El trato que dispensan los componentes más conspicuos de la iglesia católica -ya sean sacerdotes o "laicos"- hacia quienes integran una comunidad evangélica, suele ser ambivalente y pendular. En un momento del día, pueden hablar de los "hermanos separados", y asegurar que los reformados marchan por el mismo sendero de los curas, pese a las diferencias surgidas en un pasado remoto donde las condiciones políticas y sociales eran otras. Pero en cuestión de minutos, son capaces de cambiar diametralmente tal actitud, por una más agresiva y condenatoria, donde los herederos de Lutero son calificados como una masa amorfa de sectas, según el contexto, peligrosas, alienantes o extemporáneas. De hecho, las conductas se pueden manifestar en el mismo prelado y de forma paralela, de acuerdo a un determinado estímulo exterior.
Una situación que desde el punto de vista teológico, por supuesto es incapaz de ofrecer un mínimo de coherencia. Pero que se entiende a la perfección cuando analizamos las causas por las cuales un personero católico reacciona de manera positiva o negativa sin tener la deferencia de establecer un puente entre ambas emociones. Tal origen, una vez más, se halla en lo conveniente o no que puede resultar una decisión para el seno del romanismo, por cierto que no en términos de apostolado o testimonio de fe, sino en base a consideraciones absolutamente ajenas a aquellas, como el lucro, el engordamiento de las arcas o el prestigio social -mejor dicho, entre la clase dominante-. Y al obrar así, es obvio que el obispo o párroco individual está pensando en el bienestar general del credo (después de todo, su peculiar verticalidad de mando, le ha servido a la iglesia romana para mantenerse y preservarse como un cuerpo, aunque no del modo en que lo prescribe la Biblia); sin embargo, y esto es algo también muy evidente, de igual forma está velando por intereses unívocamente personales. Los que apenas ocultan, bajo el manto de un razonamiento lógico sustentado en la verdad cristiana, un ansia manifiesta de escalar posiciones y cargos dentro de su institución eclesiástica, con el fin de obtener fama y riqueza que, en última instancia, es el deseo motor de quien persigue las posiciones de privilegio.
Es lo que trae como resultado, la ambigüedad, o para emplear un vocablo muy en boga por estas épocas, el doble estándar. Cuando una congregación evangélica cierra filas en torno a una campaña católica contra los homosexuales o el uso libre de anticonceptivos, se trata de hermanos que están a la par en su nivel de salvación. Pero cuando un reformado expresa sus divergencias con la teología romana, en los más variados aspectos -veneración a María, culto a las imágenes, comunión de los santos- o incluso se manifiesta de manera disidente a los temas morales mencionados al inicio de este párrafo (pues existen las justificaciones bíblicas que permiten oponerse a ellos), entonces nos encontramos con un grupúsculo de sectarios a quienes se debe temer y en consecuencia rechazar, lo que equivale (puesto que producto del respeto actual que se exige por los derechos humanos, no pueden andar asesinando a todos los que les caen mal) a procurar su exterminio. En definitiva, la herejía protestante se perdona, hasta se pasa por alto, cuando quien la profesa es servil a los intereses del inquisidor y no rechista porque a fin de cuentas, son valores comunes al cristianismo, aunque se trate de un punto de unión demarcado, impuesto y legitimado exclusivamente por una de las partes, en este caso los curas. Sin embargo, cuando dicho creyente detalla las motivaciones que lo impulsaron a tomar una cierta determinación en asuntos de fe, se torna en el canuto que grita, no estupideces, sino amenazas contra la seguridad pública, que constituyen un atentado a la integridad religiosa y por su intermedio, a la integridad nacional. Polémica que además, empeora cuando el sacerdote o laico se entera que tales diferencias se sostienen con argumentos sólidos, capaces de poner en duda su propia línea de pensamiento. Y que para colmo, cuentan con plena vigencia en la cotidaneidad actual.
Que todos alabamos a un mismo Dios, de eso no cabe duda. Más aún: es una coincidencia que los cristianos compartimos con los judaístas y los musulmanes. Pero en la viña del Señor uno se puede tropezar, no con posturas, sino con intenciones oscuras y antojadizas, sobre las cuales es preciso discernir. Ya hemos visto, pues los ejemplos abundan, que al fomentar el ecumenismo (en realidad, una versión sesgada, diseñada a la rápida y producto de una actitud tardía, pues esa tendencia ya era práctica recomendada entre las iglesias evangélicas), lo que se busca al interior del papismo es una sumisión ciega de las opiniones disidentes, al punto de conseguir que éstas desaparezcan. Es la misma intolerancia de siempre, ahora cubierta por una canallada de rostro afable. De hecho, las declaraciones en sentido positivo de algunos prelados, obedecen a que los templos reformados a los cuales han elogiado, a su vez les han apoyado en su cruzada contra el libre albedrío y la aceptación del pecador -al que nunca se debe insultar, sino convertir-, pues se han dejado embaucar por actitudes presentadas como un modo de proceder del creyente modelo. Y detrás de eso, hay un desconocimiento, en todos los términos imaginables, de la doctrina cristiana.
