lunes, 30 de abril de 2012

Sectas Con Piel de Iglesia

Días atrás el arzobispo de Santiago anunció la disolución de la llamada Unión Sacerdotal del Sagrado Corazón de Jesús, entidad que circulaba en torno a la parroquia de El Bosque y que era encabezada por Fernando Karadima. No se trataba de un nombre de fantasía creado por ese cura con el propósito de hacer pasar sus fechorías -las sexuales y las financieras- como parte de sus obligaciones religiosas. Muy por el contrario, dicha organización había sido fundada en 1928, y fue el prestigio que había ganado, además de la estructura de sus estatutos, lo que le permitió al monstruo con sotana, una vez asumido el control, transformarla en su secta personal y en el mecanismo que le proveía de elementos para satisfacer sus deseos más ruines.

 Es un dato curioso. El papismo, en su afán de presentarse como una iglesia universal y por ende la única alternativa concebible de salvación, ha buscado, al menos en teoría, ser vista por el ciudadano pedestre como una institución lo más impersonal posible, en una manera un tanto peculiar de practicar la doctrina del "cuerpo de Cristo". Sin embargo, sus integrantes a poco andar caen en la cuenta de que los fieles, por una cosa que incluye aspectos emocionales y racionales a la vez, siempre acaban inclinándose por figuras que les parecen más cercanas o palpables. Por ello, entre otras causas, es que la imagen del papa de turno, que en cuanto primera autoridad siempre va a quedar expuesto a dar la cara, suele ser objeto de una veneración exagerada, incluso dentro de las particularidades de la fe católica. De igual modo, esta forma de actuar da origen a fenómenos como aquellos santuarios o congregaciones dedicados a supuestos santos -Expedito, el padre Pío- que en realidad no constituyen más que eslóganes publicitarios. También el germen de la denominada religiosidad popular se puede encontrar aquí, alimentado por un aspecto esencial de la teología romanista como es el culto a las imágenes. Y en medio de esta amalgama, están los líderes carismáticos al estilo de Karadima, que cuentan con la ventaja de que son seres de carne y hueso semejantes a uno, aunque rodeados de un aura extraordinaria, lo cual a la larga se torna un doble punto a favor.

Es este mismo principio de la universalidad el que ha impulsado a muchos curas a tratar de sectas a, por ejemplo, las iglesias evangélicas. Calificativo matizado, a veces, por el eufemismo de "grupos particulares", en alusión a que atenderían a los intereses de una persona determinada y no de Cristo. Los mismos sacerdotes, en seguida, advierten del peligro que puede significar la adscripción a estas entidades, que no están sujetas a control, producto justamente de su independencia, por lo que el desorientado feligrés queda muy propenso a toparse con un líder negativo o destructivo. A lo cual añaden el hecho de que este máximo dirigente, al ser siempre la principal cabeza del movimiento, cuenta con la facultad de modificar la doctrina a su regalado arbitrio, con lo cual aparecerían un sinnúmero de corrientes heterodoxas que incluso podrían llegar a pelearse entre sí, con nefastas consecuencias. Sin embargo, ¿no son precisamente ésas las situaciones que han rodeado el asunto Karadima? ¿No fueron acaso causas muy parecidas, las que permitieron el crecimiento de ese ogro conocido como Marcial Maciel? Y ambos y muchos otros, estaban al mando de organizaciones que caen en el ya citado términos de los grupos particulares, coyuntura en la cual se sintieron en la más absoluta impunidad, no porque nadie los gobernara, sino todo lo contrario: ellos formaban parte del cuerpo romanista al que jamás dejaron de proclamarle lealtad. Entre otras cosas, porque dicho paraguas constituía la garantía de que podrían continuar adelante con sus conductas abyectas sin que la justicia secular les cayese encima. Tenían amparo, no como el desarrapado jefe de un grupúsculo no ligado quien cuando es descubierto no encuentra respaldo que lo libere de la cárcel.

