domingo, 29 de julio de 2012

Los Recovecos de Eros

No se puede dejar de quedar asombrado con el reportaje periodístico publicado hace una quincena por el semanario The Clinic, que habla de una lesbiana, con conductas propias de lo que en jerga vulgar se conoce como marimacho, y un travesti de circo que decidieron separarse de sus ambientes de origen y vivir en pareja, llegando incluso a tener una hija (y en el segundo intento, pues el primero devino en aborto espontáneo). El relato es bastante conmovedor, en especial porque ahonda en detalles muy íntimos de los dos involucrados, partiendo desde sus respectivas infancias hasta su situación actual, describiendo en un tono completamente realista sus biografías llenas de marginalidad y discriminación, no sólo de sus familiares y vecinos cuando éstos se dieron cuenta de su homosexualidad, sino también después, de parte de sus mismos pares, quienes tampoco se mostraron abiertos a aceptar su decisión y reaccionaron con una idéntica mezcla de sorpresa, desilusión y finalmente indignación que quienes se han criado en un ambiente que rechaza las uniones físicas entre representantes de igual género.

Lo interesante de este verídico relato, es que echa por tierra dos prejuicios que los propios colectivos gay han intentado instalar en la opinión pública con el objetivo de contrarrestar los convencionalismos que a su vez los han condenado a una segregación que se ha extendido por varios siglos. El primero, que la homosexualidad es una característica con la cual algunos individuos nacen; y el segundo, y que hasta cierto punto se desprende de lo anterior, que ya tomado este camino no cabe la más mínima posibilidad de que sea revertido. Esto último enunciado va dirigido con especial énfasis e intención en contra de los grupos cristianos, y por extensión a los de musulmanes, que mantienen la idea de que el amaneramiento es una conducta pecaminosa que debe ser superada mediante la conversión. Más aún: en los círculos más conservadores entre los seguidores de Jesús, se ha llegado a promover terapias sicológicas destinadas a cambiar esta actitud y regresar al individuo a la heterosexualidad; cuestión que en cualquier caso no constituye una novedad, pues hasta hace sólo treinta años, la siquiatría norteamericana consideraba el afeminamiento como una enfermedad mental. Sin embargo, y volviendo al tema que ha motivado este artículo, las personas que ahora nos atañen no fueron presionadas ni incitadas por un agente externo para que finalmente optasen por emparejarse, y ni en el horizonte más remoto de su determinación existieron predicadores o ministros religiosos. El rechazo obvio del que fueron objeto cuando sostuvieron sus primeros encuentros homosexuales no cuenta aquí debido a la lejanía temporal. Simplemente los tipos sintieron atracción mutua tal como les pudo haber ocurrido en su adolescencia con otros sujetos de idéntico género, y acabaron recorriendo la ruta lógica de convivir y ser padres.

Más bien cabría considerar las agresiones que recibieron de su más reciente entorno, el de los grupos homosexuales de los cuales formaban parte, que son narradas por los mismos protagonistas del reportaje con la más completa honestidad. Es curioso cómo sus antiguos amigos y compañeros experimentaron la misma reacción de repudio de un heterosexual de formación conservadora frente a la decisión de un pariente o vecino, ante una auténtica salida de armario, sólo que en sentido inverso. Las motivaciones que los arrastraron a actuar así son distintas pero tienen una finalidad similar. Si en el caso de quien confiesa que es gay, se arguye que es una contribución a la corrupción generalizada donde los buenos valores y quienes los practican van a terminar arrinconados y arriesgando la desaparición definitiva de la faz del planeta, ora por su reducción numérica, ora porque la mayoría se dirigirá contra ellos porque representan la resistencia a la modernidad: en el fenómeno que ahora nos convoca se genera un grado de miedo irracional equivalente, pues dos traidores han abandonado el redil con la consiguiente reducción de la fuerza, tanto en cantidad como en argumentos de debate. Lo peor de todo para los colectivos de amanerados es que esta revocación se da como el resultado de un proceso que justamente ellos señalan como la manera natural en la cual un individuo precisamente descubre y se concilia con su homosexualidad: el enamoramiento de pareja. Y además se ven obligados a ejercer en consecuencia y por ende a admitir la libertad de elección, aspecto que ellos siempre han citado como un derecho esencial e inalienable, al menos cuando buscan defender a quienes desean integrar su rebaño. Por la sencilla explicación de que estos dos seres han utilizado su albedrío con la más absoluta sinceridad.