domingo, 15 de agosto de 2010
domingo, 8 de agosto de 2010
La Incompatibilidad Homosexual
Porque la Biblia lo rechaza en innumerables ocasiones; porque es una conducta propia de la idolatría y del paganismo decadentes; porque en el transcurso de la historia del cristianismo jamás se les ha dado cabida: en fin, por esos y muchos más motivos, incluyendo los más pueriles y políticamente incorrectos, la homosexualidad es una actitud que no debe ser aceptada por alguien que se declara seguidor de la doctrina de Jesús. Lo cual, en consecuencia, significa que quienes obren así no tienen nada que hacer en un templo, fuese o se declarase católico, evangélico u ortodoxo. Todavía más: hay toda una explicación teológica, bien estructurada y fundamentada, que permite excluir a un gay de una determinada congregación. Ya que esa tendencia atenta de algúm modo con el carácter proselitista de las enseñanzas de Cristo, que le ordena al fiel salir en busca del otro que es inconverso y por ende distinto. Bajo esa premisa, el homosexual sólo estaría saliendo al encuentro de un semejante, no arriesgando en lo más mínimo para procurar la salvación de los demás. Una cuestión que es preciso comunicar a aquellos que optan por esa tendencia, recalcándoles desde luego que está errada. Aunque a los interlocutores les duela, y a nosotros nos califiquen como reaccionarios intolerantes.
En el mundo abundan los ejemplos de quienes toman la decisión contraria. Así, descubrimos a poco andar, iglesias que aceptan a homosexuales entre sus miembros, llegando a veces a expulsar a quienes se oponen a tal medida, en la mayoría de las ocasiones arguyendo lo mismo que se ha descrito en el primer párrafo. Entretanto, otras comunidades casan a parejas gay, en una ceremonia cuyos celebrantes reafirman que la unión será "bendecida por Dios". La defensa de estos hermanos afirma que la expansión del cristianismo, en cualquiera de sus variantes, ha estado plagada de hechos condenables que ni el devoto más elemental puede desconocer. Que antaño se prohibía la ordenación de mujeres o que desde el púlpito, ciertos pastores consideraban que los zurdos eran pecadores. Sin embargo, basta un mínimo de sapiencia para comprender que tales aberraciones fueron producto de una errónea interpretación de las escrituras, en combinación con la ignorancia propia de los neófitos a quienes no se les guio correctamente, impulsándolos a adaptar prejuicios ancestrales a su nueva vida y de esa manera llenar el vacío. Es posible que dichos convencionalismos también hayan alimentado la homofobia entre los hijos del camino -que por cierto, es una conducta tanto o más despreciable que la propia homosexualidad-. Pero analicemos: lo primero guarda relación con el contexto de la época en que la palabra fue escrita, donde en efecto las féminas tenían escasa participación en la sociedad, mientras que lo segundo obedece a una simple y torpe equivocación, al tomar como literal una serie de textos que son sólo alegóricos. En cambio, son innumerables los pasajes bíblicos donde se grita un no rotundo a la tendencia homosexual.
Ahora, ¿por qué al menos ciertos colectivos gay insisten en integrar las iglesias cristianas, pese a que de antemano saben que el rechazo es categórico y teórico? La respuesta más apropiada está en la larga cadena de intentos de exterminación que estas personas han padecido. Y en la cual, de más está decirlo, los seguidores de Jesús tenemos muchas faltas por las que disculparnos. El grueso de los homosexuales cree que una manera de reparar el daño hecho y acto seguido ser por fin plenamente adimitidos en el tejido social, es ganando espacio en las instituciones más reconocibles de la humanidad. Por ejemplo, centros educacionales, trabajos profesionales, administración pública. Y entre ellos, desde luego que las organizaciones religiosas no pueden estar ausentes. Fuera de que la aceptación recíproca se transforma en una prueba de blancura y en la reparación más perfecta imaginable. En determinados casos, hermanos que honestamente desean rendir cuentas, caen en la trampa, como una forma de imitar la penitencia de saqueo frente a una supuesta interpelación del propio Cristo.
Lo que corresponde no es escupir las penas del infierno sobre un homosexual, porque la maldición es una conducta proscrita a los cristianos. Tampoco es compensar un error con otro. Al gay hay que decirle que está equivocado y que Dios lo juzgará por su pecado. Pero eso debe hacerse después de comprender el motivo que arrastró a determinado sujeto a tomar una decisión de tal calibre. Lo cual, aunque no es difícil, demanda tiempo, pues es necesario estudiar la doctrina, en especial la parte de la teología que trata sobre el amor al prójimo. Si algunos hermanos son capaces de obrar así con los delincuentes comunes y los reos -que lo admitamos o no, son muchísimo más nocivos que un "marica"-, por supuesto que tienen justificaciones de sobra para tratar del modo más afectuoso a lo que siempre ha sido objeto de mofa o escándalo, más que nada por situaciones ajenas al dogma de Jesús.