Desde luego que es erróneo llamar secta a la iglesia católica -más por un tecnicismo y un asunto semántico que otra cosa, es preciso aclarar-. No obstante, en su interior podemos apreciar una amalgama incontable de situaciones donde se puede apreciar el comportamiento sectario. Partiendo por las veneraciones a las imágenes y el culto mariano  (no vengan con definiciones rebuscadas que pretenden pasar por teológicas: los seguidores de la Virgen de Guadalupe, del Carmen, Fátima o Aparecida, por supuesto que consideran que veneran a un ente con vida propia y que es parecido pero distinto a la madre de Jesús), pasando por los templos consagrados a ídolos propios del kitsch religioso como los mencionados Expedito o el Padre Pío, y acabando en estructuras como los Legionarios de Cristo o el Opus Dei (y las órdenes más clásicas tampoco se salvan, pues fueron concebidas justamente con el afán de formar grupos exclusivos alejados del contacto con las demás personas, incluyendo los fieles). Una serie de cuestiones raras que han venido a suplir, de la peor manera posible, necesidades esenciales de la espiritualidad de las personas, que producto de los propios dogmas romanistas y de las ambiciones poco cristianas de algunos de sus integrantes, son incapaces de suplir de la forma correcta. Y que arrastran a uno a formularse la misma pregunta que le planteó Pablo a los corintios: ¿acaso está dividido Cristo?

lunes, 23 de abril de 2012

Sociedades Puramente Corruptas

 Para muchos es un hecho prácticamente comprobado que frente a grandes desastres -naturales o económicos- las personas se vuelcan a las instituciones religiosas mientras en paralelo se tornan más conservadoras. En realidad no siempre es así. El huracán Katrina, por ejemplo, motivó al grueso de los estadounidenses a distanciarse de la figura del entonces presidente George W. Bush y de todo lo que representaba; y pocos años antes, la crisis que los gobiernos tecnócratas latinoamericanos experimentaron hacia 1999 dio pie a la elección de líderes izquierdistas como Hugo Chávez o Evo Morales. Sin embargo no faltan los interesados que quieren sacar partido de determinadas coyunturas y valiéndose de supuestas conclusiones científicas intentan vender la idea de que si las sociedades retornaran a los "valores tradicionales cristianos" (léase integrismo moral y eclesiástico en sus más diversas acepciones y formas de aplicación) entonces los problemas que las aquejan desaparecerían de la noche a la mañana, puesto que los dioses (Jah, Alá, Gamesh, Odín...) observarían el auténtico arrepentimiento de los humanos y apaciguarían sus arranques de ira. La situación provocada por la actual crisis financiera internacional no ha sido la excepción y es así como estamos viendo pulular por los más diversos espacios públicos a predicadores, políticos y empresarios ya no con la sola iluminación, sino acompañados de estadísticas -al fin y al cabo hemos superado la superstición y el oscurantismo- que advierten sobre la tolerancia hacia los homosexuales, las drogas consideradas ilícitas o al aumento del sexo no matrimonial. 

La premisa de aquella alarma es el supuesto de que si la gente regresa a una época de control moral, no importa si sacrificando la democracia o las libertades individuales entremedio, entonces las cosas regresarán a un cauce normal y tendremos una nueva era de paz y prosperidad. Sin embargo, la historia se encuentra plagada de casos de sociedades en donde se ha intentado aplicar a rajatabla es compendio de "valores tradicionales" y los resultados no han sido, por decirlo de una manera suave, los más óptimos. Centrándose en el cristianismo, en sus distintas acepciones, ya tenemos lo acontecido durante la Edad Media o en las colonias españolas, del lado del catolicismo. Pero también se pueden hallar reveses bien pronunciados en los países que de temprano abrazaron los principios de la Reforma. Así nos tropezamos con la Inglaterra victoriana del siglo diecinueve (no por nada el término se ha venido utilizando como sinónimo de la represión moral y cultural más extrema), donde la desigualdad social, la criminalidad desenfrenada o la suciedad de las calles superan con gran amplitud lo descrito en las novelas de Charles Dickens. Avanzando en el tiempo, descubrimos al Estados Unidos de la llamada ley seca, en el cual la prohibición de fabricación y venta de alcohol (una cuestión siempre simbólica para los mojigatos, en especial si son de cuño evangélico) generó un poderoso negocio ilícito que disparó la delincuencia a niveles insospechados, fuera de que la población de borrachos aumentó de manera significativa. En ambos casos, se trató de "purificar" a las personas obedeciendo la voz de los claustros que aseveraban estar basados en versículos bíblicos y por ende en un mandato divino. Y las consecuencias fueron desastrosas, aparte de que se perdieron muchas más almas de las que podrían haber sucumbido en una época más "corrompida".

