Los desaciertos del gobierno de Barack Obama, sumado a la insoluble crisis económica que Estados Unidos padece ya durante más de tres años, han permitido que en ese país crezca el movimiento reaccionario conocido como el Tea Party, el cual, al igual que sus antecesores, repite los preceptos de ese conservadurismo enfermizo, resultado de una visión distorsionada del puritanismo, donde se intentan hacer pasar por elementos de la fe cristiana evangélica, una amalgama de sentencias que incluyen chauvinismo, colonialismo, supremacía racista e intereses monetarios particulares. Con la gran novedad de que ahora se utiliza de manera eficaz la internet para difundir el mensaje. Al menos, eso y el carácter ingenioso del nombre -tomado de un episodio de la independencia norteamericana-, han conseguido que el vilipendiado concepto de los "neocon", que en su momento también fue atractivo, caiga en desuso, en favor de una marca que se presenta como la renovación total.
Pues si analizamos las propuestas del Tea Party -y si es que tras las concesiones de rigor, aceptamos llamarlas así-, a poco andar notaremos que son propias de un inconsciente colectivo estadounidense que de vez en cuando, y motivado por las más variadas circunstancias, asoma la nariz. Primero, está el rechazo a la intervención del Estado en asuntos que se consideran circunscritos únicamente a la esfera individual, incluyendo el denominado gasto social o las ayudas públicas para la educación y la salud (de hecho han conformado una tenaz oposición a las reformas al sistema médico planteadas por Obama, las cuales no son distintas a la concepción del Estado de bienestar europeo). Luego, se encuentra su insistencia en una moralina pacata que en palabras simples, se reduce una serie de no: al control de la natalidad, al aborto, a la homosexualidad e incluso a la libertad artística y creativa; aunque mediatizadas por un único aspecto que ellos promueven en clave positiva: la defensa incondicional de la ideología de la familia, entendida como el engendramiento de una abundante cantidad de hijos -se excluye la adopción- independiente de las condiciones pecuniarias en que los padres se encuentren. Una forma de concebir el mundo que esperan las autoridades impongan mediante un paquete de leyes prohibitivas. Pues aquí sí, el fisco no sólo puede sino que debe inmiscuirse. Creando un aparato policial que asegure la estadía permanente de los tachados como delincuentes y antisociales en recintos penitenciarios.
Se dice que en política hay que actuar de una manera especialmente responsable pues los errores de un dirigente pueden arrastrar a todo su pueblo al abismo. Y si observamos las circunstancias con detención, inevitablemente llegaremos a la conclusión que ésa no es la característica que mueve al Tea Party. Para comenzar, una organización que pretende alcanzar el poder público no puede alentar y bastante menos exigir a la ciudadanía que se incline por la familia numerosa, ni siquiera que intente formar una familia, cuando ataca, reduce o elimina las prestaciones sociales que justamente permiten una mayor protección a la infancia. De acuerdo: en varios lugares de Estados Unidos el aborto se practica en hospitales fiscales, donde -como en otras muchas partes del mundo- se distribuyen anticonceptivos. Un conservador buscará recortar tales gastos con el propósito de matar dos pájaros de un tiro, vendiendo una imagen de austeridad por un lado, y fomentando las buenas costumbres por el otro. Sin embargo la pregunta aún flota en el aire: ¿cómo es posible que alguien salga en los noticiarios estimulando el engendramiento de niños, cuando su manutención significa un aumento en los gastos del núcleo familiar y por ende, un alto derroche de dinero? Con esto se echan por tierra principios propios de los mencionados conservadores, como la distribución eficiente y racional de los recursos, conducta resumida en la frase "pocos pero buenos", que aquí claramente no se aplicaría pues nos enfrentaríamos ante una sobre población desnutrida y empobrecida.
Ahora, que un padre norteamericano pierda la tuición de sus hijos porque un funcionario público encuentra que no tiene la solvencia económica suficiente para mantenerlo, es un riesgo al cual en el gigante del norte hay que temer. Y no sólo para alguien que se encuentra bajo la línea de la pobreza -donde la derrota es prácticamente seguro- sino incluso para aquellos que su ubican en un nivel medio. Niños que van a parar a hogares de crianza o a orfanatos, donde sufren toda clase de maltratos y descuidos posibles -recordemos que el Estado se topa con dificultades de financiamiento, por estar sus presupuestos reducidos-, cuando no son víctimas del tráfico de bebés, los cuales van a parar a parejas adineradas. Se trata de una intervención del aparato del fisco con carácter policial, destinada a dar a conocer el pensamiento del grupo mandante, donde la víctima es un pecador que merece ser castigado porque no se esforzó en conseguir un empleo mejor remunerado, o simplemente porque pertenece a los estratos más modestos. La crueldad de un sistema insensible, dirán ciertos lectores. Una decisión pragmática y adecuada para sanar el erario público, replicarán los más férreos miembros del Tea Party. Bien: para que dicha opción sea realmente pragmática, y de paso humanitaria, se le debe añadir una serie de preceptos complementarios, como el incentivo al aborto o el llamado a evitar formar una familia. Aunque está además la posibilidad del llamado Estado de bienestar, capaz de frenar el uso de esos recursos.
domingo, 21 de agosto de 2011
sábado, 13 de agosto de 2011
Los Cristianos en Su Trinchera
¿Qué les está sucediendo a los cristianos del Primer Mundo? Viven con una mezcla de miedo y odio injustificables frente a lo que consideran potenciales amenazas a su existencia, como el islam, la inmigración o las leyes seculares. En lugar de mostrar la reciedumbre que debiera ser propia de quien ha depositado su fe en el único Dios verdadero, actúan con pavor ante su versión distorsionada -Alá-, ante ídolos minúsculos cuando no simplemente falsos, e incluso, ante humanos que no reconocen a ningún ser superior como su protector personal y deciden movilizarse de manera completamente individual. Muchas veces, con la desesperación que caracteriza a alguien que percibe que tanto su persona como los principios y valores que representa se hallan al borde de la aniquilación total.
Los hermanos de los países más desarrollados exigen un mayor control de parte de las autoridades hacia lo que consideran una irrupción de las hordas musulmanas. En Estados Unidos, ciertos gobernantes han promovido la invasión de territorios más débiles bajo el pretexto de "liberar a los pueblos de la opresión y la tiranía" y de llevar adelante una necesaria "cruzada por la libertad y la justicia", oponiendo ese concepto de "guerra justa" a la "guerra santa" propugnada por los extremistas islámicos. Mientras que en Europa -que cuenta con una fuerza militar bastante menor- la actitud defensiva viene de parte de decretos legales que intentan detener el arribo de extranjeros restringiendo la circulación de las personas, además de iniciativas que tratan de ser hostiles hacia los seguidores de Mahoma que habitan el Viejo Mundo, como la prohibición de ciertas vestimentas o el espionaje contra clérigos de esa religión, sospechosos de promover conductas antisociales. El subterfugio empleado es que algunas de sus enseñanzas occidentales son incompatibles con la democracia occidental y el derecho a la libre expresión. Bueno: es innegable que el islam genera esa clase de inquietudes; pero eso no puede dar pie al empleo de métodos que están igualmente reñidos con las libertades individuales, para colmo inspirados en otra distorsión exagerada y malsana de un credo.