Demasiados expertos han advertido que las sociedades no deben precipitarse a una opinión favorable en torno a la teoría de la homosexualidad innata, pues aquello se encuentra prácticamente en el terreno de la seudociencia. La verdad es que tal conducta surge de una necesidad de limpiar la conciencia universal de dos milenios y algo más de prejuicios y discriminación, que en muchos pasajes de la historia adquirió ribetes criminales. Sin embargo, una actitud así, que guarda bastante relación con la penitencia religiosa, sólo podría contribuir a cerrar el círculo vicioso, donde las inquietudes serían las opuestas pero las consecuencias sobre la masa de individuos serían las mismas. Hasta la fecha, en este aspecto, todo indica que la sexualidad es un proceso pausado y complejo que recién se puede definir a los dieciocho años, pero que aún así no permanece estático. Más todavía, si se considera que una alta cantidad de homosexuales en realidad son bisexuales y que varios fueron heterosexuales muy definidos en alguna parte de su existencia, y no estaban sujetos a la situación de ocultar si identidad debido al rechazo externo. El conocimiento científico no se adquiere con sodomía, y de hecho hay casos de militantes gay que llegan a ser más intolerantes e irritantes que el más a ultranza de los conservadores. Entre los que fustigaron a la pareja que incentivó este artículo, hay varios ejemplos.

lunes, 23 de julio de 2012

Colorado Intenso

De nuevo una masacre masiva estremece a Estados Unidos y de rebote a todo el mundo. En esta ocasión, se trató de un tiroteo ocurrido al interior de una sala de cine en Aurora, un suburbio de Denver, la capital de Colorado, el mismo estado que en 1999 había sido escenario de la matanza en la secundaria de Columbine. Lo que más ha llamado la atención -y que ha permitido que los diversos informativos internacionales pueden rellenar la noticia con algo más que las repetitivas especulaciones siquiáticas de rigor- es el lugar y las circunstancias en las cuales se desarrolló el ataque: el presunto agresor, identificado como James Holmes, ingresó al estreno de una película sobre Batman, disfrazado de uno de los villanos del filme -aprovechando que la mayoría de los espectadores, debido a la ocasión, también vestían trajes usados por los personajes-, desde una puerta de servicio que le permitió acceder directamente a la pantalla, quedando enfrente de sus víctimas, por lo que en un principio éstas imaginaron que se trataba de un espectáculo de efectos especiales. Cuestión que le agrega un morbo especial a los acontecimientos, al coincidir dos aspectos muy característicos de la sociedad norteamericana que cuando suceden estas cosas, son puestos por sus respectivos defensores y detractores en veredas antagónicas: el derecho a portar armas y la cultura pop.

Cada vez que se desata esta clase de tragedias, aparecen las voces del conservadurismo norteamericano más rancio e insípido, las que son abundantes e incluyen varios ministros, pastores y evangelistas. Su motivación es siempre la misma: culpar al unísono a conocidas figuras de la televisión, el cine o la música popular, de ser los causantes indirectos de estas ignominias, pues aprovechando su arrastre en la población, y por ende su potencial capacidad de transformarse en ídolos -un término que despierta especial sensibilidad entre quienes critican estos fenómenos desde el punto de vista de la moralidad occidental cristiana-: acaban promoviendo, ya sea de manera inconsciente, abierta o como un pretexto para ganar más dinero, conductas que se alejan de los llamados "valores tradicionales", que en realidad son una amalgama de sentencias y convencionalismos de orden religioso, social, patriarcal, moral o patriótico. El asunto es que tales desorientaciones suelen ser imitadas por una buena parte de su audiencia, y algunos individuos llegan al extremo de adaptarlas a sus quehaceres diarios, lo cual les provoca -siempre de acuerdo al razonamiento- una distorsión de la realidad. Así, en el caso de la mencionada masacre de Columbine, muchos apuntaron en contra del músico de rock duro Marilyn Manson, sacerdote de una iglesia satanista norteamericana, que en la mayoría de sus canciones describe situaciones de violencia, entre ellas varios casos reales de asesinatos masivos. Agréguese a eso que los muchachos que desencadenaron aquella matanza solían escuchar a este cantautor, y entonces tenemos un peligroso cóctel que debe ser censurado por toda persona que tenga un mínimo volumen de cordura, pues se hacen conocidas las consecuencias de aceptar que un enemigo del mensaje divino se oponga: el tipo forma parte de una conspiración destinada a destruir todo atisbo de bondad. Mientras que en el desastre que ahora nos atañe, se impone un antecedente más que evidente: el criminal se inspiró en una película de acción, cuya trama está saturada de homicidios y atentados terroristas al por mayor, para más inri basada en la saga de un héroe del cómic, un arte siempre despreciado por los más reaccionarios debido a que quienes lo practican muestran una tendencia a elaborar relatos sórdidos, con protagonistas y ambientes oscuros, y un entorno alejado del modelo ideal de comunidad.