Si uno ausculta el mundo actual, en escasos minutos notará que en la actualidad abundan los casos de sociedades que tienden a buscar la pureza moral y sin embargo ofrecen resultados más que decepcionantes. A primera vista no suelen ser asociadas con los "valores tradicionales " porque en esos lugares la presencia de seguidores de Jesús es casi nula, ya que se trata de países musulmanes o cuyo pueblo en su mayoría profesa alguna otra religión -hinduismo, budismo- defendida por dirigentes a la par poderosos y agresivos. Pero si nos damos cuenta, descubrimos que buscan subyugar a las personas con las mismas premisas morales que ciertos cristianos occidentales consideran imprescindibles. Claro: es fácil decir que sus líderes están desviados porque desconocen a Cristo al punto de perseguir a quienes declaran su fidelidad con el Mesías. No obstante, se podría dar por sentado que si un hijo del camino que manifiesta su homofobia, recomienda el castigo físico como mecanismo de educación, exige la censura artística o rechaza determinados hallazgos científicos por considerar que contradicen a la Biblia: de caer en un territorio islámico, a poco andar se adaptaría al ambiente y se transformaría en uno más. La única exigencia extra que debería hacer, en realidad, es orar cinco veces al día. 

No hay que dejarse engañar. Ya en el pasado reciente tuvimos ejemplos de sociedades que buscaron en el recato intransigente la manera de superar sus problemas, como la Italia fascista y la Alemania nazi (esta última apoyada en principio por la iglesia luterana germana) y no es necesario mencionar en lo que terminaron. El apego a la represión moral no soluciona los problemas: sólo los esconde en una olla a presión que en cualquier instante y producto de una provocación completamente ajena o superflua, puede estallar. Y entonces la descomposición del cristianismo puede llegar a transformarse en un proceso inminente. Si queremos convencer con nuestro discurso a los descarriados, Jesús nos ha entregado las armas. Entre las cuales, no se cuenta culparlos de los males que a veces generamos nosotros mismos.

domingo, 15 de abril de 2012

Cómo Entrenar a Tu Monstruo

Entre la serie interminable de acontecimientos internacionales que versan sobre política o economía, de vez en cuando se filtra una información que producto de su morbo lleva implícita la facultad de llamar la atención de la opinión pública. Y eso puede llegar a ocurrir desde dos ángulos completamente opuestos y antagónicos. Si la noticia es risible, significará una especie de bálsamo. Si por el contrario es trágica, servirá para colocar en primera plana temas de relevancia secundaria al menos frente a la coyuntura del momento. En ambos casos, la inclusión de estos sucesos en la agenda de prensa servirá para un idéntico propósito: provocar una conducta evasiva en los consumidores que los distraiga de cuestiones que ciertos grupos de interesados no desean que se discutan, porque siente que la sola insinuación al debate pone en riesgo su estatus de privilegio.

En los últimos días, esta evasión inducida ha venido de parte de un acaecimiento dramático y honestamente preocupante. Es un caso, en el Reino Unido, de un chico de quince años que asesinó a su madre a martillazos, inspirado en una serie de televisión a la cual seguía con especial fascinación. A lo cual, se ha agregado el hecho de que el joven era un fanático de las películas de terror, detalle que los informativos se han dedicado a señalar con denodado énfasis. Una mescolanza de relaciones que no acaba ahí, pues el canal que emitía el programa inspirador lo había calificado para todo espectador, supuestamente basado -es una especulación de los mismos que han divulgado este suceso en formato de escándalo- precisamente en el dato empírico de que son los adolescentes los más asiduos a soportar filmes con escenas violentas. Raya para la suma: todo este cóctel se ha convertido en la pólvora que cada cierto tiempo necesitan las asociaciones conservadoras y de padres para insistir en el peligro que implica la exhibición de determinadas producciones audiovisuales, y no sólo las llamadas "de género". Que para colmo, ahora son capaces de contaminar un sitio que otrora era un bastión de los valores cristianos como las islas británicas.

