Sentimientos encontrados ha ocasionado la intervención de James Hamilton, a estas alturas el portavoz de los abusados por el sacerdote Fernando Karadima, en el programa de televisión "Tolerancia Cero" emitido hace una semana. En el citado espacio, donde asistió como invitado, calificó de criminal al arzobispo de Santiago, el cardenal Francisco Javier Errázuriz, por haber desoído las denuncias en contra del cura de El Bosque, incluso mostrando un abierto desprecio hacia las víctimas cada vez que las entrevistaba en su despacho. Ya en el mencionado programa uno de sus panelistas estables, conservador a ultranza y muy cercano a la iglesia católica, sostuvo un fuerte intercambio verbal con el dolido interlocutor, en lo que por minutos parecía transformarse en un burdo y desesperado acto de censura. Al día siguiente, el presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Ricardo Ezzatti -que a diferencia de Errázuriz, reconoció públicamente tanto los vejámenes sexuales del párroco de El Bosque, como el silencio cómplice de la curia- tildó la opinión de inaceptable. Pero a modo de contrapartida, integrantes de las más diversas áreas del quehacer nacional, también en el ámbito eclesiástico, han valorado la intervención de Hamilton, llegando a definirla como una actitud valiente.
Resulta interesante descubrir en dónde reside esta "valentía" que muchos han, mejor dicho hemos hallado en el testimonio de Hamilton. No existe quien no haya escuchado algún chiste o comentario malicioso en contra de los curas, sobre todo cuando se mencionan aspectos que para el común de la gente son desconcertantes -si bien a la vez están socialmente aceptados-, como por ejemplo el celibato consagrado. Tampoco faltan los que insultan a la iglesia católica presentando como excusa las atrocidades que sus prelados han cometido durante sus casi dos milenios de vigencia. Incluso, algunos aparentan mostrar una postura más radical burlándose de las doctrinas esenciales del cristianismo, como la existencia de Dios, el sacrificio de Cristo, la figura del Espíritu Santo, el dogma de la Trinidad o la concepción virginal de María. Esto último ha encontrado una nueva fuente de argumentos, gracias a la difusión de datos que insisten que Cristo no fue sino una reinvención y una actualización de relatos míticos ancestrales como los de Osiris, Buda, Zoroastro o Mitras. Sin embargo, todos estos escupitajos comparten la misma característica: son vituperios lanzados a la bandada, de carácter genérico, cuya característica fundamental es que no individualizan. Y que por ende, al poco andar se revelan como una simple vacuidad. En especial cuando se tiene en cuenta que el derecho occidental se caracteriza por identificar al sujeto tomado como ente único e íntegro antes de juzgarlo.
En cambio, Hamilton distinguió entre la muchedumbre al malhechor y lo señaló con nombre y apellido: Francisco Javier Errázuriz, arzobispo de Santiago, reconocida autoridad del catolicismo chileno, cardenal, eminencia moral así admitida por amplios sectores de la sociedad, independiente de su posición política o incluso religiosa, en especial en asuntos sensibles para el romanismo, como la anticoncepción, el aborto, la homosexualidad o la creciente autonomía de la mujer. Un hombre a quien se le ha otorgado la facultad de decir lo que quiera, porque se supone que debido a su investidura y a su cargo es un tipo intachable. Ése es el criminal que encubrió a Karadima aún sabiendo las atrocidades que cometía ese sacerdote. Y eso es lo que transforma el alegato de James Hamilton en un acto de valentía. Porque las mofas citadas en el párrafo anterior se emiten a cada momento y en cualquier lugar. Pero ninguno de esos bufones ha osado identificar a un responsable como lo hace un testigo o una víctima en el tribunal. Mucho menos cuando el acusado es un sujeto con abundante poder e influencia bastante más allá de la institución que lo sostiene. Decir la verdad de Errázuriz es mucho más significativo que hablar de iglesia asesina, mentirosa, pedófila o maricona: de golpe y porrazo todos esos epítetos adquieren un sentido y una legitimidad que remece al resto del edificio y provoca temblor en sus defensores.
Lo último es fácilmente comprobable en la situación de la iglesia católica antes y después de las acusaciones de Hamilton. La estructura romanista ha perdido una parte no menor de la credibilidad y la intocabilidad de la que aún goza en Chile. En el aspecto más puntual, la corte ha decidido reabrir la investigación en contra de Karadima, quien no ha recibido sanciones civiles a causa de fechorías. Incluso, la ministro en visita recién designada ha afirmado que no descarta llamar a declarar a arzobispos y hasta al mismo Errázuriz. Los cuestionamientos contra el papismo se han multiplicado, a niveles exponenciales en comparación con lo que venía ocurriendo hace un buen tiempo. Todo gracias a una víctima de violación cuyo dolor lo impulsó a trasponer la estigmatización que se cierne sobre quienes padecen esa clase de delitos. Y que no perdió su oportunidad rellenando su discurso con diatribas vomitivas que intentan pasar por iconoclastas. Sino apuntándole a un solo hombre, que por su sitial era el centro, punto de partida y destino de una imagen que todos aquellos vinculados al papismo -sacerdotes, miembros de las clases acomodadas, políticos conservadores, empresarios- se habían encargado de proteger.
domingo, 27 de marzo de 2011
domingo, 20 de marzo de 2011
Mellizos de Distintas Madres
Es la comidilla entre los conservadores norteamericanos y de los medios de información religioso-cristianos en general. Hace unos días, se informó en Oregon del nacimiento de mellizos que llegaron al mundo con cinco días de diferencia ya que fueron procreados en distintos vientres de alquiler. Por cierto que la situación no ha pasado sin ocasionar un intenso debate. Dentro del cual, los sitios antes mencionados han formulado auténticas declaraciones de principios, donde el calificativo más moderado que ha aparecido sentencia que esta conducta es contraria al plan de Dios y constituye una forma indeseable de abordar la maternidad. Si bien ya se han suscitado casos de similares características, éste es el primero que causa un impacto público más o menos importante, en especial porque los mismos progenitores biológicos de los bebés se han esmerado en darlo a conocer, mandándose en el intertanto, declaraciones tan poco esperadas como asegurar que si en el futuro sus hijos así lo desean, podrán convivir con las mujeres que cedieron sus úteros en arriendo. Por otra parte, la morbosidad que despierta esta coyuntura ha impulsado a los chuscos y frívolos de siempre a festinar con la cuestión, llegando a inventar un nuevo nombre para esta clase de partos: los "twiblings", contracción de los términos anglosajones "twin" (mellizo, gemelo) y "sibling" (hermano).
Uno puede tener diversas opiniones acerca de estas maneras tan poco convencionales de emplear la ciencia en beneficio de la felicidad y la satisfacción del ser humano. Pero quienes las rechazan de plano, apoyándose en sus convicciones religiosas, por un instante debieran detenerse a mirar la viga de su propio ojo. Pues estas situaciones son la consecuencia de la exacerbación de la maternidad y de la paternidad que se da en casi todos los círculos sociales; pero particularmente en los ambientes conservadores cristianos, muchos de los cuales detentan un nada despreciable poder político y económico, y por ende constituyen una amplia fuente de influencias. Bajo la atenta observación de los más conspicuos representantes de la fe, legisladores y empresarios -que en muchas ocasiones comparten esta mirada de la humanidad-, respectivamente, crean códigos que buscan favorecer la reproducción o despliegan agresivas campañas publicitarias para estimularla, en medio de la incitación a comprar un determinado producto que, desde luego, por su sola presencia es capaz de fortalecer la familia. Es un constante flujo de datos y de sentencias absolutas que por su talante termina eclipsando toda posibilidad de una opinión alternativa. Y donde se insinúa que para ser aceptado como una buena persona y útil a la comunidad, antes hay que engendrar.