En el mundo abundan los ejemplos de quienes toman la decisión contraria. Así, descubrimos a poco andar, iglesias que aceptan a homosexuales entre sus miembros, llegando a veces a expulsar a quienes se oponen a tal medida, en la mayoría de las ocasiones arguyendo lo mismo que se ha descrito en el primer párrafo. Entretanto, otras comunidades casan a parejas gay, en una ceremonia cuyos celebrantes reafirman que la unión será "bendecida por Dios". La defensa de estos hermanos afirma que la expansión del cristianismo, en cualquiera de sus variantes, ha estado plagada de hechos condenables que ni el devoto más elemental puede desconocer. Que antaño se prohibía la ordenación de mujeres o que desde el púlpito, ciertos pastores consideraban que los zurdos eran pecadores. Sin embargo, basta un mínimo de sapiencia para comprender que tales aberraciones fueron producto de una errónea interpretación de las escrituras, en combinación con la ignorancia propia de los neófitos a quienes no se les guio correctamente, impulsándolos a adaptar prejuicios ancestrales a su nueva vida y de esa manera llenar el vacío. Es posible que dichos convencionalismos también hayan alimentado la homofobia entre los hijos del camino -que por cierto, es una conducta tanto o más despreciable que la propia homosexualidad-. Pero analicemos: lo primero guarda relación con el contexto de la época en que la palabra fue escrita, donde en efecto las féminas tenían escasa participación en la sociedad, mientras que lo segundo obedece a una simple y torpe equivocación, al tomar como literal una serie de textos que son sólo alegóricos. En cambio, son innumerables los pasajes bíblicos donde se grita un no rotundo a la tendencia homosexual.
Ahora, ¿por qué al menos ciertos colectivos gay insisten en integrar las iglesias cristianas, pese a que de antemano saben que el rechazo es categórico y teórico? La respuesta más apropiada está en la larga cadena de intentos de exterminación que estas personas han padecido. Y en la cual, de más está decirlo, los seguidores de Jesús tenemos muchas faltas por las que disculparnos. El grueso de los homosexuales cree que una manera de reparar el daño hecho y acto seguido ser por fin plenamente adimitidos en el tejido social, es ganando espacio en las instituciones más reconocibles de la humanidad. Por ejemplo, centros educacionales, trabajos profesionales, administración pública. Y entre ellos, desde luego que las organizaciones religiosas no pueden estar ausentes. Fuera de que la aceptación recíproca se transforma en una prueba de blancura y en la reparación más perfecta imaginable. En determinados casos, hermanos que honestamente desean rendir cuentas, caen en la trampa, como una forma de imitar la penitencia de saqueo frente a una supuesta interpelación del propio Cristo.
Lo que corresponde no es escupir las penas del infierno sobre un homosexual, porque la maldición es una conducta proscrita a los cristianos. Tampoco es compensar un error con otro. Al gay hay que decirle que está equivocado y que Dios lo juzgará por su pecado. Pero eso debe hacerse después de comprender el motivo que arrastró a determinado sujeto a tomar una decisión de tal calibre. Lo cual, aunque no es difícil, demanda tiempo, pues es necesario estudiar la doctrina, en especial la parte de la teología que trata sobre el amor al prójimo. Si algunos hermanos son capaces de obrar así con los delincuentes comunes y los reos -que lo admitamos o no, son muchísimo más nocivos que un "marica"-, por supuesto que tienen justificaciones de sobra para tratar del modo más afectuoso a lo que siempre ha sido objeto de mofa o escándalo, más que nada por situaciones ajenas al dogma de Jesús.
domingo, 1 de agosto de 2010
Cataluña Por Las Astas
La decisión del parlamento de Cataluña, de prohibir las corridas de toros en ese territorio español a partir de 2012, ya ha levantado una serie de suspicacias que guardan escasa relación con el propósito inicial de dicha proscripción, cual es la defensa de los derechos de los animales. En cambio, se ha sostenido que su verdadera causa es el nacionalismo regionalista que desde siempre ha impulsado a los catalanes a depender lo menos posible de Madrid, soñando incluso con la emancipación total. Para justificar tal conducta, se basan en la posesión de una lengua propia -que en la actualidad, al parecer se habla mucho más que el español- y la segunda ciudad más poblada del país, la cosmopolita Barcelona, puente entre la península ibérica y Europa, donde han comenzado todas las oleadas vanguardistas, ya sea en el campo del arte, de la ideología partidista o la conducta moral, que se extienden como una avalancha sobre el resto de este reino cerril, rastrero de la iglesia católica y con un maloliente aroma a convento, cuestionando todos sus valores ancestrales, los cuales por cierto coinciden con los del papismo, aunque absorbidos de manera indirecta a través de sus muchos gobiernos autoritarios, en especial el más reciente, de Francisco Franco.
Comparemos a España en general y a Cataluña en particular, en el marco de la determinación de marras, con la realidad chilena. Acá también existieron corridas de toros: de hecho, hasta por 1820 eran una forma de distracción muy frecuente entre las clases populares. Pero entonces, Bernardo O'Higgins las suspendió, junto con otras fuentes de entretenimiento que eran propias de estos sectores, como las riñas de gallo. No se puede argüir que nuestro padre de la patria tuviera compasión por los "hermanos menores", pues en aquella época, la defensa de los derechos animales ni siquiera era imaginable como concepto. Entonces, la causa de tal prohibición de seguro se encuentra en una obsesión que ha trascendido a todos quienes se han atrevido a dirigir estos pagos: colocar una cuota de orden en un territorio alejado de las grandes metrópolis, con una geografía que dificulta sobremanera la comunicación, controlado por una etnia indígena indomable y que de tarde en tarde sufre los desastres naturales más difíciles de predecir, como terremotos y erupciones volcánicas. Hasta se puede añadir un antecedente: durante el breve periodo de la Reconquista, los gobernadores europeos no hallaron mejor remedio contra la sedición -alentada por el escurridizo Manuel Rodríguez- que impedir la realización de los carnavales, dejando como consecuencia, el que Chile sea el único país sudamericano que no disponga de ese tipo de fiestas, salvo las localidades norteñas que antes de la guerra del Pacífico eran zonas bolivianas o peruanas. Y sería demasiado largo de mencionar la interminable cantidad de incursiones represivas en contra de las chinganas, ya en los tiempos coloniales, y que en la actualidad se replican en las restricciones que se les imponen a los locales nocturnos.