No reparan estas personas en la incontable cantidad de adolescentes e incluso niños que a diario devoran con avidez esta clase de realizaciones, además de otros elementos como los juegos de vídeo, y sin embargo siquiera se les pasa por la mente la idea de imitar los cientos de asesinatos que ven. Además de que el muchacho de marras está inmerso en la cultura inglesa, que es especialmente represiva con los menores de edad, incluso admitiendo el castigo físico como parte de la formación. También sería preciso recordar acontecimientos recientes, como los desórdenes acontecidos en Londres y otras ciudades británicas a mediados del 2011, producto justamente de la delicada coyuntura económica, que en ese país, al igual que en otros, ha disparado el desempleo juvenil a cifras estratosféricas. Al respecto, resulta inexplicable que los medios se centren en las declaraciones del chico, donde manifestó haberse inspirado en la mentada serie -que al fin y al cabo, constituyen nada más que la excusa de un criminal que busca zafar una condena que podría ser muy alta- y no indaguen en su entorno, puesto que esta clase de conductas se debe a una combinación de antecedentes entre los cuales la influencia de la televisión es sólo uno de varios engranajes. Eso, sin contar que la manera en que se ha abordado un asunto tan grave como éste, parece tener implícita una actitud de sospecha hacia la adolescencia y a las inquietudes de las nuevas generaciones, que ya fuere del punto de vista de la religión o la sicología, siempre acaban tildadas de peligroso desenfreno y descontrol.

Cuando se produjo la masacre de la secundaria de Columbine en Estados Unidos, por casualidad alguien descubrió que uno de los adolescentes asesinos tenía discos de Marilyn Manson en sus anaqueles, con lo cual este músico en particular y el rock más duro en general fueron víctimas de un reguero de prejuicios que por poco no derivaron hacia una abierta persecución. No se reparó en que se trataba de alumnos que eran sujeto de constante acoso y abuso de parte de los bravucones de la escuela, ni en la facilidad con la cual en el país gringo se puede obtener un arma de fuego, que allá siempre se le ha visto como una eficaz solución a los problemas. Además de que ciertas expresiones de arte pop no son las únicas que han inspirado reacciones homicidas. En el ya mencionado Estados Unidos son comunes los casos -no sólo porque los victimarios así lo declaran- de jóvenes que salen a matar homosexuales o a médicos que han practicado abortos tras escuchar el discurso incendiario de algún evangelista pasado de rosca. Y luego los predicadores aseguran que fueron mal interpretados, que ellos sólo comunicaban un mensaje para toda la familia, o que ese muchacho acarreaba problemas mentales que el diablo se encargó de afianzar. La misma defensa que tanto le objetan a los realizadores de filmes violentos o a los creadores de determinados juegos de vídeo. Y sin recurrir al gasto de enormes sumas de dinero en publicidad, sino motivados únicamente por la fe que mueve montañas.

domingo, 8 de abril de 2012

Eutanasia Canina de Una Vez Por Todas

La exagerada aunque necesaria atención puesta en el asesinato del joven Daniel Zamudio, por desgracia ha dejado de lado acontecimientos que también se han suscitado durante estas semanas, y cuya gravedad requiere que también se les ponga atención. Entre ellos, quizá el asunto más delicado sea el caso de una niña de cuatro años que fue atacada de manera brutal por un perro de raza Rottwailer, quien resultó con una importante fractura de cráneo y la pérdida total de audición en un oído, si bien ya se encuentra fuera de riesgo vital. El can había sido abandonado sólo días antes en el barrio, lo cual fue tiempo suficiente para que mostrara su nivel de agresividad, pues había ya mordido a algunos vecinos y transeúntes.

De seguro más de un lector se decepcionará porque este articulista vuelve a tocar un tema que ha tratado en innumerables ocasiones. Pero la verdad es que cuando están en juego asuntos que atañen al bien común, hay que ser lo más majadero posible y no dejar pasar las oportunidades en que la cuestión puede colocarse de nuevo sobre la mesa. Así ha sucedido con el infame crimen cometido contra Zamudio, el que ha servido para tomar conciencia de las consecuencias que puede generar un discurso de odio, en este caso contra los homosexuales. E igualmente debiera acaecer con el infortunio de esta pequeña, respecto a la tenencia responsable de mascotas y en especial la situación de los perros vagos y callejeros, algunos de los cuales deambulan por las aceras aún teniendo dueño conocido. Y lo interesante es cómo estos dos acontecimientos vienen acompañados, por la situación coyuntural, de notables coincidencias sobre las que hasta se pueden formular paralelismos. Pues el asesinato del joven gay ha impulsado que tanto el ejecutivo como el parlamento, presionados por el reclamo ciudadano, se apresten a aprobar un proyecto de ley que sanciona todo tipo de discriminación negativa, el cual estaba durmiendo hace bastante rato en las carpetas de los legisladores. Mismos archivos donde se encuentran iniciativas tendientes a  aumentar las penalidades contra el abandono de animales, o a aprobar y de paso regular la llamada eutanasia canina.

