Hace unos días, pasó por Santiago la sicoanalista búlgara Julia Kristeva, invitada por la Universidad de Chile. La verdad es que su visita habría pasado inadvertida de no ser porque le concedió una entrevista al periódico The Clinic, donde intentó, con pretensiones filosóficas, re definir el concepto de rebeldía, que ha tratado de explicar en algunos libros que ha redactado por ahí. Por supuesto, y al igual que todos los extranjeros con aires intelectuales que en el último tiempo han arribado al país, no dejó de hacerle un guiño al movimiento estudiantil local, que ha paralizado buena parte de los planteles superiores y los establecimientos secundarios por ya ocho meses. Más aún: buscó una fórmula que le permitiese hacer calzar dicho incidente con los seudo tratados que escribe y que al parecer apenas conocen ediciones en español. Y todo señala que se sintió satisfecha con sus conclusiones. No es para menos, considerando el suculento cheque que debió haberle pagado el lupanar de Bello, cuyos decanos y académicos siempre se andan quejando de que la falta de fondos les impide concretar la mayoría de los proyectos que planean: misma coyuntura por la cual se han volcado en masa en apoyar la actual huelga, que tiene a sus alumnos como los principales protagonistas.
Al respecto, y retomando la intervención en The Clinic, hay una opinión de la Kristeva que no se puede dejar de comentar, pues es una muestra de que hasta los intelectuales más, por decirlo de una forma que sea legible para el común de la gente, liberales y progresistas tienen también sus prejuicios. En un momento la periodista le pregunta por el mencionado movimiento estudiantil, y ella declara sentirse sorprendida -aunque nunca aclara si gratamente o no- de que una mujer, haciendo alusión a Camila Vallejo, aparezca como la líder natural e indiscutible de este proceso, en circunstancias que en Chile "todavía no está el derecho al aborto". Tal conclusión, aparte de que por sí ya es un insulto, refleja además una extrema parcialidad propia de quienes son incapaces de comprender la diversidad de las culturas, acusación que precisamente las personas de formación europea les hacen a las mentalidades supuestamente más provincianas del Tercer Mundo. Observándola con detalle, se torna una especie de declaración de principios, de alguien que entiende que las cosas se dan sólo siguiendo una continuidad lógica que es imposible que se dé mediante una vía alternativa. Por otro lado, se desconoce el valor de un enorme puñado de féminas que destacaron por sus méritos y su rebeldía -contra el orden establecido o la injusticia social- y jamás necesitaron recurrir a la interrupción del embarazo como eslogan, sencillamente porque existían otras prioridades que atender. Eso sin contar que se pasa por alto a todas las mujeres que han efectuado un aporte significativo a la humanidad sin raspaje de por medio.
¿En dónde estará el origen de este convencionalismo espetado por la Kristeva, sin responsabilidad alguna de su parte? Quizá haya que recordar una muy acertada definición de Jean Piaget respecto a los sicoanalistas, tendencia a la cual la entrevistada adscribe. El creador del constructivismo, quien alguna vez fue discípulo de Freud, a poco andar abandonó desilusionado aquella camarilla, pues notó que "se agrupan en capillas y tratan de herejes a todos los que no piensan como ellos". Lo cual no se encuentra muy alejado de la realidad, si se considera que su fundador invirtió conceptos de la teología judía, con el propósito de crear una corriente nueva y heterodoxa que le diera la posibilidad de sobresalir (no es raro en la religión hebrea: cabe recordar que desde siempre han existido sinagogas para ateos y que en la Edad Media en su seno se propagó la cábala, una variación tan sui géneris, que hoy se considera un credo separado. En cierto sentido -por ser una invención reciente- el sicoanálisis ha seguido el mismo camino). Ahora, que también puede ser una conducta que resida en el ello, ese espacio de la mente que de acuerdo a Sigmund esconde todas las consecuencias poco deseadas de la represión y la neurosis, que él le atribuye a todas las religiones sin distinción -menos a la que creó, por cierto-, y que puede salir a flote en cualquier momento y de las maneras más insospechadas, cambiando por completo la percepción que hasta entonces se tenía de esa persona. De lo que se trate, estamos en presencia de una actitud propia de quien acuesta a su interlocutor en un diván, dejándole con eso en una posición de inferioridad, con el de que no discuta, dialogue o siquiera converse, sino que relate su existencia que a la postre no es más que una sarta de frustraciones y concepciones delirantes que deben ser corregidas o eliminadas, pues siempre serán el escudo de un anormal.
Julia Kristeva, que en la misma entrevista insiste en reiteradas ocasiones en la reivindicación del género, acto seguido también advierte de que el feminismo puede transformarse en una opción totalitaria, como según ella ha ocurrido con todos los movimientos revolucionarios en la historia (es decir, se han tornado un círculo vicioso de represión y neurosis, que requiere con urgencia de los sicoanalistas para anularlo). Lo curioso es que su misma opinión, formulada desde la testera del terapeuta que está ahí para extraer los traumas que coartan la libertad, al final se guía por el procedimiento de la verdad absoluta, ahora avalada por una supuesta objetividad científica. La mujer que no se ha hecho un aborto, o que no ha planteado aquel "derecho", con la mayor vehemencia posible, la virgen, o la que le resta importancia al placer sexual, es presa de una anormalidad alienante. Por lo que cualquier cosa que plantee finalmente no puede ser considerada válida. Y si algún acaecimiento rompe esa lógica, si no se trata de una excepción explicable mediante los mecanismos de la sicología (que siempre acaban concluyendo que se trata de una enajenación que tarde o temprano derivará en consecuencias nefastas), entonces es una conducta que debe motivar el asombro en el peor sentido del término, porque más que una propuesta consciente, es una sucesión de reacciones emocionales ante estímulos externos que acabarán en violencia y destrucción. Bueno: por algo todos estos personajes son usados por las tiranías para controlar y disuadir a los ciudadanos.
domingo, 13 de noviembre de 2011
domingo, 6 de noviembre de 2011
La Engañosa Resurrección de las Religiones
Abundan los teóricos que han afirmado que el siglo XXI se caracterizará por una suerte de rebrote del espíritu religioso; cuestión que, en todo caso, parece confirmarse luego de transcurrida una década de la mencionada centuria: durante ella, y ante el declive de las ideologías políticas que determinaban el actuar de los líderes del mundo hasta hace sólo veinte años, diversos movimientos de cuño cristiano, judío, musulmán u oriental han captado la atención de la gente, proceso el cual, al menos por ahora, no muestra signos de agotamiento. Muy por el contrario, se percibe cada vez una mayor reciedumbre, alentada especialmente a partir de los ataques a las Torres Gemelas perpetrados por extremistas islámicos el once de septiembre de 2001.
No obstante, se trata un resurgimiento que debe llamar a la reflexión, ya que debido a sus características, no está exento de provocar aprehensiones. Si uno lo observa con un grado mínimo de detalle, notará que las estructuras eclesiásticas de aquellas religiones que se han beneficiado más con esta recuperación del entusiasmo, han tenido empero una participación muy secundaria en él, incluso experimentando una merma de adhesión a veces más significativa que la sufrida en la época de repliegue de sus respectivas feligresías. De modo paralelo, el renacer ha estado ligado más bien con iniciativas privadas e independientes, ajenas a las formas clásicas de organización, a la cual en todo caso siempre manifiestan su más honesto respeto. Así, el reciente auge del islam no ha sido sostenido por las mezquitas más ancestrales o tradicionales, sino que se ha desarrollado en torno a la creación de nuevos centros de estudio y acción, uno de los cuales es la célula terrorista de Al Qaeda. En paralelo, el catolicismo, el último tiempo, ha sido apuntalado no por sus órdenes más clásicas -formadas, se supone, por personas muy preparadas-, sino por agrupaciones que las imitan, aunque su tinglado interno es distinto, como los neo catecúmenos, el Opus Dei o los Legionarios de Cristo. Los evangélicos, a su vez, han vuelto a florecer gracias a las mega iglesias, los tele predicadores o sujetos como los denominados neo con de Estados Unidos, quienes les han arrebatado el protagonismo a los templos presbiterianos, bautistas y también pentecostales. Mientras que el misticismo oriental ha sido absorbido y filtrado de manera indirecta a través de sectas como el Baha'i, la Nueva Era, Silo o los ecologistas y los defensores de los derechos de los animales.