En muchos templos, a uno y a otro lado del Atlántico, se está vaticinando una persecución de ribetes apocalípticos. A su estilo, dependiendo del lado del planeta en el cual uno se encuentre. En Estados Unidos, a través de ese fundamentalismo kitsch instaurado por los tele predicadores y las mega iglesias. En Europa, por medio de discursos que se intentan apoyar en una supuesta racionalidad académica que a su vez pretende darle soporte a conclusiones que se presentan como de sentido común. ¿No recuerdan, ya que se mencionó esta potencial campaña de extermino, esos artesanos del terror, los tres primeros siglos de historia del cristianismo, y las circunstancias en que se desarrolló la hermandad primigenia? Esos creyentes no sólo debían enfrentar el martirio y al imperio romano. También a versiones distorsionadas de la fe ocasionadas por la influencia de otros credos, como el paganismo y el judeocristianismo. Además de escisiones y rivalidades surgidas en el mismo seno de las comunidades, como los gnósticos, los arrianos o los neofisistas. A lo cual se debe añadir el poco acceso que podían tener a los textos sagrados, precisamente debido a la forzosa clandestinidad. Y pese a todo, esos hombres y mujeres salieron adelante. Idénticas condiciones experimentaron los iniciadores de la Reforma, y sin embargo su proyecto jamás sucumbió. Ahora, la situación es muy distinta. Los que se espantan ante la ola de apostasía e idolatría, gozan del privilegio de vivir en naciones donde, si una confesión cristiana no es oficial, cuando menos es mayoritaria y por ende, respetada y reverenciada, o en el peor de los casos, tolerada por las autoridades civiles, hasta las que son ateos de lo más recalcitrantes. Si cuentan con recursos más amplios y eficientes, entonces, ¿cómo es posible que chillen de manera escandalosa, gritando en las plazas y en las redes que si se continúa permitiendo esto o aquello, la sociedad que conocemos -y que es la única buena y aceptable- se irá a lo más profundo del abismo?
Los hermanos del Primer Mundo viven mencionando los aspectos negativos que incluye el islam. Pero se han olvidado de explicar en detalle el amor de Cristo. Al final, sólo exhiben un discurso huero que produce la sensación de que incita al odio. Lanzan tantos escupitajos contra los homosexuales, que no han reparado en que hay una posibilidad de que éstos se salven. Consideran el aborto como el máximo de los crímenes, con lo que le cierran la puerta a una mujer que se ha arrepentido de haber efectuado esa práctica. Se oponen a todo lo que consideran actitud secular, pero nadie sabe lo que proponen a cambio. Y si con todo y la advertencia del infierno eterno, igual un grupo muy importante de personas insiste en desafiar los preceptos bíblicos, al menos queda el remanente que asiste semanalmente a los templos para inculcarle la campaña del miedo, con el propósito de que ellos la difundan y así se concrete una labor proselitista basada en el rechazo y la conducta negativa frente a lo que genera siquiera la más mínima sospecha. Así no debiera ser extraño que sujetos como Anders Behring, el carnicero de Utoëya, que concluyan que lo más adecuado es salir a predicar con un fusil de asalto. Total, después se asevera que se decían cristianos pero que no lo eran de verdad.
Los hermanos de los países más desarrollados exigen un mayor control de parte de las autoridades hacia lo que consideran una irrupción de las hordas musulmanas. En Estados Unidos, ciertos gobernantes han promovido la invasión de territorios más débiles bajo el pretexto de "liberar a los pueblos de la opresión y la tiranía" y de llevar adelante una necesaria "cruzada por la libertad y la justicia", oponiendo ese concepto de "guerra justa" a la "guerra santa" propugnada por los extremistas islámicos. Mientras que en Europa -que cuenta con una fuerza militar bastante menor- la actitud defensiva viene de parte de decretos legales que intentan detener el arribo de extranjeros restringiendo la circulación de las personas, además de iniciativas que tratan de ser hostiles hacia los seguidores de Mahoma que habitan el Viejo Mundo, como la prohibición de ciertas vestimentas o el espionaje contra clérigos de esa religión, sospechosos de promover conductas antisociales. El subterfugio empleado es que algunas de sus enseñanzas occidentales son incompatibles con la democracia occidental y el derecho a la libre expresión. Bueno: es innegable que el islam genera esa clase de inquietudes; pero eso no puede dar pie al empleo de métodos que están igualmente reñidos con las libertades individuales, para colmo inspirados en otra distorsión exagerada y malsana de un credo.
En muchos templos, a uno y a otro lado del Atlántico, se está vaticinando una persecución de ribetes apocalípticos. A su estilo, dependiendo del lado del planeta en el cual uno se encuentre. En Estados Unidos, a través de ese fundamentalismo kitsch instaurado por los tele predicadores y las mega iglesias. En Europa, por medio de discursos que se intentan apoyar en una supuesta racionalidad académica que a su vez pretende darle soporte a conclusiones que se presentan como de sentido común. ¿No recuerdan, ya que se mencionó esta potencial campaña de extermino, esos artesanos del terror, los tres primeros siglos de historia del cristianismo, y las circunstancias en que se desarrolló la hermandad primigenia? Esos creyentes no sólo debían enfrentar el martirio y al imperio romano. También a versiones distorsionadas de la fe ocasionadas por la influencia de otros credos, como el paganismo y el judeocristianismo. Además de escisiones y rivalidades surgidas en el mismo seno de las comunidades, como los gnósticos, los arrianos o los neofisistas. A lo cual se debe añadir el poco acceso que podían tener a los textos sagrados, precisamente debido a la forzosa clandestinidad. Y pese a todo, esos hombres y mujeres salieron adelante. Idénticas condiciones experimentaron los iniciadores de la Reforma, y sin embargo su proyecto jamás sucumbió. Ahora, la situación es muy distinta. Los que se espantan ante la ola de apostasía e idolatría, gozan del privilegio de vivir en naciones donde, si una confesión cristiana no es oficial, cuando menos es mayoritaria y por ende, respetada y reverenciada, o en el peor de los casos, tolerada por las autoridades civiles, hasta las que son ateos de lo más recalcitrantes. Si cuentan con recursos más amplios y eficientes, entonces, ¿cómo es posible que chillen de manera escandalosa, gritando en las plazas y en las redes que si se continúa permitiendo esto o aquello, la sociedad que conocemos -y que es la única buena y aceptable- se irá a lo más profundo del abismo?
Los hermanos del Primer Mundo viven mencionando los aspectos negativos que incluye el islam. Pero se han olvidado de explicar en detalle el amor de Cristo. Al final, sólo exhiben un discurso huero que produce la sensación de que incita al odio. Lanzan tantos escupitajos contra los homosexuales, que no han reparado en que hay una posibilidad de que éstos se salven. Consideran el aborto como el máximo de los crímenes, con lo que le cierran la puerta a una mujer que se ha arrepentido de haber efectuado esa práctica. Se oponen a todo lo que consideran actitud secular, pero nadie sabe lo que proponen a cambio. Y si con todo y la advertencia del infierno eterno, igual un grupo muy importante de personas insiste en desafiar los preceptos bíblicos, al menos queda el remanente que asiste semanalmente a los templos para inculcarle la campaña del miedo, con el propósito de que ellos la difundan y así se concrete una labor proselitista basada en el rechazo y la conducta negativa frente a lo que genera siquiera la más mínima sospecha. Así no debiera ser extraño que sujetos como Anders Behring, el carnicero de Utoëya, que concluyan que lo más adecuado es salir a predicar con un fusil de asalto. Total, después se asevera que se decían cristianos pero que no lo eran de verdad.