Por contraste, el que no tiene hijos es, de acuerdo con la orientación que quiera dársele a las palabras, un maldito o un inadaptado. De hecho, las parejas infértiles suelen ser motivo de burla por parte de sus más cercanos. Algo que por cierto también aparece en el Antiguo Testamento y por eso es la principal motivación de los cristianos más intransigentes a insistir en la familia numerosa. ¿Qué le queda entonces a un matrimonio piadoso que sin embargo es señalado con el dedo? Si existe una posibilidad de cumplir con el principio de crecer y multiplicarse, por muy heterodoxa que sea, la utilizarán, al fin y al cabo eso es más conveniente que dejar de cumplir el plan divino. De allí que la inseminación artificial, los bancos de esperma y los arriendos de matriz hayan tenido tanta aceptación desde que se revelaron como métodos exitosos. Es verdad: los elementos reaccionarios han advertido que tales situaciones son distorsiones y quienes se inclinan por ellas corren el riesgo de jugar a ser dioses del mismo modo que aquellos que aceptan la anticoncepción y el aborto (incluso la fertilización in vitro puede ser considerada, desde cierto punto de vista filosófico y ético, como la contrapartida a la interrupción del embarazo). Pero basta otear la realidad para darse de la preeminencia social de la que gozan quienes tienen vástagos. Si los niños hoy son el centro de atracción, aunque se trate sólo de aspectos superficiales, lo cual es suficiente para recomendar la adquisición de uno a como dé lugar. Y en eso los grupos religiosos también han aportado más de un grano de arena. Es más: si se observan las fotografías donde los mellizos citados en este artículo están junto a sus padres recibiendo los regaloneos de rigor, las imágenes son similares al ideal de familia feliz propugnado por los cristianos más recalcitrantes. Han sido criados en la valores tradicionales y esenciales, y eso los arrastró a hacer lo que hicieron.
Lo que les resta a estos movimientos conservadores es no malinterpretar la doctrina una vez más y por ende evitar despotricar contra estos niños, algo que suele suceder. Lo cual no deja de ser curioso, porque cuando una mujer que ha resultado embarazada producto de una violación, trata de solucionar su problema recurriendo al aborto, estos cristianos la acusan de asesinar a una víctima inocente. Condición que comparten con los denominados bebé probeta, que sin embargo son tratados poco menos que como criaturas del diablo. Las mujeres que han decidido no ser madres, así como las que buscan tener un hijo pese a la adversidad, merecen idéntica consideración. Después de todo, son el resultado de un bombardeo mediático donde están fuertemente involucradas las iglesias.
Uno puede tener diversas opiniones acerca de estas maneras tan poco convencionales de emplear la ciencia en beneficio de la felicidad y la satisfacción del ser humano. Pero quienes las rechazan de plano, apoyándose en sus convicciones religiosas, por un instante debieran detenerse a mirar la viga de su propio ojo. Pues estas situaciones son la consecuencia de la exacerbación de la maternidad y de la paternidad que se da en casi todos los círculos sociales; pero particularmente en los ambientes conservadores cristianos, muchos de los cuales detentan un nada despreciable poder político y económico, y por ende constituyen una amplia fuente de influencias. Bajo la atenta observación de los más conspicuos representantes de la fe, legisladores y empresarios -que en muchas ocasiones comparten esta mirada de la humanidad-, respectivamente, crean códigos que buscan favorecer la reproducción o despliegan agresivas campañas publicitarias para estimularla, en medio de la incitación a comprar un determinado producto que, desde luego, por su sola presencia es capaz de fortalecer la familia. Es un constante flujo de datos y de sentencias absolutas que por su talante termina eclipsando toda posibilidad de una opinión alternativa. Y donde se insinúa que para ser aceptado como una buena persona y útil a la comunidad, antes hay que engendrar.
Por contraste, el que no tiene hijos es, de acuerdo con la orientación que quiera dársele a las palabras, un maldito o un inadaptado. De hecho, las parejas infértiles suelen ser motivo de burla por parte de sus más cercanos. Algo que por cierto también aparece en el Antiguo Testamento y por eso es la principal motivación de los cristianos más intransigentes a insistir en la familia numerosa. ¿Qué le queda entonces a un matrimonio piadoso que sin embargo es señalado con el dedo? Si existe una posibilidad de cumplir con el principio de crecer y multiplicarse, por muy heterodoxa que sea, la utilizarán, al fin y al cabo eso es más conveniente que dejar de cumplir el plan divino. De allí que la inseminación artificial, los bancos de esperma y los arriendos de matriz hayan tenido tanta aceptación desde que se revelaron como métodos exitosos. Es verdad: los elementos reaccionarios han advertido que tales situaciones son distorsiones y quienes se inclinan por ellas corren el riesgo de jugar a ser dioses del mismo modo que aquellos que aceptan la anticoncepción y el aborto (incluso la fertilización in vitro puede ser considerada, desde cierto punto de vista filosófico y ético, como la contrapartida a la interrupción del embarazo). Pero basta otear la realidad para darse de la preeminencia social de la que gozan quienes tienen vástagos. Si los niños hoy son el centro de atracción, aunque se trate sólo de aspectos superficiales, lo cual es suficiente para recomendar la adquisición de uno a como dé lugar. Y en eso los grupos religiosos también han aportado más de un grano de arena. Es más: si se observan las fotografías donde los mellizos citados en este artículo están junto a sus padres recibiendo los regaloneos de rigor, las imágenes son similares al ideal de familia feliz propugnado por los cristianos más recalcitrantes. Han sido criados en la valores tradicionales y esenciales, y eso los arrastró a hacer lo que hicieron.
Lo que les resta a estos movimientos conservadores es no malinterpretar la doctrina una vez más y por ende evitar despotricar contra estos niños, algo que suele suceder. Lo cual no deja de ser curioso, porque cuando una mujer que ha resultado embarazada producto de una violación, trata de solucionar su problema recurriendo al aborto, estos cristianos la acusan de asesinar a una víctima inocente. Condición que comparten con los denominados bebé probeta, que sin embargo son tratados poco menos que como criaturas del diablo. Las mujeres que han decidido no ser madres, así como las que buscan tener un hijo pese a la adversidad, merecen idéntica consideración. Después de todo, son el resultado de un bombardeo mediático donde están fuertemente involucradas las iglesias.
domingo, 13 de marzo de 2011
Los Valores Cristianos de Europa
Ante la cada vez más constante arremetida de inmigrantes de fe musulmana a Europa, algunos con documentos y varios otros no; y el consiguiente aumento de las tendencias xenófobas entre los votantes nativos del Viejo Continente: muchos dirigentes políticos, en su afán por acceder al poder o retenerlo -lo cual, en todo caso, es parte de su trabajo-, han venido apelando, en el último tiempo, a los supuestos "valores cristianos" que fundaron a sus respectivas naciones. Según tal predicamento, ahí está la base de un grupo de sociedades tolerantes y libertarias capaces de asociarse mutuamente, superando con ello los conflictos fronterizos que de manera inevitable (y ellos lo dicen por sus amargas experiencias del pasado) arrastran a los pueblos a devastadoras guerras. Todo lo contrario al radicalismo islámico y su yihad, que exige la aniquilación a cualquier precio de los "infieles".
¿A qué se refieren estas personas públicas cuando hablan de "valores cristianos"? Uno podría, no sin argumentos sólidos, terminar la discusión aquí afirmando que se trata de declaraciones vacías, utilizadas con el único propósito de obtener beneficios electorales. Y bastante de aquello hay, si se considera que, producto de una serie de convencionalismos sociales, en Europa la costumbre de acudir a las urnas a sufragar es más propia de los habitantes aborígenes y en menor medida, de los advenedizos que llevan unas cuantas décadas viviendo en el continente, los cuales sienten miedo de sus congéneres que vienen a disputarles un cupo en el puesto laboral que con tanto esfuerzo lograron conquistar. Sin embargo, cabe recordar que el Viejo Mundo lleva más de dos siglos tratando de desterrar los aspectos más elementales del dogma de Jesús; más que nada, porque en nombre de ellos, el catolicismo y algunas iglesias reformadas locales cometieron atrocidades como exterminar a quienes pensaban o eran sospechosos de portar una idea diferente, aparte de fijar una serie de prohibiciones que en la actualidad parecen absurdas; pero que hasta sólo cincuenta años, podían significar una condena a muerte en determinados sitios del territorio europeo. Incluso, se tomó distancia de las diversas confesiones cristianas, por sus demostraciones de intolerancia contra individuos que profesaban otros credos, entre ellos los musulmanes. Durante mucho tiempo se propagó la idea de que el arraigo de la democracia y las libertades civiles eran una consecuencia de la preminencia de la razón sobre la religión, que en el futuro más próximo, debía resignarse a sobrevivir como una anécdota de carácter turístico.