Sin embargo, desde la acera opuesta, existen quienes les contestan a estos evangelistas bienintencionados con pruebas aún más contundentes. Acá se sostiene a pie firme la tesis de que estos incidentes se podrían evitar, o al menos reducir considerablemente, si se restringiera la excesiva liviandad conque se le permite a un ciudadano norteamericano portar armas de fuego, incluso de asalto, las cuales hasta se pueden conseguir en un almacén de barrio. Aquí cabe otro razonamiento igualmente lógico: si una persona adquiere un arsenal, una de las opciones posibles es que en algún momento decida utilizarlo, del mismo modo que se siente impulsado a comprar una lavadora o un ordenador. Y al respecto cabe señalar que el atacante de Aurora disponía de una auténtica armería en su departamento, el cual además estaba repleto de trampas mortales conectadas a explosivos. Es cuando se empieza a examinar esta devoción que los estadounidenses le prodigan a los rifles, que encontramos los principales focos de disenso entre los dos grupos de debate. Porque bastantes de los cristianos mencionados en el párrafo anterior, se colocan en primera fila a la hora de defender el derecho a portar armas, valiéndose de interpretaciones de pasajes bíblicos con el propósito de sustentar su inclinación. Así, recurren a la alegoría de los "soldados de Jesús" o les recuerdan a la asamblea que los oye el clima de beligerancia que se describe en el Antiguo Testamento, donde Dios no sólo le habría permitido, sino además recomendado el pueblo hebreo que hiciera la guerra contra sus rivales incluso con métodos que en la actualidad han sido tachados de inaceptables y de atentatorios en el plano de los derechos humanos. Además, el grueso de ellos tiene por costumbre considerar a su país como el "Israel espiritual" descrito por los apóstoles, y eso se traduce en la potencial amenaza hacia el cristianismo -mejor dicho hacia el tipo de cristianismo que profesan- y de todo lo bueno que conlleva. Son fuerzas malignas y sobrenaturales las que bien merecen que les den un tiro en la cabeza, con lo que los valores nacionales comienzan a distorsionar a los religiosos. Una característica que está presente en el militarismo gringo y que atraviesa los discursos que se elaboran para justificar intervenciones en otras naciones; pero que también impregna el trato coloquial y la manera de vivir la espiritualidad y la fe -siempre alerta ante un anti cristiano que se le ocurra organizar una fuerza persecutoria, o peor, que le robe o arrebate sus logros económicos-. De hecho, lo interesante de Colorado es que se trata de un territorio que se ha constituido en una encrucijada de ese conservadurismo descrito en el segundo bloque de este artículo: un estado sito en el Medio Oeste yanqui, arrebatado a los mexicanos tras una cruenta e injusto conflicto, y después escenario de masacres contra indígenas. Una zona poblada e integrada a punta de disparos y sobre un suelo abonado por cadáveres.