domingo, 7 de agosto de 2011
Cristo Vive o Justin Bieber
Ya que Justin Bieber ha anunciado una próxima visita a Chile, se torna pertinente analizar a este nuevo engendro del llamado "teen pop", aquella seudo música desechable elaborada, como el mismo nombre de la propuesta lo indica, para adolescentes histéricas que imaginan que forman parte de un paradigma construido a partir de la ingenuidad propia de esa etapa de la vida. Inocencia que además, constituye uno de los tantos estereotipos femeninos. Pero en especial, ya que nos encontramos en un sitio que trata de temas relacionados con la teología y la religión, sería interesante diseccionar un aspecto de la personalidad del cantante canadiense que incluso él se ha esforzado e reiterar y resaltar en cada entrevista que concede y en cada concierto que ofrece. Hago referencia en su majadería en recalcar que pertenece a una iglesia evangélica y que su relación personal con Dios es de suma importancia. Al extremo que sus discos incluyen, entre los éxitos que le permiten vender millones de copias -con las suculentas ganancias monetarias que eso deja-, una que otra melodía con texto pretendidamente sacro. Inserción cuyo fin podría ser una muestra de gratitud, el cumplimiento del mandato del diezmo, o la esperanza de que alguna de esas chillonas mozuelas que juntan varias mesadas con el propósito de verlo en primera fila, se arrepienta de los besuqueos subidos de tono que en cierta oportunidad se dio con un novio de ocasión, y entienda que el pebete al cual le hace reverencias, es sólo un instrumento para llegar a quien sí merece ser alabado.
La verdad es que la fama de las celebridades siempre ha sido un asunto delicado para los cristianos más observantes. No es para menos: a su alrededor crean una horda de seguidores que forman una curiosa variante de un culto pagano. Por algo se les denomina ídolos, una palabra cuyas connotaciones de por sí constituyen un factor de repulsión entre los ministros religiosos, pastores evangélicos principalmente, pero también curas. A esto cabe añadir que tales fenómenos, aunque aparecieron antes, sin embargo son un indiscutible legado de la década de 1960, justamente la época en la que se cuestionaron con especial vehemencia los valores eclesiásticos tradicionales, así como la sociedad que los sustentaba. Y si uno recopila declaraciones de estos personajes, no requiere de un conocimiento enciclopédico para notar que la mayoría utilizó su enorme capacidad de influencia para divulgar y alentar las ideas de sus respectivas generaciones, por lo cual se transformaron en los detractores más eficaces de ese orden ancestral. Ante lo cual los representantes de dicho ordenamiento, según la visión que se tenga, recogieron el guante, se colocaron el sayo, acusaron recibo, aceptaron el desafío o cayeron en el juego. Comenzando a tildar a los vociferantes de anti cristianos, practicantes de la hechicería o promotores del libertinaje sexual y de acciones aberrantes, cuando no simplemente de satánicos. Esta última acusación, efectuada en el marco de una campaña del terror que por sus características motivó y movilizó a un alto volumen de creyentes, por la sencilla relación que podía establecerse entre el enemigo (el diablo) y Jesús.
Con el paso de los años, y como ha sucedido en todos los aspectos de la actual existencia humana, los conservadores han sido capaces de asimilar los mecanismos empleados por los revolucionarios y han logrado, a su vez, difundir su propio discurso. Y nos encontramos con ídolos minúsculos que pueden atraer a las masas como lo hicieron los de antaño, y en medio de la jarana, expandir las intenciones y los sentimientos del sector con el cual mejor se identifican. O dirán otros, el que les da la manga más ancha para promocionarse y así cumplir su sueño de ser reconocidos por un gran público. Así, un lustro y algo atrás, nos topamos con una anterior representante del "teen pop", Britney Spears, quien proclamaba a los cuatro vientos que iba a conservar su virginidad hasta el matrimonio, y que jamás se iba a mezclar en vicios ni en aventuras bohemias. En este caso, no se mencionaba una confesión religiosa de por medio, y la Spears planteaba sus postulados en el marco de la exigencia del respeto a la diversidad, en un momento en que las comedias que alentaban el apetito sexual adolescente -y de paso las burlas o la agresión física contra los tildados de "gansos"-, como "American Pie" eran grito y plata. Tanto en ese caso como en el de Bieber, se trataba de integrantes de una corriente de música, si es que así se le puede llamar a lo que hacen, desechable y de discutible calidad. Es lo normal: como buenos conservadores, buscan el retorno a un ideal tradicional, que ya cuenta con características perfectamente definidas y sobre el cual resulta innecesario agregar más elementos, que no sean los de acomodar el discurso a la era contemporánea (fuera de que incluir aspectos de propia cosecha sería un sacrilegio).
Lo interesante es que el cristianismo evangélico ha creado una figura atractiva para las adolescentes más cándidas, que debido a su fe (sobre la cual insiste como si imaginara que cantar y predicar pueden ser una y la misma cosa) puede ser aprobado por los padres de hogares más puritanos y conservadores. Las jovencitas que asisten a la iglesia cada domingo acompañadas de sus progenitores, ahora pueden también asistir al estado a ver no a un ídolo sino a un hermano. Y de hecho sus mismos apoderados hasta pueden -o deben- alentar a la chica a que prefiera esta clase de cantantes. Una contradicción que se introduce en la esencia más pura del pensamiento de aquellos hombres y mujeres piadosos, transformando su decisión, en apariencia honesta, e hipocresía y apostasía. A propósito de lo descrito en el primer párrafo, no sé qué resulta más satánico.
La verdad es que la fama de las celebridades siempre ha sido un asunto delicado para los cristianos más observantes. No es para menos: a su alrededor crean una horda de seguidores que forman una curiosa variante de un culto pagano. Por algo se les denomina ídolos, una palabra cuyas connotaciones de por sí constituyen un factor de repulsión entre los ministros religiosos, pastores evangélicos principalmente, pero también curas. A esto cabe añadir que tales fenómenos, aunque aparecieron antes, sin embargo son un indiscutible legado de la década de 1960, justamente la época en la que se cuestionaron con especial vehemencia los valores eclesiásticos tradicionales, así como la sociedad que los sustentaba. Y si uno recopila declaraciones de estos personajes, no requiere de un conocimiento enciclopédico para notar que la mayoría utilizó su enorme capacidad de influencia para divulgar y alentar las ideas de sus respectivas generaciones, por lo cual se transformaron en los detractores más eficaces de ese orden ancestral. Ante lo cual los representantes de dicho ordenamiento, según la visión que se tenga, recogieron el guante, se colocaron el sayo, acusaron recibo, aceptaron el desafío o cayeron en el juego. Comenzando a tildar a los vociferantes de anti cristianos, practicantes de la hechicería o promotores del libertinaje sexual y de acciones aberrantes, cuando no simplemente de satánicos. Esta última acusación, efectuada en el marco de una campaña del terror que por sus características motivó y movilizó a un alto volumen de creyentes, por la sencilla relación que podía establecerse entre el enemigo (el diablo) y Jesús.