Quizá porque aconteció unos días más tarde, y de un suceso bastante terrible, es que el asunto de la niña mordida ha sido tratado en segundo plano tanto por los medios de prensa como por las autoridades. Sin embargo, es importante recalcar que este último acaecimiento también significó consecuencias horribles para un ser humano, aunque no lo haya matado (recordemos que la pequeña permanecerá con secuelas físicas de por vida). Por lo que se puede extraer como conclusión, que no es la conmoción popular la que fija las prioridades (de hecho es más bien al revés), sino que detrás de cada énfasis existen grupos interesados. En ese marco, no se debe olvidar que las organizaciones que se oponen a la eutanasia canina, los llamados "pro animal", cuentan con una buena cantidad de recursos económicos y muchos de sus principales dirigentes son de clase media relativamente alta para arriba. No muestran el perfil del mojigato aferrado a la iglesia católica, tanto en su vertiente más tradicional como en la renovación formal -aunque no de fondo- propuesta por asociaciones como el Opus Dei o Los Legionarios de Cristo. Pero en cambio pertenecen al sector de los así denominados "progresistas", término que al igual que liberal -palabras que al final se usan como afines, aunque los mismos que las emplean para identificarse aseguren que describen a rivales ideológicos mutuos- está de moda, al extremo que resulta imprescindible encasillarse en uno de los dos para evitar ser tachado de retrógrado, extremista o estúpido mental, expresiones que identifican a los condenados por las inquisiciones del siglo XXI. Una aureola que además permite el respaldo de importantes personalidades del ámbito público y político, muchas de quienes están en constante pelea justamente con los sectores más pacatos -al punto que algunos apoyan el aborto y la eutanasia humana- lo cual desde luego los ha incentivado a ser los primeros en colocar el grito en el cielo ante el homicidio de Daniel Zamudio, idéntica forma en la que obran cuando se les plantean las soluciones descritas en este artículo.

No nos dejemos embaucar con los fanáticos que aunque prediquen una religión más simpática o novedosa, en última instancia provocan con sus actitudes el mismo daño. La eutanasia canina es una necesidad tan urgente como la prohibición de determinadas discriminaciones y la coyuntura de estas semanas así lo ha demostrado. Que se deba emplear como recurso extremo y después que hayan fallado todos los demás, totalmente de acuerdo. Pero es un buen respaldo que permite el control de plagas, con la finalidad de frenar la proliferación excesiva de perros, un animal no sólo peligroso sino además asqueroso, y que en sus variantes callejeras está ocasionando graves problemas sanitarios en muchas poblaciones del país. Además para qué nos engañamos: los canes botados que pululan por nuestras urbes, entre los que se cuenta el que mordió a la niña, han sido puestos allí por personas adineradas que suelen ser vecinos de los líderes de las organizaciones pro animal que ya se hartaron de cuidar un ser vivo que en cualquier caso es un advenedizo en la familia. Si saben lo que les puede ocurrir a sus otrora adoradas mascotas, tal vez tomen conciencia de sus actos y lo piensen dos veces antes de arrojar una bestia a los suburbios.

domingo, 1 de abril de 2012

Un Buen Testimonio

Una de los aspectos de la vida cristiana en el cual se hace más hincapié, y que por ende suele ser motivo de conversación obligada entre los más diversos grupos de hermanos, es el asunto del testimonio. Se trata de una cuestión muy delicada, ya que es la demostración más concreta de la existencia de los llamados "frutos del espíritu" en el quehacer cotidiano de una persona convertida. Que además no depende en forma exclusiva de uno (bueno: nada está supeditado por completo al individuo cuando se acepta la salvación, si se considera que esta nueva condición implica someterse a la influencia de Dios), sino de una suerte de evaluación externa, representada en esa masa amorfa de sujetos seculares a la cual se le conoce como la "nube de testigos". En tal contexto, si se deja una impresión positiva en el común de la gente, ésta a su vez hablará en buenos términos de los hijos del camino, llegando a ser probable que más de alguno también se arrepienta de sus pecados. Por el contrario, si las señales se tornan negativas, entonces las opiniones acerca de los evangélicos serán igualmente desfavorables.