Todos estos movimientos poseen características comunes. Primero, son muy proselitistas, lo cual les ha permitido, aparte de la coyuntura mundial, ganar una importante cantidad de adeptos. En seguida, no se esmeran en construir una base teológica o intelectual fuerte, ya que su principio fundamental es que el mayor número de personas, independiente de su formación o niveles de escolaridad, asimile un mensaje que se pretende universal y único. Pero quizá lo más importante -ya que le da una justificación a las dos actitudes antes reseñadas-, es su carácter marcadamente conservador. Señalamos en el párrafo anterior que estas organizaciones no tienden a cuestionar los aspectos más elementales de sus respectivas religiones, ni sus estructuras más tradicionales ni a quienes las encabezan, ya que su deseo final no es fundar un nuevo credo -y luego ser tachado de infiel, hereje, sectario o falso profeta según corresponda- sino entregarle nuevos bríos al ya existente, porque constituye la verdad absoluta, que sólo se ha debilitado en la conciencia general porque sus custodios han equivocado el rumbo o no han querido ejercer su autoridad espiritual con mayor severidad. Entonces esta nuevas expresiones de fe se atribuyen un mandato mesiánico, y como todo proceso interesado en practicar una reforma, tratan de retornar a los orígenes, donde se halla la fuente de la pureza, de la que las sucesivas generaciones se han alejado por diversos motivos. El problema es que tratándose de religiones, ese manantial primigenio guarda una especial relación con las tradiciones, que no se circunscriben sólo a aspectos étnico culturales, sino a una amalgama cuyo rostro más identificable suelen ser los prejuicios y convencionalismos sociales, algunos de los cuales han sido superados tanto por los descubrimientos científicos como por los avances que la humanidad ha hecho en materia de derechos humanos.
Es éste el punto que ocasiona una mayor controversia. Al transformarse el pensamiento conservador y devenir en una herramienta de lucha, se torna reaccionario, así como su símil liberal o radical se se orienta a la revolución cuando adquiere un cariz violento. Y la reacción es peligrosa en el sentido de que su triunfo puede significar la pérdida de derechos ganados tras una buena cantidad de décadas. De hecho: si uno analiza las iniciativas que han resultado como consecuencia de este renacer religioso, observará que casi todas basan sus predicamentos en una serie de restricciones y prohibiciones, que es necesario implantar para frenar el arrollador avance del mal en el mundo. Esto, además, aderezado con un rasgo que es transversal a estos movimientos, y es que su verdad es la absoluta y todas las demás son inaceptables, algo que se acrecienta cuando las organizaciones adquieren un talante más belicoso. En tal sentido, hemos visto a católicos y evangélicos insistir en erradicar costumbres consideradas libertinas, así como a fanáticos del budismo y el hinduismo proscribir ciertos pasatiempos como sucedió a mediados de año con las corridas de toros en Cataluña. Es que tales credos se valían de dichas prerrogativas en el momento mismo de su constitución, y como se trata de regresar a la fuente primigenia, ya se sabrá cuál es el camino lógico. Ahora: eso no significa que la solución sea atacar a estas iniciativas, ya que quienes lo intentan, como Richard Dawkins, acaban volviéndose lo que odian. Sí se les puede encauzar a través del diálogo y la orientación -ha acontecido en otras épocas-, entregándoles herramientas que favorezcan su tolerancia. De hecho, muchas corrientes que hoy aparecen como moderadas y equilibradas, en sus inicios eran tan agresivas como las propuestas tratadas en este artículo.
No obstante, se trata un resurgimiento que debe llamar a la reflexión, ya que debido a sus características, no está exento de provocar aprehensiones. Si uno lo observa con un grado mínimo de detalle, notará que las estructuras eclesiásticas de aquellas religiones que se han beneficiado más con esta recuperación del entusiasmo, han tenido empero una participación muy secundaria en él, incluso experimentando una merma de adhesión a veces más significativa que la sufrida en la época de repliegue de sus respectivas feligresías. De modo paralelo, el renacer ha estado ligado más bien con iniciativas privadas e independientes, ajenas a las formas clásicas de organización, a la cual en todo caso siempre manifiestan su más honesto respeto. Así, el reciente auge del islam no ha sido sostenido por las mezquitas más ancestrales o tradicionales, sino que se ha desarrollado en torno a la creación de nuevos centros de estudio y acción, uno de los cuales es la célula terrorista de Al Qaeda. En paralelo, el catolicismo, el último tiempo, ha sido apuntalado no por sus órdenes más clásicas -formadas, se supone, por personas muy preparadas-, sino por agrupaciones que las imitan, aunque su tinglado interno es distinto, como los neo catecúmenos, el Opus Dei o los Legionarios de Cristo. Los evangélicos, a su vez, han vuelto a florecer gracias a las mega iglesias, los tele predicadores o sujetos como los denominados neo con de Estados Unidos, quienes les han arrebatado el protagonismo a los templos presbiterianos, bautistas y también pentecostales. Mientras que el misticismo oriental ha sido absorbido y filtrado de manera indirecta a través de sectas como el Baha'i, la Nueva Era, Silo o los ecologistas y los defensores de los derechos de los animales.
Todos estos movimientos poseen características comunes. Primero, son muy proselitistas, lo cual les ha permitido, aparte de la coyuntura mundial, ganar una importante cantidad de adeptos. En seguida, no se esmeran en construir una base teológica o intelectual fuerte, ya que su principio fundamental es que el mayor número de personas, independiente de su formación o niveles de escolaridad, asimile un mensaje que se pretende universal y único. Pero quizá lo más importante -ya que le da una justificación a las dos actitudes antes reseñadas-, es su carácter marcadamente conservador. Señalamos en el párrafo anterior que estas organizaciones no tienden a cuestionar los aspectos más elementales de sus respectivas religiones, ni sus estructuras más tradicionales ni a quienes las encabezan, ya que su deseo final no es fundar un nuevo credo -y luego ser tachado de infiel, hereje, sectario o falso profeta según corresponda- sino entregarle nuevos bríos al ya existente, porque constituye la verdad absoluta, que sólo se ha debilitado en la conciencia general porque sus custodios han equivocado el rumbo o no han querido ejercer su autoridad espiritual con mayor severidad. Entonces esta nuevas expresiones de fe se atribuyen un mandato mesiánico, y como todo proceso interesado en practicar una reforma, tratan de retornar a los orígenes, donde se halla la fuente de la pureza, de la que las sucesivas generaciones se han alejado por diversos motivos. El problema es que tratándose de religiones, ese manantial primigenio guarda una especial relación con las tradiciones, que no se circunscriben sólo a aspectos étnico culturales, sino a una amalgama cuyo rostro más identificable suelen ser los prejuicios y convencionalismos sociales, algunos de los cuales han sido superados tanto por los descubrimientos científicos como por los avances que la humanidad ha hecho en materia de derechos humanos.