Con el paso de los años, y como ha sucedido en todos los aspectos de la actual existencia humana, los conservadores han sido capaces de asimilar los mecanismos empleados por los revolucionarios y han logrado, a su vez, difundir su propio discurso. Y nos encontramos con ídolos minúsculos que pueden atraer a las masas como lo hicieron los de antaño, y en medio de la jarana, expandir las intenciones y los sentimientos del sector con el cual mejor se identifican. O dirán otros, el que les da la manga más ancha para promocionarse y así cumplir su sueño de ser reconocidos por un gran público. Así, un lustro y algo atrás, nos topamos con una anterior representante del "teen pop", Britney Spears, quien proclamaba a los cuatro vientos que iba a conservar su virginidad hasta el matrimonio, y que jamás se iba a mezclar en vicios ni en aventuras bohemias. En este caso, no se mencionaba una confesión religiosa de por medio, y la Spears planteaba sus postulados en el marco de la exigencia del respeto a la diversidad, en un momento en que las comedias que alentaban el apetito sexual adolescente -y de paso las burlas o la agresión física contra los tildados de "gansos"-, como "American Pie" eran grito y plata. Tanto en ese caso como en el de Bieber, se trataba de integrantes de una corriente de música, si es que así se le puede llamar a lo que hacen, desechable y de discutible calidad. Es lo normal: como buenos conservadores, buscan el retorno a un ideal tradicional, que ya cuenta con características perfectamente definidas y sobre el cual resulta innecesario agregar más elementos, que no sean los de acomodar el discurso a la era contemporánea (fuera de que incluir aspectos de propia cosecha sería un sacrilegio).
Lo interesante es que el cristianismo evangélico ha creado una figura atractiva para las adolescentes más cándidas, que debido a su fe (sobre la cual insiste como si imaginara que cantar y predicar pueden ser una y la misma cosa) puede ser aprobado por los padres de hogares más puritanos y conservadores. Las jovencitas que asisten a la iglesia cada domingo acompañadas de sus progenitores, ahora pueden también asistir al estado a ver no a un ídolo sino a un hermano. Y de hecho sus mismos apoderados hasta pueden -o deben- alentar a la chica a que prefiera esta clase de cantantes. Una contradicción que se introduce en la esencia más pura del pensamiento de aquellos hombres y mujeres piadosos, transformando su decisión, en apariencia honesta, e hipocresía y apostasía. A propósito de lo descrito en el primer párrafo, no sé qué resulta más satánico.
domingo, 31 de julio de 2011
La Irrupción de las Iglesias Orgánicas
Desde hace algunos años, sobre todo en Estados Unidos, ha venido cobrando fuerza el fenómeno de las llamadas iglesias orgánicas: grupos de quince hermanos promedio, que se congregan en algún lugar determinado, que no suele ser un templo, sino una casa particular, alguna sede social, una oficina o incluso a veces una plaza pública. Dichas reuniones son estructuradas, de todas formas, como cultos convencionales, es decir, con alabanzas, oraciones y un sermón. La idea de quienes han optado por esta tendencia, es emular a los cristianos de la época primigenia (siglos I-III ac.,), muchos de los cuales efectivamente eran miembros de comunidades muy nucleares, sobre todo en aquellos lugares donde aún no se había predicado. Una situación que se suele replicar hasta nuestros días, en aquellos países donde el mensaje de Jesús no ha penetrado con fuerzas o el número de fieles, por diversas circunstancias, continúa siendo escaso.
Quienes llegan a este tipo de iglesias, son hermanos que provienen de las más diversas agrupaciones. Algunos pertenecían a movimientos pentecostales; otros, a denominaciones cuyo origen se puede rastrear hasta la misma reforma: no pocos, además, eran inconversos, y fueron invitados por algún amigo que formaba parte de estas asambleas orgánicas. Pero lo más interesante, es que la mayoría de estos hermanos acaba de desertar de una mega iglesia, esos templos diseñados para albergar como mínimo a un millón de fieles, dirigidos por pastores o predicadores carismáticos cuya consigna principal -y en bastantes ocasiones, única- es atraer la mayor cantidad de almas a la salvación. Precisamente, las orgánicas han surgido de la mano de líderes que participaban en una de esas faraónicas instituciones, sin sentirse representado por ella. Por lo que su abandono conlleva, hasta cierto punto, una fuerte crítica a su modo de actuar, el que no es capaz de satisfacer a algunos de sus integrantes, que empiezan a experimentar una sensación de vacío espiritual. Lo cual resulta curioso, porque la causa de la incomunicación se origina en el mismo aspecto por el que esas enormes congregaciones han sido elogiadas y sus dirigentes puestos como ejemplos a seguir: el colocar todos los esfuerzos en captar más personas al evangelio, porque a fin de cuentas es lo único válido ante la posibilidad de la condenación eterna producto de la maldad humana.
En realidad, si analizamos la historia del cristianismo evangélico, a poco andar observamos que se trata de un conjunto de propuestas novedosas, que lograron cuajar gracias al decaimiento de las instituciones clásicas, para tiempo después, ser esas mismas ofertas víctimas de la decadencia y el desgaste. Así, las iglesias orgánicas surgen como respuesta a la declinación de las mega iglesias; que a su vez, fueron impulsadas hace más o menos treinta años por el declive de los movimientos pentecostales; los cuales habían encontrado terreno fértil en el avivamiento del siglo XIX, que en términos sociológicos se puede interpretar como un reclamo contra el anquilosamiento de las denominaciones tradicionales, las mismas que nacieron como consecuencia de la Reforma, que insufló un nuevo aire a un cristianismo aprisionado por las bulas papales y los acomodaticios dogmas católicos. Cada quien fue significativo en su tiempo. Y lo más importante siempre fueron los frutos. Pues todas aquellas revoluciones no sólo marcaron una época, sino que las corporaciones que formaron continúan existiendo hasta hoy.
Nadie está capacitado para negar la sinceridad de los hermanos que han optado por cualquiera de las iglesias orgánicas. El hecho de que se hayan consolidado como alternativa válida ya constituye un aporte para el evangelio. Si se erigen como el nuevo paradigma imperante, es un asunto que se verá si ocurre en las próximas décadas. Sólo cabe decir que, aunque Dios sea único e inmutable, los seres humanos son diversos y la fórmula que resultó para convertir a uno, resulta ineficaz al aplicarse en otro. Por lo que a cada hermano le corresponde su propio templo y es en la diversidad en que está más clara la posibilidad de llevar un mayor número de personas a la salvación. Será la permanencia de remanentes de estas comunidades, más allá de su periodo dorado, el que nos confirme si se trataba de alternativas sinceras y honestas.
Quienes llegan a este tipo de iglesias, son hermanos que provienen de las más diversas agrupaciones. Algunos pertenecían a movimientos pentecostales; otros, a denominaciones cuyo origen se puede rastrear hasta la misma reforma: no pocos, además, eran inconversos, y fueron invitados por algún amigo que formaba parte de estas asambleas orgánicas. Pero lo más interesante, es que la mayoría de estos hermanos acaba de desertar de una mega iglesia, esos templos diseñados para albergar como mínimo a un millón de fieles, dirigidos por pastores o predicadores carismáticos cuya consigna principal -y en bastantes ocasiones, única- es atraer la mayor cantidad de almas a la salvación. Precisamente, las orgánicas han surgido de la mano de líderes que participaban en una de esas faraónicas instituciones, sin sentirse representado por ella. Por lo que su abandono conlleva, hasta cierto punto, una fuerte crítica a su modo de actuar, el que no es capaz de satisfacer a algunos de sus integrantes, que empiezan a experimentar una sensación de vacío espiritual. Lo cual resulta curioso, porque la causa de la incomunicación se origina en el mismo aspecto por el que esas enormes congregaciones han sido elogiadas y sus dirigentes puestos como ejemplos a seguir: el colocar todos los esfuerzos en captar más personas al evangelio, porque a fin de cuentas es lo único válido ante la posibilidad de la condenación eterna producto de la maldad humana.