El cine, en cuanto arte, tan sólo refleja la realidad. Un artista, más que dictar patrones de conducta, recoge lo que ve en su entorno y a partir de ahí elabora sus puntos de vista, que pueden ser complacientes o críticos, o alguna solución intermedia. Las películas norteamericanas, en especial las de consumo masivo, además están diseñadas al gusto del espectador medio y básico. Si en la calle hay balaceras, y a los norteamericanos les gusta que las cosas sean así, entonces en los filmes también se desarrollarán tiroteos. Además los gringos siempre se han enorgullecido de su visión beligerante y mesiánica a la vez de las cosas, y han procurado mostrarla en sus realizaciones a conciencia de que constituye un vehículo muy eficaz de generar influencia. Y no se diga que el problema es que Hollywood está repleto de mormones, cienciólogos y judíos a quienes sólo les importan los negocios -como si a los devotos cristianos no-. Pues por algo esos credos son aceptados y en ciertos círculos hasta admirados en Estados Unidos. Son una manera de propagar el bien; de otra forma estarían proscritos o serían coartados. Deben ser protegidos igual que el derecho a portar armas.

                                                                                       

domingo, 15 de julio de 2012

Iglesia Para La Risa

Cuando uno repasa los estrambóticos sucesos que llevaron a Lafayette Ron Hubbard a fundar su Iglesia de la Cienciología, piensa con toda honestidad si se encuentra frente a un auténtico movimiento religioso o sólo se trata de una tomadura de pelo. Sospechas que aumentan cuando lee un par de líneas de la delirante doctrina que profesa ese grupo (que en cualquier caso no son muchas, porque el grueso de sus dogmas son secretos y asequibles sólo a sus miembros más destacados, aunque quienes han investigado el asunto aseguran que incluso en esta instancia es menos que escaso el material susceptible de comentar). Y no obstante, sus conclusiones están planteadas de una manera completamente alejada a lo que se pueda considerar como una broma; y lo más sorprendente del asunto es que existen personas muy adineradas, conocidas o distinguidas que siguen a pies juntillas esta amalgama de esperpentos, siendo una contribución fundamental para que hasta hoy se mantengan vigentes.

En el mundo se ha inventado toda clase de credos extravagantes. Sin embargo, muy pocos alcanzan ese estatus en donde los analistas, independiente de su nivel de instrucción o su sesgo de origen, concluyen de manera unánime de que se trata de una mera ridiculez. Uno puede desacreditar a los testigos de Jehová por su negativa a las transfusiones de sangre o su insistencia en que sólo ciento cuarenta y cuatro mil ciudadanos serán salvos, o a los mormones por su cosmogonía o las insufribles tesis de Joseph Smith respecto de su "Jesús americano" -comparables en su delirio a las de Hubbard, por cierto-. Pero en ambos casos, si el interlocutor se lo propone -y no se requiere un gran esfuerzo para hacerlo- puede llegar a discutir siquiera por unos cuantos minutos con un defensor de tales extravagancias. Con la religión que ahora nos atañe, en cambio, ni eso: hasta el más abierto, ya sea de mente o estómago, con que le intenten describir las chorradas de Xenu y sus secuaces ya encuentra una motivación para dibujar una sonrisa de vergüenza ajena y dar la media vuelta para continuar su camino. Y ambas acciones a la vez: ni siquiera una detrás de otra siguiendo un supuesto orden lógico (¿cómo, si lo que le están comunicando no lo tiene?). Lo curioso es que, al contrario de Russel o el mencionado Smith, Lafayette Ron era un tipo de quien se puede decir que al menos tenía minúsculos antecedentes intelectuales, ya que era un escritor de ciencia ficción (mediocre, de acuerdo; pero ya estaba relacionado con la literatura, que es una actividad considerada cerebral). O sea, que en la peor de las situaciones se le debe obsequiar un premio al esfuerzo por superarse a sí mismo.