A lo que quiero llegar, es que la tauromaquia fue prohibida en Chile merced a un dogmatismo basado en la más básica, irreflexiva y enfermiza moralina. Y en tal actitud, este país coincide con España. De acuerdo: los catalanes siempre han tratado de abrir los goznes para que entre el aire fresco. Pero al parecer, tanto relajamiento les ha hecho olvidarse incluso de lavarse los dientes, porque al final acaban echando su propio tufo por toda la península. Hoy cunde entre los españoles un sentimiento de violenta xenofobia, especialmente contra los inmigrantes que provienen de las antiguas colonias. Y la región donde más se expresa ese rechazo es Cataluña, donde el temor a los extranjeros se mezcla con el conservadurismo del país -del cual los catalanes, lo quieran o no, forman parte incluso en sus aspectos culturales- y el orgullo de sus habitantes por ser los "más avanzados" en términos de libertad individual. Este último aspecto merece una mención aparte, pues el asunto del honor, y en especial de una cualidad relacionada, la honra, es algo tan arraigado en la mentalidad española como las corridas de toros. Combinado con las demás situaciones, arrastra a los catalanes a concebir un tejido social donde los portadores de la racionalidad, como consecuencia de una supuesta liberación de las ataduras ancestrales, son ellos, mientras los demás son una caterva de brutos entregados a la barbarie. Ellos son los que traen Europa y barren con los convencionalismos propios de comunidades primitivas, que gustan de matar bovinos en una plaza rodeada de gente, o de correr delante de ellos como niñatos inmaduros y malcriados.
El problema es que, tras desterrar a la iglesia católica, la siguiente tarea es llenar el espacio vacío y dicha tarea ha recaído en manos de religiosos dogmáticos igualmente nocivos, pero que representan una visión del mundo más "moderna", más que nada porque empezaron a ganar adeptos en las décadas recientes. Ahí es donde entran los ecologistas y los adoradores de bestias, quienes están seguros de que son portadores de una revolución tan importante como las que marcaron el siglo veinte. Eso, pese a que su actitud equivale a la de los puritanos estadounidenses que impusieron la llamada ley seca.
Y que además, es un burdo premio de consuelo después del fracaso de las utopías reformistas inspiradas en pensadores rebeldes y de izquierda. Burdo y sospechoso como el nacionalismo catalán, porque es alentado por un sector de la socialdemocracia que se ha enriquecido a costa de discursos en favor de la democracia y la igualdad de oportunidades, pero que proviene de y concluye en la opulencia, allí donde los cambios siempre asustan.
sábado, 24 de julio de 2010
La Maldición de la Soltería
El gobierno conservador que se ha instalado en Chile desde marzo nos ha ofrecido un desfile de dirigentes felizmente casados y con una cantidad de hijos que oscila entre los cuatro y los diez. Con esto, se liberan de ser tachados de inconsecuentes, ya que producto de su vinculación con los sectores más rancios de la iglesia católica -que en términos generales ya es bastante rancia-, profesan a los cuatro vientos la idea de la familia numerosa; mejor dicho, la ideología de la familia a secas. Como un anexo obligatorio, también han atacado a quienes han decidido no dejar descendencia, o que por causas atendibles -proyección personal, estrechez económica, responsabilidades laborales- se contentan con un vástago o dos, pero no más allá. Una actitud que, no podía ser de otra manera, incluye la amenaza del peor castigo divino imaginable, aunque en medio del discurso presenten argumentos de peso filosófico, ético o incluso científico, como la preservación de la especie o la escasez de la mano de obra.
Al interior del romanismo siempre ha existido un rechazo violento y poco reflexivo hacia la soltería. O más bien, a la opción de clausurar la paridera. Hay una infinidad de pruebas palpables que no es necesario detallar aquí, como la condena al uso de anticonceptivos o la condición de sacramento que se le otorga al matrimonio. Aunque a simple vista parezca lo contrario, el no casarse, incluso el no mantener una pareja siquiera fuera de algún vínculo legal, es la peor condición posible, siendo catalogada como una auténtica maldición. Por ese motivo, a quien le caiga esa mala aureola, no le queda sino recluirse en su domicilio particular, en una parroquia o un monasterio, y entregarse a una existencia de continua e interminable oración. La alternativa unitaria debe ser tomada sólo como justificación para un mejor servicio religioso, pues se supone que la divinidad remplaza al cónyuge y llena un espacio que por causas naturales permanece vacío. Ése es el motor que incentiva la ordenación sacerdotal y el "celibato consagrado", este último un eufemismo, pues dentro de los márgenes del derecho canónico, sólo es posible una clase de celibato. El accionar del soltero se reduce al cuarto trasero de un templo, y si se es mujer, a un convento donde por algo las habitaciones se denominan celdas. Ahí, alejados de la sociedad, permanecen quienes fallaron a ese arcaico mandamiento que ordenaba crecer y multiplicarse, mirando de reojo y no sin un dejo de tristeza a aquellos que cuentan con la dicha de formar una familia.
