martes, 8 de marzo de 2011

El Pastor Violador

Este fin de semana, el pastor de una de las tantas iglesias evangélicas de barrio que pululan en Chile, fue enviado de manera preventiva a la cárcel, mientras se aclara una denuncia interpuesta en su contra por violación a una adolescente. En honor a la verdad, convengamos que durante un tiempo el inculpado pudo disfrutar de una inmunidad consuetudinaria producto de su cargo -o mejor dicho, de su oficio-: la acusación había sido estampada hace aproximadamente un año, pero los tribunales la mantuvieron archivada, tal vez porque los magistrados no eran capaces de creer que un vecino respetable, que más encima se dedicaba a una tarea que gracias al histórico esfuerzo de los hermanos reformados ha escalado hasta una posición de alta estima, cometa semejantes tropelías. No obstante, a su vez, el hecho de no formar parte, por voluntad propia, de la religión oficial, también pesó en su momento, ya que familiares de la víctima e incluso conocidos y fieles que asistían al templo, intentaron linchar al reverendo cuando era conducido al recinto penal. De acuerdo: se trata de un crimen atroz que merece el máximo repudio, tanto legal como social; pero ni Karadima, ni Cox y ni siquiera el Cura Tato han sufrido el acoso de una turba, y eso que en el caso de marras hablamos de una chica que, aún siendo menor de edad, está consciente de lo que significa un ataque sexual, a diferencia de los niños absolutamente inocentes que cayeron en manos de los sacerdotes pedófilos recién mencionados.

Desde luego, hay que partir diciendo que las situaciones que nos atañen al final no se miden con la misma vara. Y que la acción menos grave empero le acarrea a su ejecutor peores consecuencias, pues de los tres curas citados en el primer párrafo dos jamás llegaron ni al portón de alguna cárcel. Y eran abusadores compulsivos de pequeños completamente inocentes, a los cuales, como todos los sicópatas que buscan seguir satisfaciendo sus deseos a pesar de ser criminales, además amenazaron y extorsionaron. Por supuesto que una de las causas principales al momento de generar tal desnivel en la aplicación de la justicia, está en el asunto de que el catolicismo es el credo mayoritario y más tradicional de Chile, mientras que el evangelismo apenas lleva un siglo de existencia por estos pagos, y hasta la fecha todavía no osa asomarse al veinte por ciento de la población. Sin embargo, y como suele acontecer en casi todas las realidades, no hay una explicación exclusiva; más aún: ni la más evidente acaba imponiéndose sobre las demás. Pues, otra causa no menos importante, radica en que el romanismo es una sola entidad vertical e internacional, que por principios excluye toda posibilidad de formar una organización paralela -en esa rigidez, por cierto, está el origen de la Reforma y de los evangélicos-. Con una estructura, otrosí, lo bastante fuerte como para competir con lo más grandes poderes políticos y económicos. Por lo tanto, cuenta con los mecanismos adecuados a la hora de defender a uno de los suyos de, por ejemplo, los tribunales civiles. El sacerdote que comete un delito sabe que se encuentra amparado por su institución, la cual, aunque acabe reconociendo las faltas de su pupilo -como ha ocurrido en los innumerables casos de pedofilia-, igual le tiene destinado un lugar para retirarse "a una vida de oración y penitencia", conservando las investiduras y los beneficios pecuniarios que ello significa. Es la capacidad que tiene un enorme monstruo colectivo que, a pesar de las naturales divergencias entre sus millones de integrantes, aún así es capaz de actuar como cuerpo.

En los evangélicos, que con suerte conforman una federación que sólo se circunscribe a un país determinado -que además suele ser parcial-, y por mucho que se hable de la comunión de los santos y de la convivencia entre los hermanos, este nivel de cohesión ni siquiera puede soñarse. Y una muestra de ello es la facilidad conque un grupo de fieles se separa de una determinada congregación para constituir la suya propia, debido a discusiones infantiles e intrascendentes -tipo de vestimenta, forma más adecuada de leer la Biblia-. En términos prácticos, esto implica que un pastor no es autoridad más allá de su templo, el que además surgió en un ámbito informal. Por lo cual, ante cualquier acusación, queda desnudo y se torna un ciudadano más. Sin embargo, por otra parte tal realidad ofrece aspectos positivos, que puestos en la balanza, sirven de contrapeso perfecto y exacto a todos los sinsabores recién descritos. Para empezar, si un guía espiritual comete una falta, la jode por él mismo y quizá por su congregación, pero su influencia nefasta no se extiende al resto de los hermanos, como pasa con la iglesia católica. De hecho, algunos arzobispados y hasta el mismo Vaticano se encuentran apremiados por las incontables demandas de compensación monetaria que enfrentan en diversas parte del mundo, producto de la conducta licenciosa de sus consagrados. En cambio, dudo que algún abogado pida retener las cuentas del Consejo de Pastores, la Confraternidad Cristiana de Iglesias, la Alianza Evangélica Mundial o incluso el Consejo Mundial de Iglesias, por las atrocidades sexuales de un reverendo.

Y es que la ausencia de un organismo tan omnipotente evita las defensas corporativas y las protecciones de amigos y conocidos, cuestiones que han acaecido de sobra en el papismo con las aberraciones cometidas por los curas, situación que alienta los mencionados requerimientos reparatorios. Lo que permite acercarse a la concepción bíblica del pecado, que es tan personal como la salvación. Si yerro el blanco, el único que sufrirá las consecuencias seré yo. Bueno: y desde luego mis víctimas, pero en una connotación distinta al peso de culpa que se posa sobre el maleante. En esto también cabe una ventaja sobre el muro protector: los ofendidos no terminan sintiéndose victimarios, a diferencia de lo que ocurre en los casos de curas pedófilos, donde las autoridades eclesiásticas convenían en condenar al denunciante: primero por imputarle a un consagrado un hecho tan atroz; luego por una supuesta insinuación, y finalmente por dañar el prestigio de la institución al recurrir a la prensa y la justicia terrenal. Un proceso lógico que los abusadores sexuales suelen seguir con pasmosa prolijidad, en especial cuando tienen cierta ascendencia sobre el agredido. Acá no hay compromismo con un pastor o hermano determinado. Y todos responden por igual ante Dios.

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