Tras conocer la biografía de Hubbard, se tienen dos opciones: o se trataba de un imbécil mental o era un tipo astuto ávido de abandonar la marginalidad y pobreza quien a su manera reclamó su tajada del gran sueño americano. O ambas cosas a la vez. Porque no se puede negar que su iglesia -o secta, como la tachan en algunos países-, pese a mantenerse minoritaria, ha tejido una importante red de influencias que incluye una captación exitosa de adeptos en las capas más altas de la sociedad, varios de quienes cuentan con una alta dosis de instrucción y cultura. En una estructura diseñada para ser ocupada por esta clase de personas, quienes deben pagar hasta medio millón de dólares por recibir las insostenibles enseñanzas sobre Xenu, desembolso pecuniario que además asegura el ascenso a los peldaños más altos de la organización. Quizá si esa misma actitud de sostenerse con un puñado exclusivo de fieles sea lo que provoca sentimientos encontrados entre la gente común, por lo que finalmente cabría considerarla como una estrategia publicitaria y al mismo tiempo de supervivencia. Claro que entonces las demostraciones de estupidez se trasladan a los seguidores de este credo, quienes sencillamente han perdido la capacidad de discernir. En un país que se caracteriza porque los movimientos de esta calaña son liderados por sujetos que buscan salir del anonimato y las estrecheces económicas apelando a la ruta liberal del enriquecimiento, aspecto esencial de la idiosincrasia norteamericana. Pero que carecen de las herramientas o las habilidades para alcanzar lo que a otros los ha transformado en legendarios magnates, por lo que echan mano a otro rasgo que identifica a los estadounidenses: la religión, que aquí siempre ha sido promovida con mensajes que más parecen eslóganes comerciales, vendiendo la salvación como un producto.

Esta clase de incautos es la que le ha permitido a la Cienciología mantenerse a flote y no sufrir un destino similar a cosas como el Templo del Pueblo de Jim Jones o los Davidianos. Ni de ser blanco de un mayor número de comentarios perniciosos -que se los merece de sobra- al contrario de los mencionados mormones o testigos de Jehová. Hubbard era un sujeto con carisma y considerables dotes de astucia, que optó por ejercer el proselitismo en los sectores más acomodados de la sociedad norteamericana, probando que allí también existen individuos desorientados dispuestos a tragarse los sapos más inverosímiles. Y aunque entre sus caras visibles se repitan de forma copiosa las celebridades de Hollywood -fenómeno que produce la tentación de hacer un parangón entre esta secta y el llamado cine zeta de los años 1950, donde por cierto un gran número de películas se sostenía sobre pobres guiones que trataban los temas más espectaculares o llamativos de la ciencia ficción- es un punto de partida nada despreciable si se conviene que la denominada Meca del cine es un símbolo de la cultura de masa yanqui. En Estados Unidos, quien planta su bandera en los estratos más adinerados, y en paralelo se torna un millonario, finalmente es una representación del triunfador . Aunque sean ricos que están vinculados a la industria del entretenimiento, y que la propia religión que los aglutina parezca un mal chiste creado con el único afán de divertir.

domingo, 8 de julio de 2012

El Retorno del Velo

Después de dictar una polémica prohibición, al parecer los dirigentes de la FIFA se están allanando a la posibilidad de que las mujeres musulmanas jueguen partidos de fútbol portando el hiyab, aquel pañuelo que les cubre toda la cabeza excepto la cara, y que en occidente suele ser llamado "velo islámico". De hecho, una comisión encargada acaba de comunicar que el seis de junio aprobó una enmienda que permite el uso de esta prenda "en forma experimental", que en el lenguaje del ente regulador del balompié mundial, significa que estará autorizada por un periodo determinado con el propósito de evaluar su aplicación, para una vez terminada esta etapa de análisis, tomar la determinación definitiva. Tal cambio de parecer, al menos momentáneo, ha provocado sorpresa en la comunidad internacional, en especial dentro de los círculos cristianos, quienes vieron esta proscripción como una compensación justa, ante la norma que a su vez les impedía a los atletas de confesión evangélica efectuar gestos distintivos como levantar las manos al cielo al celebrar un gol, o portar remeras que contengan la palabra Jesús o indiquen alguna cita bíblica, a fin de respetar aquel principio que sostiene que el deporte debe sobreponerse a cualquier consideración política, religiosa o social. Aunque, como de todos es sabido porque basta observar las camisetas de cada seleccionado o club, una notable excepción la constituyan los esponsales comerciales, que no sólo cuentan con el permiso para aparecer en las camisetas de los competidores, sino además a los bordes de la cancha y en las transmisiones televisivas.