No obstante, el fatídico destino que se había proyectado para las vapuleadas religiones hoy se encuentra lejos de cumplirse. Al menos así ocurre en el caso del islam, que gana cada vez más adeptos en Europa -incluso entre quienes no provienen de países musulmanes-, mientras las confesiones católica y evangélica experimentan un sostenido declive. Además, la cohesión que demuestran los practicantes de la fe mahometana les permite llevar adelante un proselitismo capaz de arrasar en zonas donde en la práctica no existen enemigos ni barreras de contención, pues la apelación a la "libertad de conciencia" racional y racionalista, vigente a partir de la Revolución Francesa, en una situación como ésta es aplicada en sentido negativo, ya que se limita a recomenar que cada uno piense y actúe como le plazca, pero que acepte y respete las convicciones del vecino, y permanezca en sana convivencia con él. Entonces, en un intento desesperado por contener el tsunami -como un tipo que creyéndose dios se para enfrente de la ola y le ordena retroceder-, extraen del baúl de los objetos olvidados un recurso que resulta contradictorio e inconsecuente, en definitiva risible. En especial, porque ninguna congregación cristiana, de la subdivisión que sea, se mostrará favorable alguna vez al aborto o la eutanasia, instancias que forman parte de esa autonomía individual que los europeos intentan vender. Algunas, como el catolicismo, de hecho ni siquieran aceptan el divorcio o el empleo de anticonceptivos.
La verdad es que esta apelación a los valores cristianos, equivale a aquellos penitentes que ante un desastre de proporciones se vuelcan en masa a los templos implorando perdón por su vida licenciosa. De nuevo, nos encontramos con sujetos que regocijaron por décadas despreciando a Jesús, pero que retornan a él cuando el edificio se les desmorona. Siempre aseveraron que tales tendencias eran ajenas a la Biblia y que sólo podían emanar de la razón. Pero incluso, ciertas cuestiones que identifican con el cristianismo son en realidad una amalgama donde se divisan dogmas, convencionalismos personales, ideas tomadas de pensadores varios y preceptos de las religiones orientales. Estas últimas, en determinados casos, adquieren una importancia mayor que la misma fe del camino. La que estos sujetos sólo emplean en beneficio propio, como los que llaman "señor, señor" para ser vistos y admirados en las plazas públicas, pero que en realidad son sepulcros blanqeados.
¿A qué se refieren estas personas públicas cuando hablan de "valores cristianos"? Uno podría, no sin argumentos sólidos, terminar la discusión aquí afirmando que se trata de declaraciones vacías, utilizadas con el único propósito de obtener beneficios electorales. Y bastante de aquello hay, si se considera que, producto de una serie de convencionalismos sociales, en Europa la costumbre de acudir a las urnas a sufragar es más propia de los habitantes aborígenes y en menor medida, de los advenedizos que llevan unas cuantas décadas viviendo en el continente, los cuales sienten miedo de sus congéneres que vienen a disputarles un cupo en el puesto laboral que con tanto esfuerzo lograron conquistar. Sin embargo, cabe recordar que el Viejo Mundo lleva más de dos siglos tratando de desterrar los aspectos más elementales del dogma de Jesús; más que nada, porque en nombre de ellos, el catolicismo y algunas iglesias reformadas locales cometieron atrocidades como exterminar a quienes pensaban o eran sospechosos de portar una idea diferente, aparte de fijar una serie de prohibiciones que en la actualidad parecen absurdas; pero que hasta sólo cincuenta años, podían significar una condena a muerte en determinados sitios del territorio europeo. Incluso, se tomó distancia de las diversas confesiones cristianas, por sus demostraciones de intolerancia contra individuos que profesaban otros credos, entre ellos los musulmanes. Durante mucho tiempo se propagó la idea de que el arraigo de la democracia y las libertades civiles eran una consecuencia de la preminencia de la razón sobre la religión, que en el futuro más próximo, debía resignarse a sobrevivir como una anécdota de carácter turístico.
No obstante, el fatídico destino que se había proyectado para las vapuleadas religiones hoy se encuentra lejos de cumplirse. Al menos así ocurre en el caso del islam, que gana cada vez más adeptos en Europa -incluso entre quienes no provienen de países musulmanes-, mientras las confesiones católica y evangélica experimentan un sostenido declive. Además, la cohesión que demuestran los practicantes de la fe mahometana les permite llevar adelante un proselitismo capaz de arrasar en zonas donde en la práctica no existen enemigos ni barreras de contención, pues la apelación a la "libertad de conciencia" racional y racionalista, vigente a partir de la Revolución Francesa, en una situación como ésta es aplicada en sentido negativo, ya que se limita a recomenar que cada uno piense y actúe como le plazca, pero que acepte y respete las convicciones del vecino, y permanezca en sana convivencia con él. Entonces, en un intento desesperado por contener el tsunami -como un tipo que creyéndose dios se para enfrente de la ola y le ordena retroceder-, extraen del baúl de los objetos olvidados un recurso que resulta contradictorio e inconsecuente, en definitiva risible. En especial, porque ninguna congregación cristiana, de la subdivisión que sea, se mostrará favorable alguna vez al aborto o la eutanasia, instancias que forman parte de esa autonomía individual que los europeos intentan vender. Algunas, como el catolicismo, de hecho ni siquieran aceptan el divorcio o el empleo de anticonceptivos.
La verdad es que esta apelación a los valores cristianos, equivale a aquellos penitentes que ante un desastre de proporciones se vuelcan en masa a los templos implorando perdón por su vida licenciosa. De nuevo, nos encontramos con sujetos que regocijaron por décadas despreciando a Jesús, pero que retornan a él cuando el edificio se les desmorona. Siempre aseveraron que tales tendencias eran ajenas a la Biblia y que sólo podían emanar de la razón. Pero incluso, ciertas cuestiones que identifican con el cristianismo son en realidad una amalgama donde se divisan dogmas, convencionalismos personales, ideas tomadas de pensadores varios y preceptos de las religiones orientales. Estas últimas, en determinados casos, adquieren una importancia mayor que la misma fe del camino. La que estos sujetos sólo emplean en beneficio propio, como los que llaman "señor, señor" para ser vistos y admirados en las plazas públicas, pero que en realidad son sepulcros blanqeados.
martes, 8 de marzo de 2011
El Pastor Violador
Este fin de semana, el pastor de una de las tantas iglesias evangélicas de barrio que pululan en Chile, fue enviado de manera preventiva a la cárcel, mientras se aclara una denuncia interpuesta en su contra por violación a una adolescente. En honor a la verdad, convengamos que durante un tiempo el inculpado pudo disfrutar de una inmunidad consuetudinaria producto de su cargo -o mejor dicho, de su oficio-: la acusación había sido estampada hace aproximadamente un año, pero los tribunales la mantuvieron archivada, tal vez porque los magistrados no eran capaces de creer que un vecino respetable, que más encima se dedicaba a una tarea que gracias al histórico esfuerzo de los hermanos reformados ha escalado hasta una posición de alta estima, cometa semejantes tropelías. No obstante, a su vez, el hecho de no formar parte, por voluntad propia, de la religión oficial, también pesó en su momento, ya que familiares de la víctima e incluso conocidos y fieles que asistían al templo, intentaron linchar al reverendo cuando era conducido al recinto penal. De acuerdo: se trata de un crimen atroz que merece el máximo repudio, tanto legal como social; pero ni Karadima, ni Cox y ni siquiera el Cura Tato han sufrido el acoso de una turba, y eso que en el caso de marras hablamos de una chica que, aún siendo menor de edad, está consciente de lo que significa un ataque sexual, a diferencia de los niños absolutamente inocentes que cayeron en manos de los sacerdotes pedófilos recién mencionados.