Y es que todo este proceder se fundamenta en una interpretación de la Biblia que privilegia el Antiguo Testamento, a pesar que se trata de cuestiones superadas por el mismo Jesús. En el viejo Israel la situación era así. A tal extremo que la mujer estéril era rechazada por la comunidad y se transformaba en objeto de mofa, a veces, de sus mismas criadas y empleados. Un ejemplo de esta exagerada devoción por la descendencia, se halla en la situación social de los levitas, considerados una de las doce tribus, la de Leví, un hijo de Jacob que por una desobediencia fue maldecido por su padre. El mensaje era claro: aunque se trate de la institución de los sacerdotes -que en este caso no eran célibes-, nada es más importante que engendrar para repartir la heredad. Otro hecho que apunta a favor de esta ideología, era la constitución de los nazareos: personas "consagradas", es decir que habían recibido una misión divina, que podía ir desde quitar los santuarios dedicados a los ídolos hasta liberar a los israelitas de un pueblo que les estaba haciendo la guerra. Mientras desarrollaban su tarea podían abstenerse de tomar esposa o concubina; pero una vez acabado el trabajo de inmediato debían casarse. Eso, sin contar que el más famoso de estos consagrados, Samsón, es considerado por el narrador bíblico como un símbolo del orgullo malentendido, la necedad práctica y la debilidad sexual.
Ahora, como se señaló en su momento, tales ordenanzas fueron enviadas por Jesús a los archivos de la ley. Algo que Cristo recalcó en su mismo ejemplo de vida, ya que en su paso por la tierra permaneció soltero. Pero como fue vilipendiado en varias ocasiones y terminó crucificado, entonces muchos intentan mostrar esos incidentes como una evidencia de que al Señor no vino sino a sufrir. Y la iglesia católica promueve estas interpretaciones erradas colocando siempre el cuerpo del Mesías clavado en la cruz, olvidando que requirió de alrededor de setenta horas para resucitar. Eso acontecería, luego, con los solteros: serían unos lastimeros ascetas que siempre tendrían que pedir perdón. De otro modo se trataría de unos libertinos pecaminosos. Sin embargo, pasan por alto que el Nuevo Testamento considera que el servicio a Dios sólo provoca alegría entre quienes lo eligen, y que de los infelices no es el reino de los cielos. Y un infeliz no sólo es un tipo amargado, sino alguien que además no permite que los demás sean dichosos y disfruten de las opciones que abrazaron libremente.
domingo, 18 de julio de 2010
Vicaría de la Falsedad
Entre los diversos mitos que sostienen la democracia chilena, está aquel que asegura que la iglesia católica llevó a cabo una labor épica y heroica en defensa de los derechos humanos durante la dictadura de Pinochet. Es algo que se viene recalcando especialmente durante el último tiempo, en que dicha institución se encuentra atravesada por casos de pedofilia y abusos varios, no sólo sexuales. Y cuando a la par con esos escándalos, la cúpula sacerdotal viene publicando una serie sucesiva de declaraciones que recuerdan la peor época de la Inquisición, donde se condena a la homosexualidad, el empleo de métodos anticonceptivos o la libertad individual, con expresiones ofensivas e intolerantes propias de quienes creen que si no se obra de acuerdo a su paradigma particular, el mundo camina de manera inexorable hacia su destrucción (nunca sabemos si producto de un proceso de degradación progresiva, o de la aniquilación de la mayoría que se opone a la fuente de origen de los malos augurios). Como la resistencia a esos auténticos insultos ha sido, por causas obvias, masiva, los responsables de tales relatos legendarios han fortalecido la narración igual que un rumor que se acrecienta conforme va pasando de boca, a fin de estructurar un muro de contención fuerte y eficaz que contrarreste todas las críticas negativas. Por eso, se esmeran en recalcar que, al margen de las excepciones que nunca fallan -y que en atención al dicho, sólo confirmarían la regla-, la organización romanista en su conjunto se habría enfrascado en una lucha por la justicia en tiempos que tales atrevimientos podían costar la vida. Incluso, siempre se da a conocer un nombre que, a estas alturas, ya se transforma en un símbolo al estilo de los iconos de yeso: la Vicaría de la Solidaridad, esa oficina fundada por Raúl Silva Henríquez, a la sazón obispo de Santiago, allá por 1975, que se dedicó a recopilar listas de personas martirizadas durante el régimen militar.