Veamos. En occidente y en la cultura cristiana en general el hiyab genera rechazo porque es visto como un símbolo de la opresión de las mujeres que viven bajo gobiernos musulmanes. Por otro lado, esta religión, producto de diversos factores -inmigración, conversiones, mayor prestigio económico alcanzado en sus lugares de origen- se ha ido expandiendo con preocupante fuerza durante los últimos quince años, a través de una amalgama que va desde el proselitismo más elemental, pasando por grupos integristas social y moralmente cerrados, hasta llegar a los casos de terrorismo que han estremecido a la población mundial y que han servido de pretexto para que ciertos interesados metan en un mismo saco a todos los practicantes de este credo. Sin embargo, entre quienes han facilitado dicho crecimiento también se hallan acaudalados empresarios, muy apreciados en otras partes del globo -también aquellas donde el islam es rechazado o repudiado, por diversos motivos- los cuales con su enorme poder económico han creado influencia. Esto se puede apreciar en el ámbito del fútbol, donde importantes jeques han adquirido clubes europeos y hasta la misma FIFA le asignó el Mundial del 2022 a un país islámico: Qatar. A muchos, por supuesto que colectivos feministas y asociaciones cristianas entre ellos, este avance les despierta el miedo de  que los simpatizantes de Mahoma finalmente acaben dirigiendo los destinos del primer mundo, ventaja que podrían emplear para imponer los elementos más oscuros de su pensamiento, ya considerado retrógrado y primitivo en términos comunes -y hay argumentos sólidos como para considerarlo así, aunque otra cosa es la fidelidad que pueden mantener a la realidad-, con el consiguiente retroceso en los valores de la democracia y la libertad individual que bastante costó lograr y que debieron superar costumbres muy parecidas a algunas que hoy son pan de cada día en Medio Oriente (sin ir más lejos, las féminas católicas y evangélicas estuvieron forzadas a usar velo hasta mediados del siglo XX). La conclusión entonces se torna muy simple: hay que detener a cualquier precio esta suerte de marabunta espiritual.

Sin embargo, no deja de caber una especie de contradicción entre los detractores en general del islam y en particular de aquellos que mantienen esta conducta alentados por su práctica de un determinado cristianismo. Hace pocas semanas atrás, un puñado de pastores protestó de manera enérgica respecto del trato considerado por ellos vejatorio que se le estaba dando a Lolo Jones, una atleta norteamericana evangélica y de raza negra, considerada por los expertos como una de las potenciales sorpresas de los ya bastante próximos Juegos Olímpicos de Londres 2012. La joven, que competirá en carreras de pista, ha declarado en reiteradas ocasiones que en el campo de la moral su meta más significativa es llegar virgen al matrimonio, añadiendo que no le gusta el libertinaje sexual ni la actitud de algunos periódicos que se regocijan hablando de los supuestos amoríos de ciertas deportistas, además de fustigar a esas mismas compañeras de oficio por darles alimento a dichos tabloides. La prensa, sintiéndose ofendida por tal atrevimiento y en una actitud de defensa corporativa -que hunde sus raíces en hechos reales, como que tanto los medios auto proclamados "serios" y los que muestran un perfil más frívolo- ha buscado saturar a la opinión pública estadounidense con artículos y reportajes de corte parafernálico en los cuales se duda de la sinceridad de la chica, cuando no la colocan como una fanática religiosa enfermiza y por supuesto se burlan de ella. El lamento de los ministros, en este caso, es absolutamente legítimo y aquellos diarios y revistas que están efectuando una auténtica campaña de difamación debieran recibir una respuesta contundente, ya que su conducta está motivada por el matonaje y la segregación. Pero, ¿no queda espacio después para aplicar el idéntico criterio? Por último el velo islámico también expresa el decoro de mujeres que no desean ser parte de la vorágine erotómana que suele salpicar a la sociedad, las cuales igualmente han sido objeto de mofa producto de su negativa. Es cierto: lo de la mencionada Jones no es físico, no obstante sí es visible, y eso la pone a la altura del reclamo de las féminas islámicas en favor del polémico hiyab.