Es éste el punto que ocasiona una mayor controversia. Al transformarse el pensamiento conservador y devenir en una herramienta de lucha, se torna reaccionario, así como su símil liberal o radical se se orienta a la revolución cuando adquiere un cariz violento. Y la reacción es peligrosa en el sentido de que su triunfo puede significar la pérdida de derechos ganados tras una buena cantidad de décadas. De hecho: si uno analiza las iniciativas que han resultado como consecuencia de este renacer religioso, observará que casi todas basan sus predicamentos en una serie de restricciones y prohibiciones, que es necesario implantar para frenar el arrollador avance del mal en el mundo. Esto, además, aderezado con un rasgo que es transversal a estos movimientos, y es que su verdad es la absoluta y todas las demás son inaceptables, algo que se acrecienta cuando las organizaciones adquieren un talante más belicoso. En tal sentido, hemos visto a católicos y evangélicos insistir en erradicar costumbres consideradas libertinas, así como a fanáticos del budismo y el hinduismo proscribir ciertos pasatiempos como sucedió a mediados de año con las corridas de toros en Cataluña. Es que tales credos se valían de dichas prerrogativas en el momento mismo de su constitución, y como se trata de regresar a la fuente primigenia, ya se sabrá cuál es el camino lógico. Ahora: eso no significa que la solución sea atacar a estas iniciativas, ya que quienes lo intentan, como Richard Dawkins, acaban volviéndose lo que odian. Sí se les puede encauzar a través del diálogo y la orientación -ha acontecido en otras épocas-, entregándoles herramientas que favorezcan su tolerancia. De hecho, muchas corrientes que hoy aparecen como moderadas y equilibradas, en sus inicios eran tan agresivas como las propuestas tratadas en este artículo.
domingo, 30 de octubre de 2011
Las Brujas Alienantes
Como cristiano evangélico, tengo, o debo tener, un motivo absolutamente lapidario para rechazar la celebración de Halloween: cual es su condición de festividad pagana, donde se exaltan cuestiones que son censuradas en la Biblia, como la magia y la idolatría, además de una cierta mirada a la simpática, despreocupada y lúdica, pero a la vez falta de seriedad, de los elementos satánicos. Dicha conducta, ya que se trate de una opción voluntaria o de un aspecto lógicamente ineludible, de cualquier manera puede ser acompañada por argumentaciones de índole, digamos, más secular: puesto que la mentada fiesta tiene su origen en ancestrales ritos celtas relacionados con prácticas animistas. Sin embargo, cuento con otro factor de naturaleza completamente distinta al que acabo de explicar; pero que igualmente otorga argumentos de peso, aunque algunos sólo formen parte del cliché social: mi situación de latinoamericano, enfrentado a una costumbre importada de Estados Unidos, como es la llamada Noche de Brujas, y todas las amenazas de alienación que un contraste como ése es capaz de ofrecer.
Y son ambas causas, en especial la primera, las que al final me impulsan a observar con desprecio y poco entusiasmo dicha conmemoración. Lo relacionado con la fe cristiana, por motivos obvios acerca de los cuales ya me explayé en el párrafo anterior. Y lo otro, porque al tratarse de una tradición adquirida desde el extranjero, no puede sino constituir una amalgama de pastiches y actitudes hueras, hechos que son una alerta acerca de los niveles de vulgaridad y estupidez a los que puede llegar una determinada actividad humana. No obstante, de igual modo resulta legítimo preguntarse por qué una costumbre al cual no estamos familiarizados, por un asunto de cultura y formación, empero consigue penetrar entre los distintos pueblos al punto de erigirse como una celebración con idéntico nivel de aceptación que sus pares consideradas más autóctonas. Y la verdad es que las respuestas no se agotan en el ímpetu avasallador y dominante que muchos por estos lares le atribuyen a los norteamericanos. Para empezar, la facultad de asimilación de los individuos es algo que ha sido comprobado ya desde la Antigüedad clásica, y ha quedado demostrado que es un ejercicio imprescindible en la búsqueda de la madurez y el desarrollo intelectuales. Luego, cabe recordar que prácticamente ninguna de nuestras festividades es en estricto rigor, ancestral; surgiendo en realidad de un híbrido que mezcla viejos rituales indígenas con influencias de las potencias colonizadoras europeas que durante el Renacimiento se repartieron esta porción del mundo, principalmente los españoles. Más aún: feriados que se nos presenta como una tradición milenaria, como los componentes que se le suelen atribuir a la Navidad, en realidad comenzaron a establecerse recién hace un siglo, y producto de la permeabilidad a lo externo.
Tales ejemplos hasta pueden guardar parecidos con el Halloween. Incluso en Chile, así como supongo que en el resto de los países de América Latina, contamos con nuestra propia fiesta de hechizos, que es la Noche de San Juan. Dicha conmemoración acontece durante el solsticio de junio, que en el hemisferio sur corresponde a la llegada del invierno, y por ende al periodo de renovación de las cosechas. Para que éstas resulten satisfactorias, se acude a ciertos rituales de índole mágica, como golpear con una huasca (lazo), los árboles frutales a fin de que den buenos productos, o colocar velas sobre los terrenos cultivables, no dentro de una gran calabaza, sino sobre una bacinica; pero cuya finalidad no es otra que alejar a los espíritus negativos, de igual forma que su par celta, que además se efectúa durante el otoño boreal. En el equivalente latinoamericano, es posible llevar adelante pactos con el diablo, cuya única diferencia con la versión traída del norte es que la de acá posee los rasgos característicos propios del catolicismo hispánico, que a fin de cuentas son sólo detalles, interesantes eso sí para la atracción turística. Ahora: el asunto es que la festividad sureña se encuentra en franca declinación y sus componentes son vistos como muestras de la superchería y la ignorancia que siempre se le ha achacado a las poblaciones de este lado del globo -en síntesis, se trataría de variables alienantes-, pensamiento promovido por plataformas que han pretendido una suerte de "liberación" como los movimientos revolucionarios y reivindicativos. En cambio, lo otro ha ingresado como un paquete comercial y un bien de consumo, por lo que desde el primer instante se asume como banal. Justamente la peculiaridad que provoca reacciones de desagrado.
En México, y de modo paralelo al Halloween estadounidense, se celebra la llamada Fiesta de los Muertos. Dicha conmemoración acaece durante los días 1 y 2 de noviembre, durante la conmemoración de Todos los Santos y el Día de los Difuntos, como debe corresponder a un país de raigambre católica (y en cualquier caso, ¿por qué creen que los sucesivos papas colocaron ese feriado en la misma fecha que la Noche de Brujas?). Lo interesante es que tal conmemoración, que en el último tiempo ha tomado un cariz de banalidad comercial muy parecido al de su par norteamericana -a partir, desde luego, de sus propias particularidades-, ha estado ingresando en la sociedad de Estados Unidos de una forma comparable a como el ritual de origen celta lo está haciendo en el resto del orbe, merced a la inmigración y los medios masivos de comunicación. Y si alguien no cree que los gringos también asimilan eventos de origen exótico, que tan sólo vuelva a ver "El Cadáver de la Novia". Ahora: es cierto que tal fenómeno se da bajo los rasgos que identifican a cada una de las riveras del río Bravo -y a las dos en conjunto, especialmente-. Pero es un indicio de que uno, con astucia e ingenio, es capaz de crear algo atractivo con los recursos que tiene alrededor. Y de que la alienación -real, exagerada o supuesta- tiene bastantes más recovecos de los que se suelen considerar.
Y son ambas causas, en especial la primera, las que al final me impulsan a observar con desprecio y poco entusiasmo dicha conmemoración. Lo relacionado con la fe cristiana, por motivos obvios acerca de los cuales ya me explayé en el párrafo anterior. Y lo otro, porque al tratarse de una tradición adquirida desde el extranjero, no puede sino constituir una amalgama de pastiches y actitudes hueras, hechos que son una alerta acerca de los niveles de vulgaridad y estupidez a los que puede llegar una determinada actividad humana. No obstante, de igual modo resulta legítimo preguntarse por qué una costumbre al cual no estamos familiarizados, por un asunto de cultura y formación, empero consigue penetrar entre los distintos pueblos al punto de erigirse como una celebración con idéntico nivel de aceptación que sus pares consideradas más autóctonas. Y la verdad es que las respuestas no se agotan en el ímpetu avasallador y dominante que muchos por estos lares le atribuyen a los norteamericanos. Para empezar, la facultad de asimilación de los individuos es algo que ha sido comprobado ya desde la Antigüedad clásica, y ha quedado demostrado que es un ejercicio imprescindible en la búsqueda de la madurez y el desarrollo intelectuales. Luego, cabe recordar que prácticamente ninguna de nuestras festividades es en estricto rigor, ancestral; surgiendo en realidad de un híbrido que mezcla viejos rituales indígenas con influencias de las potencias colonizadoras europeas que durante el Renacimiento se repartieron esta porción del mundo, principalmente los españoles. Más aún: feriados que se nos presenta como una tradición milenaria, como los componentes que se le suelen atribuir a la Navidad, en realidad comenzaron a establecerse recién hace un siglo, y producto de la permeabilidad a lo externo.
Tales ejemplos hasta pueden guardar parecidos con el Halloween. Incluso en Chile, así como supongo que en el resto de los países de América Latina, contamos con nuestra propia fiesta de hechizos, que es la Noche de San Juan. Dicha conmemoración acontece durante el solsticio de junio, que en el hemisferio sur corresponde a la llegada del invierno, y por ende al periodo de renovación de las cosechas. Para que éstas resulten satisfactorias, se acude a ciertos rituales de índole mágica, como golpear con una huasca (lazo), los árboles frutales a fin de que den buenos productos, o colocar velas sobre los terrenos cultivables, no dentro de una gran calabaza, sino sobre una bacinica; pero cuya finalidad no es otra que alejar a los espíritus negativos, de igual forma que su par celta, que además se efectúa durante el otoño boreal. En el equivalente latinoamericano, es posible llevar adelante pactos con el diablo, cuya única diferencia con la versión traída del norte es que la de acá posee los rasgos característicos propios del catolicismo hispánico, que a fin de cuentas son sólo detalles, interesantes eso sí para la atracción turística. Ahora: el asunto es que la festividad sureña se encuentra en franca declinación y sus componentes son vistos como muestras de la superchería y la ignorancia que siempre se le ha achacado a las poblaciones de este lado del globo -en síntesis, se trataría de variables alienantes-, pensamiento promovido por plataformas que han pretendido una suerte de "liberación" como los movimientos revolucionarios y reivindicativos. En cambio, lo otro ha ingresado como un paquete comercial y un bien de consumo, por lo que desde el primer instante se asume como banal. Justamente la peculiaridad que provoca reacciones de desagrado.
En México, y de modo paralelo al Halloween estadounidense, se celebra la llamada Fiesta de los Muertos. Dicha conmemoración acaece durante los días 1 y 2 de noviembre, durante la conmemoración de Todos los Santos y el Día de los Difuntos, como debe corresponder a un país de raigambre católica (y en cualquier caso, ¿por qué creen que los sucesivos papas colocaron ese feriado en la misma fecha que la Noche de Brujas?). Lo interesante es que tal conmemoración, que en el último tiempo ha tomado un cariz de banalidad comercial muy parecido al de su par norteamericana -a partir, desde luego, de sus propias particularidades-, ha estado ingresando en la sociedad de Estados Unidos de una forma comparable a como el ritual de origen celta lo está haciendo en el resto del orbe, merced a la inmigración y los medios masivos de comunicación. Y si alguien no cree que los gringos también asimilan eventos de origen exótico, que tan sólo vuelva a ver "El Cadáver de la Novia". Ahora: es cierto que tal fenómeno se da bajo los rasgos que identifican a cada una de las riveras del río Bravo -y a las dos en conjunto, especialmente-. Pero es un indicio de que uno, con astucia e ingenio, es capaz de crear algo atractivo con los recursos que tiene alrededor. Y de que la alienación -real, exagerada o supuesta- tiene bastantes más recovecos de los que se suelen considerar.
domingo, 23 de octubre de 2011
Lo Que Hizo Grande Al Alma Grande
Para quienes sienten atracción por las llamadas religiones orientales -entendidas como el conjunto de doctrinas creadas hacia los siglos noveno y quinto antes de Cristo, en la región comprendida entre Afganistán y Japón, por pensadores que mezclaron aspectos de los credos folclóricos vigentes entonces en aquellos lugares, con sus propias concepciones del mundo, la mayoría de corte ateísta-, un acontecimiento bastante atractivo, al extremo de que se torna ineludible, es la figura de Mahatma Gandhi, el líder de la India que con sus tesis de la resistencia no violenta, consiguió que los británicos le concedieran la independencia a ese país, después de cien y poco más años de colonización. La opción pacifista alentada por este abogado nacido en Porbandar ha sido vista en muchas culturas occidentales como un paradigma que sólo podía surgir en el seno de una nación que apenas consigue disimular su pobreza y su desigualdad social detrás de una sarta de místicos y santones, cuyos antepasados dieron origen a tres de las corrientes espirituales mejor evaluadas hoy por la humanidad: el budismo, el jainismo y el brahmanismo.
Sin embargo, y sin dejar de considerar los méritos de Gandhi -que le debieron haber significado la obtención del Nobel de la Paz-, no resulta menos interesante revisar la biografía de este intelectual, con el propósito de lograr una información más detallada y exacta de sus vínculos con los clichés occidentales que a menudo se citan sobre la India. Primero, es preciso señalar que no profesaba ninguna de las religiones listadas al final del párrafo anterior, las cuales prácticamente se ejecutan sólo dentro de monasterios, los cuales, por un asunto doctrinal y a despecho de que los miembros de algunos de estos recintos llevan a cabo labores de beneficencia con la gente común-, suelen como medida general situarse muy alejados de las concentraciones incluso más pequeñas de población. Fuera de que todos estos credos tienen una extensión insignificante dentro del país del Mahatma, quien al igual que casi todos sus familiares y vecinos, era hindú, la corriente ampliamente más masiva y tradicional -incluso oficial-, que es comparable más bien al paganismo politeísta de Grecia, Roma o Mesopotamia. El propio líder nacionalista se ganó la antipatía de sus correligionarios tras criticar una institución considerada sagrada como era el sistema de castas, y los bajos niveles de tolerancia que exhibían hacia otros grupos, como los musulmanes, los sikh, los cristianos y las mismas tendencias que tanto obnubilan a europeos y norteamericanos. Y tal parece que sus semejantes no aceptaron con mucha convicción ese mensaje de paz, pues no olvidemos que Gandhi acabó asesinado por un feligrés fanático, justamente, del hinduismo.
En realidad, el Mahatma jamás habría desarrollado su pensamiento de no haber tomado contacto con fuentes occidentales o de raigambre cristiana. En su juventud fue un lector asiduo de Leo Tolstoi, escritor conocido, aparte de sus libros, por sus trazas de misticismo ortodoxo. De hecho existe una copiosa correspondencia que se dio entre ambos. Luego viajó a Sudáfrica, donde, aún en clave negativa, recibió una certera lección sobre segregación -fue echado a patadas de un tren que estaba reservado sólo para los blancos-. Y se estableció durante un buen tiempo en Inglaterra, ya que consideraba a sus dominadores como la cuna y el centro de la cultura mundial. Fue en la metrópoli, de hecho, donde culminó sus estudios en leyes, y donde terminó por solidificar y sintetizar las ideas en favor de su pueblo y en contra precisamente de los colonizadores. Si Gandhi expresa tales palabras de admiración por los británicos, que recordemos eran el yugo de su nación, es obvio que se dejó empapar por los aportes que el archipiélago europeo le ha entregado al conocimiento universal. Muchos de los cuales se enmarcan en una órbita eminentemente configurada por la enseñanzas de los evangelios, donde Jesús promueve la libertad de conciencia y la resistencia pacífica, conductas que se hallan en la base de la gesta del líder indio. Ni Buda, ni cualquier otro de los iniciadores de religiones que han existido en el subcontinente asiático elaboraron una propuesta semejante, ya que sus concepciones se fundamentaban más bien en la búsqueda de la perfección ascética personal, en lugar de la consideración del prójimo.
En resumen, Gandhi era una persona que profesaba una determinada religión, el hinduismo; pero que no sintió miedo de dejarse influenciar por visiones de la humanidad que eran ajenas a su credo, entre ellas las cristianas. De seguro que, como instruido que era, leyó a muchos pensadores occidentales, y como sugiere el apóstol Pablo, examinó todo y retuvo lo bueno. Hay claros elementos del Nuevo Testamento en muchos de sus discursos, los cuales jamás habrían sido de esa manera, de haberse mantenido en su formación mística tradicional. Con lo que puede afirmarse, que en cierta forma, le recordó a un puñado contundente de discípulos del camino, el significado de uno que otro versículo de la Biblia. Algo que, de acuerdo, guarda una interesante relación con eso del interés por el exotismo -el mismo que hoy ciertos europeos y americanos sienten por la cultura de la India-. Pero que ha sido recogido con eficacia por hermanos de este lado de la fe quienes también han contribuido a elevar el nivel espiritual, en este caso, de los cristianos. Como el pastor bautista Martin Luther King, quien siempre señaló haberse inspirado en el Mahatma.
Sin embargo, y sin dejar de considerar los méritos de Gandhi -que le debieron haber significado la obtención del Nobel de la Paz-, no resulta menos interesante revisar la biografía de este intelectual, con el propósito de lograr una información más detallada y exacta de sus vínculos con los clichés occidentales que a menudo se citan sobre la India. Primero, es preciso señalar que no profesaba ninguna de las religiones listadas al final del párrafo anterior, las cuales prácticamente se ejecutan sólo dentro de monasterios, los cuales, por un asunto doctrinal y a despecho de que los miembros de algunos de estos recintos llevan a cabo labores de beneficencia con la gente común-, suelen como medida general situarse muy alejados de las concentraciones incluso más pequeñas de población. Fuera de que todos estos credos tienen una extensión insignificante dentro del país del Mahatma, quien al igual que casi todos sus familiares y vecinos, era hindú, la corriente ampliamente más masiva y tradicional -incluso oficial-, que es comparable más bien al paganismo politeísta de Grecia, Roma o Mesopotamia. El propio líder nacionalista se ganó la antipatía de sus correligionarios tras criticar una institución considerada sagrada como era el sistema de castas, y los bajos niveles de tolerancia que exhibían hacia otros grupos, como los musulmanes, los sikh, los cristianos y las mismas tendencias que tanto obnubilan a europeos y norteamericanos. Y tal parece que sus semejantes no aceptaron con mucha convicción ese mensaje de paz, pues no olvidemos que Gandhi acabó asesinado por un feligrés fanático, justamente, del hinduismo.
En realidad, el Mahatma jamás habría desarrollado su pensamiento de no haber tomado contacto con fuentes occidentales o de raigambre cristiana. En su juventud fue un lector asiduo de Leo Tolstoi, escritor conocido, aparte de sus libros, por sus trazas de misticismo ortodoxo. De hecho existe una copiosa correspondencia que se dio entre ambos. Luego viajó a Sudáfrica, donde, aún en clave negativa, recibió una certera lección sobre segregación -fue echado a patadas de un tren que estaba reservado sólo para los blancos-. Y se estableció durante un buen tiempo en Inglaterra, ya que consideraba a sus dominadores como la cuna y el centro de la cultura mundial. Fue en la metrópoli, de hecho, donde culminó sus estudios en leyes, y donde terminó por solidificar y sintetizar las ideas en favor de su pueblo y en contra precisamente de los colonizadores. Si Gandhi expresa tales palabras de admiración por los británicos, que recordemos eran el yugo de su nación, es obvio que se dejó empapar por los aportes que el archipiélago europeo le ha entregado al conocimiento universal. Muchos de los cuales se enmarcan en una órbita eminentemente configurada por la enseñanzas de los evangelios, donde Jesús promueve la libertad de conciencia y la resistencia pacífica, conductas que se hallan en la base de la gesta del líder indio. Ni Buda, ni cualquier otro de los iniciadores de religiones que han existido en el subcontinente asiático elaboraron una propuesta semejante, ya que sus concepciones se fundamentaban más bien en la búsqueda de la perfección ascética personal, en lugar de la consideración del prójimo.
En resumen, Gandhi era una persona que profesaba una determinada religión, el hinduismo; pero que no sintió miedo de dejarse influenciar por visiones de la humanidad que eran ajenas a su credo, entre ellas las cristianas. De seguro que, como instruido que era, leyó a muchos pensadores occidentales, y como sugiere el apóstol Pablo, examinó todo y retuvo lo bueno. Hay claros elementos del Nuevo Testamento en muchos de sus discursos, los cuales jamás habrían sido de esa manera, de haberse mantenido en su formación mística tradicional. Con lo que puede afirmarse, que en cierta forma, le recordó a un puñado contundente de discípulos del camino, el significado de uno que otro versículo de la Biblia. Algo que, de acuerdo, guarda una interesante relación con eso del interés por el exotismo -el mismo que hoy ciertos europeos y americanos sienten por la cultura de la India-. Pero que ha sido recogido con eficacia por hermanos de este lado de la fe quienes también han contribuido a elevar el nivel espiritual, en este caso, de los cristianos. Como el pastor bautista Martin Luther King, quien siempre señaló haberse inspirado en el Mahatma.
domingo, 16 de octubre de 2011
En Las Manos de Jamenei
Hace unos días atrás, se conoció la noticia de que el gobierno iraní decidió dejar en manos del ayatolá Jamenei, la confirmación o rectificación acerca de la condena a muerte que un tribunal eclesiástico de aquel país le impuso al pastor evangélico Yousef Nadarkhani, acusado de apostasía por haberse convertido desde el islam, delito que por allá conlleva la pena capital. Muchos cristianos, no sólo reformados, han recibido con mesurada alegría este anuncio, pues podría ser una señal positiva, en el supuesto de que en Teherán han sentido la presión internacional frente a una determinación que, en bastantes lugares del mundo, es vista como una aberración inaceptable, y que de llevarla a efecto, les significaría a las autoridades persas un nuevo ladrillo en su ya muy amurallado aislamiento diplomático. Aunque, es necesario recordarlo, de este tipo de personas se puede esperar cualquier cosa, incluso que finalmente ejecuten al líder espiritual, tal como lo hacen esos villanos inmisericordes que tanto gusta mostrar Hollywood, varios de los cuales -más por una motivación ideológica que un intento genuino de acercarse a la realidad- justamente son musulmanes.
¿Cuál sería el propósito de remitir a la máxima autoridad religiosa un asunto que para cualquiera que haya sido formado bajo los principios de la democracia occidental, debiera circunscribirse exclusivamente a un tribunal civil? Para empezar, no olvidemos que, producto del ordenamiento jurídico y político que surgió en Irán a partir de los acontecimientos de 1979, el ayatolá no es sólo la principal representación eclesiástica del país, sino que además funge como jefe de Estado, en lo que conforma una curiosa monarquía constitucional teocrática. Bajo dicha premisa, una corte islámica tendría tantas o más competencias que una común; o cuando menos le correspondería a aquella clase de magistrados decidir sobre cuestiones que de acuerdo a los convencionalismos más tradicionales, atañen al ámbito de un credo, como por ejemplo los asuntos morales. O por ejemplo -que resulta mucho más aclarador- la actitud de cambiar de religión. Y sería esperable que si la abandonada es la oficial -es decir, la única con la facultad de emitir fallos con valor judicial-, el virtual involucrado recibirá una drástica condena. Así ha ocurrido no sólo con los países musulmanes que mantienen esta forma de legislación, sino también con budistas, cristianos de todas las estirpes -sólo recordar las hogueras, que no fueron un patrimonio exclusivo de la inquisición católica-, paganos -la pena a muerte que se le impuso a Sócrates se apoyaba en acusaciones de índole religiosa- y hasta ateos -no pensando únicamente en los comunistas, sino también en propuestas nacidas en el ámbito del escepticismo científico, como las de Richard Dawkins-.
Pero volviendo al tema inicial. Jamenei está por encima de todas las demás autoridades, que además en Irán se eligen mediante sufragio universal. Lo cual ocurre porque no es ni más ni menos que el principal nuncio de Alá en la Tierra. Detalle que le permite presentarse como un rey. Y al respecto, ya sabemos que las monarquías seculares de cualquier parte del mundo, siempre han utilizado el pretexto del mandato divino. Ventaja que siempre es confirmada por la máxima autoridad de la religión mayoritaria, que consagra al gobernante. Luego, cabe sólo imaginar el poder que ganaría quien ya no es coronado por un líder espiritual, porque él mismo ostenta ese cargo y a consecuencia de ello se debe colocar por encima de todo otro regente. En las teocracias no es la jefatura de Estado la que protege al credo oficial, sino que es dicho credo quien está llamado a cubrir a los ciudadanos. Proceso que de igual modo acaece bajo los parámetros del ordenamiento jurídico iraní. Para empezar, cabe acotar que fueron los clérigos musulmanes y no los magistrados civiles los que condenaron a este pastor a muerte, lo que convierte a la intervención del ayatolá en un camino lógico. Pues además, en otro aspecto que caracteriza a estos regímenes, el mayor emisario de los dioses cuenta con la capacidad de decidir sobre la vida o la muerte de los demás seres humanos.
En esto último también reside un cierto grado de astucia. Si Jamenei opta por obligar a cumplir la sentencia, será alabado por los musulmanes extremistas -y una buena porción de los islámicos en general- pues de seguro cumplió con los dictámenes de Alá, que como buena entidad suprema suele tomar decisiones que resultan absurdas, incomprensible o dolorosas para las personas comunes. Pero si la anula, tanto su figura como la del gobierno iraní tendrán una consideración más positiva de parte de la comunidad internacional, la cual olvidará por algún tiempo que en ese país subsisten aberraciones como ésta, que además se reproducen en otros casos que no trascienden a la prensa. El ayatolá será visto como una autoridad misericordiosa y razonable, en contraste con los mandos medios que por su inexperiencia o falta de espiritualidad suelen actuar con excesivo celo, lo que a la larga constituirá un triunfo mediático, y reforzará su condición de guía para todos los ciudadanos pedestres persas con todo lo que aquello significa. Situaciones que los cristianos, y muy a pesar de nuestros hermanos sitos en Irán, que son una minoría significativa, al final pasaremos por alto, producto del alivio que genera el analgésico de la liberación, conseguido tras un arduo sacrificio, después del cual el organismo sólo pide descanso. Y eso nunca debió haber sido así, en especial porque este pastor llevaba dos años encarcelado, tiempo en el que las distintas iglesias no hicieron mucho para revertir su situación, así como tampoco los gobiernos que dicen confiar en Dios, al menos cada vez que efectúan una transacción pecuniaria. Recién la coyuntura actual forzó a varios a levantarse de sus bancas y clamar porque este bochorno no se consume. Aunque al parecer ha dado pie para delirios incomprensibles, como los del presidente de Estados Unidos, quien aseguró que los servicios secretos de su administración descubrieron un complot para cometer atentados terroristas y asesinatos de embajadores en territorio norteamericano, tramado por el mismísimo régimen de Irán, y urdiendo una madeja que resulta más rebuscada que compleja, y sobre la cual no hay mayores datos. Jesús no está para falsedades, sino para superar las injusticias.
¿Cuál sería el propósito de remitir a la máxima autoridad religiosa un asunto que para cualquiera que haya sido formado bajo los principios de la democracia occidental, debiera circunscribirse exclusivamente a un tribunal civil? Para empezar, no olvidemos que, producto del ordenamiento jurídico y político que surgió en Irán a partir de los acontecimientos de 1979, el ayatolá no es sólo la principal representación eclesiástica del país, sino que además funge como jefe de Estado, en lo que conforma una curiosa monarquía constitucional teocrática. Bajo dicha premisa, una corte islámica tendría tantas o más competencias que una común; o cuando menos le correspondería a aquella clase de magistrados decidir sobre cuestiones que de acuerdo a los convencionalismos más tradicionales, atañen al ámbito de un credo, como por ejemplo los asuntos morales. O por ejemplo -que resulta mucho más aclarador- la actitud de cambiar de religión. Y sería esperable que si la abandonada es la oficial -es decir, la única con la facultad de emitir fallos con valor judicial-, el virtual involucrado recibirá una drástica condena. Así ha ocurrido no sólo con los países musulmanes que mantienen esta forma de legislación, sino también con budistas, cristianos de todas las estirpes -sólo recordar las hogueras, que no fueron un patrimonio exclusivo de la inquisición católica-, paganos -la pena a muerte que se le impuso a Sócrates se apoyaba en acusaciones de índole religiosa- y hasta ateos -no pensando únicamente en los comunistas, sino también en propuestas nacidas en el ámbito del escepticismo científico, como las de Richard Dawkins-.
Pero volviendo al tema inicial. Jamenei está por encima de todas las demás autoridades, que además en Irán se eligen mediante sufragio universal. Lo cual ocurre porque no es ni más ni menos que el principal nuncio de Alá en la Tierra. Detalle que le permite presentarse como un rey. Y al respecto, ya sabemos que las monarquías seculares de cualquier parte del mundo, siempre han utilizado el pretexto del mandato divino. Ventaja que siempre es confirmada por la máxima autoridad de la religión mayoritaria, que consagra al gobernante. Luego, cabe sólo imaginar el poder que ganaría quien ya no es coronado por un líder espiritual, porque él mismo ostenta ese cargo y a consecuencia de ello se debe colocar por encima de todo otro regente. En las teocracias no es la jefatura de Estado la que protege al credo oficial, sino que es dicho credo quien está llamado a cubrir a los ciudadanos. Proceso que de igual modo acaece bajo los parámetros del ordenamiento jurídico iraní. Para empezar, cabe acotar que fueron los clérigos musulmanes y no los magistrados civiles los que condenaron a este pastor a muerte, lo que convierte a la intervención del ayatolá en un camino lógico. Pues además, en otro aspecto que caracteriza a estos regímenes, el mayor emisario de los dioses cuenta con la capacidad de decidir sobre la vida o la muerte de los demás seres humanos.
En esto último también reside un cierto grado de astucia. Si Jamenei opta por obligar a cumplir la sentencia, será alabado por los musulmanes extremistas -y una buena porción de los islámicos en general- pues de seguro cumplió con los dictámenes de Alá, que como buena entidad suprema suele tomar decisiones que resultan absurdas, incomprensible o dolorosas para las personas comunes. Pero si la anula, tanto su figura como la del gobierno iraní tendrán una consideración más positiva de parte de la comunidad internacional, la cual olvidará por algún tiempo que en ese país subsisten aberraciones como ésta, que además se reproducen en otros casos que no trascienden a la prensa. El ayatolá será visto como una autoridad misericordiosa y razonable, en contraste con los mandos medios que por su inexperiencia o falta de espiritualidad suelen actuar con excesivo celo, lo que a la larga constituirá un triunfo mediático, y reforzará su condición de guía para todos los ciudadanos pedestres persas con todo lo que aquello significa. Situaciones que los cristianos, y muy a pesar de nuestros hermanos sitos en Irán, que son una minoría significativa, al final pasaremos por alto, producto del alivio que genera el analgésico de la liberación, conseguido tras un arduo sacrificio, después del cual el organismo sólo pide descanso. Y eso nunca debió haber sido así, en especial porque este pastor llevaba dos años encarcelado, tiempo en el que las distintas iglesias no hicieron mucho para revertir su situación, así como tampoco los gobiernos que dicen confiar en Dios, al menos cada vez que efectúan una transacción pecuniaria. Recién la coyuntura actual forzó a varios a levantarse de sus bancas y clamar porque este bochorno no se consume. Aunque al parecer ha dado pie para delirios incomprensibles, como los del presidente de Estados Unidos, quien aseguró que los servicios secretos de su administración descubrieron un complot para cometer atentados terroristas y asesinatos de embajadores en territorio norteamericano, tramado por el mismísimo régimen de Irán, y urdiendo una madeja que resulta más rebuscada que compleja, y sobre la cual no hay mayores datos. Jesús no está para falsedades, sino para superar las injusticias.
domingo, 9 de octubre de 2011
Marchando Detrás de la Gran Ramera
Hace algo más de una semana, la Conferencia Episcopal -asamblea que reúne a los obispados católicos-emitió una dura condena contra dos proyectos de ley ingresados un tiempo antes al Congreso y cuya discusión ha tomado vuelo no sólo entre los parlamentarios, sino en la sociedad en general: la reposición del llamado aborto terapéutico y el acuerdo de vida en pareja que le daría una existencia jurídica a las relaciones entre convivientes no casados, ya fuesen heterosexuales u homosexuales. Una acción que no debiera causar extrañeza, pues en cada oportunidad que se presenta una iniciativa que promueve un nivel mayor de igualdad o de libertad de conciencia entre las personas, las autoridades romanistas se hacen presentes, con el propósito de lanzar sus violentas y amenazantes diatribas, buscando aglutinar a sus aliados en la política y el poder económico, para que este tipo de debates sean cortados de raíz y sepultados a la brevedad, a fin de evitar que una ola de relativismo barra con la población de la misma forma que lo hizo el tsunami de 2010, que de paso arrase con sus privilegios. Y esto no sólo en el campo de la moralina: baste recordar la sarta de objeciones que le han hecho al movimiento estudiantil y sus demandas en favor de una educación menos lucrativa y más horizontal.