En realidad, si analizamos la historia del cristianismo evangélico, a poco andar observamos que se trata de un conjunto de propuestas novedosas, que lograron cuajar gracias al decaimiento de las instituciones clásicas, para tiempo después, ser esas mismas ofertas víctimas de la decadencia y el desgaste. Así, las iglesias orgánicas surgen como respuesta a la declinación de las mega iglesias; que a su vez, fueron impulsadas hace más o menos treinta años por el declive de los movimientos pentecostales; los cuales habían encontrado terreno fértil en el avivamiento del siglo XIX, que en términos sociológicos se puede interpretar como un reclamo contra el anquilosamiento de las denominaciones tradicionales, las mismas que nacieron como consecuencia de la Reforma, que insufló un nuevo aire a un cristianismo aprisionado por las bulas papales y los acomodaticios dogmas católicos. Cada quien fue significativo en su tiempo. Y lo más importante siempre fueron los frutos. Pues todas aquellas revoluciones no sólo marcaron una época, sino que las corporaciones que formaron continúan existiendo hasta hoy.
Nadie está capacitado para negar la sinceridad de los hermanos que han optado por cualquiera de las iglesias orgánicas. El hecho de que se hayan consolidado como alternativa válida ya constituye un aporte para el evangelio. Si se erigen como el nuevo paradigma imperante, es un asunto que se verá si ocurre en las próximas décadas. Sólo cabe decir que, aunque Dios sea único e inmutable, los seres humanos son diversos y la fórmula que resultó para convertir a uno, resulta ineficaz al aplicarse en otro. Por lo que a cada hermano le corresponde su propio templo y es en la diversidad en que está más clara la posibilidad de llevar un mayor número de personas a la salvación. Será la permanencia de remanentes de estas comunidades, más allá de su periodo dorado, el que nos confirme si se trataba de alternativas sinceras y honestas.
domingo, 24 de julio de 2011
Una Masacre en Noruega
Luego que se dieran a conocer las declaraciones que Andres Behring Breivik, autor confeso de la matanza de más de noventa personas en Noruega, emitiera a través de internet, justo antes de cometer su fechoría, en las cuales se definía como un cristiano ferviente y un enemigo de la inmigración, muchos practicantes, sobre todo evangélicos -iglesia predominante en aquel país-, han puesto el grito en el cielo aseverando que se está tomando una información a la ligera, pues se trataría de un dato proporcionado por el mismo malhechor, quien además podría estar mintiendo. Agregan además, que el hecho de considerarse creyente, asistir con cierta regularidad al templo y más o menos seguir las prescripciones descritas en la Biblia, no es suficiente para catalogar a alguien como siervo del camino. Con ello, sortean los comentarios maliciosos de quienes exponen este tipo de situaciones, como una muestra de que no sólo entre los musulmanes existen fanáticos peligrosos.
La verdad es que, desde el punto de vista de la teología como de la semántica, efectivamente Breivik es un falso cristiano. Y está muy bien que los auténticos discípulos de Jesús así lo recalquen. Sin embargo, una respuesta como ésa se puede transformar en una falacia lingüística cuyo propósito sea la mera evasión contra un análisis que debiera ser tan profundo como necesario. Pues, cuando la televisión da a conocer los mortíferos atentados terroristas perpetrados por células musulmanas radicales, muchos de quienes ahora están prestos a separar la paja del trigo por un asunto de conveniencia, entonces despotrican contra el islam y afirman que es una religión de forajidos intolerantes cuya expansión es una amenaza para la libertad individual y mundial -limitada casi siempre a la libertad de culto-, algo que queda demostrado por las anomalías que al respecto ocurrirían en los países donde domina este credo. En resumen, consideran que toda la fe, y no sólo un puñado de agresores, están impregnados por la estética de la violencia, ya que ésta se hallaría presente en los aspectos elementales de su teología. Y para demostrar su tesis recurren a ejemplos manidos como la doctrina de la guerra santa. Incluso, esta creencia está tan arraigada en las sociedades occidentales, que cuando recién había acaecido lo de Noruega, hubo un consenso unánime en atribuir el incidente a grupos islámicos, sobre todo de cristianos que hoy se defienden usando el principio de "no somos como ellos", y por ende quienes asesinan en nombre del Salvador no pertenecen a nuestras filas aunque lleguen a mimetizarse en ellas.
Sin embargo, basta hurgar rápidamente un libro de historia para darse cuenta que innumerables congregaciones católicas, evangélicas u ortodoxas no descartaron el empleo de la violencia para imponer sus preceptos, con resabios que se han extendido hasta nuestros días (los casos de curas pedófilos, por ejemplo). Y muchos cristianos observan estos hechos con indiferencia, llegando a justificarlos a veces (me he topado con muchos hermanos que ven en términos positivos la represión que Lutero le exigió a las autoridades alemanas para sofocar la rebelión campesina de Thomas Muntzer). Para colmo no hablamos sólo de un asunto de competencia religiosa o de desacato a la autoridad. Ya que, por ejemplo en Estados Unidos, incluso en la década de 1960 el racismo y la agresión contra negros e indios que pedían igualdad de derechos era una práctica alentada desde los templos, que se amparaban en el dogma de la predestinación (el Ku Klux Klan fue por cierto una organización cristiana evangélica). Y en los tiempos actuales, tenemos la cruzada libertadora de George W. Bush, basada en un fundamentalismo que apenas oculta intereses comerciales, dirigida contra países musulmanes como Afganistán e Irak. Un caso bien curioso de guerra religiosa moderna, pues mientras unos disparaban en nombre de Mahoma, sus contendientes lo hacían en nombre de Jesucristo.
La masacre perpetrada por Breivk puede compararse con aquellos hermanos que, tras escuchar algunos sermones fogosos, salen a asesinar homosexuales o a médicos que practican abortos. Varios de ellos escucharon a un predicador hablar con excesiva vehemencia contra estas personas, y espetar que ellos están sentados en la banca y no realizan nada que permita, ya no propagar el evangelio, sino protegerlo de virus externos. Entonces, si jamás han hecho llorar a la multitud de una mega iglesia, ni tienen el valor para irse de misioneros a los confines más apartados del globo, ¿qué opción les queda para mostrar su lealtad, y evitar caer en la tibieza de corazón, que al final se torna un vómito de Dios? Quizá el hoy tildado como "el carnicero de Noruega", efectuó ese proceso lógico y acabó en la misma reflexión, ante el aumento de los inmigrantes y el crecimiento leve pero sostenido del islam en Europa. Tal vez notó que sus vecinos empezaban a sentir temor de esos sujetos con turbante que oran en cinco ocasiones por día, con el trasero metódicamente levantado y la cara en dirección a La Meca; y se esmeró en defenderlos, con la finalidad de obrar algo por Cristo, que le da más de lo que merece, y de paso deshacerse de unos cuantos apóstatas como otros lo hacen de los infieles. Claro que si después los que incitaron a la destrucción, se escudan aseverando que fueron mal interpretados o tomados a la ligera por el auténtico apóstata, entonces no avanzamos ni corregimos nada.
domingo, 17 de julio de 2011
Los Archivos Fantasmas
¿Qué esconderán los "archivos del cardenal"? ¿La cantidad de abusos que Luis Eugenio Silva cometió contra niños indefensos, antes y después de ser el secretario del susodicho? ¿O de qué forma sus otros dos tinterillos, Raúl Hasbún y Jorge Medina, colaboraron en la concreción del golpe militar, y ya una vez consumado ese hecho, les aportaron identidades de disidentes políticos a las nuevas autoridades, aprovechando su investidura y la confianza incondicional que muchos chilenos, formados bajo la férula católica, le otorgan a los sacerdotes? Porque hasta ahora, lo que se conoce respecto de las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura, al margen de los esfuerzos personales de algunos abogados, organizaciones no gubernamentales y familiares de los ajusticiados, proviene de dos comisiones armadas de por igual número de legislaturas de la Concertación, de manera antojadiza y con el propósito principal de proyectar una determinada imagen: la de Raúl Rettig, un jurista masón; y la de Sergio Valech, este sí un obispo designado con ese cargo desde el Vaticano. Sin embargo, cabe acotar que ambas iniciativas se basaron en datos que sus integrantes recopilaron en el periodo de su funcionamiento: nunca recurrieron a archivos de las décadas de 1970 y 1980. Simplemente, porque no los encontraron.