Quizá si una muestra representativa de que el islam está ganando terreno en los más variados campos del quehacer, incluyendo el fútbol, sea esta revocación por parte de la FIFA de una medida que era ya tildada de inamovible (y más tratándose de una entidad como la que rige el balompié), más allá de las implicaciones prácticas que contiene -de haber continuado a pie firme, hubiese estimulado a muchos países de mayoría musulmana a no presentar equipos a los torneos internacionales, con la consiguiente pérdida de competitividad y la reducción de los aportes económicos, de magnates islámicos principalmente, pero luego de practicantes de otras religiones ante la baja de representatividad-. Tal vez influyó la presión de jeques que manejaban negocios que fungían como auspicios de prestigiosos clubes e importantes campeonatos. Sin embargo, por encima de todo eso sólo queda afirmar que el uso del velo es perfectamente compatible con el juego, pues no interfiere en su desarrollo ni conlleva un mecanismo escondido de sacar ventaja, como el dopaje por ejemplo. Fuera de que ya se ha permitido e incluso forzado a efectuar partidos en condiciones consideradas adversas, como la altura o el calor extremo. Así como tampoco es de alarmarse que algunos impriman el nombre de Jesús o alcen las manos al cielo como símbolo de alegría. ¿No que se habla de "la fiesta del fútbol"?

                                                                                                       

                                                                                                                             

                                                                                           

lunes, 2 de julio de 2012

Entre Extremistas Religiosos

Durante el ya pasado fin de semana, una agrupación terrorista islámica atacó una iglesia evangélica en Kenya, matando a por lo menos unas quince personas. Así este país empieza a experimentar lo vivido en las últimas semanas en Nigeria, también en África, donde otra organización de musulmanes extremistas ha efectuado varios atentados contra iglesias cristianas. En ambos lugares, la población que profesa la fe de Mahoma es considerable pero se da la curiosidad de que está en proporciones similares a la de los seguidores de Jesús, un factor que, más allá de convocar al respeto por la diversidad y al intercambio cultural, como supone cierta lógica intelectual desarrollada por innumerables pensadores del primer mundo, empero está arrastrando la situación a un resultado que se muestra como totalmente opuesto a las buenas intenciones.

Cuando se escucha que tales sucesos ocurren en el llamado continente negro, no falta quien recurre a la manida monserga de encontrar la causa primordial en el descalabro colonial occidental. Argumento que en este caso constituye una absurda falacia, pues el islam también fue introducido en África por invasores externos, los árabes y los turcos, que en materia de atrocidades no sólo llegaron a superar a los europeos, sino que en ciertos casos hasta se ayudaron mutuamente (recordar que representantes de estos pueblos se encargaban de capturar habitantes nativos para que sirviesen como esclavos en el primer mundo). Ahora, si algún fanático musulmán esgrime una supuesta opresión extranjera como subterfugio para justificar sus atentados, sólo se coloca al nivel de los nazis que defendieron las ocupaciones y los campos de concentración como represalia contra las "agresiones foráneas" que según ellos estaba recibiendo Alemania. En realidad, las explicaciones que permiten entender de mejor modo la coyuntura que hoy afecta a Nigeria y Kenya tienen orígenes muy distintos. Ya que se pueden retrotraer a ese fiasco que un sector de la prensa bautizó con el pomposo nombre de "primavera árabe" que por cierto hace rato que se ha transformado en un invierno islámico. Al final, aquella masa amorfa que algunos quisieron ver como un movimiento democrático y emancipador, sólo acabó instalando regímenes violenta y profundamente religiosos en zonas que de acuerdo, contaban con mandatos cargados con altas dosis de autoritarismo, pero donde al menos se respetaban algunos valores universales aceptados por quienes dicen resguardar los derechos humanos, entre los que se incluía la aceptación de los distintos credos. De hecho, la única novedad que han producido los cambios administrativos en Libia, Túnez o Egipto, es que ahora las mujeres y los cristianos temen por sus vidas. Y los resultados de aquellas "revoluciones" -más bien reacciones- han alentado a las pandillas de extremistas en diversas partes del globo, intentando repetir la experiencia -alentada en su momento por las potencias más desarrolladas- en nichos donde es innecesaria bajo cualquier punto de vista.

