La verdad es que, desde el punto de vista de la teología como de la semántica, efectivamente Breivik es un falso cristiano. Y está muy bien que los auténticos discípulos de Jesús así lo recalquen. Sin embargo, una respuesta como ésa se puede transformar en una falacia lingüística cuyo propósito sea la mera evasión contra un análisis que debiera ser tan profundo como necesario. Pues, cuando la televisión da a conocer los mortíferos atentados terroristas perpetrados por células musulmanas radicales, muchos de quienes ahora están prestos a separar la paja del trigo por un asunto de conveniencia, entonces despotrican contra el islam y afirman que es una religión de forajidos intolerantes cuya expansión es una amenaza para la libertad individual y mundial -limitada casi siempre a la libertad de culto-, algo que queda demostrado por las anomalías que al respecto ocurrirían en los países donde domina este credo. En resumen, consideran que toda la fe, y no sólo un puñado de agresores, están impregnados por la estética de la violencia, ya que ésta se hallaría presente en los aspectos elementales de su teología. Y para demostrar su tesis recurren a ejemplos manidos como la doctrina de la guerra santa. Incluso, esta creencia está tan arraigada en las sociedades occidentales, que cuando recién había acaecido lo de Noruega, hubo un consenso unánime en atribuir el incidente a grupos islámicos, sobre todo de cristianos que hoy se defienden usando el principio de "no somos como ellos", y por ende quienes asesinan en nombre del Salvador no pertenecen a nuestras filas aunque lleguen a mimetizarse en ellas.
Sin embargo, basta hurgar rápidamente un libro de historia para darse cuenta que innumerables congregaciones católicas, evangélicas u ortodoxas no descartaron el empleo de la violencia para imponer sus preceptos, con resabios que se han extendido hasta nuestros días (los casos de curas pedófilos, por ejemplo). Y muchos cristianos observan estos hechos con indiferencia, llegando a justificarlos a veces (me he topado con muchos hermanos que ven en términos positivos la represión que Lutero le exigió a las autoridades alemanas para sofocar la rebelión campesina de Thomas Muntzer). Para colmo no hablamos sólo de un asunto de competencia religiosa o de desacato a la autoridad. Ya que, por ejemplo en Estados Unidos, incluso en la década de 1960 el racismo y la agresión contra negros e indios que pedían igualdad de derechos era una práctica alentada desde los templos, que se amparaban en el dogma de la predestinación (el Ku Klux Klan fue por cierto una organización cristiana evangélica). Y en los tiempos actuales, tenemos la cruzada libertadora de George W. Bush, basada en un fundamentalismo que apenas oculta intereses comerciales, dirigida contra países musulmanes como Afganistán e Irak. Un caso bien curioso de guerra religiosa moderna, pues mientras unos disparaban en nombre de Mahoma, sus contendientes lo hacían en nombre de Jesucristo.
La masacre perpetrada por Breivk puede compararse con aquellos hermanos que, tras escuchar algunos sermones fogosos, salen a asesinar homosexuales o a médicos que practican abortos. Varios de ellos escucharon a un predicador hablar con excesiva vehemencia contra estas personas, y espetar que ellos están sentados en la banca y no realizan nada que permita, ya no propagar el evangelio, sino protegerlo de virus externos. Entonces, si jamás han hecho llorar a la multitud de una mega iglesia, ni tienen el valor para irse de misioneros a los confines más apartados del globo, ¿qué opción les queda para mostrar su lealtad, y evitar caer en la tibieza de corazón, que al final se torna un vómito de Dios? Quizá el hoy tildado como "el carnicero de Noruega", efectuó ese proceso lógico y acabó en la misma reflexión, ante el aumento de los inmigrantes y el crecimiento leve pero sostenido del islam en Europa. Tal vez notó que sus vecinos empezaban a sentir temor de esos sujetos con turbante que oran en cinco ocasiones por día, con el trasero metódicamente levantado y la cara en dirección a La Meca; y se esmeró en defenderlos, con la finalidad de obrar algo por Cristo, que le da más de lo que merece, y de paso deshacerse de unos cuantos apóstatas como otros lo hacen de los infieles. Claro que si después los que incitaron a la destrucción, se escudan aseverando que fueron mal interpretados o tomados a la ligera por el auténtico apóstata, entonces no avanzamos ni corregimos nada.
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