Desde luego, hay que partir diciendo que las situaciones que nos atañen al final no se miden con la misma vara. Y que la acción menos grave empero le acarrea a su ejecutor peores consecuencias, pues de los tres curas citados en el primer párrafo dos jamás llegaron ni al portón de alguna cárcel. Y eran abusadores compulsivos de pequeños completamente inocentes, a los cuales, como todos los sicópatas que buscan seguir satisfaciendo sus deseos a pesar de ser criminales, además amenazaron y extorsionaron. Por supuesto que una de las causas principales al momento de generar tal desnivel en la aplicación de la justicia, está en el asunto de que el catolicismo es el credo mayoritario y más tradicional de Chile, mientras que el evangelismo apenas lleva un siglo de existencia por estos pagos, y hasta la fecha todavía no osa asomarse al veinte por ciento de la población. Sin embargo, y como suele acontecer en casi todas las realidades, no hay una explicación exclusiva; más aún: ni la más evidente acaba imponiéndose sobre las demás. Pues, otra causa no menos importante, radica en que el romanismo es una sola entidad vertical e internacional, que por principios excluye toda posibilidad de formar una organización paralela -en esa rigidez, por cierto, está el origen de la Reforma y de los evangélicos-. Con una estructura, otrosí, lo bastante fuerte como para competir con lo más grandes poderes políticos y económicos. Por lo tanto, cuenta con los mecanismos adecuados a la hora de defender a uno de los suyos de, por ejemplo, los tribunales civiles. El sacerdote que comete un delito sabe que se encuentra amparado por su institución, la cual, aunque acabe reconociendo las faltas de su pupilo -como ha ocurrido en los innumerables casos de pedofilia-, igual le tiene destinado un lugar para retirarse "a una vida de oración y penitencia", conservando las investiduras y los beneficios pecuniarios que ello significa. Es la capacidad que tiene un enorme monstruo colectivo que, a pesar de las naturales divergencias entre sus millones de integrantes, aún así es capaz de actuar como cuerpo.
En los evangélicos, que con suerte conforman una federación que sólo se circunscribe a un país determinado -que además suele ser parcial-, y por mucho que se hable de la comunión de los santos y de la convivencia entre los hermanos, este nivel de cohesión ni siquiera puede soñarse. Y una muestra de ello es la facilidad conque un grupo de fieles se separa de una determinada congregación para constituir la suya propia, debido a discusiones infantiles e intrascendentes -tipo de vestimenta, forma más adecuada de leer la Biblia-. En términos prácticos, esto implica que un pastor no es autoridad más allá de su templo, el que además surgió en un ámbito informal. Por lo cual, ante cualquier acusación, queda desnudo y se torna un ciudadano más. Sin embargo, por otra parte tal realidad ofrece aspectos positivos, que puestos en la balanza, sirven de contrapeso perfecto y exacto a todos los sinsabores recién descritos. Para empezar, si un guía espiritual comete una falta, la jode por él mismo y quizá por su congregación, pero su influencia nefasta no se extiende al resto de los hermanos, como pasa con la iglesia católica. De hecho, algunos arzobispados y hasta el mismo Vaticano se encuentran apremiados por las incontables demandas de compensación monetaria que enfrentan en diversas parte del mundo, producto de la conducta licenciosa de sus consagrados. En cambio, dudo que algún abogado pida retener las cuentas del Consejo de Pastores, la Confraternidad Cristiana de Iglesias, la Alianza Evangélica Mundial o incluso el Consejo Mundial de Iglesias, por las atrocidades sexuales de un reverendo.
Y es que la ausencia de un organismo tan omnipotente evita las defensas corporativas y las protecciones de amigos y conocidos, cuestiones que han acaecido de sobra en el papismo con las aberraciones cometidas por los curas, situación que alienta los mencionados requerimientos reparatorios. Lo que permite acercarse a la concepción bíblica del pecado, que es tan personal como la salvación. Si yerro el blanco, el único que sufrirá las consecuencias seré yo. Bueno: y desde luego mis víctimas, pero en una connotación distinta al peso de culpa que se posa sobre el maleante. En esto también cabe una ventaja sobre el muro protector: los ofendidos no terminan sintiéndose victimarios, a diferencia de lo que ocurre en los casos de curas pedófilos, donde las autoridades eclesiásticas convenían en condenar al denunciante: primero por imputarle a un consagrado un hecho tan atroz; luego por una supuesta insinuación, y finalmente por dañar el prestigio de la institución al recurrir a la prensa y la justicia terrenal. Un proceso lógico que los abusadores sexuales suelen seguir con pasmosa prolijidad, en especial cuando tienen cierta ascendencia sobre el agredido. Acá no hay compromismo con un pastor o hermano determinado. Y todos responden por igual ante Dios.
Desde luego, hay que partir diciendo que las situaciones que nos atañen al final no se miden con la misma vara. Y que la acción menos grave empero le acarrea a su ejecutor peores consecuencias, pues de los tres curas citados en el primer párrafo dos jamás llegaron ni al portón de alguna cárcel. Y eran abusadores compulsivos de pequeños completamente inocentes, a los cuales, como todos los sicópatas que buscan seguir satisfaciendo sus deseos a pesar de ser criminales, además amenazaron y extorsionaron. Por supuesto que una de las causas principales al momento de generar tal desnivel en la aplicación de la justicia, está en el asunto de que el catolicismo es el credo mayoritario y más tradicional de Chile, mientras que el evangelismo apenas lleva un siglo de existencia por estos pagos, y hasta la fecha todavía no osa asomarse al veinte por ciento de la población. Sin embargo, y como suele acontecer en casi todas las realidades, no hay una explicación exclusiva; más aún: ni la más evidente acaba imponiéndose sobre las demás. Pues, otra causa no menos importante, radica en que el romanismo es una sola entidad vertical e internacional, que por principios excluye toda posibilidad de formar una organización paralela -en esa rigidez, por cierto, está el origen de la Reforma y de los evangélicos-. Con una estructura, otrosí, lo bastante fuerte como para competir con lo más grandes poderes políticos y económicos. Por lo tanto, cuenta con los mecanismos adecuados a la hora de defender a uno de los suyos de, por ejemplo, los tribunales civiles. El sacerdote que comete un delito sabe que se encuentra amparado por su institución, la cual, aunque acabe reconociendo las faltas de su pupilo -como ha ocurrido en los innumerables casos de pedofilia-, igual le tiene destinado un lugar para retirarse "a una vida de oración y penitencia", conservando las investiduras y los beneficios pecuniarios que ello significa. Es la capacidad que tiene un enorme monstruo colectivo que, a pesar de las naturales divergencias entre sus millones de integrantes, aún así es capaz de actuar como cuerpo.
En los evangélicos, que con suerte conforman una federación que sólo se circunscribe a un país determinado -que además suele ser parcial-, y por mucho que se hable de la comunión de los santos y de la convivencia entre los hermanos, este nivel de cohesión ni siquiera puede soñarse. Y una muestra de ello es la facilidad conque un grupo de fieles se separa de una determinada congregación para constituir la suya propia, debido a discusiones infantiles e intrascendentes -tipo de vestimenta, forma más adecuada de leer la Biblia-. En términos prácticos, esto implica que un pastor no es autoridad más allá de su templo, el que además surgió en un ámbito informal. Por lo cual, ante cualquier acusación, queda desnudo y se torna un ciudadano más. Sin embargo, por otra parte tal realidad ofrece aspectos positivos, que puestos en la balanza, sirven de contrapeso perfecto y exacto a todos los sinsabores recién descritos. Para empezar, si un guía espiritual comete una falta, la jode por él mismo y quizá por su congregación, pero su influencia nefasta no se extiende al resto de los hermanos, como pasa con la iglesia católica. De hecho, algunos arzobispados y hasta el mismo Vaticano se encuentran apremiados por las incontables demandas de compensación monetaria que enfrentan en diversas parte del mundo, producto de la conducta licenciosa de sus consagrados. En cambio, dudo que algún abogado pida retener las cuentas del Consejo de Pastores, la Confraternidad Cristiana de Iglesias, la Alianza Evangélica Mundial o incluso el Consejo Mundial de Iglesias, por las atrocidades sexuales de un reverendo.