Pese a todas estas pruebas -o mejor dicho, la ausencia de ellas-, un importante grupo de poder con pretensiones izquierdistas le continúa haciendo la reverencia a los curas, mencionando a la Vicaría de la Solidaridad, aquella oficina creada por Raúl Silva Henríquez poco después del alzamiento militar, sobre la cual han tejido un mito que la presenta como salvadora de vidas, al supuestamente proteger personas que por su pensamiento eran el objetivo de los agentes del régimen de Pinochet. Relato que ha sido acogido y apuntalado por sus adversarios políticos, pese a que estos últimos formaron parte de la tiranía que aparentemente fue combatida por el cardenal. Pero como de igual modo son muy cercanos a la iglesia católica, por un asunto de conveniencia económica, aplican el principio del consenso y todos quienes se aprovechan de la debilidad de los demás, acaban siendo felices como en los cuentos de hadas, mientras esos demás deben soportar censuras, prohibiciones y juicios tan condenatorios como arbitrarios. Y la muestra más reciente de aquella convivencia interesada, es una serie de televisión cuyo nombre precisamente da inicio a este artículo: "Los Archivos del Cardenal", transmitida, en medio de un gobierno conservador, por el canal estatal; pero con actores, guionistas y directores de cuño "progresista". Ignoro si los responsables de dicha producción siquiera están conscientes de lo que voy a anotar: pero de todos modos resulta extraño, al punto de ser sospechoso, que desde una empresa pública se le preste ropa a una institución que en los meses más recientes ha venido cayendo al más recóndito de los abismos, debido al descubrimiento de innumerables e interminables casos de pedofilia en que están involucrados importantes sacerdotes, incluso formadores de prelados, como Fernando Karadima. Lo cual no sólo puede redundar en una pérdida significativa de credibilidad en sus virulentos discursos de moralina patológica, sino también afectar sus arcas pecuniarias. Algo que puede extenderse a los oligarcas criollos con quienes mantienen una relación de mutua dependencia, con un consiguiente desequilibrio en el sistema de castas sociales que ordena el país.
Pues, a fin de cuentas, ¿quién era Silva Henríquez? Los que se conforman con el relato oficial, repetirán que se trata del cardenal que fundó la Vicaría de la Solidaridad y le dio pelea a Pinochet, quitando de las garras del dictador una cantidad incontable -porque nadie se ha dado el trabajo de investigar y establecer las cifras exactas, a pesar de que, si se analiza la lógica de la narración, se desprende que es una tarea bastante fácil y que no demanda mucho tiempo- de potenciales víctimas de su campaña de exterminio. Y a través de él, que era arzobispo de Santiago, máxima autoridad reconocible de la iglesia católica, toda ésta fue arrastrada a oponerse a la voluntad del tirano. Bueno: los datos recopilados a partir de 1990, además de acontecimientos recientes, han demostrado que al menos lo último era una ridícula farsa. Sin embargo, la pregunta que encabeza este párrafo continúa vigente: ¿quién era, en realidad, Silva Henríquez? Un hacendado de los sectores rurales de Villa Alegre, ciudad sita en plena zona campesina de Chile, en la actual Región del Maule. Quien, de seguro, al ser incapaz de competir con sus hermanos por la herencia del fundo familiar, ya que nunca hizo el esfuerzo de subirse a un caballo y salir a lacear peones o a violar inquilinas, como todo hermano inútil de la familia, decidió tomar los hábitos y así obtener un emolumento periódico y contundente sin necesidad de trabajar. Por otro lado, fue ordenado cardenal en la década de 1960, en paralelo a los movimientos revolucionarios que por entonces encendían América Latina, exigiendo una inexistente justicia social. Si quería ascender y luego mantenerse, estaba forzado a favorecer la reforma agraria aún en contra de sus parientes latifundistas. De esa manera conseguía que grandes masas de campesinos poco instruidos le rindieran tributo a su figura, en vez de seguir dependiendo de los ahora caducos y anacrónicos patrones. Era la oportunidad para el eunuco, de transformarse en el esclavista que siempre anheló pero nunca pudo ser. La venganza del impotente que, al igual que sus colegas abusadores de niños, ocultó su vergüenza debajo de unos hábitos a los que se temía esencialmente por ignorancia. Pero que en verdad jamás se atrevió a desafiar lo establecido siquiera exhibiendo su propia conducta, en el sentido de mantenerse como un soltero civil pese a los prejuicios externos. Y mucho menos con su supuesta sensibilidad social, porque si el romanismo se inclina de vez en cuando por los desposeídos, es para montarse sobre la ola y así atrapar y por ese intermedio contener a las hordas que piden auténticos cambios.
Si Raúl Silva Henríquez, hubiese vivido en otra época, o fuera un sacerdote contemporáneo, de seguro se habría puesto en la fila para bendecir y ofrecerles la comunión a los acaudalados abusadores y egoístas (de hecho nunca le negó la hostia a Pinochet o a los agentes de la DINA). Es muy cómodo hablar en público contra una dictadura a sabiendas que no se sufrirán consecuencias por ello, ya que se es la máxima autoridad de una institución sacralizada por los mismos que sostienen al régimen. Fuera de que resulta un mecanismo muy eficaz cuando se tiene alrededor a discípulos de la talla de Hasbún, Medina o Luis Eugenio Silva, a quienes además se los educa e instruye. Por sus frutos los conoceréis, se dice en la Biblia. Una sentencia que es más importante para la teología papista, que le da un gran énfasis a las buenas obras. Y tras la Vicaría de la Solidaridad, sólo hay insufribles y soporíferos vigías de la moral, poco interesados en la situación de las clases trabajadoras (excepto, claro está, en los fugaces momentos en que los problemas e inquietudes de éstos saltan al debate público). Pero a poco andar esa misma oficina se devela como un agujero vacío. Después de todo, para lo horrenda que fue la dictadura de Pinochet, las desapariciones forzadas durante aquel periodo no llegan a las dos mil; las cuales, pese a ser bajas en cantidad y aún con toda la maquinaria de la iglesia católica, no se pudieron evitar. Como premio de consuelo nos hablan de unas fichas médicas que jamás han sido dadas a conocer, aunque en la actualidad ya nadie solicitará su incauto con propósitos oscuros. Y unos archivos que pueden tornarse en apetecible argumento para una fantasía novelesca.
