domingo, 7 de agosto de 2011

Cristo Vive o Justin Bieber

Ya que Justin Bieber ha anunciado una próxima visita a Chile, se torna pertinente analizar a este nuevo engendro del llamado "teen pop", aquella seudo música desechable elaborada, como el mismo nombre de la propuesta lo indica, para adolescentes histéricas que imaginan que forman parte de un paradigma construido a partir de la ingenuidad propia de esa etapa de la vida. Inocencia que además, constituye uno de los tantos estereotipos femeninos. Pero en especial, ya que nos encontramos en un sitio que trata de temas relacionados con la teología y la religión, sería interesante diseccionar un aspecto de la personalidad del cantante canadiense que incluso él se ha esforzado e reiterar y resaltar en cada entrevista que concede y en cada concierto que ofrece. Hago referencia en su majadería en recalcar que pertenece a una iglesia evangélica y que su relación personal con Dios es de suma importancia. Al extremo que sus discos incluyen, entre los éxitos que le permiten vender millones de copias -con las suculentas ganancias monetarias que eso deja-, una que otra melodía con texto pretendidamente sacro. Inserción cuyo fin podría ser una muestra de gratitud, el cumplimiento del mandato del diezmo, o la esperanza de que alguna de esas chillonas mozuelas que juntan varias mesadas con el propósito de verlo en primera fila, se arrepienta de los besuqueos subidos de tono que en cierta oportunidad se dio con un novio de ocasión, y entienda que el pebete al cual le hace reverencias, es sólo un instrumento para llegar a quien sí merece ser alabado.

La verdad es que la fama de las celebridades siempre ha sido un asunto delicado para los cristianos más observantes. No es para menos: a su alrededor crean una horda de seguidores que forman una curiosa variante de un culto pagano. Por algo se les denomina ídolos, una palabra cuyas connotaciones de por sí constituyen un factor de repulsión entre los ministros religiosos, pastores evangélicos principalmente, pero también curas. A esto cabe añadir que tales fenómenos, aunque aparecieron antes, sin embargo son un indiscutible legado de la década de 1960, justamente la época en la que se cuestionaron con especial vehemencia los valores eclesiásticos  tradicionales, así como la sociedad que los sustentaba. Y si uno recopila declaraciones de estos personajes, no requiere de un conocimiento enciclopédico para notar que la mayoría utilizó su enorme capacidad de influencia para divulgar y alentar las ideas de sus respectivas generaciones, por lo cual se transformaron en los detractores más eficaces de ese orden ancestral. Ante lo cual los representantes de dicho ordenamiento, según la visión que se tenga, recogieron el guante, se colocaron el sayo, acusaron recibo, aceptaron el desafío o cayeron en el juego. Comenzando a tildar a los vociferantes de anti cristianos, practicantes de la hechicería o promotores del libertinaje sexual y de acciones aberrantes, cuando no simplemente de satánicos. Esta última acusación, efectuada en el marco de una campaña del terror que por sus características motivó y movilizó a un alto volumen de creyentes, por la sencilla relación que podía establecerse entre el enemigo (el diablo) y Jesús.

Con el paso de los años, y como ha sucedido en todos los aspectos de la actual existencia humana, los conservadores han sido capaces de asimilar los mecanismos empleados por los revolucionarios y han logrado, a su vez, difundir su propio discurso. Y nos encontramos con ídolos minúsculos que pueden atraer a las masas como lo hicieron los de antaño, y en medio de la jarana, expandir las intenciones y los sentimientos del sector con el cual mejor se identifican. O dirán otros, el que les da la manga más ancha para promocionarse y así cumplir su sueño de ser reconocidos por un gran público. Así, un lustro y algo atrás, nos topamos con una anterior representante del "teen pop", Britney Spears, quien proclamaba a los cuatro vientos que iba a conservar su virginidad hasta el matrimonio, y que jamás se iba a mezclar en vicios ni en aventuras bohemias. En este caso, no se mencionaba una confesión religiosa de por medio, y la Spears planteaba sus postulados en el marco de la exigencia del respeto a la diversidad, en un momento en que las comedias que alentaban el apetito sexual adolescente -y de paso las burlas o la agresión física contra los tildados de "gansos"-, como "American Pie" eran grito y plata. Tanto en ese caso como en el de Bieber, se trataba de integrantes de una corriente de música, si es que así se le puede llamar a lo que hacen, desechable y de discutible calidad. Es lo normal: como buenos conservadores, buscan el retorno a un ideal tradicional, que ya cuenta con características perfectamente definidas y sobre el cual resulta innecesario agregar más elementos, que no sean los de acomodar el discurso a la era contemporánea (fuera de que incluir aspectos de propia cosecha sería un sacrilegio).

Lo interesante es que el cristianismo evangélico ha creado una figura atractiva para las adolescentes más cándidas, que debido a su fe (sobre la cual insiste como si imaginara que cantar y predicar pueden ser una y la misma cosa) puede ser aprobado por los padres de hogares más puritanos y conservadores. Las jovencitas que asisten a la iglesia cada domingo acompañadas de sus progenitores, ahora pueden también asistir al estado a ver no a un ídolo sino a un hermano. Y de hecho sus mismos apoderados hasta pueden -o deben- alentar a la chica a que prefiera esta clase de cantantes. Una contradicción que se introduce en la esencia más pura del pensamiento de aquellos hombres y mujeres piadosos, transformando su decisión, en apariencia honesta, e hipocresía y apostasía. A propósito de lo descrito en el primer párrafo, no sé qué resulta más satánico.

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