domingo, 1 de agosto de 2010

Cataluña Por Las Astas

La decisión del parlamento de Cataluña, de prohibir las corridas de toros en ese territorio español a partir de 2012, ya ha levantado una serie de suspicacias que guardan escasa relación con el propósito inicial de dicha proscripción, cual es la defensa de los derechos de los animales. En cambio, se ha sostenido que su verdadera causa es el nacionalismo regionalista que desde siempre ha impulsado a los catalanes a depender lo menos posible de Madrid, soñando incluso con la emancipación total. Para justificar tal conducta, se basan en la posesión de una lengua propia -que en la actualidad, al parecer se habla mucho más que el español- y la segunda ciudad más poblada del país, la cosmopolita Barcelona, puente entre la península ibérica y Europa, donde han comenzado todas las oleadas vanguardistas, ya sea en el campo del arte, de la ideología partidista o la conducta moral, que se extienden como una avalancha sobre el resto de este reino cerril, rastrero de la iglesia católica y con un maloliente aroma a convento, cuestionando todos sus valores ancestrales, los cuales por cierto coinciden con los del papismo, aunque absorbidos de manera indirecta a través de sus muchos gobiernos autoritarios, en especial el más reciente, de Francisco Franco.

Comparemos a España en general y a Cataluña en particular, en el marco de la determinación de marras, con la realidad chilena. Acá también existieron corridas de toros: de hecho, hasta por 1820 eran una forma de distracción muy frecuente entre las clases populares. Pero entonces, Bernardo O'Higgins las suspendió, junto con otras fuentes de entretenimiento que eran propias de estos sectores, como las riñas de gallo. No se puede argüir que nuestro padre de la patria tuviera compasión por los "hermanos menores", pues en aquella época, la defensa de los derechos animales ni siquiera era imaginable como concepto. Entonces, la causa de tal prohibición de seguro se encuentra en una obsesión que ha trascendido a todos quienes se han atrevido a dirigir estos pagos: colocar una cuota de orden en un territorio alejado de las grandes metrópolis, con una geografía que dificulta sobremanera la comunicación, controlado por una etnia indígena indomable y que de tarde en tarde sufre los desastres naturales más difíciles de predecir, como terremotos y erupciones volcánicas. Hasta se puede añadir un antecedente: durante el breve periodo de la Reconquista, los gobernadores europeos no hallaron mejor remedio contra la sedición -alentada por el escurridizo Manuel Rodríguez- que impedir la realización de los carnavales, dejando como consecuencia, el que Chile sea el único país sudamericano que no disponga de ese tipo de fiestas, salvo las localidades norteñas que antes de la guerra del Pacífico eran zonas bolivianas o peruanas. Y sería demasiado largo de mencionar la interminable cantidad de incursiones represivas en contra de las chinganas, ya en los tiempos coloniales, y que en la actualidad se replican en las restricciones que se les imponen a los locales nocturnos.

A lo que quiero llegar, es que la tauromaquia fue prohibida en Chile merced a un dogmatismo basado en la más básica, irreflexiva y enfermiza moralina. Y en tal actitud, este país coincide con España. De acuerdo: los catalanes siempre han tratado de abrir los goznes para que entre el aire fresco. Pero al parecer, tanto relajamiento les ha hecho olvidarse incluso de lavarse los dientes, porque al final acaban echando su propio tufo por toda la península. Hoy cunde entre los españoles un sentimiento de violenta xenofobia, especialmente contra los inmigrantes que provienen de las antiguas colonias. Y la región donde más se expresa ese rechazo es Cataluña, donde el temor a los extranjeros se mezcla con el conservadurismo del país -del cual los catalanes, lo quieran o no, forman parte incluso en sus aspectos culturales- y el orgullo de sus habitantes por ser los "más avanzados" en términos de libertad individual. Este último aspecto merece una mención aparte, pues el asunto del honor, y en especial de una cualidad relacionada, la honra, es algo tan arraigado en la mentalidad española como las corridas de toros. Combinado con las demás situaciones, arrastra a los catalanes a concebir un tejido social donde los portadores de la racionalidad, como consecuencia de una supuesta liberación de las ataduras ancestrales, son ellos, mientras los demás son una caterva de brutos entregados a la barbarie. Ellos son los que traen Europa y barren con los convencionalismos propios de comunidades primitivas, que gustan de matar bovinos en una plaza rodeada de gente, o de correr delante de ellos como niñatos inmaduros y malcriados.

El problema es que, tras desterrar a la iglesia católica, la siguiente tarea es llenar el espacio vacío y dicha tarea ha recaído en manos de religiosos dogmáticos igualmente nocivos, pero que representan una visión del mundo más "moderna", más que nada porque empezaron a ganar adeptos en las décadas recientes. Ahí es donde entran los ecologistas y los adoradores de bestias, quienes están seguros de que son portadores de una revolución tan importante como las que marcaron el siglo veinte. Eso, pese a que su actitud equivale a la de los puritanos estadounidenses que impusieron la llamada ley seca.
Y que además, es un burdo premio de consuelo después del fracaso de las utopías reformistas inspiradas en pensadores rebeldes y de izquierda. Burdo y sospechoso como el nacionalismo catalán, porque es alentado por un sector de la socialdemocracia que se ha enriquecido a costa de discursos en favor de la democracia y la igualdad de oportunidades, pero que proviene de y concluye en la opulencia, allí donde los cambios siempre asustan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario