domingo, 23 de octubre de 2011

Lo Que Hizo Grande Al Alma Grande

Para quienes sienten atracción por las llamadas religiones orientales -entendidas como el conjunto de doctrinas creadas hacia los siglos noveno y quinto antes de Cristo, en la región comprendida entre Afganistán y Japón, por pensadores que mezclaron aspectos de los credos folclóricos vigentes entonces en aquellos lugares, con sus propias concepciones del mundo, la mayoría de corte ateísta-, un acontecimiento bastante atractivo, al extremo de que se torna ineludible, es la figura de Mahatma Gandhi, el líder de la India que con sus tesis de la resistencia no violenta, consiguió que los británicos le concedieran la independencia a ese país, después de cien y poco más años de colonización. La opción pacifista alentada por este abogado nacido en Porbandar ha sido vista en muchas culturas occidentales como un paradigma que sólo podía surgir en el seno de una nación que apenas consigue disimular su pobreza y su desigualdad social detrás de una sarta de místicos y santones, cuyos antepasados dieron origen a tres de las corrientes espirituales mejor evaluadas hoy por la humanidad: el budismo, el jainismo y el brahmanismo.

Sin embargo, y sin dejar de considerar los méritos de Gandhi -que le debieron haber significado la obtención del Nobel de la Paz-, no resulta menos interesante revisar la biografía de este intelectual, con el propósito de lograr una información más detallada y exacta de sus vínculos con los clichés occidentales que a menudo se citan sobre la India. Primero, es preciso señalar que no profesaba ninguna de las religiones listadas al final del párrafo anterior, las cuales prácticamente se ejecutan sólo dentro de monasterios, los cuales, por un asunto doctrinal y a despecho de que los miembros de algunos de estos recintos llevan a cabo labores de beneficencia con la gente común-, suelen como medida general situarse muy alejados de las concentraciones incluso más pequeñas de población. Fuera de que todos estos credos tienen una extensión insignificante dentro del país del Mahatma, quien al igual que casi todos sus familiares y vecinos, era hindú, la corriente ampliamente más masiva y tradicional -incluso oficial-, que es comparable más bien al paganismo politeísta de Grecia, Roma o Mesopotamia. El propio líder nacionalista se ganó la antipatía de sus correligionarios tras criticar una institución considerada sagrada como era el sistema de castas, y los bajos niveles de tolerancia que exhibían hacia otros grupos, como los musulmanes, los sikh, los cristianos y las mismas tendencias que tanto obnubilan a europeos y norteamericanos. Y tal parece que sus semejantes no aceptaron con mucha convicción ese mensaje de paz, pues no olvidemos que Gandhi acabó asesinado por un feligrés fanático, justamente, del hinduismo.

En realidad, el Mahatma jamás habría desarrollado su pensamiento de no haber tomado contacto con fuentes occidentales o de raigambre cristiana. En su juventud fue un lector asiduo de Leo Tolstoi, escritor conocido, aparte de sus libros, por sus trazas de misticismo ortodoxo. De hecho existe una copiosa correspondencia que se dio entre ambos. Luego viajó a Sudáfrica, donde, aún en clave negativa, recibió una certera lección sobre segregación -fue echado a patadas de un tren que estaba reservado sólo para los blancos-. Y se estableció durante un buen tiempo en Inglaterra, ya que consideraba a sus dominadores como la cuna y el centro de la cultura mundial. Fue en la metrópoli, de hecho, donde culminó sus estudios en leyes, y donde terminó por solidificar y sintetizar las ideas en favor de su pueblo y en contra precisamente de los colonizadores. Si Gandhi expresa tales palabras de admiración por los británicos, que recordemos eran el yugo de su nación, es obvio que se dejó empapar por los aportes que el archipiélago europeo le ha entregado al conocimiento universal. Muchos de los cuales se enmarcan en una órbita eminentemente configurada por la enseñanzas de los evangelios, donde Jesús promueve la libertad de conciencia y la resistencia pacífica, conductas que se hallan en la base de la gesta del líder indio. Ni Buda, ni cualquier otro de los iniciadores de religiones que han existido en el subcontinente asiático elaboraron una propuesta semejante, ya que sus concepciones se fundamentaban más bien en la búsqueda de la perfección ascética personal, en lugar de la consideración del prójimo.

En resumen, Gandhi era una persona que profesaba una determinada religión, el hinduismo; pero que no sintió miedo de dejarse influenciar por visiones de la humanidad que eran ajenas a su credo, entre ellas las cristianas. De seguro que, como instruido que era, leyó a muchos pensadores occidentales, y como sugiere el apóstol Pablo, examinó todo y retuvo lo bueno. Hay claros elementos del Nuevo Testamento en muchos de sus discursos, los cuales jamás habrían sido de esa manera, de haberse mantenido en su formación mística tradicional. Con lo que puede afirmarse, que en cierta forma, le recordó a un puñado contundente de discípulos del camino, el significado de uno que otro versículo de la Biblia. Algo que, de acuerdo, guarda una interesante relación con eso del interés por el exotismo -el mismo que hoy ciertos europeos y americanos sienten por la cultura de la India-. Pero que ha sido recogido con eficacia por hermanos de este lado de la fe quienes también han contribuido a elevar el nivel espiritual, en este caso, de los cristianos. Como el pastor bautista Martin Luther King, quien siempre señaló haberse inspirado en el Mahatma.

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