domingo, 8 de agosto de 2010

La Incompatibilidad Homosexual

Porque la Biblia lo rechaza en innumerables ocasiones; porque es una conducta propia de la idolatría y del paganismo decadentes; porque en el transcurso de la historia del cristianismo jamás se les ha dado cabida: en fin, por esos y muchos más motivos, incluyendo los más pueriles y políticamente incorrectos, la homosexualidad es una actitud que no debe ser aceptada por alguien que se declara seguidor de la doctrina de Jesús. Lo cual, en consecuencia, significa que quienes obren así no tienen nada que hacer en un templo, fuese o se declarase católico, evangélico u ortodoxo. Todavía más: hay toda una explicación teológica, bien estructurada y fundamentada, que permite excluir a un gay de una determinada congregación. Ya que esa tendencia atenta de algúm modo con el carácter proselitista de las enseñanzas de Cristo, que le ordena al fiel salir en busca del otro que es inconverso y por ende distinto. Bajo esa premisa, el homosexual sólo estaría saliendo al encuentro de un semejante, no arriesgando en lo más mínimo para procurar la salvación de los demás. Una cuestión que es preciso comunicar a aquellos que optan por esa tendencia, recalcándoles desde luego que está errada. Aunque a los interlocutores les duela, y a nosotros nos califiquen como reaccionarios intolerantes.


En el mundo abundan los ejemplos de quienes toman la decisión contraria. Así, descubrimos a poco andar, iglesias que aceptan a homosexuales entre sus miembros, llegando a veces a expulsar a quienes se oponen a tal medida, en la mayoría de las ocasiones arguyendo lo mismo que se ha descrito en el primer párrafo. Entretanto, otras comunidades casan a parejas gay, en una ceremonia cuyos celebrantes reafirman que la unión será "bendecida por Dios". La defensa de estos hermanos afirma que la expansión del cristianismo, en cualquiera de sus variantes, ha estado plagada de hechos condenables que ni el devoto más elemental puede desconocer. Que antaño se prohibía la ordenación de mujeres o que desde el púlpito, ciertos pastores consideraban que los zurdos eran pecadores. Sin embargo, basta un mínimo de sapiencia para comprender que tales aberraciones fueron producto de una errónea interpretación de las escrituras, en combinación con la ignorancia propia de los neófitos a quienes no se les guio correctamente, impulsándolos a adaptar prejuicios ancestrales a su nueva vida y de esa manera llenar el vacío. Es posible que dichos convencionalismos también hayan alimentado la homofobia entre los hijos del camino -que por cierto, es una conducta tanto o más despreciable que la propia homosexualidad-. Pero analicemos: lo primero guarda relación con el contexto de la época en que la palabra fue escrita, donde en efecto las féminas tenían escasa participación en la sociedad, mientras que lo segundo obedece a una simple y torpe equivocación, al tomar como literal una serie de textos que son sólo alegóricos. En cambio, son innumerables los pasajes bíblicos donde se grita un no rotundo a la tendencia homosexual.

Ahora, ¿por qué al menos ciertos colectivos gay insisten en integrar las iglesias cristianas, pese a que de antemano saben que el rechazo es categórico y teórico? La respuesta más apropiada está en la larga cadena de intentos de exterminación que estas personas han padecido. Y en la cual, de más está decirlo, los seguidores de Jesús tenemos muchas faltas por las que disculparnos. El grueso de los homosexuales cree que una manera de reparar el daño hecho y acto seguido ser por fin plenamente adimitidos en el tejido social, es ganando espacio en las instituciones más reconocibles de la humanidad. Por ejemplo, centros educacionales, trabajos profesionales, administración pública. Y entre ellos, desde luego que las organizaciones religiosas no pueden estar ausentes. Fuera de que la aceptación recíproca se transforma en una prueba de blancura y en la reparación más perfecta imaginable. En determinados casos, hermanos que honestamente desean rendir cuentas, caen en la trampa, como una forma de imitar la penitencia de saqueo frente a una supuesta interpelación del propio Cristo.

Lo que corresponde no es escupir las penas del infierno sobre un homosexual, porque la maldición es una conducta proscrita a los cristianos. Tampoco es compensar un error con otro. Al gay hay que decirle que está equivocado y que Dios lo juzgará por su pecado. Pero eso debe hacerse después de comprender el motivo que arrastró a determinado sujeto a tomar una decisión de tal calibre. Lo cual, aunque no es difícil, demanda tiempo, pues es necesario estudiar la doctrina, en especial la parte de la teología que trata sobre el amor al prójimo. Si algunos hermanos son capaces de obrar así con los delincuentes comunes y los reos -que lo admitamos o no, son muchísimo más nocivos que un "marica"-, por supuesto que tienen justificaciones de sobra para tratar del modo más afectuoso a lo que siempre ha sido objeto de mofa o escándalo, más que nada por situaciones ajenas al dogma de Jesús.

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