domingo, 27 de marzo de 2011

La Valentía de Hamilton

Sentimientos encontrados ha ocasionado la intervención de James Hamilton, a estas alturas el portavoz de los abusados por el sacerdote Fernando Karadima, en el programa de televisión "Tolerancia Cero" emitido hace una semana. En el citado espacio, donde asistió como invitado, calificó de criminal al arzobispo de Santiago, el cardenal Francisco Javier Errázuriz, por haber desoído las denuncias en contra del cura de El Bosque, incluso mostrando un abierto desprecio hacia las víctimas cada vez que las entrevistaba en su despacho. Ya en el mencionado programa uno de sus panelistas estables, conservador a ultranza y muy cercano a la iglesia católica, sostuvo un fuerte intercambio verbal con el dolido interlocutor, en lo que por minutos parecía transformarse en un burdo y desesperado acto de censura. Al día siguiente, el presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Ricardo Ezzatti -que a diferencia de Errázuriz, reconoció públicamente tanto los vejámenes sexuales del párroco de El Bosque, como el silencio cómplice de la curia- tildó la opinión de inaceptable. Pero a modo de contrapartida, integrantes de las más diversas áreas del quehacer nacional, también en el ámbito eclesiástico, han valorado la intervención de Hamilton, llegando a definirla como una actitud valiente.

Resulta interesante descubrir en dónde reside esta "valentía" que muchos han, mejor dicho hemos hallado en el testimonio de Hamilton. No existe quien no haya escuchado algún chiste o comentario malicioso en contra de los curas, sobre todo cuando se mencionan aspectos que para el común de la gente son desconcertantes -si bien a la vez están socialmente aceptados-, como por ejemplo el celibato consagrado. Tampoco faltan los que insultan a la iglesia católica presentando como excusa las atrocidades que sus prelados han cometido durante sus casi dos milenios de vigencia. Incluso, algunos aparentan mostrar una postura más radical burlándose de las doctrinas esenciales del cristianismo, como la existencia de Dios, el sacrificio de Cristo, la figura del Espíritu Santo, el dogma de la Trinidad o la concepción virginal de María. Esto último ha encontrado una nueva fuente de argumentos, gracias a la difusión de datos que insisten que Cristo no fue sino una reinvención y una actualización de relatos míticos ancestrales como los de Osiris, Buda, Zoroastro o Mitras. Sin embargo, todos estos escupitajos comparten la misma característica: son vituperios lanzados a la bandada, de carácter genérico, cuya característica fundamental es que no individualizan. Y que por ende, al poco andar se revelan como una simple vacuidad. En especial cuando se tiene en cuenta que el derecho occidental se caracteriza por identificar al sujeto tomado como ente único e íntegro antes de juzgarlo.

En cambio, Hamilton distinguió entre la muchedumbre al malhechor y lo señaló con nombre y apellido: Francisco Javier Errázuriz, arzobispo de Santiago, reconocida autoridad del catolicismo chileno, cardenal, eminencia moral así admitida por amplios sectores de la sociedad, independiente de su posición política o incluso religiosa, en especial en asuntos sensibles para el romanismo, como la anticoncepción, el aborto, la homosexualidad o la creciente autonomía de la mujer. Un hombre a quien se le ha otorgado la facultad de decir lo que quiera, porque se supone que debido a su investidura y a su cargo es un tipo intachable. Ése es el criminal que encubrió a Karadima aún sabiendo las atrocidades que cometía ese sacerdote. Y eso es lo que transforma el alegato de James Hamilton en un acto de valentía. Porque las mofas citadas en el párrafo anterior se emiten a cada momento y en cualquier lugar. Pero ninguno de esos bufones ha osado identificar a un responsable como lo hace un testigo o una víctima en el tribunal. Mucho menos cuando el acusado es un sujeto con abundante poder e influencia bastante más allá de la institución que lo sostiene. Decir la verdad de Errázuriz es mucho más significativo que hablar de iglesia asesina, mentirosa, pedófila o maricona: de golpe y porrazo todos esos epítetos adquieren un sentido y una legitimidad que remece al resto del edificio y provoca temblor en sus defensores.

Lo último es fácilmente comprobable en la situación de la iglesia católica antes y después de las acusaciones de Hamilton. La estructura romanista ha perdido una parte no menor de la credibilidad y la intocabilidad de la que aún goza en Chile. En el aspecto más puntual, la corte ha decidido reabrir la investigación en contra de Karadima, quien no ha recibido sanciones civiles a causa de fechorías. Incluso, la ministro en visita recién designada ha afirmado que no descarta llamar a declarar a arzobispos y hasta al mismo Errázuriz. Los cuestionamientos contra el papismo se han multiplicado, a niveles exponenciales en comparación con lo que venía ocurriendo hace un buen tiempo. Todo gracias a una víctima de violación cuyo dolor lo impulsó a trasponer la estigmatización que se cierne sobre quienes padecen esa clase de delitos. Y que no perdió su oportunidad rellenando su discurso con diatribas vomitivas que intentan pasar por iconoclastas. Sino apuntándole a un solo hombre, que por su sitial era el centro, punto de partida y destino de una imagen que todos aquellos vinculados al papismo -sacerdotes, miembros de las clases acomodadas, políticos conservadores, empresarios- se habían encargado de proteger.

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