Y es que la ausencia de un organismo tan omnipotente evita las defensas corporativas y las protecciones de amigos y conocidos, cuestiones que han acaecido de sobra en el papismo con las aberraciones cometidas por los curas, situación que alienta los mencionados requerimientos reparatorios. Lo que permite acercarse a la concepción bíblica del pecado, que es tan personal como la salvación. Si yerro el blanco, el único que sufrirá las consecuencias seré yo. Bueno: y desde luego mis víctimas, pero en una connotación distinta al peso de culpa que se posa sobre el maleante. En esto también cabe una ventaja sobre el muro protector: los ofendidos no terminan sintiéndose victimarios, a diferencia de lo que ocurre en los casos de curas pedófilos, donde las autoridades eclesiásticas convenían en condenar al denunciante: primero por imputarle a un consagrado un hecho tan atroz; luego por una supuesta insinuación, y finalmente por dañar el prestigio de la institución al recurrir a la prensa y la justicia terrenal. Un proceso lógico que los abusadores sexuales suelen seguir con pasmosa prolijidad, en especial cuando tienen cierta ascendencia sobre el agredido. Acá no hay compromismo con un pastor o hermano determinado. Y todos responden por igual ante Dios.
domingo, 27 de febrero de 2011
Libia: Entre la Espada y el Islam
Al momento de redactar este artículo, desconozco el rumbo que ha tomado la delicada coyuntura política y social de Libia. Sin embargo, a partir de lo acaecido durante los últimos días (o al menos, lo que ha informado la prensa occidental, cuyos datos debieran contrastarse con otras fuentes, que por desgracia están ausentes), uno puede sacar algunas conclusiones, las cuales no dejan bien parado a nadie, ni siquiera a los que ahora rasgan vestiduras producto de la violenta represión que el régimen de Muammar Al-Khadafi estaría imponiendo sobre los manifestantes. Pues, hablando con sinceridad, fueron ellos quienes en su momento le dieron de comer al monstruo, cuando sus fuentes originales ya no eran capaces de proporcionarle alimento. Cabe recordar que cuando el líder libio, que como todo dictador que lleva ejerciendo durante décadas, está transformado en un viejo y astuto zorro, optó por abandonar su actitud confrontacional con las potencias europeas y norteamericanas, y tomó el camino de la negociación, dicha contraparte lo mostró ante el resto del mundo como ejemplo de reconocimiento de los propios errores y de asimilación de los valores de la diplomacia y el diálogo. Todo en aras de la estabilidad y la prosperidad, que debe leerse como la posibilidad de obtener una buena dote de barriles de petróleo al menor precio posible. Sin importar si el vendedor maneja a un país entero en su puño. Lo que está ocurriendo en la actualidad, y que ha impulsado a ciertos dirigentes a amenazar con sanciones económicas, no es sino la forma de proceder de un sujeto que se ha eternizado en el gobierno, que además cuenta con la total confianza de la comunidad internacional.
No obstante, lo peor de todo esto es que las declaraciones que el hijo de Khadaffi emitió hace una semana, aunque sean las típicas de un jerarca que ve desmoronarse su administración, al punto que nos retrotraen a estratagemas muy similares a las que fuimos testigos los chilenos a fines del siglo pasado ("después de mí, sólo el caos"), en el contexto de los territorios árabes del Magreb, lamentablemente tienen un considerable grado de certeza. Estamos hablando de Estados demarcados por los imperios colonialistas de acuerdo a sus propias necesidades y sin consultar a los integrantes de la futura nación independiente. Que en la mayoría de los casos, además presentan nombres engañosos. Por ejemplo: Egipto, que salvo algunas reliquias que sólo sirven de atracción turística, no guarda ninguna relación con la clásica civilización de los faraones. O Túnez, creado porque allí existió Cartago. Británicos y franceses respectivamente, se guiaron por sus propios conocimientos y su visión particular de la historia de esta región, sin prestar atención en el hecho de que los pueblos que ahora la habitaban, eran distintos a aquellos que tanta fascinación les causaron al leer los libros o al escuchar las crónicas de viajes de los mercaderes. Y en el caso de Libia, esta situación es aún más conflictiva, al tratarse de un paño de tierra que jamás conoció la autonomía, sino que fue parte de reinos ya sea territoriales -romanos, árabes, turcos- o de ultramar -italianos-, y que debe su existencia a la obligación que los europeos sintieron de otorgarle algún dominio a Trípoli, ciudad que fue significativa para el desarrollo cultural de la Antigüedad grecorromana. Pero que a su alrededor, está rodeada por etnias y clanes totalmente divergentes entre sí; una contingencia que al final acaba justificando la preeminencia de una mano de hierro, en especial si el subsuelo cuenta con recursos tan determinantes como el petróleo.
La revuelta libia puede terminar en una de estas tres opciones: que finalmente sea controlada por Khadaffi -lo que parece imposible si atendemos el devenir de los acontecimientos-; que el país se acabe disgregando en su multiplicidad tribal como ya acaeción con Somalia -lujo que las potencias occidentales no le permitirán a un productor de petróleo, no temblándoles la mano si encuentran que la única solución es una ocupación militar-, o que se imponga un Estado islámico. Esta última posibilidad es la menos deseable dado el carácter libertario que a simple vista parecen tener las manifestaciones; pero por desgracia, a la vez es la salida más probable. No hay que olvidar que estos territorios han conformado gobiernos autoritarios pero al mismo tiempo laicos, o al menos neutrales en el asunto religioso. Pero como los musulmanes conforman una mayoría casi absoluta, entonces ampararse en la cuestión espiritual acarrea excelentes dividendos. Y más si se toman en cuenta factores como el resurgimiento del integrismo mahometana en sus versiones más recalcitrantes, y el crecimiento y la consiguiente proliferación de agrupaciones armadas del tipo de Al Qaeda. Las características avasalladoras de los jerarcas del Magreb, unida a su simpatía por la secularización, han rematado en que las mezquitas se consoliden como la gran y en muchas ocasiones exclusiva fuerza opositora. Fenómeno que se puede comprobar en las escasas, difusas y recortadas imágenes que nos llegan desde Libia, donde se ve a fieles y clérigos orando masivamente en las plazas centrales, en los denominados, de manera irónica pero igualmente acorde con la coyuntura, "días de la ira".
Cuando muchos ingenuos e ignorantes respecto a la actualidad política del Medio Oriente, se alegraron por la caída del régimen egipcio, no repararon en que Hosni Mubarak fue reemplazado por las fuerzas armadas, en una solución que en Europa y especialmente en América Latina sería tachada de intolerable. Pero que acá representa un intento desesperado, aunque al mismo tiempo imprescindible, para contener a los extremistas religiosos, que podrían arrastrar al país a una serie de restricciones todavía más coercitivas que las que se estaban sufriendo hasta ahora. Una precaución que no se tomó en Irán, ni en Afganistán tras el derrumbe del gobierno comunista -lo que allanó el camino para el ascenso de los talibanes-, y que se está dejando pasar en Irak, donde los integristas chiítas adquieren cada día más preponderancia. Sin embargo no es en absoluto un problema del Islam. Sino de todos los fanatismos religiosos que ven la oportunidad de crecer y consolidarse en medio de situaciones poco felices. Por tratarse de instituciones que están en permanente contacto con los dioses o los seres superiores, reciben una veneración especial de parte de la población, que siempre le teme a los castigos mágicos. Ni el comunismo pudo aniquilarlas y eso que en los regímenes socialistas era la principal preocupación del buró. Y cuando las fuerzas contra las que luchan se vuelven negativas para los ciudadanos, entonces alcanzan una supremacía que trasciende la superación de las causas originales. Pasó con los ortodoxos en Rusia, con los católicos en Polonia y Chile, con los luteranos en la extinta RDA, con los judaístas en Israel. Y continuará pasando mientras no se desarrolle un pensamiento público fuerte que no tenga que pedir auxilio en los templos ni las capillas, cuando se sienta estrangulado por el sistema político o monetario imperante.