Pero luego son esas mismas potencias occidentales, de tradición cristiana casi todas, las que guardan silencio respecto de estas nuevas atrocidades. Tal vez porque estos países, a diferencia de un Irán, una Siria o los lugares mencionados en el párrafo anterior, son sus aliados y les permiten hacer negocios que favorecen sus intereses y los de sus ciudadanos más ricos, que en su mayoría también se declaran seguidores de Jesús. La democracia, el respeto mutuo y la lucha contra el terrorismo son eslóganes que ahora no encuentran eco, quizá porque quienes, en atención a esos principios han invadido otras naciones, sienten que cuando éstas firman acuerdos económicos totalmente asimétricos entonces significa que han aprendido a comportarse dentro de los cánones de un mundo desarrollado y civilizado. Tampoco se vislumbra la amenaza del terrorismo musulmán, aunque algunos representantes hayan masacrado a sus propios hermanos de fe. Más aún: en determinadas ocasiones no se han molestado en recurrir a las cabezas más reconocibles de las variantes más peligrosas del islam, como acaece en el citado asunto sirio, donde Europa y Estados Unidos se ponen a favor de elementos guerrilleros que son financiados por jeques y hasta gobernantes de zonas como Arabia Saudita o Qatar, en su mayoría monarquías absolutas que en su existencia han convocado a una elección, donde la administración tanto política como económica se reparte entre la nobleza y los cercanos, sin licitación mediante, y se aplican todas las aberraciones que los más temerosos le atribuyen al credo fundado por Mahoma (segregación negativa de la mujer, prohibiciones de todo orden, uso de la violencia como mecanismo de control de la población). Y no es algo de la última década: cabe acotar que, por ejemplo, los norteamericanos hicieron la vista gorda de los crímenes de los talibanes hasta lo de las Torres Gemelas, porque precisaban de un régimen estable que les asegurara la ausencia de sobresaltos en la construcción de un oleoducto que les transportara las reservas de petróleo explotadas en el Mar Caspio hasta el océano Índico.

Muchos aseveran que lo peor de una potencial expansión del islam, no es el hecho en sí sino las estratagemas que feligreses de otras religiones idearán para contrarrestarlo. Entre los que se cuenta un buen puñado de cristianos, que podrían caer en la tentación -además de responder con la misma moneda a los atentados terroristas, algo que incluso podría verse justificado desde la tesis de la legítima defensa- de buscar afirmar su fe frente a los ataques recurriendo a su propio integrismo. Que por lo demás es muy parecido al islámico, ya que varios aprueban la agresión doméstica cuando se da en términos del patriarcado, gustan de repletar la vida de los demás con proscripciones y obligaciones ineludibles y rechazan  la cohabitación con quienes defienden otras formas de pensamiento, incluso en el mismo ámbito de los seguidores de Jesús, cuando acusan a sus hermanos de apostasía. Entonces, al final de la jornada, y viendo cómo sus subalternos se han desangrado producto del odio que ellos mismos incitaron, acabarán notando que sus divergencias en realidad no son tan profundas y concluirán con un apretón de manos que hasta puede derivar en un movimiento sincrético donde los perjudicados nuevamente serán los más débiles. Algo parecido ya ocurrió en diciembre pasado precisamente en Nigeria, donde los parlamentarios musulmanes y cristianos sostuvieron una tregua informal de unas cuantas semanas para aprobar una ley que condenaba la homosexualidad con penas de cárcel. O con George Bush, quien enviaba a sus soldados a asesinar a modestos pobladores afganos mientras sostenía convenios pecuniarios con los parientes de Bin Laden, una poderosa familia saudí. ¿Qué les va a perjudicar si el día de mañana son forzados a convertirse al islam? Sólo tendrían que orar cinco veces diarias -algunos cristianos de hecho obran así- y aceptar un nuevo profeta -otro más para la colección-; pero a cambio ya no tendrían que celar a sus esposas ni sentirían que su autoridad paterna -y por extensión cualquier otra forma de autoridad- pueda ser objetada. Entre extremistas religiosos se entienden...