Pese a todas estas pruebas -o mejor dicho, la ausencia de ellas-, un importante grupo de poder con pretensiones izquierdistas le continúa haciendo la reverencia a los curas, mencionando a la Vicaría de la Solidaridad, aquella oficina creada por Raúl Silva Henríquez poco después del alzamiento militar, sobre la cual han tejido un mito que la presenta como salvadora de vidas, al supuestamente proteger personas que por su pensamiento eran el objetivo de los agentes del régimen de Pinochet. Relato que ha sido acogido y apuntalado por sus adversarios políticos, pese a que estos últimos formaron parte de la tiranía que aparentemente fue combatida por el cardenal. Pero como de igual modo son muy cercanos a la iglesia católica, por un asunto de conveniencia económica, aplican el principio del consenso y todos quienes se aprovechan de la debilidad de los demás, acaban siendo felices como en los cuentos de hadas, mientras esos demás deben soportar censuras, prohibiciones y juicios tan condenatorios como arbitrarios. Y la muestra más reciente de aquella convivencia interesada, es una serie de televisión cuyo nombre precisamente da inicio a este artículo: "Los Archivos del Cardenal", transmitida, en medio de un gobierno conservador, por el canal estatal; pero con actores, guionistas y directores de cuño "progresista". Ignoro si los responsables de dicha producción siquiera están conscientes de lo que voy a anotar: pero de todos modos resulta extraño, al punto de ser sospechoso, que desde una empresa pública se le preste ropa a una institución que en los meses más recientes ha venido cayendo al más recóndito de los abismos, debido al descubrimiento de innumerables e interminables casos de pedofilia en que están involucrados importantes sacerdotes, incluso formadores de prelados, como Fernando Karadima. Lo cual no sólo puede redundar en una pérdida significativa de credibilidad en sus virulentos discursos de moralina patológica, sino también afectar sus arcas pecuniarias. Algo que puede extenderse a los oligarcas criollos con quienes mantienen una relación de mutua dependencia, con un consiguiente desequilibrio en el sistema de castas sociales que ordena el país.
Pues, a fin de cuentas, ¿quién era Silva Henríquez? Los que se conforman con el relato oficial, repetirán que se trata del cardenal que fundó la Vicaría de la Solidaridad y le dio pelea a Pinochet, quitando de las garras del dictador una cantidad incontable -porque nadie se ha dado el trabajo de investigar y establecer las cifras exactas, a pesar de que, si se analiza la lógica de la narración, se desprende que es una tarea bastante fácil y que no demanda mucho tiempo- de potenciales víctimas de su campaña de exterminio. Y a través de él, que era arzobispo de Santiago, máxima autoridad reconocible de la iglesia católica, toda ésta fue arrastrada a oponerse a la voluntad del tirano. Bueno: los datos recopilados a partir de 1990, además de acontecimientos recientes, han demostrado que al menos lo último era una ridícula farsa. Sin embargo, la pregunta que encabeza este párrafo continúa vigente: ¿quién era, en realidad, Silva Henríquez? Un hacendado de los sectores rurales de Villa Alegre, ciudad sita en plena zona campesina de Chile, en la actual Región del Maule. Quien, de seguro, al ser incapaz de competir con sus hermanos por la herencia del fundo familiar, ya que nunca hizo el esfuerzo de subirse a un caballo y salir a lacear peones o a violar inquilinas, como todo hermano inútil de la familia, decidió tomar los hábitos y así obtener un emolumento periódico y contundente sin necesidad de trabajar. Por otro lado, fue ordenado cardenal en la década de 1960, en paralelo a los movimientos revolucionarios que por entonces encendían América Latina, exigiendo una inexistente justicia social. Si quería ascender y luego mantenerse, estaba forzado a favorecer la reforma agraria aún en contra de sus parientes latifundistas. De esa manera conseguía que grandes masas de campesinos poco instruidos le rindieran tributo a su figura, en vez de seguir dependiendo de los ahora caducos y anacrónicos patrones. Era la oportunidad para el eunuco, de transformarse en el esclavista que siempre anheló pero nunca pudo ser. La venganza del impotente que, al igual que sus colegas abusadores de niños, ocultó su vergüenza debajo de unos hábitos a los que se temía esencialmente por ignorancia. Pero que en verdad jamás se atrevió a desafiar lo establecido siquiera exhibiendo su propia conducta, en el sentido de mantenerse como un soltero civil pese a los prejuicios externos. Y mucho menos con su supuesta sensibilidad social, porque si el romanismo se inclina de vez en cuando por los desposeídos, es para montarse sobre la ola y así atrapar y por ese intermedio contener a las hordas que piden auténticos cambios.
Si Raúl Silva Henríquez, hubiese vivido en otra época, o fuera un sacerdote contemporáneo, de seguro se habría puesto en la fila para bendecir y ofrecerles la comunión a los acaudalados abusadores y egoístas (de hecho nunca le negó la hostia a Pinochet o a los agentes de la DINA). Es muy cómodo hablar en público contra una dictadura a sabiendas que no se sufrirán consecuencias por ello, ya que se es la máxima autoridad de una institución sacralizada por los mismos que sostienen al régimen. Fuera de que resulta un mecanismo muy eficaz cuando se tiene alrededor a discípulos de la talla de Hasbún, Medina o Luis Eugenio Silva, a quienes además se los educa e instruye. Por sus frutos los conoceréis, se dice en la Biblia. Una sentencia que es más importante para la teología papista, que le da un gran énfasis a las buenas obras. Y tras la Vicaría de la Solidaridad, sólo hay insufribles y soporíferos vigías de la moral, poco interesados en la situación de las clases trabajadoras (excepto, claro está, en los fugaces momentos en que los problemas e inquietudes de éstos saltan al debate público). Pero a poco andar esa misma oficina se devela como un agujero vacío. Después de todo, para lo horrenda que fue la dictadura de Pinochet, las desapariciones forzadas durante aquel periodo no llegan a las dos mil; las cuales, pese a ser bajas en cantidad y aún con toda la maquinaria de la iglesia católica, no se pudieron evitar. Como premio de consuelo nos hablan de unas fichas médicas que jamás han sido dadas a conocer, aunque en la actualidad ya nadie solicitará su incauto con propósitos oscuros. Y unos archivos que pueden tornarse en apetecible argumento para una fantasía novelesca.
domingo, 10 de julio de 2011
De Animales y Brutos
Deben haber pocas cosas más fáciles que oponerse a la eliminación de perros callejeros. Quienes piensan así, cuentan con grupos de personas acaudaladas que los apoyan; los cuales, al igual que los católicos de apellido vinoso que gustan de joder la pita con eso de la familia numerosa, están buscando retribuir de una manera denodada lo que la fortuna les concedió, eso sí, siempre tratando de evitar siquiera una pequeña merma en su bolsillo. Por otra parte, casi siempre hay un cuerpo legal que los favorece, al punto que en algunos países, mientras el maltrato infantil no es condenado, o sólo ha recibido atención en el último tiempo, en cambio el maltrato animal está definido como delito desde hace varias décadas, recibiendo los infractores las correspondientes penas de cárcel.