No obstante, lo peor de todo esto es que las declaraciones que el hijo de Khadaffi emitió hace una semana, aunque sean las típicas de un jerarca que ve desmoronarse su administración, al punto que nos retrotraen a estratagemas muy similares a las que fuimos testigos los chilenos a fines del siglo pasado ("después de mí, sólo el caos"), en el contexto de los territorios árabes del Magreb, lamentablemente tienen un considerable grado de certeza. Estamos hablando de Estados demarcados por los imperios colonialistas de acuerdo a sus propias necesidades y sin consultar a los integrantes de la futura nación independiente. Que en la mayoría de los casos, además presentan nombres engañosos. Por ejemplo: Egipto, que salvo algunas reliquias que sólo sirven de atracción turística, no guarda ninguna relación con la clásica civilización de los faraones. O Túnez, creado porque allí existió Cartago. Británicos y franceses respectivamente, se guiaron por sus propios conocimientos y su visión particular de la historia de esta región, sin prestar atención en el hecho de que los pueblos que ahora la habitaban, eran distintos a aquellos que tanta fascinación les causaron al leer los libros o al escuchar las crónicas de viajes de los mercaderes. Y en el caso de Libia, esta situación es aún más conflictiva, al tratarse de un paño de tierra que jamás conoció la autonomía, sino que fue parte de reinos ya sea territoriales -romanos, árabes, turcos- o de ultramar -italianos-, y que debe su existencia a la obligación que los europeos sintieron de otorgarle algún dominio a Trípoli, ciudad que fue significativa para el desarrollo cultural de la Antigüedad grecorromana. Pero que a su alrededor, está rodeada por etnias y clanes totalmente divergentes entre sí; una contingencia que al final acaba justificando la preeminencia de una mano de hierro, en especial si el subsuelo cuenta con recursos tan determinantes como el petróleo.
La revuelta libia puede terminar en una de estas tres opciones: que finalmente sea controlada por Khadaffi -lo que parece imposible si atendemos el devenir de los acontecimientos-; que el país se acabe disgregando en su multiplicidad tribal como ya acaeción con Somalia -lujo que las potencias occidentales no le permitirán a un productor de petróleo, no temblándoles la mano si encuentran que la única solución es una ocupación militar-, o que se imponga un Estado islámico. Esta última posibilidad es la menos deseable dado el carácter libertario que a simple vista parecen tener las manifestaciones; pero por desgracia, a la vez es la salida más probable. No hay que olvidar que estos territorios han conformado gobiernos autoritarios pero al mismo tiempo laicos, o al menos neutrales en el asunto religioso. Pero como los musulmanes conforman una mayoría casi absoluta, entonces ampararse en la cuestión espiritual acarrea excelentes dividendos. Y más si se toman en cuenta factores como el resurgimiento del integrismo mahometana en sus versiones más recalcitrantes, y el crecimiento y la consiguiente proliferación de agrupaciones armadas del tipo de Al Qaeda. Las características avasalladoras de los jerarcas del Magreb, unida a su simpatía por la secularización, han rematado en que las mezquitas se consoliden como la gran y en muchas ocasiones exclusiva fuerza opositora. Fenómeno que se puede comprobar en las escasas, difusas y recortadas imágenes que nos llegan desde Libia, donde se ve a fieles y clérigos orando masivamente en las plazas centrales, en los denominados, de manera irónica pero igualmente acorde con la coyuntura, "días de la ira".
Cuando muchos ingenuos e ignorantes respecto a la actualidad política del Medio Oriente, se alegraron por la caída del régimen egipcio, no repararon en que Hosni Mubarak fue reemplazado por las fuerzas armadas, en una solución que en Europa y especialmente en América Latina sería tachada de intolerable. Pero que acá representa un intento desesperado, aunque al mismo tiempo imprescindible, para contener a los extremistas religiosos, que podrían arrastrar al país a una serie de restricciones todavía más coercitivas que las que se estaban sufriendo hasta ahora. Una precaución que no se tomó en Irán, ni en Afganistán tras el derrumbe del gobierno comunista -lo que allanó el camino para el ascenso de los talibanes-, y que se está dejando pasar en Irak, donde los integristas chiítas adquieren cada día más preponderancia. Sin embargo no es en absoluto un problema del Islam. Sino de todos los fanatismos religiosos que ven la oportunidad de crecer y consolidarse en medio de situaciones poco felices. Por tratarse de instituciones que están en permanente contacto con los dioses o los seres superiores, reciben una veneración especial de parte de la población, que siempre le teme a los castigos mágicos. Ni el comunismo pudo aniquilarlas y eso que en los regímenes socialistas era la principal preocupación del buró. Y cuando las fuerzas contra las que luchan se vuelven negativas para los ciudadanos, entonces alcanzan una supremacía que trasciende la superación de las causas originales. Pasó con los ortodoxos en Rusia, con los católicos en Polonia y Chile, con los luteranos en la extinta RDA, con los judaístas en Israel. Y continuará pasando mientras no se desarrolle un pensamiento público fuerte que no tenga que pedir auxilio en los templos ni las capillas, cuando se sienta estrangulado por el sistema político o monetario imperante.
domingo, 20 de febrero de 2011
Ni Vírgenes, Ni Santos Ni Vicarías
La condena que el propio Vaticano emitió contra el sacerdote Fernando Karadima, quien fue hallado culpable de abusos sexuales y extorsión, cayó como un batatazo en lo más profundo de la iglesia católica chilena. Ya que este consagrado se caracterizó por ser un innegable formador de curas, al punto que fue responsable de la instrucción de más de una cincuentena de ellos, incluyendo cinco obispos. Vale decir, que el grueso de los actuales guías espirituales del romanismo, los mismos que de vez en cuando nos fastidian con sus pretensiones de erigirse como los garantes de una moralidad delineada a la medida de los conventos, le deben todas sus habilidades a un violador y pedófilo homosexual. Y esto último, reconocido nada menos que desde la propia Basílica de San Pedro. Aunque al parecer, el mismo papa le concedió un espacio de misericordia a la historia de su organización, pues este importante reverendo, si bien fue conminado a permanecer encerrado de por vida en un monasterio -del que sólo puede salir con autorización del arzobispado-, sin la opción de entregar los sacramentos ni de oficiar misa, empero conservará los hábitos, con todos los beneficios que esa condición acarrea, como es un sueldo y una manutención garantizadas de manera permanente por la institucionalidad eclesiástica.
Si bien Karadima es un sacerdote relativamente anciano, con una vasta carrera dentro de la iglesia católica, los dos aspectos de su personalidad que hoy salen a relucir, el positivo -formador de nuevos curas- y el negativo -ávido abusador de menores de edad-, los consolidó como rasgos identitarios hacia fines de la década de 1970 y en todo el decenio siguiente. Es decir, en los años en que los más altos dirigentes del papismo mostraban una imagen exterior de defensores de los derechos humanos y de contendores de las atrocidades cometidas durante la dictadura militar. Eran los tiempos en los cuales muchos chilenos miraban hacia las parroquias y sólo distinguían, o creían divisar, el rostro supuestamente afable y acogedor representado por la sobrevalorada Vicaría de la Solidaridad. Nadie se preocupaba por el control de la natalidad, la censura cinematográfica o la ley de divorcio. Mejor dicho, nadie que perteneciera al pueblo raso, porque estos seres con voz de mafiosos y traje de cuervos desde el inicio estuvieron sacando los cuchillos para en el instante propicio empezar a arrancar los ojos. Así firmaron, entre gallos y medianoche, acuerdos con la junta que entre otras cosas, permitieron la total proscripción del aborto terapéutico, sólo días antes de que asumiera el gobierno democrático. Y mientras las personas salían a las calles a riesgo de su propia vida, confiados en el prometido paraguas de los prelados, un oscuro consagrado de ascendencia griega preparaba a los mostruos que a futuro iban a atacarlo todo "en favor de la vida" de unos embriones de estructura amorfa que jamás alguien conoció.