Revisemos el orden cronológico de los acontecimientos. Éste, nos revela que la primera entidad de cuño eclesial que se estableció para combatir la dictadura y sus efectos en quienes la rechazaban, fue el Comité Pro Paz, establecido un año y algo antes que la manida Vicaría. Dicha conjunción fue convocada por dos pastores luteranos alemanes, que llevaban un buen tiempo trabajando en Chile. A ella asistieron representantes de todas las iglesias instauradas entonces, incluyendo confesiones no cristianas, como los judíos y musulmanes. La gran ausente -aunque a poco andar se fue integrando, más que nada tras palpar la conveniente relación entre costo y beneficio- fue la católica, debido a su ancestral desprecio por los que siempre ha tratado de cismáticos, herejes, incrédulos o sectarios. Sin embargo, a poco de consolidarse el citado Comité, Pinochet expulsó a los ministros germanos bajo el cargo de conspiración contra el gobierno (no retornarían hasta 1990). Fue entonces cuando Silva Henríquez se arrancó con los tarros y a su vez, y aprovechando su trono en el arzobispado de Santiago -que ipso facto lo transformaba en presidente de la Conferencia Episcopal, máxima autoridad del romanismo en un país-, fundó el organismo de marras. Cabe señalar que la deportación de los pastores no desmotivó a sus seguidores originales, quienes casi de inmediato crearon el Fondo de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (FASIC), encabezado por la misma congregación luterana a la cual los teutones pertenecían. La labor de este centro no se circunscribió sólo a las víctimas de torturas y desapariciones forzadas, sino que además acogió a los millones de chilenos que iban descendiendo de manera sostenida y constante hacia la pobreza, producto de las políticas económicas de la tiranía, basadas en el capitalismo de Friedman. No obstante, no contaban con el poder mediático del papismo, por lo que su obra es poco conocida por las generaciones más recientes.
Ignoro cuanto de verdad o de hipérbole habrá en este asunto de la Vicaría de la Solidaridad. Pero una cosa sí es clara: a entender por el comportamiento de la iglesia católica antes y después de la dictadura, se trató de una oficina poco deseada: una suerte de pecadillo aceptado porque era necesario aparentar que se estaba del lado de los oprimidos, a fin de mantener de conservar la credibilidad de las masas populares. El afán de sobrevivir, pues, no fue dado por la urgencia de evitar caer en las garras de las policías secretas; sino de mantener un nivel de respaldo en sectores sociales que los propios curas siempre han despreciado -empobrecidos, izquierdistas-, pero que les son imprescindibles al momento de asegurar su solvencia política, social, cultural y económica. La prueba más contundente en apoyo de tal hipótesis es que una vez ocurrido el retorno a la democracia, la Vicaría fue cerrada y el romanismo regresó a las barbaridades ya señaladas en el párrafo introductorio. Ni siquiera la salva el hecho de ser un engendro del presidente de la Conferencia Episcopal - dato interesante dada la verticalidad en el mando que caracteriza a los papistas-, pues siete años más tarde el mismo Vaticano sustituyó a Silva Henríquez por el más conservador Juan Francisco Fresno. Y a fin de cuentas, ¿quién era Silva Henríquez? Un hacendado que le tocó crecer en la época en que los curas trataban de engañar al mundo jugando a la renovación. Quien, mientras se desnucaba hablando de la "opción por los pobres", llevaba a Raúl Hasbún a Canal 13, y ya instalado el régimen militar, a Jorge Medina a la Universidad Católica: dos sacerdotes que no se caracterizaron precisamente por cuestionar a Pinochet, y que en tiempos recientes, han sido el punto de referencia para que la curia recupere su testera agresiva e intolerante. La cual jamás abandonó. Porque obispos y curas rasos condescendientes con lo que sucedió en esa tiranía abundaron, y todos tenían lazos de parentesco o de amistad con quienes se presentaban como integrantes de un bando contrario. Pues, no lo olvidemos, para ser investido, o al menos investido purpurado, se requiere pertenecer primero a una determinada clase social.
Sopesemos las cosas y entreguemos a cada cual el reconocimiento que le corresponde. Es difícil afirmar, al menos en el ámbito de la cordura racional, que una entidad que durante toda su existencia se dedicó a confeccionar fichas médicas de personas sobre quienes se desconocía su paradero, haya sido el núcleo central de la resistencia contra la dictadura. Si es cierto que hubo curas que tras el golpe ocultaron a dirigentes izquierdistas a pesar de haber manifestado abiertamente su ateísmo y haber adherido a esa frase de Marx que sentencia que "la religión es el opio de los pueblos", al revisar estos casos nos encontramos con que casi todos pertenecían al mismo estrato social del que provenían los mentados sacerdotes. Por lo que se desprende que ya se conocían, habían asistido a los mismos establecimientos educaciones, y hasta tenían relaciones de consanguinidad. Así salvaron a los socialistas del güisqui y el caviar, mientras quienes tenían extracción baja quedaron a merced de las fuerzas represoras. Los mismos socialdemócratas que ahora se arrodillan ante los dictámenes inaceptables del catolicismo, que a la postre consideran parte del estatuto legal del país. Los arremolinados que no fueron capaces de arriesgar un poco más para retener el gobierno y no entregárselo a la derecha, y que pretenden dar lecciones de democracia atacando a gobernantes como Hugo Chávez. Los que viven entre las parroquias y los negocios, que por muy progresistas y esnobistas que sean, se comportan tal como sus vecinos conservadores.