Visto así, salta a la vista que el concepto de testimonio encierra un quizás no enorme pero sí considerable problema. Las personas externas, quienes son finalmente los que califican nuestra conducta, no están convertidos. Por lo cual, su evaluación puede resultar, por emplear una palabra relativamente suave, ambigua. Al desconocer aspectos fundamentales de la teología cristiana, e incluso de la conducta, en muchas ocasiones pueden colocar una nota suficiente o insatisfactoria dependiendo de costumbres sociales que estén de moda. Las que en ciertos casos son, de manera honesta, inadmisibles para quienes han aceptado la salvación. Así, hasta hace unos cincuenta años la homosexualidad era condenada o cuando menos mal considerada por el grueso de la población, conducta que hoy día ha desaparecido completamente o se ha modificado, al extremo que nos encontramos con países, cuyos habitantes otrora eran muy devotos de la fe, donde se permite el matrimonio entre integrantes del mismo género. No obstante, para la mayoría de los hijos del camino, el rechazo furibundo a la condición gay sigue siendo una verdad inamovible. Y podemos estar de acuerdo en que así, dado la condena que expresa la Biblia hacia esas prácticas. Pero tal convicción, unido a un discurso más tolerante respecto de los amanerados, ha acarreado que a las iglesias evangélicas se les acuse de homofóbicas, además de conductas inquisitorias y de orden medieval, fuera de faltar el respeto a la diversidad. Lo cual, a su vez, ha desencadenado respuestas más extremistas de determinados interpelados, quienes no se han detenido al afirmar que los afeminados deben ser aislados e incluso vigilados o limitados en sus libertades, con el propósito de que no alienten a los demás a seguir con la misma perversión.

Los hermanos que así obran, claramente no son una muestra de buen testimonio. Al menos, en el sentido que se trató el término durante el primer párrafo. Pues en lugar de convencer, ya no sólo a los homosexuales, sino a los no conversos, los ahuyentan. Dando de paso una imagen acerca de las iglesias evangélicas que no corresponde a la realidad (la de intolerantes agresivos, retrógrados y culturalmente atrasados). Dicho fenómeno es característico de las épocas más recientes, pues como ya lo anotamos, hasta hace unas cuantas décadas el gay era objeto de burla y discriminación, e incluso quien sostenía esta conducta durante un lapso prolongado de tiempo ponía en riesgo su integridad física. Ahora: por supuesto que no se debe dejar a un lado la cuestión de que las Escrituras son categóricas en aseverar que de los afeminados no será el reino de los cielos y que todo aquel que mantenga esas prácticas debe abandonarlas si espera ser tomado por salvo, afirmaciones que se le deben reiterar con firmeza al interlocutor sin atender a la procedencia de éste. Pero he aquí que existen otras cosas que también son incólumes y que resisten la violencia de todas las modas. Por ejemplo la condena a la discriminación (en la Biblia conocida como "acepción de persona") y el respeto incondicional al libre albedrío, que el cristiano debe aplicar con el secular, al cual se le debe ofrecer la salvación, no obligarlo a aceptarla, ni siquiera forzarlo a seguir normas que son propias de la conducción de un hijo del camino. En definitiva, un redimido tiene el mandato de participar en un debate y exponer sus puntos de manera clara y convincente pero a la vez democrática, quitando espacio al insulto y la descalificación, anomalías que también se pueden dar cuando se extraen pasajes bíblicos como base de apoyo. Eso último sólo nos acabará dejando mal parados ante la odiosa pero necesaria nube de testigos.

El problema es que cuando se habla de dar un buen testimonio, casi siempre se presta atención a una determinada serie de deberes morales de orden sexual y en menor medida político y económico, casi siempre listados al azar pero sin un hilo conductor ni mucho menos una estructura o un paradigma común (lo cual, además, lleva a conductas hipócritas). Sin embargo, es preciso acotar que, en un intento, no debiera caber duda que sincero, de expresar la reciedumbre de las convicciones, puede venir igualmente la semilla de una evaluación negativa. Lo cual, por desgracia, puede venir de personas que se den cuenta que el convertido no está teniendo actitudes cristianas. Pues la agresión, incluso verbal, y la intolerancia claramente no lo son, y tampoco lo han sido desde el inicio de los tiempos. Además de ser innecesarias para entregar una imagen prístina que arrastre a los demás a pensar en modo positivo de uno.