Hace rato que debimos haber mordido el dedo que estos sujetos nos tienen metido en la boca y que ya nos sacan por el ano. A la par que Raúl Silva Henríquez atraía a la opinión pública y a los medios de comunicación con sus llamados a la reconciliación nacional -porque nunca tuvo la valentía de opinar sobre Pinochet-, la iglesia católica le encargaba a un conservador recalcitrante la creación de los cuadros con los cuales iba a hacerle frente a la futura democracia. La primera, una labor visible que permitía ostentar una buena imagen; lo segundo, un trabajo de hormigas que por su naturaleza y sus implicancias debía efectuarse en el más completo sigilo. Como toda empresa comandada por un gerente hábil y ladino, que emboba a los incautos con la publicidad para, cuando ya éstos han sido cautivados, aplicar la letra chica. Y no nos engañemos: el romanismo es una gigantesca institución que como las de su tipo, cuenta con muchísimas estructuras filiales, pero al final todas se encuentran sujetas a un exclusivo mando vertical. Entonces, y de acuerdo al principio de no contradicción -enunciado por Aristóteles, sustento filosófico de la teología papista-, dos de sus dependencias jamás van a quedar en contraposición mutua, sino que tenderán a complementarse en aras de enriquecer el núcleo central. Y eso hicieron los curas durante la década de los ochenta: usar a Fernando Karadima, el elemento más indicado, para afrontar los desafíos posteriores a la dictadura, y apoyarse en la Vicaría de la Solidaridad, como instrumento para desviar la atención y a la vez propagar una careta amigable, con el propósito de allanar el camino para reinsertar en la sociedad al catolicismo real.
La iglesia romanista ha sido la misma desde sus orígenes y en ella hay espacio para las cruzadas, las hogueras, los abusos de niños y los desfalcos económicos (un delito que no se ha investigado en Chile, pero donde puede haber más de una sorpresa). También para las caras sonrientes que no son sino engranajes del sistema. Sin ir más lejos, el despreciable Karadima fue discípulo de Alberto Hurtado, esa vaca sagrada que por conceder unas limosnas terminó siendo erigido como santo. Qué nos debería extrañar, si Silva Henríquez, a su vez, fue maestro de Raúl Hasbún y Jorge Medina. Por eso, no se debe creer en vicarios de la misma forma como se deben pasar por alto los canonizados y los íconos. Sólo Dios uno y trino merece la adoración.
Si bien Karadima es un sacerdote relativamente anciano, con una vasta carrera dentro de la iglesia católica, los dos aspectos de su personalidad que hoy salen a relucir, el positivo -formador de nuevos curas- y el negativo -ávido abusador de menores de edad-, los consolidó como rasgos identitarios hacia fines de la década de 1970 y en todo el decenio siguiente. Es decir, en los años en que los más altos dirigentes del papismo mostraban una imagen exterior de defensores de los derechos humanos y de contendores de las atrocidades cometidas durante la dictadura militar. Eran los tiempos en los cuales muchos chilenos miraban hacia las parroquias y sólo distinguían, o creían divisar, el rostro supuestamente afable y acogedor representado por la sobrevalorada Vicaría de la Solidaridad. Nadie se preocupaba por el control de la natalidad, la censura cinematográfica o la ley de divorcio. Mejor dicho, nadie que perteneciera al pueblo raso, porque estos seres con voz de mafiosos y traje de cuervos desde el inicio estuvieron sacando los cuchillos para en el instante propicio empezar a arrancar los ojos. Así firmaron, entre gallos y medianoche, acuerdos con la junta que entre otras cosas, permitieron la total proscripción del aborto terapéutico, sólo días antes de que asumiera el gobierno democrático. Y mientras las personas salían a las calles a riesgo de su propia vida, confiados en el prometido paraguas de los prelados, un oscuro consagrado de ascendencia griega preparaba a los mostruos que a futuro iban a atacarlo todo "en favor de la vida" de unos embriones de estructura amorfa que jamás alguien conoció.
Hace rato que debimos haber mordido el dedo que estos sujetos nos tienen metido en la boca y que ya nos sacan por el ano. A la par que Raúl Silva Henríquez atraía a la opinión pública y a los medios de comunicación con sus llamados a la reconciliación nacional -porque nunca tuvo la valentía de opinar sobre Pinochet-, la iglesia católica le encargaba a un conservador recalcitrante la creación de los cuadros con los cuales iba a hacerle frente a la futura democracia. La primera, una labor visible que permitía ostentar una buena imagen; lo segundo, un trabajo de hormigas que por su naturaleza y sus implicancias debía efectuarse en el más completo sigilo. Como toda empresa comandada por un gerente hábil y ladino, que emboba a los incautos con la publicidad para, cuando ya éstos han sido cautivados, aplicar la letra chica. Y no nos engañemos: el romanismo es una gigantesca institución que como las de su tipo, cuenta con muchísimas estructuras filiales, pero al final todas se encuentran sujetas a un exclusivo mando vertical. Entonces, y de acuerdo al principio de no contradicción -enunciado por Aristóteles, sustento filosófico de la teología papista-, dos de sus dependencias jamás van a quedar en contraposición mutua, sino que tenderán a complementarse en aras de enriquecer el núcleo central. Y eso hicieron los curas durante la década de los ochenta: usar a Fernando Karadima, el elemento más indicado, para afrontar los desafíos posteriores a la dictadura, y apoyarse en la Vicaría de la Solidaridad, como instrumento para desviar la atención y a la vez propagar una careta amigable, con el propósito de allanar el camino para reinsertar en la sociedad al catolicismo real.
La iglesia romanista ha sido la misma desde sus orígenes y en ella hay espacio para las cruzadas, las hogueras, los abusos de niños y los desfalcos económicos (un delito que no se ha investigado en Chile, pero donde puede haber más de una sorpresa). También para las caras sonrientes que no son sino engranajes del sistema. Sin ir más lejos, el despreciable Karadima fue discípulo de Alberto Hurtado, esa vaca sagrada que por conceder unas limosnas terminó siendo erigido como santo. Qué nos debería extrañar, si Silva Henríquez, a su vez, fue maestro de Raúl Hasbún y Jorge Medina. Por eso, no se debe creer en vicarios de la misma forma como se deben pasar por alto los canonizados y los íconos. Sólo Dios uno y trino merece la adoración.
domingo, 13 de febrero de 2011
La Locura de Chávez
Hugo Chávez acaba de celebrar doce años de su "revolución bolivariana", o lo que es casi lo mismo, de tiempo que lleva ejerciendo el poder en Venezuela. La oposición, como lo viene haciendo desde el primer aniversario, aprovecha la oportunidad para convocar a manifestaciones de repudio, demostrando que hace un buen rato cayeron en la trampa del juego maniqueo donde nadie reconoce las virtudes del rival: una estrategia, por cierto, diseñada por el propio gobernante, que ha resultado bastante eficaz, al punto de tornarse en uno de los pilares fundamentales de su continuidad. Y es que dichos disidentes, por mucho que incorporen dirigentes jóvenes en sus filas, y remplacen la arcaica e inútil intransigencia tan característica de los sectores acomodados que de pronto empiezan a constatar que los menos pudientes están más organizados y menos sumisos que antes, por un discurso que trata de ceñirse a las normas democráticas (en el supuesto de que son los adalides de estos valores, pues su contraparte los habría abandonado), al final, producto de la misma naturaleza de su origen -el social y el de la ideología que proponen como alternativa-, a cada rato son revelados como simples bobos que desconocen el mundo exterior y luego no lo comprenden, por lo que no les queda sino reaccionar con violencia, valga la redundancia, reaccionaria. Y en ese marco cabe ubicar los diversos calificativos con los cuales se han referido a Chávez desde que éste ganó su primera elección: de militar bruto a dictador comunista, para en tiempos recientes, cuando ya no queda saliva en el pozo de los escupitajos, tacharlo sencillamente de loco. Una seguidilla de insultos que han sido superados uno tras otro por el accionar del mandatario, quedando como términos vacíos de ideas y habitados sólo por la ira y el resentimiento.