domingo, 11 de julio de 2010
Juntando Miedo Para 2012
La tesis de que el mundo se acabará el 21 de diciembre de 2012, basándose en una supuesta predicción de los indígenas mayas, es el más reciente bebé mimado de los charlatanes y la prensa sensacionalista. Diversos acontecimientos internacionales han aumentado su interés por ella, como severos catástrofes naturales o graves problemas provocados por la intervención humana -desastre ecológico, calentamiento global, crisis financiera-. Aunque, si echamos una rápida ojeada a la historia, nos daremos cuenta de inmediato que estos reveses siempre nos han acompañado, y que en determinados momentos significaron consecuencias peores. Instantes en los cuales, también han proliferado los agoreros que dicen captar el conocimiento que proporciona la iluminación divina. Siempre, eso sí, basándose en una visión absolutamente particular del concepto de dios
Para disfrutar un poco con lo absurdo y ridículo que hay detrás de estas teorías -y de paso, justificar la redacción de este escrito, ya que el tema, a excepción de unos cuantos chistes de sobremesa, no requiere de un mayor análisis-, basta recordar que, hace poco más de una década, existía a nivel global el mismo temor y la misma inquietud por un colapso terminal del planeta. En aquel entonces, las miradas no estaban puestas en las elucubraciones de un viejo imperio amerindio, sino en las interpretaciones que ciertos predicadores, patéticos e ignorantes, daban de la Biblia, en especial del Apocalipsis. Calculaban dos mil años desde la supuesta creación del mundo hasta la fundación de Israel -con la gesta de Abraham-, otros dos mil desde tal acaecimiento hasta el nacimiento de Cristo, y unos dos mil más hasta la Parusía. Con ello se acumulaban seis milenios, el número de la humanidad según el texto de Juan. Como en determinados pasajes se hacía referencia al "milenio de la paz duradera, donde el Señor iba a reinar en la Tierra" (de aquí el término "milenarismo"), concluían que siete mil años equivalían al fin de un ciclo, pues ése es el número de Dios. En definitiva, la destrucción total debía tener lugar en el 2000. Pero como debido al error de Dionisio, no sabemos si el Mesías nació entre el 4 ó el 8 a.c., finalmente hubo que ajustar las ecuaciones y se dictaminó que el plazo fatal expiraba en 1997. Dicho y hecho: nos rodeamos de películas baratas y magos cabalísticos que se ponían a temblar con la sola mención de dicho año. Eso sí: los ministros paranoicos y seudo cristianos continuaron apostando por el 2000, porque las demás fechas habían sido propuestas por la hechicería.
Y bien. No se acabó el mundo y la prueba es que hoy, 11 de julio de 2010, estoy escribiendo este artículo. Y ustedes lo están leyendo en un tiempo futuro. La especulación, al final, se perdió en la noche tal como sucedió con los testigos de Jehová y sus vaticinios para 1914, o con H. H. White y sus fórmulas ocultas que no anticiparon nada, pero sí nos legaron cosas como los Adventistas del Séptimo Día. Hastiados por las descabelladas invenciones de esos falsos profetas, los ciudadanos comunes comenzaron a perder el respeto por el cristianismo y a recurrir a movimientos alternativos que cuando se trata de tales asuntos, no dejan de ser menos imbéciles. Después de que el fraude del 2000 quedó al descubierto, una buena masa de gente se empecinó en cobrarle cuentas pendientes a las iglesias convencionales por todo lo que habían hecho prácticamente desde la ascensión de Jesús, y fue así como de golpe y porrazo, se expandieron como plagas aquellas visiones que consideraban que Cristo no era sino la actualización de antiguos mitos paganos, como Osiris, Zoroastro o Mitras. Por lo tanto ya no era bien visto utilizar los oráculos fundados en -hay que insistir en el tema- erróneas interpretaciones de la Biblia. Y los cabalistas de siempre (que escasa cuando no nula relación guardan con la verdadera cábala, esa forma de teología judía surgida en el seno de los sefardíes), hallaron esta tesis y se decantaron por ella, pues era la más inmediata en términos de fechas y además, elaborada por un pueblo precolombino, los mismos a quienes occidente cristiano ha pulverizado con sus ideas y sus armas. A pesar que los mayas ya no existían como unidad política para el descubrimiento y la conquista de América.
La verdad es que simplemente no estamos capacitados para descifrar lo que los sacerdotes de Yucatán quisieron comunicar a través de sus horóscopos. Para comenzar, la cultura maya había sido absorbida por la azteca para la llegada de los españoles, y sus pronósticos de tipo místico, o habían sido completamente olvidados, o habían sido adaptados por los nuevos gobernadores a su propio sistema de creencias. Quienes estaban capacitados para dar explicaciones, sencillamente no existían. Además, lo poco que se puede entender, jamás asegura un fin del mundo catastrófico al estilo de las conclusiones antojadizas extraídas del Apocalipsis -texto que los mayas además no conocieron-. En cambio, se refiere a la "detención de una rueda", la paralización de un organismo móvil de características circulares -concepción del mundo común a los pueblos amerindios-, que al parecer supone el término de un ciclo. Pero es probable que indique que, tras dicho acabamiento, se genere una renovación y ligado a lo mismo, un nuevo ciclo, o que el mismo ciclo inicie un movimiento retrógrado, o que el ciclo se detenga por lapso breve de tiempo, para en seguida volver a girar. Tal vez, incluso no trate una destrucción planetaria, sino un mero suceso astronómico, algo que los mayas dominaban muy bien. Aunque, finalmente, no sea muy verosímil creerle a unas personas que aseveraban que el cielo era sostenido por los árboles o que la noche se producía porque el Sol era tragado por espíritus malignos.