Sin embargo, la gran novedad -que desconcertó a varios grupos de los más diversos quehaceres- fue que en esta ocasión los prelados romanistas se preocuparon de no actuar, o cuando menos, de no dar la sensación de que actúan solos. Para ello, y en un hecho sin precedentes (al menos en cuanto a imagen frente a los medios de comunicación), en la conferencia de prensa que ofrecieron, aparecieron flanqueados por los principales dirigentes de un amplio abanico de iglesias y federaciones evangélicas, incluyendo organismos con finalidad claramente aglutinante, como el Consejo de Pastores. Muchos interpretaron este fenómeno como una búsqueda desesperada de respaldo por parte de los papistas, que han perdido una significativa cuota de credibilidad debido a los múltiples escándalos de abusos sexuales que en el último tiempo han salido a la luz, situación que además parece estar muy lejos de agotarse (por estos días, se ha conocido una acusación contra el sacerdote Cristián Precht, en el pasado miembro de la sobre valorada Vicaría de la Solidaridad). Ante lo cual, han optado por recurrir a los honestos pero ingenuos "hermanos separados", olvidando que pertenecen a una herejía perniciosa, que ha engendrado un sinnúmero de sectas destructivas; pero que evidencia un crecimiento exponencial en los estratos populares, mientras la adhesión al catolicismo disminuye de manera preocupante. Después de todo, existen reformados que son igual o incluso más homofóbicos, como lo demostró el pastor Edito Espinoza en su intervención en el tedeum de septiembre.
Que los obispos deban recurrir a los cristianos evangélicos, desde cierto punto de vista puede constituir un aspecto positivo. Estarían empezando a darse cuenta del aporte que estos hermanos le están entregando a la sociedad, y no sólo en aspectos relacionados con lo espiritual o la fe. Sin embargo, este cierre de filas de parte de los líderes reformados, por usar un calificativo suave, constituye un bochorno inadmisible y hasta aberrante y vergonzoso. Sin duda, en más de una ocasión estos pastores han empleado los púlpitos para advertir a los fieles de los peligros que significaría la sola amistad con un católico, llamando de paso a romper todo lazo que podría atarlos con algún no convertido, ya que con ellos se corre el riesgo de producirse una contaminación doctrinal. Existen congregaciones que castigan con un alto nivel de severidad a aquellos integrantes que mantienen algún vínculo, por mínimo que fuese, con una persona de orientación secular. Más aún: predicadores de distintos orígenes incitan a los padres a golpear a sus hijos si detectan el menor foco de influencia de parte de un conocido que pertenece "al mundo". En varias ocasiones se exige rechazar a los teólogos romanistas, independiente de sus aportes -algunos usados de manera inconsciente por sus mismos detractores- porque se trata de simples filosofías paganas y huecas. No debe haber consideraciones ni excepciones: la iglesia católica es una gran ramera, inspirada por el diablo, regida por anticristos, capaz sólo de conducir a la perdición. Y agreguemos que, con los antecedentes históricos, como la inquisición y las masacres en contra de grupos que abrazaron la Reforma, no se puede estar sino de acuerdo con tales conclusiones. En especial, si la discriminación y el rechazo de los papistas continúa siendo fuerte también en la actualidad, como lo atestiguan las recientes referencias de Ratzinger acerca de los pentecostales.
No obstante, todas aquellas llamadas de atención, son borradas de un plumazo con el propósito de aparecer ante las cámaras como defensores de una moralidad imprescindible para el normal desarrollo de la patria. Aunque la participación se restrinja a permanecer de pie y en segundo plano, como guardaespaldas de un comunicado en el cual apenas se metió mano. Ya quedó señalado al comienzo de este artículos: muchos cristianos evangélicos son ingenuos y manejan escasa información, por lo que no discurren en imaginar que tras esta invitación de los obispos, en la que de seguro han visto una intención de los católicos en aras de enmendar el rumbo y actuar como auténticos seguidores de Jesús, en circunstancias de que sólo se trata de una utilización interesada con el propósito de mantener el pellejo a flote, la cual será desechada cuando ya no sea necesaria. Sin embargo, no se puede dejar de agregar que obraron de un modo abyecto y vergonzoso. De seguro que más de alguno de estos pastores, ha castigado a uno de sus vástagos o ha reprimido con energía a un fiel sospechoso de presentar conductas moderadas con respecto al dogma romanista o ha rescatado las labores de caridad promovidas por integrantes de dicho credo. Pero cuando quedan frente a esos sacerdotes que tanto atacan al interior de sus templos, ejercen como verdaderos bravucones cobardes, que ante una fuerza apenas intimidatoria agachan la voz. Bueno: si la finalidad de una carta conjunta, o mejor dicho consensuada, es atacar a un tercer colectivo, aún más débil y minoritario, o menos estructurado, como es el caso de los homosexuales, a veces hasta se bendicen los apretones de manos.
domingo, 2 de octubre de 2011
La Esvástica y los Nazis
La adopción de la esvástica, o cruz gamada, por parte de los nazis, es un asunto que ha impulsado toda clase de especulaciones. Algunos aseveran que su empleo responde a un intento por representar la ideología de los nacionalsocialistas, que estaría cargada de un cierto misticismo, pues este símbolo proviene de la religión hindú. Los seguidores más incondicionales de Adolf Hitler, entretanto, afirman que constituye una prueba del supuesto alto nivel de cultura que ostentaban los jerarcas de este movimiento político, que además, y a despecho de su antisemitismo y su desprecio por los gitanos, estaba abierto a aceptar todas las etnias posibles. No es el único antecedente del que se sirven para asegurar tal situación, pues agregan que durante la Alemania inmediatamente anterior a la guerra, se construyeron un sinnúmero de monumentos y obras arquitectónicas que recordaban a las civilizaciones griega y romana, algunas de las cuales aún sobreviven en la actualidad.
La realidad es que, para todo aquel que maneja siquiera un poco de información, desde el principio estas teorías resultan tan risibles que la representación que Charles Chaplin hace de Hitler en su filme "El Gran Dictador". Para empezar, es una perogrullada confirmar que ni el máximo líder del nazismo ni sus contemporáneos fueron capaces de elaborar un tratado contundente de su ideología, que resultara aceptable desde el punto de vista crítico o cuando menos resistiera el análisis más elemental. La única obra escrita que se acerca a ello -o mejor dicho, que se ha intentado vender como tal por sus lectores más entusiastas-, el "Mein Kampf" no es más que una sarta de declaraciones puramente emotivas, absolutas, delirantes e imposibles de confirmar, propias de un fanático sectario, o de un político que intenta ganar las elecciones a costa de un discurso repleto de frases clichés. La interpretación que se hace de los textos de Friederich Nietzche es claramente superficial y antojadiza, cosa que queda al descubierto con sólo oír una conferencia de un entendido en ese filósofo, a quien parece se asieron porque querían presentarse como un grupo sustentado en un paradigma. Aparte de que los escritos del "deicida", hoy se conoce que fueron tergiversados por ciertos herederos que justamente simpatizaban con movimientos racistas y antisemitas. Por otro lado, Martin Heiddeger, si bien adhirió al nacionalsocialismo, siempre separó aguas entre su filiación y su pensamiento, al punto de que ni los devotos más extremos de Adolf han sido capaces de hallar una mención incluso lejana que pueda calzar con las diatribas de su ídolo. Muy distinto al caso de, por ejemplo, los comunistas, basados en las conclusiones de Marx y Engels, cuya importancia ha sido reconocida hasta por quienes no comparten esa forma de pensamiento, y que además han disfrutado de otros teóricos en tiempos posteriores.
