprensión en base al miedo desatado en Europa tras los ataques terroristas de fanáticos religiosos islámicos, es una determinación que no se condice con los principios de pluralismo y debate de ideas que se supone caracterizan a cualquier universidad. Es cierto que la cita bíblica en cuestión puede resultar insultante para un cierto grupo de personas, más si se emite en un determinado contexto. Pero en el peor de los casos, sopesando los antecedentes previos de Ngole -que incluyeron, como ya se señaló, una valoración positiva de parte de homosexuales declarados que trabajaron con él y que por ende lo conocían-, queda claro que la sanción que recibió es exagerada y arbitraria. Más bien parece la esperable reacción de una institución que no figura entre las más recordables de su especialidad, cuyos integrantes pretenden demostrar que forman parte de un centro de conocimiento capaz de colocarse a la altura de sus pares más renombrados, castigando severamente una opinión que no suele ser considerada digna de un debate y menos de un análisis.

Eso último, desde luego, implica que Ngole tiene su parte de responsabilidad en todo esto. Si bien la Biblia condena la homosexualidad de punta a cabo, existen versículos en las Escrituras que, no abandonando la claridad y la firmeza acerca del tema, empero exhiben un lenguaje bastante menos chocante que un pasaje del Antiguo Testamento, redactado para el Israel del segundo milenio antes de Cristo y que además pertenece a la ley antigua superada por el propio Salvador mediante su muerte de cruz. Por otro lado, y de acuerdo a sus mismas palabras, este estudiante reprodujo esa cita en el contexto de una conversación informal con unos amigos, al parecer en la antesala de una fiesta. Una circunstancia que a todas luces no es la más adecuada para opinar de un tema concerniente a la ética o la conducta cristianas, menos para apoyarse en la extracción de un verso sacado de su contexto original, acción que, dado el ambiente en que se comete, es un hecho que no arrojará resultados positivos. De seguro que, dadas tales circunstancias, Felix en ningún instante tuvo plena conciencia de lo que estaba haciendo, excepto quizá vislumbrar que estaba cometiendo una provocación, aunque sin medir las consecuencias, tanto por el estado en que se hallaba como por esa temeridad de algunos cristianos que imaginan que todas sus actuaciones, incluso las más reñidas con los principios, serán amparadas o cuando menos comprendidas por el Señor.

Felix Ngole debió emplear en total plenitud su condición de estudiante universitario -y también de cristiano- y no largar lo primero que se le vino a la cabeza más encima en un momento absolutamente inapropiado. Si hubiese reflexionado un par de horas, habría podido exponer argumentos muy contundentes respecto a la condición pecaminosa de la homosexualidad, que se obtienen tras una acabada comprensión lectora de la Biblia (característica que por su condición de alumno de enseñanza superior está prácticamente obligado a mostrar). Por su parte, los académicos de Sheffield tampoco se dieron el tiempo para pensar la decisión que finalmente tomaron, salvo la consideración de aspectos puramente inmediatos, como la fama alcanzada y las felicitaciones que los harían sentirse como paladines de la defensa de la inteligencia y la colocación de un freno a toda declaración que ose amenazarla. Errores compartidos con consecuencias igualmente negativas para ambos bandos.