domingo, 4 de julio de 2010
La Biblia, la Patria y las Armas
Hace unos días atrás, la Corte Suprema de Estados Unidos ratificó el libre acceso a las armas de fuego para los habitantes de ese país, sepultando de paso las restricciones que algunas entidades estaduales querían imponer, a fin de disminuir el alto número de homicidios y prevenir las masacres masivas tales como Columbine y Virginia Tech, hechos que según expertos muy serios y respetables, ocurren por esa tendencia de los norteamericanos a resolver sus problemas apretando el gatillo. Cuestión que se verá acrecentada con la reciente resolución judicial, máxime si consideramos que en este lugar es posible comprar artefactos de toda calibre, con sus correspondientes municiones, hasta en los supermercados y los almacenes de barrio. Ya me imagino a la señora Yolita o la señora Juanita, yendo a la tienda de la esquina y diciendo: "déme un quilo de pan, unas torrejas de queso y una ametralladora".
En los EUA, el derecho a portar armas indiscriminadamente, es alentado por los grupos más conservadores y religiosos del país. Los mismos que forman parte del cinturón bíblico, que repudian sin concesiones el aborto, la homosexualidad y el islamismo, y que proclaman a los cuatros vientos los valores patrios, morales y familiares. Y que están vinculados a las mayores congregaciones cristianas y poseen vínculos con los más recalcitrantes evangelistas. Conocen las Escrituras como la palma de su mano, y las recitan de manera mecánica cada vez que se les presenta la oportunidad, en cualquier sitio público, ya sea la plaza, la oficina, la escuela o el parlamento. Pero ignoran, o desvían la cabeza, cuando Jesús llama a sus discípulos a ser pacificadores y a evitar el uso de la violencia, en especial cuando se cuenta con un instrumento capaz de entregar ventaja. Incluso, resulta muy curioso observar, que mientras más intenso es el compromiso espiritual, crece en forma directamente proporcional la predisposición a defender el empleo de dichos instrumentos. De este modo, la figura del cristiano ideal es la de un hombre que odia la promiscuidad sexual, no se involucra en manifestaciones populares y anda siempre con su Biblia bajo el brazo y su rifle colgado en el hombro opuesto.
Lo cual ocurre porque el mensaje de Jesús choca con un aspecto tan intrínseco de la cultura de los norteamericanos, que al igual que el empleo de las Escrituras, se le considera parte de la idiosincrasia nacional de ese pueblo. El uso de las armas de fuego está ligado de manera indisoluble a la historia del país, por lo que forma parte de esa actitud chovinista que se suele denominar "el alma patria". Y su proliferación y justificación hasta fue validada, siquiera de manera indirecta, casual o inocente, recurriendo a principios de la teología cristiana evangélica. Por ejemplo, en la época de la conquista europea, el estilo práctico y la aceptación a rajatabla de la teoría calvinista de la predestinación, privó a los colonos anglosajones de enarbolar principios como ese de "la espada y la cruz", que utilizaron los españoles con los indígenas de los futuros Estados latinoamericanos. En cambio, simplemente procedieron a desalojarlos de sus tierras valiéndose de las armas de fuego. Después, a mediados del siglo XIX, tuvo lugar la Guerra de Secesión, que moldeó definitivamente al Estados Unidos moderno. En periodos posteriores, se han sucedido las invasiones y ataques militares contra Alemania, Japón, Vietnam, Granada, Yugoslavia o Irak. Todas, presentadas como un afán de salvar al mundo de las garras del mal, encarnado en gobernantes que siguen ideas que por extrañas de seguro deben estar reñidas con los valores cristianos, los más acordes a la sociedad y la humanidad. A propósito, recuérdese el intento de George W. Bush de presentar su política belicista como una cruzada de conversión.
El problema es que, como se señaló más arriba, queda la sensación, en el norteamericano raso, que disparando se pueden arreglar las fallas de la naturaleza. Así se solucionó la esclavitud de los negros en propio territorio, se ocupó el Oeste plagado de bandidos e indios incivilizados y luego, se limpió al mundo de nazis, comunistas y emperadores japoneses. Entonces, suele ocurrir que el relevo es tomado por quien nadie esperaba. Como ocurrió en las masacres estudiantiles mencionadas en el primer párrafo, concretadas por alumnos que sufrían el acoso de sus pares matones. De seguro, discurrieron que un balazo ponía las cosas en su lugar, que por lo demás es lo que debieron haber aseverado, al menos entre líneas, los textos escolares. A propósito, resulta interesante analizar las fechas en que acaecieron esos dos eventos. Columbine se dio durante la invasión gringa a la ex Yugoslavia, mientras que Virginia Tech fue desatado por un coreano (aliados comerciales y militares de los EUA), en medio de la "guerra al terrorismo". Más aún: el dúo responsable de la matanza en el plantel secundario, tenía planes muy bien urdidos para, tras concretar dicha acción, robar un avión, volar hacia New York y estrellarse contra el Empire State. Dicen algunos que el cristianismo occidental, es una buena fuente de ideas originales o emanadas del esfuerzo personal. Si es así, entonces al Islam sólo se lo puede acusar de devolver golpes con una fuerza aún mayor.
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