No obstante, resulta interesante detenerse en el vituperio que hoy está de moda, y que alude a una supuesta situación de insanidad mental del presidente venezolano. Cuando resucitar el terror al marxismo ha sido un fracaso; cuando diseñar el monstruo de Fidel Castro ha provocado un efecto contrario al buscado (en especial, porque tales ataques sólo aumentan la simpatía hacia el líder cubano, algo que jamás han podido aceptar sus detractores); cuando sostenerse en el hecho de que Chávez es un militar como los innumerables tiranos que han asolado América Latina, no otorga los réditos esperados: queda entonces la opción de acudir a un salvavidas prestado por la ciencia, o en realidad, por la seudociencia. En un mundo, además, desencantado y donde la velocidad de las comunicaciones a cada momento dan cuenta por igual de pensamientos dogmáticos o de regímenes totalitarios. Ya no vale afirmar que estamos ante una bruja, un hereje o un servidor del diablo. Tampoco es correcto identificar al interlocutor como enemigo interno o parásito social. El espíritu tolerante de los tiempos que corren precisa, para privar a una persona de sus derechos, de pruebas que expliquen tales medidas desde un punto de vista empírico o judicial. Aunque las mentadas evidencias no sean contundentes ni convincentes, o estén amañadas, o simplemente sean falsas. Pero representan lo permitido entre la gente civilizada que ansía vivir en una democracia occidental. Precisamente lo que pregona la oposición a Chávez con el argumento de la locura: dar a entender que ellos postulan un ambiente libre, y su adversario no.
Lo infame de todo este planteamiento -bastante menos racional de lo que se pinta- es que la sempiterna y a estas alturas sacrosanta sicología clínica vuelve a aparacer como la solución definitiva e incuestionable de un conflicto. Lápida que, como siempre, es escandalosamente parcial. Ocurre que estos seudo profesionales desde que existen han utilizado el encierro sin juicio previo y por tiempo indefinido, en recintos conocidos como manicomios, de las personas que se muestran como extrañas o poco ortodoxas de acuerdo a los cánones de una determinada sociedad. A los cautivos se les somete a toda clase de torturas, se les aplican choques eléctricos, se les obliga a ingerir pastillas adictivas o se los inmoviliza mediante las llamadas "camisas de fuerza". Todo, con el fin de que el atormentado retorne a la "normalidad". Que casi siempre, sus celadores declaran que no ha conseguido. En la actualidad, aparte del retroceso que han experimentado las religiones y las ideologías, estos agentes de blanco se han beneficiado de la sobrevaloración de delirios masturbatorios como los de Sigmund Freud, Iván Pavlov o B. Skinner -cuyo sistema de premios y castigos se puede explicar en la rígida y retorcida formación puritana que recibió, pero en fin...-para erigirse como las voces absolutas y las únicas autoridades acreditadas para distinguir un cuerdo de un idiota, con ese mismo principio dualista que segrega lo supuestamente bueno de lo supuestamente malo. Y el segundo, cuando no es abiertamente secuestrado, debe ser enviado a terapia y en consecuencia queda inhabilitado para trabajar, opinar o tener amigos.
Si se atiende al reclamo de la oposición venezolana, se notará que Chávez es un insano porque propone una vía innovadora, o al menos, que no es bien evaluada por los analistas bienpensantes. Y si se revisa la historia de la locura, a poco andar se descubrirá que es el intento por acallar las distintas rebeldías y pensamientos independientes que se han suscitado en distintas épocas. El cuco del cáncer marxista ahora es sustituido por el de la esquizofrenia marxista. Cabría preguntarse si los sicólogos, prestos a inventar enfermedades y a acuñar nombres estrambóticos para mantener su posición de privilegio, bautizarán con alguna frase la supuesta patología que se ha descubierto en el gobernante venezolano. Desde este modesto escritorio ofrezco algunas terminologías: síndrome hipotalámico bolivariano, afibofrenia esquizoingnea revolucionaria, paranorinoco molecular llanero, oligonosequé delirante saltoangélico... Bueno, no continúo porque en una de ésas soy raptado y de ahí en adelante nadie conocerá mi paradero. De seguro -éstos jamás pierden- "diagnosticado" con delirio de persecución...
No obstante, resulta interesante detenerse en el vituperio que hoy está de moda, y que alude a una supuesta situación de insanidad mental del presidente venezolano. Cuando resucitar el terror al marxismo ha sido un fracaso; cuando diseñar el monstruo de Fidel Castro ha provocado un efecto contrario al buscado (en especial, porque tales ataques sólo aumentan la simpatía hacia el líder cubano, algo que jamás han podido aceptar sus detractores); cuando sostenerse en el hecho de que Chávez es un militar como los innumerables tiranos que han asolado América Latina, no otorga los réditos esperados: queda entonces la opción de acudir a un salvavidas prestado por la ciencia, o en realidad, por la seudociencia. En un mundo, además, desencantado y donde la velocidad de las comunicaciones a cada momento dan cuenta por igual de pensamientos dogmáticos o de regímenes totalitarios. Ya no vale afirmar que estamos ante una bruja, un hereje o un servidor del diablo. Tampoco es correcto identificar al interlocutor como enemigo interno o parásito social. El espíritu tolerante de los tiempos que corren precisa, para privar a una persona de sus derechos, de pruebas que expliquen tales medidas desde un punto de vista empírico o judicial. Aunque las mentadas evidencias no sean contundentes ni convincentes, o estén amañadas, o simplemente sean falsas. Pero representan lo permitido entre la gente civilizada que ansía vivir en una democracia occidental. Precisamente lo que pregona la oposición a Chávez con el argumento de la locura: dar a entender que ellos postulan un ambiente libre, y su adversario no.
Lo infame de todo este planteamiento -bastante menos racional de lo que se pinta- es que la sempiterna y a estas alturas sacrosanta sicología clínica vuelve a aparacer como la solución definitiva e incuestionable de un conflicto. Lápida que, como siempre, es escandalosamente parcial. Ocurre que estos seudo profesionales desde que existen han utilizado el encierro sin juicio previo y por tiempo indefinido, en recintos conocidos como manicomios, de las personas que se muestran como extrañas o poco ortodoxas de acuerdo a los cánones de una determinada sociedad. A los cautivos se les somete a toda clase de torturas, se les aplican choques eléctricos, se les obliga a ingerir pastillas adictivas o se los inmoviliza mediante las llamadas "camisas de fuerza". Todo, con el fin de que el atormentado retorne a la "normalidad". Que casi siempre, sus celadores declaran que no ha conseguido. En la actualidad, aparte del retroceso que han experimentado las religiones y las ideologías, estos agentes de blanco se han beneficiado de la sobrevaloración de delirios masturbatorios como los de Sigmund Freud, Iván Pavlov o B. Skinner -cuyo sistema de premios y castigos se puede explicar en la rígida y retorcida formación puritana que recibió, pero en fin...-para erigirse como las voces absolutas y las únicas autoridades acreditadas para distinguir un cuerdo de un idiota, con ese mismo principio dualista que segrega lo supuestamente bueno de lo supuestamente malo. Y el segundo, cuando no es abiertamente secuestrado, debe ser enviado a terapia y en consecuencia queda inhabilitado para trabajar, opinar o tener amigos.
Si se atiende al reclamo de la oposición venezolana, se notará que Chávez es un insano porque propone una vía innovadora, o al menos, que no es bien evaluada por los analistas bienpensantes. Y si se revisa la historia de la locura, a poco andar se descubrirá que es el intento por acallar las distintas rebeldías y pensamientos independientes que se han suscitado en distintas épocas. El cuco del cáncer marxista ahora es sustituido por el de la esquizofrenia marxista. Cabría preguntarse si los sicólogos, prestos a inventar enfermedades y a acuñar nombres estrambóticos para mantener su posición de privilegio, bautizarán con alguna frase la supuesta patología que se ha descubierto en el gobernante venezolano. Desde este modesto escritorio ofrezco algunas terminologías: síndrome hipotalámico bolivariano, afibofrenia esquizoingnea revolucionaria, paranorinoco molecular llanero, oligonosequé delirante saltoangélico... Bueno, no continúo porque en una de ésas soy raptado y de ahí en adelante nadie conocerá mi paradero. De seguro -éstos jamás pierden- "diagnosticado" con delirio de persecución...
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