El nazismo es, antes que nada, la megalomanía de un recluta austriaco que buscaba de manera afanosa ser famoso y reconocido, y que aprovechó la precaria situación en la que se encontraba Alemania tras la Primera Guerra Mundial. Por mucho que algunos insistan en que no se debe caer en el recurso fácil de concluir que Hitler era un absurdo demente, la verdad es que los datos siempre acaban por inclinar la balanza hacia ese tipo de sentencias. Y todas las investigaciones que rodean este asunto de la adopción de la esvástica así lo evidencian. Aquella cruz era muy popular en la Europa del siglo XX, gracias a la divulgación que los ingleses hacían de la cultura de la India, a la sazón su colonia. Sabido es que Robert Baden-Powell, el fundador del escultismo, la colocó como emblema de esa organización junto a la flor de lis, mientras que Rudyard Kipling la utilizaba como portada para sus libros. En el viejo mundo, todavía existen edificios públicos, museos, recintos deportivos, templos y hasta sinagogas cuyos pisos, techos o paredes están adornados con motivos de la gamada. Fuera de que existen versiones de la misma en distintas partes del globo y que poseen una antigüedad ancestral. Agregado a eso, cabe señalar que en la publicidad de entonces, incluso en Chile, aparecía en una gran cantidad de anuncios. Para una ideología de aspiraciones totalitarias, liderada por un mentor que deseaba reunir a la mayor cantidad de adeptos en el tiempo más corto posible, con unos planteamientos, reiteremos, puramente emotivos, apropiarse de un símbolo que probablemente ya estaba instalado en el subconsciente de miles de personas, era una oportunidad que no debía dejarse pasar. Algo muy similar aconteció con el antisemitismo, que es un sentimiento muy extendido en las regiones centrales europeas, donde es acompañado por la superstición y la ignorancia. Le resultaba gratis a Hitler afirmar que los judíos tenían la culpa de los males del pueblo, porque ya muchos lo consideraban así.
Es cierto que la caricatura que se hace de los jerarcas nazis no corresponde a la realidad, porque efectivamente, muchos eran personas cultas. Pero una cosa es manejar información, y otras muy diferentes son la erudicción y la creatividad. Y el nacionalsocialismo jamás desarrolló esas últimas dos. Nunca hubo una abundante producción artística durante aquel periodo en Alemania, al menos incentivado desde la ideología o centrado en ella. Para la posteridad sólo han quedado unas cuantas películas de Leni Riefenstahl -excelente cineasta, hay que admitirlo- y algunos diseñadores de afiches. Sí existió un interesante número de científicos, físicos y técnicos de alta talla que trabajaron para el régimen, como Wernher von Braun, quien después dirigiría el programa espacial de la NASA. Pero hay que recordar que esas formas de conocimiento actúan sobre fórmulas probadas en desmedro de la invención desde la nada o del riesgo intelectual, al contrario de lo que ocurre con la filosofía o el arte. Además la ciencia, en cuanto trata de extraer conclusiones que sean universalmente válidas en todo tiempo o lugar, prefiere desligarse de asuntos que generen controversia, pues se supone que sus aplicaciones son infalibles. Que la Tierra es redonda o que el agua esté integrada por dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno, es algo que jamás se objetará, ni siquiera se discutirá en un determinado foro. Aunque cabría acotar que los planteamientos racistas de Hitler se apoyaban en seudociencias. Tal vez por eso buscaba ser considerado merced a un misticismo discutible que en épocas posteriores ha dado pie al nacimiento de bazofias esotéricas como el Rosacruz, la Nueva Era o los insufribles libros de Miguel Serrano.
La realidad es que, para todo aquel que maneja siquiera un poco de información, desde el principio estas teorías resultan tan risibles que la representación que Charles Chaplin hace de Hitler en su filme "El Gran Dictador". Para empezar, es una perogrullada confirmar que ni el máximo líder del nazismo ni sus contemporáneos fueron capaces de elaborar un tratado contundente de su ideología, que resultara aceptable desde el punto de vista crítico o cuando menos resistiera el análisis más elemental. La única obra escrita que se acerca a ello -o mejor dicho, que se ha intentado vender como tal por sus lectores más entusiastas-, el "Mein Kampf" no es más que una sarta de declaraciones puramente emotivas, absolutas, delirantes e imposibles de confirmar, propias de un fanático sectario, o de un político que intenta ganar las elecciones a costa de un discurso repleto de frases clichés. La interpretación que se hace de los textos de Friederich Nietzche es claramente superficial y antojadiza, cosa que queda al descubierto con sólo oír una conferencia de un entendido en ese filósofo, a quien parece se asieron porque querían presentarse como un grupo sustentado en un paradigma. Aparte de que los escritos del "deicida", hoy se conoce que fueron tergiversados por ciertos herederos que justamente simpatizaban con movimientos racistas y antisemitas. Por otro lado, Martin Heiddeger, si bien adhirió al nacionalsocialismo, siempre separó aguas entre su filiación y su pensamiento, al punto de que ni los devotos más extremos de Adolf han sido capaces de hallar una mención incluso lejana que pueda calzar con las diatribas de su ídolo. Muy distinto al caso de, por ejemplo, los comunistas, basados en las conclusiones de Marx y Engels, cuya importancia ha sido reconocida hasta por quienes no comparten esa forma de pensamiento, y que además han disfrutado de otros teóricos en tiempos posteriores.
El nazismo es, antes que nada, la megalomanía de un recluta austriaco que buscaba de manera afanosa ser famoso y reconocido, y que aprovechó la precaria situación en la que se encontraba Alemania tras la Primera Guerra Mundial. Por mucho que algunos insistan en que no se debe caer en el recurso fácil de concluir que Hitler era un absurdo demente, la verdad es que los datos siempre acaban por inclinar la balanza hacia ese tipo de sentencias. Y todas las investigaciones que rodean este asunto de la adopción de la esvástica así lo evidencian. Aquella cruz era muy popular en la Europa del siglo XX, gracias a la divulgación que los ingleses hacían de la cultura de la India, a la sazón su colonia. Sabido es que Robert Baden-Powell, el fundador del escultismo, la colocó como emblema de esa organización junto a la flor de lis, mientras que Rudyard Kipling la utilizaba como portada para sus libros. En el viejo mundo, todavía existen edificios públicos, museos, recintos deportivos, templos y hasta sinagogas cuyos pisos, techos o paredes están adornados con motivos de la gamada. Fuera de que existen versiones de la misma en distintas partes del globo y que poseen una antigüedad ancestral. Agregado a eso, cabe señalar que en la publicidad de entonces, incluso en Chile, aparecía en una gran cantidad de anuncios. Para una ideología de aspiraciones totalitarias, liderada por un mentor que deseaba reunir a la mayor cantidad de adeptos en el tiempo más corto posible, con unos planteamientos, reiteremos, puramente emotivos, apropiarse de un símbolo que probablemente ya estaba instalado en el subconsciente de miles de personas, era una oportunidad que no debía dejarse pasar. Algo muy similar aconteció con el antisemitismo, que es un sentimiento muy extendido en las regiones centrales europeas, donde es acompañado por la superstición y la ignorancia. Le resultaba gratis a Hitler afirmar que los judíos tenían la culpa de los males del pueblo, porque ya muchos lo consideraban así.
Es cierto que la caricatura que se hace de los jerarcas nazis no corresponde a la realidad, porque efectivamente, muchos eran personas cultas. Pero una cosa es manejar información, y otras muy diferentes son la erudicción y la creatividad. Y el nacionalsocialismo jamás desarrolló esas últimas dos. Nunca hubo una abundante producción artística durante aquel periodo en Alemania, al menos incentivado desde la ideología o centrado en ella. Para la posteridad sólo han quedado unas cuantas películas de Leni Riefenstahl -excelente cineasta, hay que admitirlo- y algunos diseñadores de afiches. Sí existió un interesante número de científicos, físicos y técnicos de alta talla que trabajaron para el régimen, como Wernher von Braun, quien después dirigiría el programa espacial de la NASA. Pero hay que recordar que esas formas de conocimiento actúan sobre fórmulas probadas en desmedro de la invención desde la nada o del riesgo intelectual, al contrario de lo que ocurre con la filosofía o el arte. Además la ciencia, en cuanto trata de extraer conclusiones que sean universalmente válidas en todo tiempo o lugar, prefiere desligarse de asuntos que generen controversia, pues se supone que sus aplicaciones son infalibles. Que la Tierra es redonda o que el agua esté integrada por dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno, es algo que jamás se objetará, ni siquiera se discutirá en un determinado foro. Aunque cabría acotar que los planteamientos racistas de Hitler se apoyaban en seudociencias. Tal vez por eso buscaba ser considerado merced a un misticismo discutible que en épocas posteriores ha dado pie al nacimiento de bazofias esotéricas como el Rosacruz, la Nueva Era o los insufribles libros de Miguel Serrano.
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