Por supuesto, que dicha coyuntura se transforma en una suerte de contradicción en el proceder de los llamados "progresistas", de donde emerge la mayoría de los adoradores de bestias, si bien en realidad, entre los componentes de este colectivo se pueden encontrar personas que defienden desde posiciones de lo más libertinas hasta lo más ultramontanas. Pero casi todos prefieren agruparse bajo ese calificativo, a veces simplemente por proyectar una imagen, en otros casos por desear sentirse identificados con un grupo cuyo nombre y sentido pueden ser expresados de forma sencilla y en una sola palabra. Término que alude a quienes tendrían una visión "moderna" del mundo y la humanidad, en contraste con aquellos que defienden preceptos considerados anacrónicos, retrógrados o supersticiosos. Luego, uno de los comportamientos más esenciales del susodicho pensamiento progresista, es la protección de los "hermanos menores", los animales, impidiendo toda clase de maltrato contra ellos, incluyendo labores necesarias para el control de plagas, como es la eutanasia, en este caso canina. La modernidad que conlleva tal actitud, viene demostrada en el hecho de que se trata de una toma de conciencia lograda en épocas recientes, cuando se han analizado -y en ciertas ocasiones, experimentado- los efectos del desastre ecológico y la progresiva extinción de las especies. Además, de que estas ideas han sido adquiridas recién cuando las comunicaciones nos han permitido conocer culturas como las del Sudeste Asiático, donde han proliferado las religiones que colocan a los animales no racionales a la altura y a veces por encima del hombre, mientras que Occidente cristiano y abrahámico, con su prepotencia avasalladora, está arrasando de manera sostenida con los recursos del planeta.
Sin embargo, cabría preguntarse cuál es el origen de esas ancestrales leyes que, incluso en países occidentales, tipifican como delito el maltrato animal. La mayoría fueron sancionadas en épocas en que estas sociedades eran rurales, y cuando la agricultura y la ganadería se desarrollaban de forma manual, sin el auxilio de vehículos motorizados como tractores o máquinas segadoras. El caballo que tiraba del arado, entonces, era un bien muy preciado. Pero además, cabe agregar que en aquellos tiempos no existían cuerpos legales que favorecieran a los trabajadores, los cuales eran considerados esclavos, siervos, y en el mejor de los casos, inquilinos o peones absolutamente reemplazables. En determinados países, sobre todo de América, se dio la figura del hacendado, quien mantenía una alta cantidad de campesinos laborando en sus territorios, a los cuales manejaba a su más completo arbitrio. Si al patrón le parecía que su subordinado no había atendido a la vaca o al cordero de una manera satisfactoria -para el animal, obviamente, de lo que se desprende que también debiera serlo para él-, contaba con la facultad de azotarlo o de castigarlo de los modos más abusivos que pudiera imaginar. Adicionalmente, criaba especies de fina sangre para la mera exhibición, que no obstante constituían un símbolo de estatus y se tranzaban por millones en las ferias. Sufrir un robo por parte de cuatreros que más encima quedase inmune, significaba horadar un agujero en el orden social y nacional.
Sólo cabe agregar que en algunos países,en especial aquellos cuya economía dependía del sistema de haciendas, el abigeato era un delito que tenía penas semejantes al homicidio. De esos tratados se han colgado los defensores de los derechos de los animales, con el propósito de imponer sus convicciones progresistas traídas de lejanos lugares o de escritores poco valorados en vida. Por eso mismo el asunto les resulta tan fácil, al extremo de creer que están llevando a cabo una lucha épica donde las cientos de manos son capaces de resistir a las anquilosadas instituciones. Fuera de que los oligarcas simpatizan con ellos, ya que por generaciones han reverenciado a sus animales y han despreciado a quienes les ayudan a cuidarlos. No les preocupa el perro que muerde al transeúnte o la yegua suelta en el descampado que en un momento de agitación termina aplastando a un pordiosero. Son dos personas menos, que no les reclamarán por la mala distribución del ingreso ni por la injusticia social.
Por supuesto, que dicha coyuntura se transforma en una suerte de contradicción en el proceder de los llamados "progresistas", de donde emerge la mayoría de los adoradores de bestias, si bien en realidad, entre los componentes de este colectivo se pueden encontrar personas que defienden desde posiciones de lo más libertinas hasta lo más ultramontanas. Pero casi todos prefieren agruparse bajo ese calificativo, a veces simplemente por proyectar una imagen, en otros casos por desear sentirse identificados con un grupo cuyo nombre y sentido pueden ser expresados de forma sencilla y en una sola palabra. Término que alude a quienes tendrían una visión "moderna" del mundo y la humanidad, en contraste con aquellos que defienden preceptos considerados anacrónicos, retrógrados o supersticiosos. Luego, uno de los comportamientos más esenciales del susodicho pensamiento progresista, es la protección de los "hermanos menores", los animales, impidiendo toda clase de maltrato contra ellos, incluyendo labores necesarias para el control de plagas, como es la eutanasia, en este caso canina. La modernidad que conlleva tal actitud, viene demostrada en el hecho de que se trata de una toma de conciencia lograda en épocas recientes, cuando se han analizado -y en ciertas ocasiones, experimentado- los efectos del desastre ecológico y la progresiva extinción de las especies. Además, de que estas ideas han sido adquiridas recién cuando las comunicaciones nos han permitido conocer culturas como las del Sudeste Asiático, donde han proliferado las religiones que colocan a los animales no racionales a la altura y a veces por encima del hombre, mientras que Occidente cristiano y abrahámico, con su prepotencia avasalladora, está arrasando de manera sostenida con los recursos del planeta.
Sin embargo, cabría preguntarse cuál es el origen de esas ancestrales leyes que, incluso en países occidentales, tipifican como delito el maltrato animal. La mayoría fueron sancionadas en épocas en que estas sociedades eran rurales, y cuando la agricultura y la ganadería se desarrollaban de forma manual, sin el auxilio de vehículos motorizados como tractores o máquinas segadoras. El caballo que tiraba del arado, entonces, era un bien muy preciado. Pero además, cabe agregar que en aquellos tiempos no existían cuerpos legales que favorecieran a los trabajadores, los cuales eran considerados esclavos, siervos, y en el mejor de los casos, inquilinos o peones absolutamente reemplazables. En determinados países, sobre todo de América, se dio la figura del hacendado, quien mantenía una alta cantidad de campesinos laborando en sus territorios, a los cuales manejaba a su más completo arbitrio. Si al patrón le parecía que su subordinado no había atendido a la vaca o al cordero de una manera satisfactoria -para el animal, obviamente, de lo que se desprende que también debiera serlo para él-, contaba con la facultad de azotarlo o de castigarlo de los modos más abusivos que pudiera imaginar. Adicionalmente, criaba especies de fina sangre para la mera exhibición, que no obstante constituían un símbolo de estatus y se tranzaban por millones en las ferias. Sufrir un robo por parte de cuatreros que más encima quedase inmune, significaba horadar un agujero en el orden social y nacional.
Sólo cabe agregar que en algunos países,en especial aquellos cuya economía dependía del sistema de haciendas, el abigeato era un delito que tenía penas semejantes al homicidio. De esos tratados se han colgado los defensores de los derechos de los animales, con el propósito de imponer sus convicciones progresistas traídas de lejanos lugares o de escritores poco valorados en vida. Por eso mismo el asunto les resulta tan fácil, al extremo de creer que están llevando a cabo una lucha épica donde las cientos de manos son capaces de resistir a las anquilosadas instituciones. Fuera de que los oligarcas simpatizan con ellos, ya que por generaciones han reverenciado a sus animales y han despreciado a quienes les ayudan a cuidarlos. No les preocupa el perro que muerde al transeúnte o la yegua suelta en el descampado que en un momento de agitación termina aplastando a un pordiosero. Son dos personas menos, que no les reclamarán por la mala distribución del ingreso ni por la injusticia social.
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